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Una vez que Haidar se quedó a solas, golpeó el escritorio con más fuerza, sintiendo cómo la rabia se apoderaba de él. Sus tíos no tenían derecho a decirle lo que debía hacer; en pocas palabras, estaban despreciando a sus propios hijos. Los trillizos y Brenda eran lo más importante para él, y esa relación significaba mucho más que las opiniones de Aisha e Ibrahim.

— ¡Maldita sea! —exclamó, su voz resonando en la oficina vacía.

Mientras tanto, Aisha subía al coche de su esposo Ibrahim, que estaba al volante. Inmediatamente, Ibrahim comenzó a hablarle sobre lo absurdo de haber ido a la compañía para pedirle a Haidar que terminara con Brenda.

— Te lo dije, Haidar no sigue órdenes de nadie, y tú y yo sabemos que ya no es el pequeño que nos obedecía de niño —dijo Ibrahim, su tono serio. — Además, tiene razón: no tenemos el derecho de pedirle que se deshaga de Brenda como si fuera un objeto. No estoy de acuerdo con esa relación, pero tampoco puedo jugar sucio o pedirle desesperadamente que h
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