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El cabeza rapada soltó a la chica y Andrei negó con la cabeza, mientras sostenía la muñeca del intruso que osaba levantarle la mano a ella.

Aquella no había sido una acción inteligente porque nadie podía tocarla, solamente él. El sujeto miró a su líder y pronto entendió que aquella chica le pertenecía.

Estaba en serios problemas.

—No decido si corto tu dedo o si simplemente te mato —siseó Andrei con voz fría y amenazadora.

El pelinegro lo miraba desafiante, no se iba a humillar delante de nadie.

—Ni lo uno ni lo otro. Esa puta me golpeó, debía defenderme —se excusó, escupiendo con rabia.

Aquellas palabras fueron como si le hubieran echado alcohol en los ojos. Nadie tenía derecho de bajarle el perfil a sus palabras y tampoco de insultar a Elisa en su presencia, porque estaba él para defender lo que era de su propiedad.

Sacó la pistola y le apuntó en la cabeza.

—Esa puta es mía —espetó con voz sombría.

—¡No, no lo hagas! —saltó Elisa, para tomarle el brazo y que no tirara del gatillo.
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