–¡No puedes hablar en serio!
–Hablo muy en serio madre. –Amaris miró a su madre determinada. –Lo amo. –Hija. Tienes solo diecinueve años. No sabes lo que es el amor. Lo que tú tienes es una obsesión. –Su madre trataba de hacerla entender. –No, no es así. Yo lo amo y eres tú quien no quiere que yo sea feliz. Amaris vió como el rostro de su madre mostraba dolor por su comentario. Pero era así. Toda su vida había tenido que estar encerrada, protegida, sin ver a nadie, porque según ella era peligroso. –Hija mía… entiende… ese hombre no te ama. –Si me ama. Él me lo dijo. –No… imposible. –Ella negaba. –Tú nunca lo has visto en persona. –Si lo conozco. –Amaris le aclaró. –Lo conozco desde hace meses. Él es dulce, comprensivo, respetuoso. Lo amo. –Repitió. –No… tú nunca has salido de aquí. No tienes como conocerlo. –¡Si lo conozco! –Gritó Amaris. –Entiéndelo de una buena vez. Nos amamos, vamos a casarnos. –¡No te ama! –Volvió a negar su madre. –¡No puede ser verdad! –¿Estas diciendo que a mí nadie me puede amar? ¿Entonces qué soy? ¿Una basura? –No pongas palabras en mi boca. ¡Yo no dije eso! –No quieres que sea feliz madre. –Amaris ya no podía contener las lágrimas. –¿Acaso no quieres que sea feliz? Su madre la abrazo. –Yo no dije eso, mi pequeña… yo quiero que seas feliz. –Entonces dame tu bendición. –No. Entiende. Algo quiere de tí, pero no te ama. –¿Eso es lo único que me dices? –Amaris no quería repetirse más. –¡Tú no eres su compañera destinada! –¿Y eso qué importa? ¡Seré su compañera elegida! Que los compañeros se encuentren es sumamente raro. Lo sabes. –Lo siento hija, pero no. La determinación en ese “no” hizo que Amaris se pusiera en alerta. Su madre la tomó del brazo y la arrastró hasta su habitación. –Esto es por tu bien. Un día me lo agradecerás. –Amaris escuchó a través de la puerta mientras su madre la encerraba con llave. –¡No puedes hacerme esto mamá! ¡Soy una adulta! Pero sus gritos cayeron en oídos sordos. Amaris se limpió las lágrimas y corrió hacia la ventana. No era la primera vez que se escapaba de su dormitorio. Estaba decidida a salir de ahí y nunca volver. Ella haría su vida como la luna de la manada Shadowmoon y su madre tendría que tragarse sus palabras. Conoció al Alfa Claude sin querer. Ella había comprado un par de hectáreas de bosque y este colinda con la Manada Shadowmoon. Así que un día mientras ella estaba dándose un baño en la laguna sintió que alguien la miraba y al buscar vio los ojos de un lobo. Se asustó. Con todo lo que su madre le había dicho, era normal que ella se asustara. Se metió más profundo en la laguna mirando hacia donde estaba el lobo. –¡Vete! ¡Esto es propiedad privada! –Le gritó. El lobo se dió la vuelta y después de unos minutos apareció un hombre que para Amaris era el más hermoso que podía existir. –Lo siento, no sabía que este bosque tenía dueña. –¡Estás desnudo! –A Amaris no le importaba lo que había dicho, solo que estaba ahí desnudo. –Lo siento, lo siento. –Él se disculpaba. –Es que no ando con ropa. –Trataba de explicarse. Amaris estaba muda; primera vez en su vida que veía a un hombre desnudo. –¡Tápate! –O mejor no. Aunque eso no lo dijo. Ella quería mirar, tenía curiosidad, pero sabía que era inapropiado. El hombre se alejó un poco más y con ramas se tapó. –¿Está bien así? Amaris asintió, pero no salió del agua, después de todo ella también estaba desnuda. –¿Qué haces aquí? Es propiedad privada. –Este bosque colinda con mi manada y estoy interesado en comprarlo. ¿No lo vendes? –No está a la venta. –Para Amaris ese era su lugar de relajo. Un lugar para escapar cuando su madre la asfixiaba. Y ahora meses después de esa primera reunión ella se encontraba escapando de su madre controladora para vivir su amor con su Alfa. Ella sería feliz.Ella no era feliz.Habían pasado tres años desde que se escapó para convertirse en la luna de la manada Shadowmoon y esos años habían sido un infierno. Al principio ella fue feliz.Sólo la primera semana. En cuanto se casaron, ella prácticamente fue olvidada. Claude solo había querido su bosque, en cuanto estuvo en su poder se olvidó de ella. Su madre siempre había tenido razón. Los hombres lobos eran egoístas, crueles y avaros.–Ve a limpiar los baños inutil. –Ni siquiera era respetada por las sirvientas, ella era una esclava en su propia casa. –Sí señora. –Amaris le respondió a la jefa de las omegas y corrió a limpiar. Ella ya no lloraba, hace mucho que había dejado de hacerlo, no ganaba nada con las lágrimas. Como novio Claude había sido súper amoroso, pero justo después del matrimonio todo eso había cambiado. Solo trabajaba y ella había quedado a un lado sola, sin conocer a nadie. Solo se quedaba en su dormitorio todo el día sin saber qué hacer. Cada vez que quería ayudar en al
–Creo… Creo que estoy embarazada. –En cuanto se lo dijo a Claudie, Amaris se dió cuenta de que fue un error. La cara de Claude pasó de sorprendido al horror en segundos. –¿Crees? Amaris asistió. –Espero por tú bien que solo sea una falsa alarma. –Le dijo entre dientes antes de llevarla al hospital para una ecografía. –Es correcto Alfa. –Le confirmó la ginecóloga. –Ella esta embarazada. “Ella”, no “Luna”. En la manada nadie la trataba con el suficiente respeto. –¡Maldición! –Claude estaba furioso. –Encargate. –Le dijo a la doctora antes de salir de la consulta. –Si Alfa. –¿Qué? ¡No! –Amaris trató de salir de la oficina, pero la puerta estaba cerrada por fuera, se dió vuelta para mirar a la ginecologa y esta tenía una jeringa en la mano. –¡No! ¡No! ¡Por favor no!No la escuchó y le inyectó lo que tenía en la jeringa. Pronto quedó inconsciente. Cuando volvió a despertar estaba en su dormitorio. No tenía que ser adivina para saber que habia pasado, su cuerpo dolia y eso indicaba
A Amaris se le cayó la bandeja con tragos que tenía de la impresión. Y ese ruido hizo que todos quitaran la vista de la nueva pareja para mirarla a ella, también atrajo la mirada de su marido que solo tenía repulsión para ella. –¡Vete! –La enlazó mentalmente para ordenarle eso. Ella obedeció. Ya no quería estar ahí, presenciando eso. Corrió al patio para tomar aire, necesitaba despejarse. Miró el cielo, pero no se veía la luna, las nubes la ocultaban. Cuando logró calmarse volvió al ático. No pasó mucho tiempo después de volver que escuchó como todos los vehículos abandonan la propiedad, lo más seguro es que querían dejar a la nueva pareja sola. Amaris se preparó; esa noche no sería fácil para ella. Y tenía razón. No lo fue. Pocos minutos después que se fueran todos, el dolor comenzó y está vez ella encontraba que era peor que todas las otras veces. Sabía que está mujer estaría de forma permanente en la vida de Claude y no sabía que le haría a ella cuando supiera de su existenc
Cuando Amaris perdió toda esperanza que Claude volviera a ser el hombre del que se había enamorado y cada vez lo odiaba más, empezó a planear su venganza. Ella esperaba que algún día podría escapar de esa vida que llevaba y ahora que al fin estaba libre de ese martirio lo haría. Lo primero que tenía que hacer era buscar a Elliot Velasquez. Elliot era el Alfa de la manada Midnight y Claude era su mayor enemigo. Hace muchos años, cuando eran adolescentes, tuvieron una pelea y desde entonces no se hablan. El río era lo que dividía las dos manadas y tenía que asegurarse que era la manada Midnight quien la encontraba. –No mires abajo, no mires abajo. –Amaris se repetía, pero no sirvió de nada. Miró abajo. Eran unos buenos quince metros que tenía que saltar. Y el río abajo se veía torrentoso. ¿De quién había sido la idea de saltar? ¡Ah sí! De ella. No lo pensó más y saltó, después de todo esa altura no la iba a matar. Solo dolería.La corriente estaba en su contra, cada vez que ella querí
La noche llegó sin estrellas.Amaris estaba sentada en el borde de la cama, envuelta en una bata que olía a lavanda. Afuera, el bosque susurraba, como si quisiera decirle algo. Tal vez lo hacía. La luna no se había mostrado desde que despertó. Ni siquiera ella quería verla.No podía dormir. La imagen de Silvana embarazada aparecía una y otra vez en su mente. No por celos. No por envidia. Sino por la cruel ironía. Había venido buscando un arma. Una forma de atacar a Claude donde más le doliera: en su orgullo, en su poder. Pero en sus planes nunca había estado que Elliot pudiera tener una vida. Una esposa. Un hijo en camino. ¿Qué clase de mujer sería si me interpusiera entre ellos?La respuesta era sencilla. Sería igual que Claude.Y ella no quería ser como el hombre que odiaba. Amaris apretó los puños, aun un poco mareada por el dolor de cabeza aunque ya era miniño. Se recuperaba rápido. Tenía dos opciones; quedarse, fingir debilidad, fingir olvido, ganarse la confianza de Elliot y
El camino hasta la cabaña no fue largo, pero Amaris no dijo una palabra. Iba caminando al lado de Ralf, observando los edificios a su alrededor, a los niños jugando, a los vendedores, a todos. Se notaban contentos, tranquilos. Muy diferente a como ella se sentía.Ralf caminaba con las manos en los bolsillos como si no tuviera ninguna responsabilidad en el mundo.–Es una buena zona –comentó de pronto, señalando con la barbilla–. No está tan lejos de la casa del alfa, pero tampoco tan cerca.Amaris no respondió.–La cabaña es pequeña, pero privada –siguió hablando.–No necesito privacidad –murmur&oac
La sala de archivo, era un cuarto oscuro, lleno de polvo que en cuanto Amaris lo vio, lo odió. Estaban todos los informes en cajas, puestos por todo el lugar sin un orden. Ordenar ese lugar iba a tomar tiempo. Mucho tiempo. Se arremangó su blusa y empezó con su tarea titanica. La mayoría de los archivos eran tediosos. Informes de rutina, horarios de patrullaje, rotaciones de guardia… solo que las fechas estaban revueltas y eso era lo que tenia que ir arreglando. Amaris había perdido la cuenta de las horas. Entre papeles rotos y registros medio ilegibles, el trabajo era más una prueba de paciencia que de habilidad. Le llevaron un sandwich a la hora del almuerzo que comió mientras seguía ordenando ese lugar. Solo que por momentos estaba encontrando algo que no cuadraba. No era constante, no aparecía todos los días, pero ahí estaba. Escondido entre los reportes de patrullaje. Cerca de la medianoche, nunca la misma hora, siempre distinta y solo una hora. Y nunca había dos vacíos segu