Ella no era feliz.
Habían pasado tres años desde que se escapó para convertirse en la luna de la manada Shadowmoon y esos años habían sido un infierno. Al principio ella fue feliz. Sólo la primera semana. En cuanto se casaron, ella prácticamente fue olvidada. Claude solo había querido su bosque, en cuanto estuvo en su poder se olvidó de ella. Su madre siempre había tenido razón. Los hombres lobos eran egoístas, crueles y avaros. –Ve a limpiar los baños inutil. –Ni siquiera era respetada por las sirvientas, ella era una esclava en su propia casa. –Sí señora. –Amaris le respondió a la jefa de las omegas y corrió a limpiar. Ella ya no lloraba, hace mucho que había dejado de hacerlo, no ganaba nada con las lágrimas. Como novio Claude había sido súper amoroso, pero justo después del matrimonio todo eso había cambiado. Solo trabajaba y ella había quedado a un lado sola, sin conocer a nadie. Solo se quedaba en su dormitorio todo el día sin saber qué hacer. Cada vez que quería ayudar en algo no la dejaban. Era como si tuviera la peste. Después, Claude dejó de llegar a dormir al dormitorio con ella. Según él tenía mucho trabajo y ella solo sabía molestarlo. Una noche mientras dormía se despertó de golpe al sentir un dolor que le están destrozando el alma. No necesitaba que alguien le dijera que era lo que estaba pasando. Ella lo sabía bien; Claude la estaba engañando con alguien más. Lloró y lloró toda la noche. Esa fue la primera noche en que no pudo dormir. Al otro día decidió enfrentarlo. –¿Y qué otra cosa puedo hacer si tú no cumples con tus obligaciones? –Fue la respuesta que le dió. –¡No me buscaste! Te fuiste con una zorra. –Lo necesitaba en ese momento y no estabas. Es tu culpa. Y ahora vete que tengo que trabajar. Solo molestas. Y de ahí solo fue a peor. Al ver como el Alfa trataba a la Luna, pronto todos en la manada empezaron a tratarla igual que él. Tres meses después de su matrimonio estaba bajando las escaleras cuando siente como la empujaron y era Ayleen, la zorra de turno del Alfa, que solo se rió de ella antes de seguir su camino. Amaris quedó tirada al pie de las escaleras. Se había doblado un tobillo y nadie se acercó a ayudarla. Como pudo se levantó y se dirigió al estudio de su marido. Ya estaba cansada y ella no quería esa vida. A menos de diez metros de su destino, empezó una vez más ese dolor infernal que le decía que el Alfa la estaba engañando. Sin importarle nada y aguantando el dolor llegó a la puerta y la abrió. Ahí estaba Ayleen arriba del escritorio desnuda mientras que Claude estaba entre medio de sus piernas con los pantalones abajo. –Bien bonita la forma en que trabajas. –Le dijo con sarcasmo. Al verla ni una cara de culpa puso. Era como si no le importara nada. Ayleen solo tenía una sonrisa de victoria en su rostro. –Necesitaba desestresarme. Amaris solo apretó los puños de rabia. –Divorciemonos. –Ella ya no quería más y eso era lo más rápido. Claude dió una carcajada. –¿Qué? Tú no me respetas. Divorciemonos y cada uno por su lado. –No. Tú de aquí no te vas. –¿Por qué? Es obvio que no me quieres. Te acuestas con cualquier zorra que ves. Me golpeó. Hasta el momento no la había golpeado, ese fue el primer golpe. De algún modo Amaris no se sorprendió, ella ya pensaba que en algún momento Claude llegaría a los golpes. –Respetala. –¿Respetarla? ¡Me empujó por las escaleras y es tu amante! No tengo porque respetarla. –La empuje solo porque estaba prohibiendome el paso para llegar a usted Alfa. Ella no quería que yo viniera. –Ella se explicó. Y eso eran mentiras. Solo mentiras. –¡No es así! Me empujaste solo porque quisiste. –Amaris le aclaró. –¿Y eso qué importa? Te caiste. Eso pasó y fue tu culpa. –Ese no era el hombre con el que Amaris se había casado, el hombre del que ella se había enamorado. –¿Qué te pasó? –Esa era una pregunta que ella llevaba meses haciendose y al fin tuvo el valor de hacérsela. –¿A mí? Nada. Tú eras la niñita que creía todo lo que le decía. –Dijo con burla. –Tú fuiste la que creía que podría ser mi luna. Una inutil sin lobo luna. Eso nunca se ha visto. –¡Soy tu luna! ¡Estamos casados! –Solo porque era la única forma de ser el dueño de tu busque. Muchas gracias por entregarme ese bosque como regalo de bodas. Fue lo único bueno que has hecho en tu vida. –¿Eso querías? ¿El bosque? –Sí. –¿Y yo qué? –Tú solo venías en el trato, un extra desagradable. –¡Pues quedate con el bosque, yo me voy! –Y Amaris se preparó. –Yo, Amaris Günay te rechazo como mi… La bofetada que siguió por parte de Claude la calló. –Definitivamete eres idiota. Tú no puedes rechazarme. ¿Además a dónde irás? No tienes a nadie. Solo a mí. –Al ser un Alfa era él quien podía empezar el rechazo, no la mujer. Pero Amadis si podía, solo que eso Claude no lo sabía y ella agradecía no haber cometido la estupidez de contarle quién era ella. Cuando eran novios nunca se lo había contado porque ella era la que no quería estar vinculada a su madre. Amaris salió de la oficina y volvió al dormitorio donde estuvo llorando lo que quedaba de día y el resto de la noche. Si seguía encerrada entre esas cuatro paredes se iba a volver loca, así que para olvidarse de sus problemas empezó a ayudar en la cocina todo lo que podía, al inicio quisieron echarla pero no les hizo caso y pronto era una más de ellas. Un mes después de haber empezado a ayudar en las cocinas se despertó en la noche por un dolor, pero esta vez no era el mismo dolor en su alma que sentía cuando Claude estaba con su amante, este dolor era en su cuerpo. Estaba entrando en celo. –¿Cómo es posible? Mi loba aun no aparece. –Se sorprendió. Se acurrucó cuando otra ola de placer hizo que se doblara. No pasó mucho tiempo antes de que Claude ingresara al dormitorio. –¿Pero qué..? ¿Estás en celo? –En sus ojos Amaris podía ver a Blake. Era él quien estaba en control. –¿Blake? –Amaris susurró. –Shh… tranquila. Yo te cuidaré. Y una vez más Amaris sintió esperanza. En todo su celo Blake estuvo con ella, pero en cuanto terminó Claude volvió a hacer acto de presencia. –Esto es repugnante. –Murmuraba y se vestía. –No esperes otro trato. Agradece que te dejo vivir aquí gratis. Se sentía usada y sucia. Ella creyó que ahora las cosas serían diferentes pero no eran así. Las cosas fueron peores. Ahora era una obligación que Amaris trabajara en la cocina, parecía que Claude quería vengarse por la manera en que Blake la trató en el celo. Semanas después mientras ayudaba a preparar la comida, el olor hizo que le dieran muchas ganas de vomitar y dejó todo tirado corriendo al primer baño que encontró donde devolvió lo poco que había comido. Llevaba días sintiéndose débil y ahora tenía que agregar un nuevo síntoma. –¿Qué te pasa niña? –La jefa omega se acercó a preguntarle dónde la vió corriendo al baño más cercano. –Creo que estoy enferma. –¿Es eso o no quieres trabajar? –Preguntó con voz dura. –¡No es eso! Solo me siento mal… Llevo días cansada y débil y ahora estoy con náuseas. –¿No estarás embarazada? –Le cuestionó. –¿Embarazada? –Aunque no quisiera, Amaris sintió una pequeña esperanza en su pecho. Un bebé, no era el mejor momento, pero podría estar esperando al primogénito de Claude, a lo mejor con esto él la trataría mejor.–Creo… Creo que estoy embarazada. –En cuanto se lo dijo a Claudie, Amaris se dió cuenta de que fue un error. La cara de Claude pasó de sorprendido al horror en segundos. –¿Crees? Amaris asistió. –Espero por tú bien que solo sea una falsa alarma. –Le dijo entre dientes antes de llevarla al hospital para una ecografía. –Es correcto Alfa. –Le confirmó la ginecóloga. –Ella esta embarazada. “Ella”, no “Luna”. En la manada nadie la trataba con el suficiente respeto. –¡Maldición! –Claude estaba furioso. –Encargate. –Le dijo a la doctora antes de salir de la consulta. –Si Alfa. –¿Qué? ¡No! –Amaris trató de salir de la oficina, pero la puerta estaba cerrada por fuera, se dió vuelta para mirar a la ginecologa y esta tenía una jeringa en la mano. –¡No! ¡No! ¡Por favor no!No la escuchó y le inyectó lo que tenía en la jeringa. Pronto quedó inconsciente. Cuando volvió a despertar estaba en su dormitorio. No tenía que ser adivina para saber que habia pasado, su cuerpo dolia y eso indicaba
A Amaris se le cayó la bandeja con tragos que tenía de la impresión. Y ese ruido hizo que todos quitaran la vista de la nueva pareja para mirarla a ella, también atrajo la mirada de su marido que solo tenía repulsión para ella. –¡Vete! –La enlazó mentalmente para ordenarle eso. Ella obedeció. Ya no quería estar ahí, presenciando eso. Corrió al patio para tomar aire, necesitaba despejarse. Miró el cielo, pero no se veía la luna, las nubes la ocultaban. Cuando logró calmarse volvió al ático. No pasó mucho tiempo después de volver que escuchó como todos los vehículos abandonan la propiedad, lo más seguro es que querían dejar a la nueva pareja sola. Amaris se preparó; esa noche no sería fácil para ella. Y tenía razón. No lo fue. Pocos minutos después que se fueran todos, el dolor comenzó y está vez ella encontraba que era peor que todas las otras veces. Sabía que está mujer estaría de forma permanente en la vida de Claude y no sabía que le haría a ella cuando supiera de su existenc
Cuando Amaris perdió toda esperanza que Claude volviera a ser el hombre del que se había enamorado y cada vez lo odiaba más, empezó a planear su venganza. Ella esperaba que algún día podría escapar de esa vida que llevaba y ahora que al fin estaba libre de ese martirio lo haría. Lo primero que tenía que hacer era buscar a Elliot Velasquez. Elliot era el Alfa de la manada Midnight y Claude era su mayor enemigo. Hace muchos años, cuando eran adolescentes, tuvieron una pelea y desde entonces no se hablan. El río era lo que dividía las dos manadas y tenía que asegurarse que era la manada Midnight quien la encontraba. –No mires abajo, no mires abajo. –Amaris se repetía, pero no sirvió de nada. Miró abajo. Eran unos buenos quince metros que tenía que saltar. Y el río abajo se veía torrentoso. ¿De quién había sido la idea de saltar? ¡Ah sí! De ella. No lo pensó más y saltó, después de todo esa altura no la iba a matar. Solo dolería.La corriente estaba en su contra, cada vez que ella querí
La noche llegó sin estrellas.Amaris estaba sentada en el borde de la cama, envuelta en una bata que olía a lavanda. Afuera, el bosque susurraba, como si quisiera decirle algo. Tal vez lo hacía. La luna no se había mostrado desde que despertó. Ni siquiera ella quería verla.No podía dormir. La imagen de Silvana embarazada aparecía una y otra vez en su mente. No por celos. No por envidia. Sino por la cruel ironía. Había venido buscando un arma. Una forma de atacar a Claude donde más le doliera: en su orgullo, en su poder. Pero en sus planes nunca había estado que Elliot pudiera tener una vida. Una esposa. Un hijo en camino. ¿Qué clase de mujer sería si me interpusiera entre ellos?La respuesta era sencilla. Sería igual que Claude.Y ella no quería ser como el hombre que odiaba. Amaris apretó los puños, aun un poco mareada por el dolor de cabeza aunque ya era miniño. Se recuperaba rápido. Tenía dos opciones; quedarse, fingir debilidad, fingir olvido, ganarse la confianza de Elliot y
El camino hasta la cabaña no fue largo, pero Amaris no dijo una palabra. Iba caminando al lado de Ralf, observando los edificios a su alrededor, a los niños jugando, a los vendedores, a todos. Se notaban contentos, tranquilos. Muy diferente a como ella se sentía.Ralf caminaba con las manos en los bolsillos como si no tuviera ninguna responsabilidad en el mundo.–Es una buena zona –comentó de pronto, señalando con la barbilla–. No está tan lejos de la casa del alfa, pero tampoco tan cerca.Amaris no respondió.–La cabaña es pequeña, pero privada –siguió hablando.–No necesito privacidad –murmur&oac
La sala de archivo, era un cuarto oscuro, lleno de polvo que en cuanto Amaris lo vio, lo odió. Estaban todos los informes en cajas, puestos por todo el lugar sin un orden. Ordenar ese lugar iba a tomar tiempo. Mucho tiempo. Se arremangó su blusa y empezó con su tarea titanica. La mayoría de los archivos eran tediosos. Informes de rutina, horarios de patrullaje, rotaciones de guardia… solo que las fechas estaban revueltas y eso era lo que tenia que ir arreglando. Amaris había perdido la cuenta de las horas. Entre papeles rotos y registros medio ilegibles, el trabajo era más una prueba de paciencia que de habilidad. Le llevaron un sandwich a la hora del almuerzo que comió mientras seguía ordenando ese lugar. Solo que por momentos estaba encontrando algo que no cuadraba. No era constante, no aparecía todos los días, pero ahí estaba. Escondido entre los reportes de patrullaje. Cerca de la medianoche, nunca la misma hora, siempre distinta y solo una hora. Y nunca había dos vacíos segu
–¡No puedes hablar en serio! –Hablo muy en serio madre. –Amaris miró a su madre determinada. –Lo amo.–Hija. Tienes solo diecinueve años. No sabes lo que es el amor. Lo que tú tienes es una obsesión. –Su madre trataba de hacerla entender.–No, no es así. Yo lo amo y eres tú quien no quiere que yo sea feliz. Amaris vió como el rostro de su madre mostraba dolor por su comentario. Pero era así. Toda su vida había tenido que estar encerrada, protegida, sin ver a nadie, porque según ella era peligroso. –Hija mía… entiende… ese hombre no te ama.–Si me ama. Él me lo dijo.–No… imposible. –Ella negaba. –Tú nunca lo has visto en persona. –Si lo conozco. –Amaris le aclaró. –Lo conozco desde hace meses. Él es dulce, comprensivo, respetuoso. Lo amo. –Repitió.–No… tú nunca has salido de aquí. No tienes como conocerlo.–¡Si lo conozco! –Gritó Amaris. –Entiéndelo de una buena vez. Nos amamos, vamos a casarnos. –¡No te ama! –Volvió a negar su madre. –¡No puede ser verdad!–¿Estas diciendo que