Capítulo 6

El camino hasta la cabaña no fue largo, pero Amaris no dijo una palabra. Iba caminando al lado de Ralf, observando los edificios a su alrededor, a los niños jugando, a los vendedores, a todos. Se notaban contentos, tranquilos. Muy diferente a como ella se sentía. 

Ralf caminaba con las manos en los bolsillos como si no tuviera ninguna responsabilidad en el mundo. 

–Es una buena zona –comentó de pronto, señalando con la barbilla–. No está tan lejos de la casa del alfa, pero tampoco tan cerca. 

Amaris no respondió.

–La cabaña es pequeña, pero privada –siguió hablando.

–No necesito privacidad –murmuró ella–. Solo espacio para respirar. 

Ralf asintió, y unos pasos después, se detuvo frente a una pequeña construcción de madera rodeada de árboles frutales. Era sencilla, pero no descuidada. Una chimenea de piedra, techo de tejas, ventanas cuadradas con cortinas limpias. Incluso había un banco de madera bajo el alero. 

–Aquí es.

Amaris dió un paso al frente y se detuvo en la entrada. Ella giró lentamente el picaporte y entró. 

El interior era modesto, pero cálido. Una pequeña sala con una estufa de leña, una mesa con dos sillas, una cama de madera cubierta de mantas limpias. Una repisa con frascos vacíos. Una pequeña estantería. Luz natural entraba por las ventanas, y aunque todo olía a madera vieja y polvo… olía a hogar. Amaris no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. 

–Dejaron algo de comida en la despensa. Suficiente para un par de días. Y la cocina funciona. –Dijo Ralf, apoyado contra el marco de la puerta. 

Amaris recorrió la cabaña con la mirada y se detuvo frente a la ventana. Desde allí podía ver, a lo lejos, el techo de la casa de la manada entre los árboles. 

–¿Y si me escapo por la noche? –preguntó, sin mirar a Ralf. 

–Entonces harías justo lo que Elliot espera. Y le darías motivos para no volver a confiar en ti y de paso te pondría en una nueva habitación… una que tenga barrotes.

Amaris permaneció en silencio. 

–Mañana a primera hora –dijo él, empujándose del marco–. Te vendré a buscar. 

Y con eso la dejó sola. 

Amaris cerró la puerta tras él, respiró hondo… y dejó que el silencio la envolviera. Por primera vez en mucho tiempo, estaba sola. 

Pero no segura. 

Y mañana, entraría a la boca del lobo. 

.

Ralf la dejó frente a la puerta con una sonrisa burlona y un “suerte con el lobo”, antes de desaparecer pasillo abajo. Amaris respiró hondo, alisó la tela de su blusa prestada y llamó dos veces. 

–Adelante –dijo una voz al otro lado. 

Entró con paso firme.  

La oficina del alfa era más sobria de lo que Amaris imaginó. Paredes de madera oscura, una gran estantería con libros gastados, un escritorio que parecía tallado por generaciones pasadas y la presencia inevitable de Elliot Velásquez detrás de él, como si fuera parte del mobiliario: firme, resto, con los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos clavados en ella desde el momento en que entró. 

–Puntual –murmuró él sin un atisbo de sonrisa–. Bien. Eso habla bien de ti. 

–O solo quiero causar buena impresión. –Replicó Amaris, que aunque  no lo quisiera igual se sentía nerviosa en presencia del Alfa Elliot. 

Elliot no respondió. Hizo un gesto hacia la silla frente al escritorio. Amaris se sentó, espalda recta, ojos curiosos. Él abrió una carpeta y hojeó unos papeles con deliberada lentitud. 

–Te daré tareas simples –dijo finalmente–. Lectura y clasificación de reportes de patrullas antiguas. Ningún dato reciente. Nada confidencial. Solo trabajo muerto.

–¿Temes que se me escape algo entre los dedos? –preguntó ella, ladeando la cabeza. 

–Temo que sepas más de lo que dices saber –respondió él sin titubear.

Ella no se movió. El rostro de Elliot seguía sereno, pero sus ojos… ellos hablaban otro idioma. Y la frase “no confío en ti” estaba super clara. 

–¿Algo más? –preguntó ella. 

–Sí. Hay reglas. No tienes permitido rondar los límites sin autorización. No puedes hacer preguntas sobre miembros de la manada. No puedes acercarte a Silvana. 

Amaris alzó una ceja, fingiendo sorpresa.

¿y por qué pensaría alguien que quiero acercarme a tu esposa? 

Elliot no respondió. Simplemente la observó. Y ese silencio pesaba más que cualquier amenaza. 

–Como digas –murmuró ella. 

–Ok. Tú primera tarea: sírveme café –le dijo mientras apuntaba un mueble bajo al lado de la ventana que tenía una cafetera. Él tomó un reporte del montón que tenía para empezar a revisarlos. 

Amaris ya creía que ese sería su principal trabajo en esa oficina. Sería la chica del café. 

Quizás fue el borde de la alfombra. Quizás su propio nerviosismo. Pero en un instante maldito la taza ya no estaba en sus manos y si sobre los informes. 

Amaris retrocedió instintivamente. 

–¡Mierda! Lo siento, fue un accidente. 

Elliot se puso de pie de golpe, sus ojos más oscuros que nunca. 

–¿Un accidente? –gruñó–. ¿Sabes cuántos reportes acabas de arruinar? 

–No fue a propósito –replicó ella, pero en cuanto lo vio avanzar hacia ella automáticamente sus brazos se levantaron tratando de protegerse del golpe.

Solo que este no llegó. 

–¡No te iba a golpear! –Elliot tenía los ojos abiertos, sorprendido.

–Lo siento… no se que me pasó. –Amaris no sabía qué decirle. 

–¿Te golpeaban? 

–No… no lo sé. –Amaris tenía que cortar esa conversación. No podía dejar que Elliot siguiera con las preguntas–. Voy a secar. –Buscó servilletas para limpiar el escritorio y tratar de salvar los reportes. 

Elliot la miraba. De ella no iba a sacar respuestas. Mejor era dejar ese dato solo en su memoria y hacer como si nunca la hubiese visto tratar de protegerse para un posible golpe. 

–Deja eso y ve a buscar a Ralf. Tengo que hablar con él. 

Ella detuvo lo que hacía y no dijo nada. Solo asintió con la cabeza, sin girarse y salió de la oficina. 

Caminó por el pasillo sin rumbo, con el eco de la voz de Elliot resonando en su cabeza. “¿Te golpeaban?” Si él supiera…

Estaba por girar hacia la salida cuando una figura se cruzó en su camino. 

–¿Ya empezaron a volar cosas? –preguntó Ralf con una ceja alzada y esa sonrisa que siempre parecía estar a punto de reírse de todo. 

Amaris solo lo miró, sin decir palabra.

–Tu cara. Te notas disgustada. ¿Qué pasó? ¿Lo mordiste? 

Amaris en realidad estaba enojada consigo misma por no poder controlar su reacción. Así solo consiguió que Elliot tuviera una idea de lo que pasaba con ella. 

–Derramé café –dijo, sin más. 

–¿Solo eso?

–Encima de sus papeles. 

Ralf chiflo entre dientes. 

–Uf. Peor que morderlo. 

Amaris apretó los labios, pero antes de decir algo más la puerta de la oficina se abrió de golpe. 

Elliot apareció en el umbral. Aún se veía entre molesto y contrariado, pero estaba decidido. 

–Ralf –dijo–, acompañala a la sala del fondo. Que empiece ahí con los archivos antiguos. Quiero saber si es tan inútil como parece… o si solo son los nervios del primer día. Luego vuelve a mi oficina. Necesito hablar contigo.

Y sin más, se giró y volvió a entrar, cerrando la puerta tras de sí con firmeza. 

Amaris soltó un suspiro entre dientes.

–Vamos chica misteriosa. Te tocó la sala del polvo. 

–¿No es que necesitabas mi nombre para no decirme así?

–Naa… ya quedaste con ese apodo.

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