Capítulo 5

La noche llegó sin estrellas.

Amaris estaba sentada en el borde de la cama, envuelta en una bata que olía a lavanda. Afuera, el bosque susurraba, como si quisiera decirle algo. Tal vez lo hacía. La luna no se había mostrado desde que despertó. Ni siquiera ella quería verla.

No podía dormir. 

La imagen de Silvana embarazada aparecía una y otra vez en su mente. No por celos. No por envidia. Sino por la cruel ironía. Había venido buscando un arma. Una forma de atacar a Claude donde más le doliera: en su orgullo, en su poder. Pero en sus planes nunca había estado que Elliot pudiera tener una vida. Una esposa. Un hijo en camino. 

¿Qué clase de mujer sería si me interpusiera entre ellos?

La respuesta era sencilla. 

Sería igual que Claude.

Y ella no quería ser como el hombre que odiaba. 

Amaris apretó los puños, aun un poco mareada por el dolor de cabeza aunque ya era miniño. Se recuperaba rápido. Tenía dos opciones; quedarse, fingir debilidad, fingir olvido, ganarse la confianza de Elliot y usarlo o irse y buscar con qué dañarlo en otro lugar. Con la primera opción terminará comportándose igual o peor que Claude, solo le importaría conseguir lo que ella quería y nada más. Con la segunda, sería todo más lento, puede que nunca conseguiría lo que tanto anhelaba.  

Se levantó. 

Descalza, caminó hasta la ventana. El vidrio estaba frío, pero el aire del bosque era familiar. Hogar. Refugio. Promesa. Amaris sonrió. ¿Todo eso un bosque? No caería en esa ilusión. El bosque no era nada de eso para ella. 

Más allá de esa manada, pasando el río se encontraba Claude que seguía creyendo que la había eliminado. Que había ganado. 

Pero estaba viva y lo haría pagar. 

No haciendo sufrir a otra mujer. No rompiendo un hogar como habían roto el suyo. 

De pronto, algo en el límite del bosque hizo que fijara su vista en el. No importaba la oscuridad, ella podía ver tan bien como si fuera de día y ahí había alguien. Estaba de pie, quieto, con la contextura de un hombre, medio oculto entre los árboles y mirando fijamente hacia uno de los edificios y luego se dió la vuelta ingresando al bosque. 

Minutos después apareció otra figura, pero esta venía de los edificios y caminaba lentamente como si solo estuviera dando un paseo acercándose más y más al bosque. 

Amaris contuvo el aliento. Esta segunda figura iba con la mano en su vientre. Un vientre muy abultado. 

Silvana. 

Se fue por el mismo camino que había tomado la otra persona hasta que se perdió en el bosque. Amaris se quedó inmóvil, los ojos fijos en el lugar por donde desaparecieron las dos figuras, esperando, solo esperando hasta que volvieran a aparecer.

Y fue solo Silvana la que volvió.

.

La luz del sol filtrándose por la persiana anunciaba que la mañana había llegado, pero Amaris ya llevaba rato despierta. No había dormido bien. O en absoluto. Su mente seguía girando en círculos alrededor de la escena que había presenciado en el bosque.Podía ser que no fuera nada, pero algo en su instinto le decía que eso era importante. 

Aunque claro… Ella no era la que tenía el mejor instinto, si fuera así no habría caído en las garras de su ex.

Cuando la puerta se abrió sin demasiada ceremonia, ya estaba sentada en el borde de la cama.

–¡Buenos días, chica misteriosa! –anunció Ralf, con esa sonrisa suya que parecía perpetua–. ¿Dormiste algo o estuviste planeando tu huida toda la noche? 

–Estoy considerando ambas opciones –respondió Amaris, cruzando los brazos. 

Él soltó una carcajada y levantó una bandeja con el desayuno. 

–Vengo en son de paz. Traigo casa, comida y trabajo. ¿Ves qué considerado soy? 

Amaris ladeó la cabeza con curiosidad.

–¿Casa?

–Una cabaña para ti. Pequeña, acogedora, en la zona norte. No es un palacio, pero tiene chimenea y agua caliente. –Le dejo la bandeja en la mesita de noche para que comiera. 

Ella lo observó unos segundos.

–Parece que me la estás vendiendo. –Amaris sonrió. –Gracias.

–Ahora –continuó Ralf, tomando una silla y sentándose–, tenemos que ver en qué puedes colaborar. Aquí todos aportan, incluso los que llegan medio… desmemoriados. 

Amaris medio sonrió con su comentario. 

–Supongo que se cocinar y todo lo que tiene que ver con una casa. 

–¿Quieres ayudar en la cocina?  –Ralf se quedó en silencio un momento. Por sus ojos Amaris se dió cuenta que estaba hablando con alguien, después de unos segundo volvió a hablar.

–Tú rostro me dice otra cosa, no quiere ni ver una cocina. Así que cocina no. Descartada. –Ralf cruzó una pierna sobre la otra–. El Alfa Elliot quiere que trabajes directamente en la casa de la manada con él. Archivando, clasificando documentos, ayudando con inventarios. Ya sabes… cosas aburridas que nadie quiere hacer. 

–Pero… él no confía en mí. –Amaris recordó el día anterior cuando este le dijo que no le creía nada. 

–Y por eso mismo te quiere cerca.

–¿Para vigilarme? 

–Exacto –respondió él sin rodeos–. Cree que así es más fácil saber qué haces, qué escuchas, qué miras. 

–¿Y tú qué opinas? –preguntó ella, con un poco de reto en su voz. 

Ralf se encogió de hombros. 

–Yo opino que si estás escondiendo algo, Elliot te va a descubrir tarde o temprano. Y si no lo estás… bueno, ahí veremos qué pasará. 

Trabajar con el Alfa. Ella ya había decidido no involucrar a Elliot en su venganza, pero… esta oportunidad era demasiado buena para dejarla pasar. 

–Acepto –dijo finalmente. 

Ralf asintió, poniéndose de pie. 

–Entonces nos vemos esta tarde. Te acompaño a la cabaña, y mañana empiezas a trabajar. 

Ya en la puerta, se volvió con una media sonrisa. 

–Por cierto, te dejo una advertencia: Elliot no es paciente. Y no le gusta que le toquen los papeles sin permiso, así que cuida tus dedos. –Estaba listo para salir, pero la volvió a mirar como si recordara algo–.  ¿Ya recuerdas tú nombre? Porque no puedo seguir diciendo “chica misteriosa” cada vez que te vea. Queda raro en los informes.

Amaris lo miró fijamente. Sabía que era ahora o nunca. Podía seguir fingiendo… o empezar a tomar el control de su historia. Después de un pequeño silencio, habló con voz firme. 

–Amaris.

Ralf arqueó una ceja, como si lo probara mentalmente. 

–¿Amaris… algo?

–Solo Amaris –dijo ella, alzando el mentón–. Por ahora. 

Una chispa divertida cruzó los ojos del beta, pero no insistió.

–Está bien, Amaris-sin-apellido. Es un buen comienzo. Te veo en la tarde. 

Y esta vez, se fue en serio. 

Cuando la puerta se cerró, Amaris se quedó sola con el eco de su propio nombre. Uno que aún le pertenecía… aunque todo lo demás hubiera sido arrancado.

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