Las palabras la golpearon con una fuerza que ninguna tormenta había logrado. El nombre no estaba firmado, pero no hacía falta. Había solo una persona que podía escribir algo así.—Renata… —susurró, dejando caer la tarjeta como si quemara sus dedos.Con manos temblorosas, abrió el elegante envoltorio, revelando una caja de madera tallada con intrincados diseños. Al levantar la tapa, su corazón se detuvo.Dentro, perfectamente colocada, había una fotografía antigua. Era de Dante, un bebé de apenas días, dormido en los brazos de Renata. Ella sonreía en la imagen, pero sus ojos reflejaban una mezcla de amor y tristeza que Vittoria recordaba demasiado bien.—Esto… no es posible… —murmuró Vittoria, llevándose una mano al pecho mientras su mente retrocedía a ese día.El día en que, usando su poder, había obligado a una Renata frágil y debilitada a firmar los documentos que la despojaron de cualquier derecho sobre su hijo. La joven se había resistido a pesar de su debilidad, pero Vittoria usó
La imponente oficina de Ángelo Bellucci estaba cargada de una tensión sofocante. Los documentos desordenados sobre el escritorio de madera oscura contaban una historia de caos: informes financieros con números en rojo, cartas de socios preocupados, y una notificación oficial de suspensión por parte del gobierno debido a irregularidades ambientales en el proyecto Bellucci Heights.Ángelo tamborileaba con los dedos sobre la superficie del escritorio, su mirada fija en los ventanales. Desde allí, las torres incompletas del proyecto se alzaban como un recordatorio de su fracaso. Había apostado todo en esa construcción: su tiempo, su reputación, su dinero. Ahora, todo se estaba desmoronando.El sonido del teléfono rompió el silencio. Contestó rápidamente, con un tono cortante.—¿Qué pasa?Era su asistente, con voz nerviosa.—Señor Bellucci, el grupo ambientalista ha convocado otra protesta en la entrada del sitio. La prensa ya está allí.Ángelo cerró los ojos, apretando el puente de su nar
Renata estaba revisando un contrato en su escritorio cuando Doménico entró a la habitación con pasos firmes. Su expresión lo decía todo. Ella levantó la mirada de los papeles y dejó la pluma que tenía en la mano, cruzando los brazos mientras esperaba que hablara.—Dime —ordenó con un tono que no admitía rodeos.Doménico dejó una carpeta sobre la mesa frente a ella.—Los Bellucci están acabados —anunció, con una mezcla de respeto y cautela—. Bellucci Heights está muerto. Los inversores se retiraron, la prensa los está devorando, y las deudas son insostenibles.Renata se recostó en la silla, observándolo con una ligera sonrisa en los labios.—¿Y cómo están ellos? —preguntó, su voz tranquila pero cargada de interés.—Ángelo está devastado. Admitió que tendrán que venderlo todo para intentar sobrevivir: propiedades, acciones, joyas. Vittoria, según mis contactos, ha tenido una crisis nerviosa. Está en estado crítico.Renata soltó una suave carcajada, irónica, y asintió despacio.—Al final
La lluvia comenzó a golpear los ventanales del apartamento, llenando el silencio con un murmullo constante. Ángelo estaba sentado en el borde del sofá, con los codos apoyados en las rodillas y las manos cubriendo su rostro. La carpeta con el expediente de Renata estaba abierta sobre la mesa frente a él, como un recordatorio cruel de todo lo que había fallado.Marisol lo observaba desde el otro extremo de la habitación. Había intentado darle espacio para que procesara lo que acababa de descubrir, pero verlo así, completamente roto, le desgarraba algo en el pecho.Finalmente, se acercó y se sentó a su lado, sin decir una palabra. Colocó una mano suave pero firme sobre su hombro.—Ángelo… —murmuró, su voz llena de una mezcla de compasión y fuerza.Él no respondió al principio. Su cuerpo temblaba ligeramente, y cuando finalmente levantó la cabeza, sus ojos estaban enrojecidos, con lágrimas aun corriendo por su rostro.—La destruí, Marisol —dijo, con la voz rota, apenas un susurro—. Todo e
Ángelo salió de su habitación luciendo más compuesto. Su cabello estaba húmedo tras una larga ducha, y llevaba una camisa perfectamente planchada. Pero aunque su exterior parecía ordenado, en su interior todavía había un torbellino de emociones que lo mantenía al borde del colapso.Caminó hacia el cuarto de juegos donde Dante y Chiara solían pasar el tiempo. Al llegar, los encontró riendo mientras jugaban con bloques y figuras de acción. La imagen lo golpeó con una mezcla de ternura y dolor.Dante lo vio primero y sonrió ampliamente.—¡Papá! —gritó, corriendo hacia él con los brazos abiertos.Ángelo lo levantó en un abrazo, apretándolo contra su pecho.—Hola, campeón —murmuró.Chiara también lo miró con una sonrisa tímida, acercándose a él con su muñeca favorita en la mano. Ángelo se agachó para abrazarla, sintiendo cómo ambos niños lo llenaban con una calidez que no merecía, pero que estaba decidido a proteger.—¿Qué les parece si salimos? —preguntó Ángelo, forzando una sonrisa—. Pod
Gertrudis entró rápidamente al salón al escuchar los gritos. Al ver a Vittoria desmayada en el suelo, no perdió tiempo en ayudarla.—Señora Vittoria, respire hondo —dijo Gertrudis, sosteniéndola mientras intentaba hacer que recobrara la conciencia.Ángelo, todavía inmóvil en medio de la sala, apretaba los puños, luchando por mantener el control. Su mirada permanecía fija en Beatrice y Carla, que se mantenían a unos pasos de distancia, intercambiando miradas de complicidad y determinación.Finalmente, Vittoria abrió los ojos lentamente, dejando escapar un gemido mientras Gertrudis la ayudaba a sentarse en un sillón cercano.—No se preocupe, Gertrudis —dijo Ángelo con voz tensa pero controlada—. Mi madre estará bien.Luego, volvió su atención hacia Beatrice y Carla, clavando en ellas una mirada que las hizo estremecerse.—No se llevan a Chiara —ordenó con un tono firme, definitivo—. Hasta que no se compruebe que no es mi hija, no voy a permitir que salga de esta casa.Carla cruzó los br
El restaurante era elegante y tranquilo, con luces cálidas que creaban un ambiente acogedor. Renata estaba sentada frente a Doménico en una mesa junto a un ventanal, disfrutando de una cena tranquila. Habían pedido una selección de platos italianos exquisitos, y la conversación fluía fácilmente entre ellos.Renata sonrió mientras Doménico hacía un comentario ingenioso sobre la gala a la cual habían asistido esa noche, y por primera vez en mucho tiempo, se sentía relajada.Sin embargo, cuando su teléfono comenzó a vibrar sobre la mesa, su sonrisa desapareció. Al ver el nombre de Gertrudis en la pantalla, su corazón se aceleró.—Es tarde para que me llame —dijo Renata, frunciendo el ceño mientras deslizaba el dedo para contestar.—Señora Renata —respondió Gertrudis al otro lado de la línea, con un tono apresurado—. Ha pasado algo terrible.El miedo se apoderó de Renata de inmediato.—¿Mi hijo? —preguntó, sintiendo el corazón acelerado.—No, el niño está bien —respondió Gertrudis rápidam
Días después una inesperada invitación llegó a la mansión Bellucci en un sobre blanco con relieves dorados. Gertrudis lo entregó a Vittoria durante el desayuno, colocándolo cuidadosamente junto a su taza de café.—¿Qué es esto? —preguntó Vittoria, tomando el sobre con curiosidad.Ángelo, sentado al otro extremo de la mesa, no levantó la vista de su plato. No tenía interés en lo que consideraba trivialidades sociales, pero cuando su madre abrió el sobre y comenzó a leer, el tono en la habitación cambió.—Es una invitación —avisó Vittoria, con un tono cargado de sorpresa—. Para la inauguración de un nuevo proyecto inmobiliario. Viene de una empresa extranjera, Nova Terra Developments.Ángelo alzó la vista, frunciendo el ceño.—¿Nova Terra? ¿Quiénes son? —preguntó, con desconfianza.—No tengo idea —respondió Vittoria, examinando la tarjeta—. Pero parece ser un evento importante. Prometen que el proyecto será uno de los desarrollos más exclusivos del país.Ángelo tomó la tarjeta y la leyó