Ángelo salió de su habitación luciendo más compuesto. Su cabello estaba húmedo tras una larga ducha, y llevaba una camisa perfectamente planchada. Pero aunque su exterior parecía ordenado, en su interior todavía había un torbellino de emociones que lo mantenía al borde del colapso.Caminó hacia el cuarto de juegos donde Dante y Chiara solían pasar el tiempo. Al llegar, los encontró riendo mientras jugaban con bloques y figuras de acción. La imagen lo golpeó con una mezcla de ternura y dolor.Dante lo vio primero y sonrió ampliamente.—¡Papá! —gritó, corriendo hacia él con los brazos abiertos.Ángelo lo levantó en un abrazo, apretándolo contra su pecho.—Hola, campeón —murmuró.Chiara también lo miró con una sonrisa tímida, acercándose a él con su muñeca favorita en la mano. Ángelo se agachó para abrazarla, sintiendo cómo ambos niños lo llenaban con una calidez que no merecía, pero que estaba decidido a proteger.—¿Qué les parece si salimos? —preguntó Ángelo, forzando una sonrisa—. Pod
Gertrudis entró rápidamente al salón al escuchar los gritos. Al ver a Vittoria desmayada en el suelo, no perdió tiempo en ayudarla.—Señora Vittoria, respire hondo —dijo Gertrudis, sosteniéndola mientras intentaba hacer que recobrara la conciencia.Ángelo, todavía inmóvil en medio de la sala, apretaba los puños, luchando por mantener el control. Su mirada permanecía fija en Beatrice y Carla, que se mantenían a unos pasos de distancia, intercambiando miradas de complicidad y determinación.Finalmente, Vittoria abrió los ojos lentamente, dejando escapar un gemido mientras Gertrudis la ayudaba a sentarse en un sillón cercano.—No se preocupe, Gertrudis —dijo Ángelo con voz tensa pero controlada—. Mi madre estará bien.Luego, volvió su atención hacia Beatrice y Carla, clavando en ellas una mirada que las hizo estremecerse.—No se llevan a Chiara —ordenó con un tono firme, definitivo—. Hasta que no se compruebe que no es mi hija, no voy a permitir que salga de esta casa.Carla cruzó los br
El restaurante era elegante y tranquilo, con luces cálidas que creaban un ambiente acogedor. Renata estaba sentada frente a Doménico en una mesa junto a un ventanal, disfrutando de una cena tranquila. Habían pedido una selección de platos italianos exquisitos, y la conversación fluía fácilmente entre ellos.Renata sonrió mientras Doménico hacía un comentario ingenioso sobre la gala a la cual habían asistido esa noche, y por primera vez en mucho tiempo, se sentía relajada.Sin embargo, cuando su teléfono comenzó a vibrar sobre la mesa, su sonrisa desapareció. Al ver el nombre de Gertrudis en la pantalla, su corazón se aceleró.—Es tarde para que me llame —dijo Renata, frunciendo el ceño mientras deslizaba el dedo para contestar.—Señora Renata —respondió Gertrudis al otro lado de la línea, con un tono apresurado—. Ha pasado algo terrible.El miedo se apoderó de Renata de inmediato.—¿Mi hijo? —preguntó, sintiendo el corazón acelerado.—No, el niño está bien —respondió Gertrudis rápidam
Días después una inesperada invitación llegó a la mansión Bellucci en un sobre blanco con relieves dorados. Gertrudis lo entregó a Vittoria durante el desayuno, colocándolo cuidadosamente junto a su taza de café.—¿Qué es esto? —preguntó Vittoria, tomando el sobre con curiosidad.Ángelo, sentado al otro extremo de la mesa, no levantó la vista de su plato. No tenía interés en lo que consideraba trivialidades sociales, pero cuando su madre abrió el sobre y comenzó a leer, el tono en la habitación cambió.—Es una invitación —avisó Vittoria, con un tono cargado de sorpresa—. Para la inauguración de un nuevo proyecto inmobiliario. Viene de una empresa extranjera, Nova Terra Developments.Ángelo alzó la vista, frunciendo el ceño.—¿Nova Terra? ¿Quiénes son? —preguntó, con desconfianza.—No tengo idea —respondió Vittoria, examinando la tarjeta—. Pero parece ser un evento importante. Prometen que el proyecto será uno de los desarrollos más exclusivos del país.Ángelo tomó la tarjeta y la leyó
El murmullo en el salón era intenso, una mezcla de sorpresa y curiosidad que llenaba cada rincón. Todo quedó en silencio cuando varios guardias de seguridad, vestidos con trajes oscuros, comenzaron a moverse. Se colocaron estratégicamente detrás de los Bellucci, Carla y Beatrice.—¿Qué significa esto? —murmuró Vittoria, con su tono frío, aunque con un rastro evidente de nerviosismo.Ángelo no dijo nada. Su mirada seguía fija en el escenario, mientras su cuerpo permanecía tenso, como si se preparara para un golpe inminente.Las luces del salón se atenuaron, y todos los ojos se dirigieron al escenario. Una figura femenina apareció al fondo, caminando con una elegancia imponente.Renata llevaba un vestido de seda color esmeralda que abrazaba su figura con perfección. Su cabello castaño claro, ahora suelto y natural, caía en ondas suaves sobre sus hombros. Sus ojos verdes brillaban bajo la luz, libres de los lentes de contacto oscuros que habían ocultado su identidad como Elise. Cada pas
La sala quedó en completo silencio, roto solo por el sonido de los murmullos de los invitados. Vittoria parecía a punto de desmayarse, mientras Beatrice apretaba los labios, incapaz de articular palabra.Ángelo, por su parte, sintió que el mundo se le desmoronaba. Giró hacia Vittoria, y en su mirada no había más que desprecio y un odio que nunca antes había sentido hacia ella.—¿Tú hiciste esto? —preguntó, con su voz quebrada pero llena de rabia.Vittoria lo miró, pero no dijo nada.—¡Tú lo sabías! ¡Tú lo planeaste todo! —gritó, incapaz de contenerse más.Renata lo observó desde el escenario, con su mirada fría e impenetrable. Ángelo se volvió hacia ella, pero las palabras murieron en su garganta. Las lágrimas seguían cayendo, y la culpa lo devoraba desde dentro.Renata dio un paso hacia adelante, dejando que el peso de sus palabras cayera sobre todos los presentes.—Esta noche no es solo sobre un proyecto. Es sobre la verdad. Y esta verdad, Bellucci, los perseguirá hasta su último al
Renata lo miró finalmente, y sus ojos verdes estaban llenos de una mezcla de dolor y rabia.—No tenemos nada que hablar. Yo soy una loca para ti, ¿no? Y tal vez lo esté ahora, porque después de lo que ustedes me hicieron, es difícil recuperar la cordura.El silencio entre ellos era insoportable. Finalmente, Renata volvió a hablar, su voz más suave pero no menos firme.—Yo solo quiero a mi hijo.Ángelo respiró profundamente, dejando que el aire llenara sus pulmones como si fuera su última bocanada antes de hundirse. Pero esta vez, no podía simplemente ceder.—Tienes derecho, Renata. Pero yo también.Renata frunció el ceño, claramente sorprendida por su respuesta.—¿Qué estás diciendo?Ángelo dio un paso hacia ella, con los ojos brillando de una mezcla de dolor y determinación.—Estoy diciendo que no voy a renunciar a Dante. Es mi hijo, Renata. Yo he estado ahí para él desde el primer día, cuidándolo, amándolo, viéndolo crecer. Y aunque sé que lo que te hicimos fue imperdonable, eso no
La sala de visitas de la prisión era fría, con paredes grises y una mesa de metal en el centro. Ángelo se sentó en una de las sillas, con los codos apoyados en la mesa y las manos entrelazadas frente a su rostro. Había pasado horas preparando lo que diría, pero ahora que estaba allí, con la puerta de acero al otro lado de la habitación, su mente era un caos.Cuando finalmente la puerta se abrió, Vittoria apareció escoltada por un guardia. Su elegancia habitual había desaparecido. Llevaba un uniforme gris que no hacía nada por su figura, y su cabello, antes perfectamente arreglado, estaba recogido en un moño desordenado. Pero lo que más llamó la atención de Ángelo fue la mirada en sus ojos: fría, pero con un destello de fragilidad que nunca antes había visto en ella.—Ángelo, querido —dijo Vittoria con un tono forzado mientras se sentaba frente a él—. ¿Vienes a sacarme de este lugar?Ángelo dejó escapar una risa amarga, sacudiendo la cabeza.—No estoy aquí para sacarte, mamá. Estoy aqu