El área de visitas en la prisión estaba llena de un silencio incómodo, roto solo por los murmullos de otras conversaciones. Beatrice estaba sentada frente a la mesa, con las manos entrelazadas y temblorosas. Su cabello, antes siempre impecable, estaba despeinado, y sus ojos mostraban el cansancio de varias noches sin dormir.Cuando Carla apareció, escoltada por un guardia, Beatrice se levantó de inmediato, sus ojos estaban llenos de lágrimas contenidas.—¡Mamá! —susurró, corriendo hacia ella.Carla la miró con una mezcla de preocupación y exasperación mientras se sentaba en la silla frente a su hija.—Siéntate, Beatrice. Por favor, no hagas un espectáculo.Beatrice obedeció, pero su cuerpo temblaba mientras hablaba rápidamente, con su voz llena de desesperación.—Mamá, no tengo a dónde ir. La estúpida de Renata me echó de la casa… nuestra casa. ¡Me dejó en la calle! ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo voy a recuperar a mi hija? ¿De qué voy a vivir?Carla dejó escapar un suspiro pesado, llevándos
Ángelo giró la cabeza hacia ella, separándose de Marisol casi de inmediato, pero su postura seguía cansada, derrotada.—Renata… —murmuró, sin saber cómo continuar.Marisol lo miró, luego a Renata, y se limpió rápidamente las lágrimas con el dorso de la mano.—Disculpa. No quise interrumpir. Yo… ya me iba. —Se acercó a Ángelo lo besó en la mejilla—, no le digas quién soy —solicitó al oído de él.Ángelo asintió.—Cuídate —le dijo.—Hasta luego señora —se despidió Marisol.Renata no respondió, pero sus ojos siguieron a Marisol mientras pasaba junto a ella, sus pasos apresurados dejando claro que prefería evitar cualquier interacción.Cuando la puerta se cerró detrás de Marisol, Renata volvió su atención a Ángelo.—Parece que ya le conseguiste reemplazo a Beatrice —comentó Renata, con un tono que intentaba sonar indiferente, pero que llevaba un filo evidente—. Eres rápido para cambiar de esposas.Ángelo levantó la vista hacia ella, sorprendido por sus palabras, pero luego inclinó ligerame
El jardín de la mansión Bellucci estaba bañado por la cálida luz de la tarde. Renata estaba sentada en una pequeña mesa de madera, observando a Dante y Chiara pintar con entusiasmo. Los niños reían mientras mezclaban colores, creando trazos improvisados en sus hojas. Renata no podía dejar de sonreír. Por momentos, todo su dolor parecía desvanecerse al ver la felicidad en el rostro de Dante.—¡Mire, señora Elise! —exclamó Dante, mostrándole un dibujo con líneas torpes pero llenas de color—. Es un dragón.—Es el dragón más impresionante que he visto, —respondió Renata con sinceridad, inclinándose hacia él para observarlo más de cerca—, pero no quiero que me digan señora Elise, no me gusta ese nombre, me gusta más Renata.Dante frunció el ceño, y la observó con seriedad.—¿Cómo mi mamá?Renata tragó saliva, lo miró con calidez.—Sí, como tu mamá. —Los labios le temblaron—, yo me llamo Elise Renata y me gusta más mi segundo nombre, pero sí no te gusta que use el nombre de tu mamá… lo enti
Renata vio rojo. Sin pensarlo dos veces, cruzó el jardín y agarró a Beatrice por el cabello, tirándola hacia atrás con fuerza.—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —le gritó Renata, su voz resonó con una furia que llenó el jardín. —¡Tú no tienes derecho a tocar a mi hijo! —vociferó, abofeteándola con un golpe tan fuerte que resonó en el aire.Beatrice intentó defenderse, levantando una mano para devolverle el golpe.—¡Maldita loca! —gritó.Pero Renata no le dio oportunidad. Con una fuerza que venía de años de dolor y frustración acumulados, la empujó con tal fuerza que Beatrice tropezó hacia atrás, chocando contra una de las mesas del jardín. Los crayones y dibujos cayeron al suelo mientras Beatrice trastabillaba y, finalmente, perdía el equilibrio, cayendo pesadamente en un charco de fango.Beatrice gritó de frustración mientras intentaba levantarse, sus manos cubiertas de barro.—¡Eres una desgraciada! —vociferó, pataleando torpemente mientras su vestido quedaba completamente ar
Renata parpadeó varias veces, como si intentara procesar lo que acababa de escuchar. Su corazón latía con fuerza, pero no por la emoción de seguir siendo la esposa de Ángelo, sino por la sospecha que empezaba a formarse en su mente.—¿Qué estás diciendo? —preguntó, con un tono de incredulidad que rápidamente se convirtió en desconfianza—. ¿Esto es alguna clase de trampa?Ángelo la miró directamente, su expresión tranquila pero decidida.—No es una trampa, Renata —respondió con firmeza—. Es la verdad. Los abogados han revisado todo. Ese divorcio nunca tuvo validez porque tú no estabas en tus cinco sentidos cuando lo firmaste.Renata cruzó los brazos, intentando controlar las emociones que la invadían.—¿Y qué ganas con esto? —espetó, con la mirada afilada—. ¿Crees que me voy a quedar contigo solo porque la ley dice que todavía soy tu esposa?Ángelo dejó escapar un suspiro, aunque su mirada no flaqueó.—No estoy buscando eso, Renata. Lo único que quiero es que sepas que, legalmente, Dan
Renata entró a la sala con pasos lentos, aún con la respiración agitada por lo ocurrido en el jardín. Su mirada buscó a los niños, y los encontró acurrucados en un rincón del sofá, abrazados. Gertrudis estaba junto a ellos, intentando calmarlos, pero al verla entrar, Chiara se escondió detrás de Dante, mirando a Renata con ojos llenos de miedo.—¡Tú le pegaste a mi mamá! —gritó Chiara, con su vocecita cargada de indignación y temor—. ¡No tenías derecho!Renata sintió que algo en su interior se rompía al escuchar esas palabras. Abrió la boca para responder, pero fue interrumpida por Dante, que también parecía asustado.—Tengo miedo, —murmuró el niño, con lágrimas acumulándose en sus ojos—. No me gustan las peleas.Renata avanzó un par de pasos hacia ellos, pero el movimiento hizo que Chiara se escondiera aún más detrás de Dante, quien retrocedió ligeramente en el sofá.—No tengan miedo de mí, por favor —suplicó Renata, con la voz quebrándose mientras se arrodillaba frente a ellos—. Yo…
Renata lo miró por un instante, dubitativa, antes de aceptar su mano. La calidez de su toque y la tranquilidad en sus palabras lograron calmar el nudo en su pecho. Se levantó con su ayuda y ambos caminaron juntos hacia el comedor.Los niños estaban sentados a la mesa, moviéndose ansiosos en sus sillas mientras olían el delicioso aroma de las pizzas recién horneadas. Chiara fue la primera en hablar.—¡Qué bueno que no comimos hoy las verduras que siempre nos exige la abuela! —exclamó, haciendo un puchero.Renata se sentó junto a Dante, esbozando una sonrisa.—Las verduras son saludables, Chiara —respondió con suavidad—. Te ayudarán a crecer grande y fuerte. Pero, de vez en cuando, no hace mal comer una pizza, ¿cierto, Dante?Dante, que ya estaba saboreando su porción con entusiasmo, levantó la vista con la boca manchada de salsa de tomate. Renata soltó una risa suave mientras tomaba una servilleta y se inclinaba hacia él para limpiarlo.—¿No me vas a hablar por ensuciarme? —preguntó Da
Al día siguiente, Renata y Doménico estaban sentados en la elegante sala de reuniones de la oficina de los abogados. Renata mantenía una postura rígida, con las manos entrelazadas sobre la mesa y la mirada fija en un punto indefinido. Doménico, por otro lado, estaba visiblemente tenso, tamborileando los dedos sobre el brazo de su silla mientras esperaba impaciente.El abogado principal, un hombre de cabello canoso y expresión seria, abrió una carpeta con los documentos que habían recibido.—Hemos revisado los antecedentes que nos proporcionaron, incluidos los papeles de divorcio y la renuncia de derechos sobre el niño. Lamentablemente, debo confirmar que ambos documentos son inválidosRenata levantó la vista, con sus labios ligeramente entreabiertos mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar.—¿Por qué son inválidos? —preguntó, con un tono que oscilaba entre la sorpresa y la cautela.El abogado ajustó sus gafas, adoptando un tono profesional.—Los documentos fueron firmados