Renata vio rojo. Sin pensarlo dos veces, cruzó el jardín y agarró a Beatrice por el cabello, tirándola hacia atrás con fuerza.—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —le gritó Renata, su voz resonó con una furia que llenó el jardín. —¡Tú no tienes derecho a tocar a mi hijo! —vociferó, abofeteándola con un golpe tan fuerte que resonó en el aire.Beatrice intentó defenderse, levantando una mano para devolverle el golpe.—¡Maldita loca! —gritó.Pero Renata no le dio oportunidad. Con una fuerza que venía de años de dolor y frustración acumulados, la empujó con tal fuerza que Beatrice tropezó hacia atrás, chocando contra una de las mesas del jardín. Los crayones y dibujos cayeron al suelo mientras Beatrice trastabillaba y, finalmente, perdía el equilibrio, cayendo pesadamente en un charco de fango.Beatrice gritó de frustración mientras intentaba levantarse, sus manos cubiertas de barro.—¡Eres una desgraciada! —vociferó, pataleando torpemente mientras su vestido quedaba completamente ar
Renata parpadeó varias veces, como si intentara procesar lo que acababa de escuchar. Su corazón latía con fuerza, pero no por la emoción de seguir siendo la esposa de Ángelo, sino por la sospecha que empezaba a formarse en su mente.—¿Qué estás diciendo? —preguntó, con un tono de incredulidad que rápidamente se convirtió en desconfianza—. ¿Esto es alguna clase de trampa?Ángelo la miró directamente, su expresión tranquila pero decidida.—No es una trampa, Renata —respondió con firmeza—. Es la verdad. Los abogados han revisado todo. Ese divorcio nunca tuvo validez porque tú no estabas en tus cinco sentidos cuando lo firmaste.Renata cruzó los brazos, intentando controlar las emociones que la invadían.—¿Y qué ganas con esto? —espetó, con la mirada afilada—. ¿Crees que me voy a quedar contigo solo porque la ley dice que todavía soy tu esposa?Ángelo dejó escapar un suspiro, aunque su mirada no flaqueó.—No estoy buscando eso, Renata. Lo único que quiero es que sepas que, legalmente, Dan
Renata entró a la sala con pasos lentos, aún con la respiración agitada por lo ocurrido en el jardín. Su mirada buscó a los niños, y los encontró acurrucados en un rincón del sofá, abrazados. Gertrudis estaba junto a ellos, intentando calmarlos, pero al verla entrar, Chiara se escondió detrás de Dante, mirando a Renata con ojos llenos de miedo.—¡Tú le pegaste a mi mamá! —gritó Chiara, con su vocecita cargada de indignación y temor—. ¡No tenías derecho!Renata sintió que algo en su interior se rompía al escuchar esas palabras. Abrió la boca para responder, pero fue interrumpida por Dante, que también parecía asustado.—Tengo miedo, —murmuró el niño, con lágrimas acumulándose en sus ojos—. No me gustan las peleas.Renata avanzó un par de pasos hacia ellos, pero el movimiento hizo que Chiara se escondiera aún más detrás de Dante, quien retrocedió ligeramente en el sofá.—No tengan miedo de mí, por favor —suplicó Renata, con la voz quebrándose mientras se arrodillaba frente a ellos—. Yo…
Renata lo miró por un instante, dubitativa, antes de aceptar su mano. La calidez de su toque y la tranquilidad en sus palabras lograron calmar el nudo en su pecho. Se levantó con su ayuda y ambos caminaron juntos hacia el comedor.Los niños estaban sentados a la mesa, moviéndose ansiosos en sus sillas mientras olían el delicioso aroma de las pizzas recién horneadas. Chiara fue la primera en hablar.—¡Qué bueno que no comimos hoy las verduras que siempre nos exige la abuela! —exclamó, haciendo un puchero.Renata se sentó junto a Dante, esbozando una sonrisa.—Las verduras son saludables, Chiara —respondió con suavidad—. Te ayudarán a crecer grande y fuerte. Pero, de vez en cuando, no hace mal comer una pizza, ¿cierto, Dante?Dante, que ya estaba saboreando su porción con entusiasmo, levantó la vista con la boca manchada de salsa de tomate. Renata soltó una risa suave mientras tomaba una servilleta y se inclinaba hacia él para limpiarlo.—¿No me vas a hablar por ensuciarme? —preguntó Da
Al día siguiente, Renata y Doménico estaban sentados en la elegante sala de reuniones de la oficina de los abogados. Renata mantenía una postura rígida, con las manos entrelazadas sobre la mesa y la mirada fija en un punto indefinido. Doménico, por otro lado, estaba visiblemente tenso, tamborileando los dedos sobre el brazo de su silla mientras esperaba impaciente.El abogado principal, un hombre de cabello canoso y expresión seria, abrió una carpeta con los documentos que habían recibido.—Hemos revisado los antecedentes que nos proporcionaron, incluidos los papeles de divorcio y la renuncia de derechos sobre el niño. Lamentablemente, debo confirmar que ambos documentos son inválidosRenata levantó la vista, con sus labios ligeramente entreabiertos mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar.—¿Por qué son inválidos? —preguntó, con un tono que oscilaba entre la sorpresa y la cautela.El abogado ajustó sus gafas, adoptando un tono profesional.—Los documentos fueron firmados
Renata lo miró con el ceño fruncido.—¿Qué estás diciendo?Ángelo inclinó ligeramente la cabeza, su mirada se clavó en la de ella.—Ayer vi tus ojos llenos de tristeza cuando te despediste de Dante —mencionó con suavidad—. Esta es tu casa, Renata.Renata alzó una mano, interrumpiéndolo.—¿Estás diciendo que quieres que volvamos a vivir juntos?Ángelo dejó escapar una risa suave, negando con la cabeza.—Me encantaría, —admitió, con una honestidad desarmante—. Pero no. Pienso darte tu espacio.Renata lo miró con confusión, sus labios entreabiertos mientras intentaba procesar sus palabras.—¿Qué significa eso?—Significa que yo soy el que se va —avisó con una calma que la dejó sin palabras—. Ven, quédate con Dante. Tu presencia le hace bien. Yo estoy buscando un lugar para mudarme. Quiero que estés tranquila, y deseo que estés con él, sé que el tiempo no se recupera, pero estando a su lado, puedes ganarte su cariño.Renata no pudo evitar que una chispa de sorpresa se reflejara en su rostr
Renata intentó apartarse después del beso, pero el calor que aún sentía en sus labios, la cercanía de Ángelo y la intensidad de sus ojos hicieron que sus piernas se quedaran ancladas en el suelo. Ángelo, consciente de su vacilación, dio un paso más cerca, sosteniendo suavemente su rostro entre sus manos.—Renata —susurró—. Sé que no puedes olvidarlo. Yo tampoco puedo.—Ángelo… no deberíamos… —murmuró ella, pero su voz sonaba débil.Él no esperó más. Se inclinó de nuevo y la besó, esta vez con más intensidad, dejando salir todo lo que había contenido durante años. Renata, a pesar de su resistencia inicial, cerró los ojos y se permitió corresponder. Fue un beso cargado de emociones: amor, dolor, añoranza, pero también una chispa de lo que alguna vez compartieron.De pronto, un grito rompió la burbuja en la que estaban.—¡Así los quería encontrar, malditos!Renata y Ángelo se separaron de golpe, girándose hacia la voz. Ahí, de pie bajo la luz tenue del atardecer, estaba Doménico. Su rostr
Renata permanecía arrodillada en el suelo, abrazando el cuerpo inerte de Ángelo con desesperación, como si al apretarlo contra sí pudiera devolverle la vida. Sus lágrimas brotaban sin control, cayendo sobre el rostro pálido de aquel que alguna vez había sido su refugio, su tormento, su amor. La sangre que manchaba su pecho se extendía lentamente, pero Renata no podía soltarlo. No podía aceptar que cada segundo que pasaba lo alejaba más de ella.—¡No, no, no! —susurró primero, pero luego su voz se alzó en un grito desgarrador—. ¡Esto no está pasando! ¡No puedes dejarme, Ángelo, no puedes!Su cuerpo temblaba violentamente, sacudido por sollozos que parecían arrancarle el alma. La imagen de sus últimos momentos, de sus últimas palabras, se repetía en su mente como un eco cruel, una tortura infinita. Apretó con más fuerza el cuerpo frío de Ángelo, como si al hacerlo pudiera anclarlo al mundo, evitar que se deslizara hacia el abismo del que ya no regresaría.—¡No me dejes, por favor! —grit