Renata lo miró por un instante, dubitativa, antes de aceptar su mano. La calidez de su toque y la tranquilidad en sus palabras lograron calmar el nudo en su pecho. Se levantó con su ayuda y ambos caminaron juntos hacia el comedor.Los niños estaban sentados a la mesa, moviéndose ansiosos en sus sillas mientras olían el delicioso aroma de las pizzas recién horneadas. Chiara fue la primera en hablar.—¡Qué bueno que no comimos hoy las verduras que siempre nos exige la abuela! —exclamó, haciendo un puchero.Renata se sentó junto a Dante, esbozando una sonrisa.—Las verduras son saludables, Chiara —respondió con suavidad—. Te ayudarán a crecer grande y fuerte. Pero, de vez en cuando, no hace mal comer una pizza, ¿cierto, Dante?Dante, que ya estaba saboreando su porción con entusiasmo, levantó la vista con la boca manchada de salsa de tomate. Renata soltó una risa suave mientras tomaba una servilleta y se inclinaba hacia él para limpiarlo.—¿No me vas a hablar por ensuciarme? —preguntó Da
Al día siguiente, Renata y Doménico estaban sentados en la elegante sala de reuniones de la oficina de los abogados. Renata mantenía una postura rígida, con las manos entrelazadas sobre la mesa y la mirada fija en un punto indefinido. Doménico, por otro lado, estaba visiblemente tenso, tamborileando los dedos sobre el brazo de su silla mientras esperaba impaciente.El abogado principal, un hombre de cabello canoso y expresión seria, abrió una carpeta con los documentos que habían recibido.—Hemos revisado los antecedentes que nos proporcionaron, incluidos los papeles de divorcio y la renuncia de derechos sobre el niño. Lamentablemente, debo confirmar que ambos documentos son inválidosRenata levantó la vista, con sus labios ligeramente entreabiertos mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar.—¿Por qué son inválidos? —preguntó, con un tono que oscilaba entre la sorpresa y la cautela.El abogado ajustó sus gafas, adoptando un tono profesional.—Los documentos fueron firmados
Renata lo miró con el ceño fruncido.—¿Qué estás diciendo?Ángelo inclinó ligeramente la cabeza, su mirada se clavó en la de ella.—Ayer vi tus ojos llenos de tristeza cuando te despediste de Dante —mencionó con suavidad—. Esta es tu casa, Renata.Renata alzó una mano, interrumpiéndolo.—¿Estás diciendo que quieres que volvamos a vivir juntos?Ángelo dejó escapar una risa suave, negando con la cabeza.—Me encantaría, —admitió, con una honestidad desarmante—. Pero no. Pienso darte tu espacio.Renata lo miró con confusión, sus labios entreabiertos mientras intentaba procesar sus palabras.—¿Qué significa eso?—Significa que yo soy el que se va —avisó con una calma que la dejó sin palabras—. Ven, quédate con Dante. Tu presencia le hace bien. Yo estoy buscando un lugar para mudarme. Quiero que estés tranquila, y deseo que estés con él, sé que el tiempo no se recupera, pero estando a su lado, puedes ganarte su cariño.Renata no pudo evitar que una chispa de sorpresa se reflejara en su rostr
Renata intentó apartarse después del beso, pero el calor que aún sentía en sus labios, la cercanía de Ángelo y la intensidad de sus ojos hicieron que sus piernas se quedaran ancladas en el suelo. Ángelo, consciente de su vacilación, dio un paso más cerca, sosteniendo suavemente su rostro entre sus manos.—Renata —susurró—. Sé que no puedes olvidarlo. Yo tampoco puedo.—Ángelo… no deberíamos… —murmuró ella, pero su voz sonaba débil.Él no esperó más. Se inclinó de nuevo y la besó, esta vez con más intensidad, dejando salir todo lo que había contenido durante años. Renata, a pesar de su resistencia inicial, cerró los ojos y se permitió corresponder. Fue un beso cargado de emociones: amor, dolor, añoranza, pero también una chispa de lo que alguna vez compartieron.De pronto, un grito rompió la burbuja en la que estaban.—¡Así los quería encontrar, malditos!Renata y Ángelo se separaron de golpe, girándose hacia la voz. Ahí, de pie bajo la luz tenue del atardecer, estaba Doménico. Su rostr
Renata permanecía arrodillada en el suelo, abrazando el cuerpo inerte de Ángelo con desesperación, como si al apretarlo contra sí pudiera devolverle la vida. Sus lágrimas brotaban sin control, cayendo sobre el rostro pálido de aquel que alguna vez había sido su refugio, su tormento, su amor. La sangre que manchaba su pecho se extendía lentamente, pero Renata no podía soltarlo. No podía aceptar que cada segundo que pasaba lo alejaba más de ella.—¡No, no, no! —susurró primero, pero luego su voz se alzó en un grito desgarrador—. ¡Esto no está pasando! ¡No puedes dejarme, Ángelo, no puedes!Su cuerpo temblaba violentamente, sacudido por sollozos que parecían arrancarle el alma. La imagen de sus últimos momentos, de sus últimas palabras, se repetía en su mente como un eco cruel, una tortura infinita. Apretó con más fuerza el cuerpo frío de Ángelo, como si al hacerlo pudiera anclarlo al mundo, evitar que se deslizara hacia el abismo del que ya no regresaría.—¡No me dejes, por favor! —grit
Renata se acercó lentamente, su rostro reflejaba compasión y dolor. Cuando Doménico la miró, sus ojos suplicaban un perdón que él mismo no sabía si merecía.—Doménico… —comenzó ella, su voz suave pero firme—. Necesitas ayuda. Estás enfermo. Esto no tiene justificación.Doménico sacudió la cabeza, como si intentara comprender sus propias acciones.—Yo… pensé que ibas a volver con él… pensé que todo esto… que todo lo que hice por ti no valía nada… —murmuró, su voz llena de desesperación.Renata negó con la cabeza, con los ojos enrojecidos.—No iba a volver con él. Ángelo nunca estuvo en mis planes, Doménico. Mi único propósito… mi única prioridad… es mi hijo. Nadie más. Pero tus celos… te cegaron. No podías ver la realidad.Doménico soltó un sollozo desgarrador mientras los policías lo escoltaban hacia una patrulla. Renata lo observó por un momento, sintiendo una punzada de culpa en el pecho. Ella sabía que, aunque lo que había hecho era imperdonable, Doménico había caído en este abismo
Marisol entrecerró los ojos, como si estuviera buscando un atisbo de mentira en las palabras de Renata. Pero Renata no se detuvo.—Estaba sola en la enfermería ese día, en medio del humo y del fuego. Apenas podía respirar, no sabía lo que estaba pasando. Salí de ahí como pude, tratando de salvar mi propia vida. No sé por qué tu hermana volvió a ese lugar, ni qué ocurrió después. Y no sé si ella murió allí o en otro lugar. No tengo idea.La voz de Renata tembló al final, pero no por miedo, sino por la mezcla de dolor y frustración que sentía. Recordar ese día era como revivir una pesadilla que nunca había logrado olvidar del todo.—¿Y Doménico? —preguntó Marisol con frialdad—. ¿Él tampoco tiene nada que ver?Renata negó con la cabeza rápidamente.—No. Doménico también es inocente en esto. Si hay alguien que debe responder por lo que ocurrió, ese es Marco Santori.Marisol parpadeó, su expresión cambió levemente al escuchar ese nombre.—¿Marco Santori? —repitió, como si tratara de conect
Marisol llegó al umbral de la puerta con una sensación de inquietud que no podía ignorar. Por un momento, sus dedos temblaron sobre la manija, dudando si debía entrar. Desde afuera, la luz tenue de la habitación ya le adelantaba lo que vería, pero nada podía prepararla para enfrentarlo.Con un suspiro, empujó la puerta y dio un paso adentro. La figura de Ángelo, inmóvil en la cama, la golpeó como un puñetazo en el pecho. No eran las máquinas ni los cables lo que la perturbaban, sino lo frágil que se veía. Ese hombre fuerte y seguro que conocía parecía ahora una sombra de sí mismo.Marisol avanzó hasta quedar junto a la cama, su mirada recorriendo el rostro pálido de Ángelo. Por un instante, quiso hablar, pero las palabras se quedaron atascadas en su garganta. En su mente, las preguntas sobre cómo había llegado a esto se mezclaban con el recuerdo de su hermana y las razones que la habían llevado a buscarlo en primer lugar.Apretó los labios, sus dedos rozaron la sábana junto a su mano