El murmullo en el salón era intenso, una mezcla de sorpresa y curiosidad que llenaba cada rincón. Todo quedó en silencio cuando varios guardias de seguridad, vestidos con trajes oscuros, comenzaron a moverse. Se colocaron estratégicamente detrás de los Bellucci, Carla y Beatrice.—¿Qué significa esto? —murmuró Vittoria, con su tono frío, aunque con un rastro evidente de nerviosismo.Ángelo no dijo nada. Su mirada seguía fija en el escenario, mientras su cuerpo permanecía tenso, como si se preparara para un golpe inminente.Las luces del salón se atenuaron, y todos los ojos se dirigieron al escenario. Una figura femenina apareció al fondo, caminando con una elegancia imponente.Renata llevaba un vestido de seda color esmeralda que abrazaba su figura con perfección. Su cabello castaño claro, ahora suelto y natural, caía en ondas suaves sobre sus hombros. Sus ojos verdes brillaban bajo la luz, libres de los lentes de contacto oscuros que habían ocultado su identidad como Elise. Cada pas
La sala quedó en completo silencio, roto solo por el sonido de los murmullos de los invitados. Vittoria parecía a punto de desmayarse, mientras Beatrice apretaba los labios, incapaz de articular palabra.Ángelo, por su parte, sintió que el mundo se le desmoronaba. Giró hacia Vittoria, y en su mirada no había más que desprecio y un odio que nunca antes había sentido hacia ella.—¿Tú hiciste esto? —preguntó, con su voz quebrada pero llena de rabia.Vittoria lo miró, pero no dijo nada.—¡Tú lo sabías! ¡Tú lo planeaste todo! —gritó, incapaz de contenerse más.Renata lo observó desde el escenario, con su mirada fría e impenetrable. Ángelo se volvió hacia ella, pero las palabras murieron en su garganta. Las lágrimas seguían cayendo, y la culpa lo devoraba desde dentro.Renata dio un paso hacia adelante, dejando que el peso de sus palabras cayera sobre todos los presentes.—Esta noche no es solo sobre un proyecto. Es sobre la verdad. Y esta verdad, Bellucci, los perseguirá hasta su último al
Renata lo miró finalmente, y sus ojos verdes estaban llenos de una mezcla de dolor y rabia.—No tenemos nada que hablar. Yo soy una loca para ti, ¿no? Y tal vez lo esté ahora, porque después de lo que ustedes me hicieron, es difícil recuperar la cordura.El silencio entre ellos era insoportable. Finalmente, Renata volvió a hablar, su voz más suave pero no menos firme.—Yo solo quiero a mi hijo.Ángelo respiró profundamente, dejando que el aire llenara sus pulmones como si fuera su última bocanada antes de hundirse. Pero esta vez, no podía simplemente ceder.—Tienes derecho, Renata. Pero yo también.Renata frunció el ceño, claramente sorprendida por su respuesta.—¿Qué estás diciendo?Ángelo dio un paso hacia ella, con los ojos brillando de una mezcla de dolor y determinación.—Estoy diciendo que no voy a renunciar a Dante. Es mi hijo, Renata. Yo he estado ahí para él desde el primer día, cuidándolo, amándolo, viéndolo crecer. Y aunque sé que lo que te hicimos fue imperdonable, eso no
La sala de visitas de la prisión era fría, con paredes grises y una mesa de metal en el centro. Ángelo se sentó en una de las sillas, con los codos apoyados en la mesa y las manos entrelazadas frente a su rostro. Había pasado horas preparando lo que diría, pero ahora que estaba allí, con la puerta de acero al otro lado de la habitación, su mente era un caos.Cuando finalmente la puerta se abrió, Vittoria apareció escoltada por un guardia. Su elegancia habitual había desaparecido. Llevaba un uniforme gris que no hacía nada por su figura, y su cabello, antes perfectamente arreglado, estaba recogido en un moño desordenado. Pero lo que más llamó la atención de Ángelo fue la mirada en sus ojos: fría, pero con un destello de fragilidad que nunca antes había visto en ella.—Ángelo, querido —dijo Vittoria con un tono forzado mientras se sentaba frente a él—. ¿Vienes a sacarme de este lugar?Ángelo dejó escapar una risa amarga, sacudiendo la cabeza.—No estoy aquí para sacarte, mamá. Estoy aqu
El área de visitas en la prisión estaba llena de un silencio incómodo, roto solo por los murmullos de otras conversaciones. Beatrice estaba sentada frente a la mesa, con las manos entrelazadas y temblorosas. Su cabello, antes siempre impecable, estaba despeinado, y sus ojos mostraban el cansancio de varias noches sin dormir.Cuando Carla apareció, escoltada por un guardia, Beatrice se levantó de inmediato, sus ojos estaban llenos de lágrimas contenidas.—¡Mamá! —susurró, corriendo hacia ella.Carla la miró con una mezcla de preocupación y exasperación mientras se sentaba en la silla frente a su hija.—Siéntate, Beatrice. Por favor, no hagas un espectáculo.Beatrice obedeció, pero su cuerpo temblaba mientras hablaba rápidamente, con su voz llena de desesperación.—Mamá, no tengo a dónde ir. La estúpida de Renata me echó de la casa… nuestra casa. ¡Me dejó en la calle! ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo voy a recuperar a mi hija? ¿De qué voy a vivir?Carla dejó escapar un suspiro pesado, llevándos
Ángelo giró la cabeza hacia ella, separándose de Marisol casi de inmediato, pero su postura seguía cansada, derrotada.—Renata… —murmuró, sin saber cómo continuar.Marisol lo miró, luego a Renata, y se limpió rápidamente las lágrimas con el dorso de la mano.—Disculpa. No quise interrumpir. Yo… ya me iba. —Se acercó a Ángelo lo besó en la mejilla—, no le digas quién soy —solicitó al oído de él.Ángelo asintió.—Cuídate —le dijo.—Hasta luego señora —se despidió Marisol.Renata no respondió, pero sus ojos siguieron a Marisol mientras pasaba junto a ella, sus pasos apresurados dejando claro que prefería evitar cualquier interacción.Cuando la puerta se cerró detrás de Marisol, Renata volvió su atención a Ángelo.—Parece que ya le conseguiste reemplazo a Beatrice —comentó Renata, con un tono que intentaba sonar indiferente, pero que llevaba un filo evidente—. Eres rápido para cambiar de esposas.Ángelo levantó la vista hacia ella, sorprendido por sus palabras, pero luego inclinó ligerame
El jardín de la mansión Bellucci estaba bañado por la cálida luz de la tarde. Renata estaba sentada en una pequeña mesa de madera, observando a Dante y Chiara pintar con entusiasmo. Los niños reían mientras mezclaban colores, creando trazos improvisados en sus hojas. Renata no podía dejar de sonreír. Por momentos, todo su dolor parecía desvanecerse al ver la felicidad en el rostro de Dante.—¡Mire, señora Elise! —exclamó Dante, mostrándole un dibujo con líneas torpes pero llenas de color—. Es un dragón.—Es el dragón más impresionante que he visto, —respondió Renata con sinceridad, inclinándose hacia él para observarlo más de cerca—, pero no quiero que me digan señora Elise, no me gusta ese nombre, me gusta más Renata.Dante frunció el ceño, y la observó con seriedad.—¿Cómo mi mamá?Renata tragó saliva, lo miró con calidez.—Sí, como tu mamá. —Los labios le temblaron—, yo me llamo Elise Renata y me gusta más mi segundo nombre, pero sí no te gusta que use el nombre de tu mamá… lo enti
Renata vio rojo. Sin pensarlo dos veces, cruzó el jardín y agarró a Beatrice por el cabello, tirándola hacia atrás con fuerza.—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —le gritó Renata, su voz resonó con una furia que llenó el jardín. —¡Tú no tienes derecho a tocar a mi hijo! —vociferó, abofeteándola con un golpe tan fuerte que resonó en el aire.Beatrice intentó defenderse, levantando una mano para devolverle el golpe.—¡Maldita loca! —gritó.Pero Renata no le dio oportunidad. Con una fuerza que venía de años de dolor y frustración acumulados, la empujó con tal fuerza que Beatrice tropezó hacia atrás, chocando contra una de las mesas del jardín. Los crayones y dibujos cayeron al suelo mientras Beatrice trastabillaba y, finalmente, perdía el equilibrio, cayendo pesadamente en un charco de fango.Beatrice gritó de frustración mientras intentaba levantarse, sus manos cubiertas de barro.—¡Eres una desgraciada! —vociferó, pataleando torpemente mientras su vestido quedaba completamente ar