Renata estaba revisando un contrato en su escritorio cuando Doménico entró a la habitación con pasos firmes. Su expresión lo decía todo. Ella levantó la mirada de los papeles y dejó la pluma que tenía en la mano, cruzando los brazos mientras esperaba que hablara.—Dime —ordenó con un tono que no admitía rodeos.Doménico dejó una carpeta sobre la mesa frente a ella.—Los Bellucci están acabados —anunció, con una mezcla de respeto y cautela—. Bellucci Heights está muerto. Los inversores se retiraron, la prensa los está devorando, y las deudas son insostenibles.Renata se recostó en la silla, observándolo con una ligera sonrisa en los labios.—¿Y cómo están ellos? —preguntó, su voz tranquila pero cargada de interés.—Ángelo está devastado. Admitió que tendrán que venderlo todo para intentar sobrevivir: propiedades, acciones, joyas. Vittoria, según mis contactos, ha tenido una crisis nerviosa. Está en estado crítico.Renata soltó una suave carcajada, irónica, y asintió despacio.—Al final
La lluvia comenzó a golpear los ventanales del apartamento, llenando el silencio con un murmullo constante. Ángelo estaba sentado en el borde del sofá, con los codos apoyados en las rodillas y las manos cubriendo su rostro. La carpeta con el expediente de Renata estaba abierta sobre la mesa frente a él, como un recordatorio cruel de todo lo que había fallado.Marisol lo observaba desde el otro extremo de la habitación. Había intentado darle espacio para que procesara lo que acababa de descubrir, pero verlo así, completamente roto, le desgarraba algo en el pecho.Finalmente, se acercó y se sentó a su lado, sin decir una palabra. Colocó una mano suave pero firme sobre su hombro.—Ángelo… —murmuró, su voz llena de una mezcla de compasión y fuerza.Él no respondió al principio. Su cuerpo temblaba ligeramente, y cuando finalmente levantó la cabeza, sus ojos estaban enrojecidos, con lágrimas aun corriendo por su rostro.—La destruí, Marisol —dijo, con la voz rota, apenas un susurro—. Todo e
Ángelo salió de su habitación luciendo más compuesto. Su cabello estaba húmedo tras una larga ducha, y llevaba una camisa perfectamente planchada. Pero aunque su exterior parecía ordenado, en su interior todavía había un torbellino de emociones que lo mantenía al borde del colapso.Caminó hacia el cuarto de juegos donde Dante y Chiara solían pasar el tiempo. Al llegar, los encontró riendo mientras jugaban con bloques y figuras de acción. La imagen lo golpeó con una mezcla de ternura y dolor.Dante lo vio primero y sonrió ampliamente.—¡Papá! —gritó, corriendo hacia él con los brazos abiertos.Ángelo lo levantó en un abrazo, apretándolo contra su pecho.—Hola, campeón —murmuró.Chiara también lo miró con una sonrisa tímida, acercándose a él con su muñeca favorita en la mano. Ángelo se agachó para abrazarla, sintiendo cómo ambos niños lo llenaban con una calidez que no merecía, pero que estaba decidido a proteger.—¿Qué les parece si salimos? —preguntó Ángelo, forzando una sonrisa—. Pod
Gertrudis entró rápidamente al salón al escuchar los gritos. Al ver a Vittoria desmayada en el suelo, no perdió tiempo en ayudarla.—Señora Vittoria, respire hondo —dijo Gertrudis, sosteniéndola mientras intentaba hacer que recobrara la conciencia.Ángelo, todavía inmóvil en medio de la sala, apretaba los puños, luchando por mantener el control. Su mirada permanecía fija en Beatrice y Carla, que se mantenían a unos pasos de distancia, intercambiando miradas de complicidad y determinación.Finalmente, Vittoria abrió los ojos lentamente, dejando escapar un gemido mientras Gertrudis la ayudaba a sentarse en un sillón cercano.—No se preocupe, Gertrudis —dijo Ángelo con voz tensa pero controlada—. Mi madre estará bien.Luego, volvió su atención hacia Beatrice y Carla, clavando en ellas una mirada que las hizo estremecerse.—No se llevan a Chiara —ordenó con un tono firme, definitivo—. Hasta que no se compruebe que no es mi hija, no voy a permitir que salga de esta casa.Carla cruzó los br
El restaurante era elegante y tranquilo, con luces cálidas que creaban un ambiente acogedor. Renata estaba sentada frente a Doménico en una mesa junto a un ventanal, disfrutando de una cena tranquila. Habían pedido una selección de platos italianos exquisitos, y la conversación fluía fácilmente entre ellos.Renata sonrió mientras Doménico hacía un comentario ingenioso sobre la gala a la cual habían asistido esa noche, y por primera vez en mucho tiempo, se sentía relajada.Sin embargo, cuando su teléfono comenzó a vibrar sobre la mesa, su sonrisa desapareció. Al ver el nombre de Gertrudis en la pantalla, su corazón se aceleró.—Es tarde para que me llame —dijo Renata, frunciendo el ceño mientras deslizaba el dedo para contestar.—Señora Renata —respondió Gertrudis al otro lado de la línea, con un tono apresurado—. Ha pasado algo terrible.El miedo se apoderó de Renata de inmediato.—¿Mi hijo? —preguntó, sintiendo el corazón acelerado.—No, el niño está bien —respondió Gertrudis rápidam
Días después una inesperada invitación llegó a la mansión Bellucci en un sobre blanco con relieves dorados. Gertrudis lo entregó a Vittoria durante el desayuno, colocándolo cuidadosamente junto a su taza de café.—¿Qué es esto? —preguntó Vittoria, tomando el sobre con curiosidad.Ángelo, sentado al otro extremo de la mesa, no levantó la vista de su plato. No tenía interés en lo que consideraba trivialidades sociales, pero cuando su madre abrió el sobre y comenzó a leer, el tono en la habitación cambió.—Es una invitación —avisó Vittoria, con un tono cargado de sorpresa—. Para la inauguración de un nuevo proyecto inmobiliario. Viene de una empresa extranjera, Nova Terra Developments.Ángelo alzó la vista, frunciendo el ceño.—¿Nova Terra? ¿Quiénes son? —preguntó, con desconfianza.—No tengo idea —respondió Vittoria, examinando la tarjeta—. Pero parece ser un evento importante. Prometen que el proyecto será uno de los desarrollos más exclusivos del país.Ángelo tomó la tarjeta y la leyó
El murmullo en el salón era intenso, una mezcla de sorpresa y curiosidad que llenaba cada rincón. Todo quedó en silencio cuando varios guardias de seguridad, vestidos con trajes oscuros, comenzaron a moverse. Se colocaron estratégicamente detrás de los Bellucci, Carla y Beatrice.—¿Qué significa esto? —murmuró Vittoria, con su tono frío, aunque con un rastro evidente de nerviosismo.Ángelo no dijo nada. Su mirada seguía fija en el escenario, mientras su cuerpo permanecía tenso, como si se preparara para un golpe inminente.Las luces del salón se atenuaron, y todos los ojos se dirigieron al escenario. Una figura femenina apareció al fondo, caminando con una elegancia imponente.Renata llevaba un vestido de seda color esmeralda que abrazaba su figura con perfección. Su cabello castaño claro, ahora suelto y natural, caía en ondas suaves sobre sus hombros. Sus ojos verdes brillaban bajo la luz, libres de los lentes de contacto oscuros que habían ocultado su identidad como Elise. Cada pas
La sala quedó en completo silencio, roto solo por el sonido de los murmullos de los invitados. Vittoria parecía a punto de desmayarse, mientras Beatrice apretaba los labios, incapaz de articular palabra.Ángelo, por su parte, sintió que el mundo se le desmoronaba. Giró hacia Vittoria, y en su mirada no había más que desprecio y un odio que nunca antes había sentido hacia ella.—¿Tú hiciste esto? —preguntó, con su voz quebrada pero llena de rabia.Vittoria lo miró, pero no dijo nada.—¡Tú lo sabías! ¡Tú lo planeaste todo! —gritó, incapaz de contenerse más.Renata lo observó desde el escenario, con su mirada fría e impenetrable. Ángelo se volvió hacia ella, pero las palabras murieron en su garganta. Las lágrimas seguían cayendo, y la culpa lo devoraba desde dentro.Renata dio un paso hacia adelante, dejando que el peso de sus palabras cayera sobre todos los presentes.—Esta noche no es solo sobre un proyecto. Es sobre la verdad. Y esta verdad, Bellucci, los perseguirá hasta su último al