“¿Así que esta es la señorita Romero? ¡Vaya al fin la conozco!”
—Sofía Espinoza—dijo, estrechando su mano.
Se escuchó la campana del microondas.
—Volviendo al café del señor Rivas. Es muy sencillo: Una cucharada de café, dos de azúcar, y dos de crema en polvo —dijo, bajando de la alacena los recipientes.
— Asegúrese de que sea azúcar regular. Si valora su trabajo jamás le lleve café con endulzante de esos de sobresito. Use azúcar común y corriente.
—¿Café instantáneo? ¿Azúcar regular? —exclamé— Pensaría que él tendría alguna preferencia exótica o algo así.
—Eso lo deja cuando se va a cenar o está a solas en su casa. Para iniciar el día siempre es la taza de café de la misma manera. No la ha variado en los años que llevo trabajando para él.
Sofía Tomó una cucharada de café.
—Espere, espere, que sea bien colmada —dijo, enterrando de nuevo la cuchara y sacando tanto café como podía—. Igual lo demás.
Siguió las instrucciones, y luego volteo a ver a la señorita Romero, la cual asentía con aprobación.
—¿Ya está?
—¿Qué tanto quieres el trabajo? —preguntó con una sonrisa.
—Bastante —dijo Sofía entre risas.
La señora Romero bajó de la alacena un recipiente que tenía, a juzgar por el aroma, canela en polvo. Al abrirlo tomó un poco con la cuchara y la espolvoreó dentro del café.
—Con esto le garantizo que le hará la mañana —dijo.
—¡Muchas gracias! —le dije con una sonrisa— No sé cómo agradecerle.
—No hay de que, aprecio mucho al señor Rivas, deseo que se quede en mi lugar, una persona que realice bien su trabajo.
— No tenga duda que pondré todo de mi parte.
Llegó a la oficina del señor Rivas y dejó el café encima de su escritorio justo cuando escuchó voces afuera acercándose. Primero entraron la señorita Amelia riendo, detrás de ella entró la señorita Romero y el señor Rivas al final.
Pareció no darse cuenta de que Sofía estaba de pie detrás de su escritorio. Se recargó en él, volteó, y tomó la taza. Le dio un sorbo y saboreó el café unos momentos.
Vicente se volteó a verla con una ceja arqueada.
—¿Quién preparó esto? —preguntó, mirándola a los ojos.
—¿Y bien? —insistió.
—Yo, señor.
—¿Has trabajado conmigo antes?
—Hasta donde sé ella nunca… —dijo la señorita Amelia.
—Ella puede contestar por sí misma, Amelia —interrumpió
Vicente Rivas sin quitarle la mirada de encima.
Sofía movió su cabeza de lado a lado.
—No, señor, nunca he trabajado para usted.
—¿Entonces cómo supiste preparar el café a mi gusto? —dijo, entrecerrando los ojos.
Volteé de nuevo hacia la señora Romero, y ella asintió animándome.
—Le pregunté a la señora Romero cuando estaba en la cocina de las oficinas de aquí afuera.
—¿Por qué no me preguntaste a mí? —preguntó Vicente Rivas un tanto molesto.
“Bueno, si me van a correr que sea por honesta” — pensó.
—Usted se fue antes de que pudiera preguntarle, y no quise irlo a buscar por algo tan trivial —se encogió de hombros—. Tuve suerte que la primera persona a la que le pregunté era la señorita Romero.
—¿Y si no hubiera sido ella?
—Habría seguido preguntando —dije con una sonrisa—. Alguien aquí debe saber cómo le gusta su café. Es su empresa.
La miró a los ojos por lo que parecieron siglos. Apenas y podía respirar, entonces le regaló una amplia sonrisa.
—Este café está perfecto —dijo sin dejarla de ver, y luego dio otro sorbo—. Incluso usó mi taza preferida.
Sofía al fin pudo respirar, y soltó una risa nerviosa.
—¿O sea que estoy contratada? —preguntó.
Vicente volteó a ver a la señorita Amelia.
—¿No está contratada todavía? —preguntó indignado.
—Aún no termino de entrevistar candidatas, Vicente
—contestó, mirando a Sofía como si quisiera matarla.
—Ya terminaste —dijo Vicente, dejando la taza en su
escritorio—. Lleva a esta jovencita a Recursos Humanos. — volteó a verme—. Empieza el lunes.
—¡¿El lunes?! —exclamó.
—¿Será eso un probl…?
—¡No, señor! —exclamó con una sonrisa más amplia—lunes estará bien.
—¡Gracias, señor Rivas! Prometo no decepcionarlo.
Sofía se fue caminando aprisa hacia la puerta, donde Amelia ya la esperaba.
—Espera —llamó, y Sofía volteo a verlo—. ¿Cuál es su nombre?
—Sofía Espinoza, señor.
—Felicidades, Sofía Espinoza. Bienvenida a las empresas Rivas. El lunes la señora Romero le terminará de hacer el papeleo y yo le haré otra entrevista para asegurarme que entiende cuál es mi forma de trabajar.
— Sí señor.
****
“Algo tiene esa mujer” —pensó Vicente, al fijar su atención en Sofía Espinoza, en sus deslumbrantes ojos color café. Su físico era encantador, sin duda. Esa falda ajustada que traía puesta abrazaba perfecto su figura mientras se alejaba de él.
Cuando caminó, sus piernas atraparon su atención. Estaban muy bien tonificadas, gruesas para su estatura. Quizá tenía excelente genética, o quizá eran resultado de un régimen de ejercicio disciplinado. Sea como sea, tenía un andar seductor. Su blusa estaba un tanto holgada, pero alcanzaban a notarse unos senos de tamaño, ideal para su figura exquisita.
“A juzgar por las curvas perfectas de su cintura de avispa hubiera apostado que no tenía ni un gramo de grasa alrededor de su cintura y cadera. Su elección de usar una pañoleta negra en lugar de una corbata me pareció tan encantadora. Pero fue su sonrisa, su mirada, la forma como me sonrió. Que llamó mi atención, esa mujer no tiene idea de lo hermosa que es.”
Pensó, dando un sorbo a su café mientras ella salía de la oficina, seguida de una enfurecida Amelia y la señorita Romero, en ningún momento dudó que Amelia le pasaría la responsabilidad del papeleo de contratación a alguien más en Recursos Humanos en lugar de encargarse ella.
En realidad, aquello no le importó, siempre y cuando se hiciera lo que ordenara.
Ernesto cerró la puerta detrás de ellas. Como esperaba, su querido hermano pequeño lo miró y soltó unas carcajadas. Volteó a ver a su esposa Elba y ella estaba guardando la compostura que su marido no tenía, aunque también mostraba indicios de quererse reír.
—¡La cara de Amelia! —dijo Ernesto entre risas— ¡No tiene precio!
—Ay, Ernesto —exclamó Elba, girando sus ojos hacia arriba y soltando una risilla.
—¿Qué? —exclamó, dejándose caer de sentón en el sofá que tenía junto a la puerta y volteando a ver a su esposa — Ambos sabíamos que Amelia iba a recibir a Vicente con los brazos abiertos. ¿Tú crees que ella iba a contratar a una chica tan simpática a menos que mi hermano se lo ordenara? ¡Vicente iba a terminar con una horrenda secretaria! No le va a causar nada de gracia tener que contratar a una mujer tan agraciada.
—Sea cual sea la motivación de Amelia, jamás me ha contratado inútiles para los puestos vacantes.
—¿Si es así entonces por qué no la dejas terminar de entrevistar candidatos en lugar de forzarla a contratar a quien tú quieres? — preguntó Ernesto, cruzándose de brazos.
—Porque Amelia tiene cosas mejores que hacer que contratar una secretaria para mí —dijo evadiendo la pregunta y caminando hacia Ernesto—. Además, no tiene nada de malo tener a alguien agradable a la vista que ver todas las mañanas, ¿O sí? —dijo con una mueca.
—Asumiendo que siga vistiéndose así de mona —dijo Elba entre risas—. Es una joven muy hermosa. Deberías tratar de limitar tu atención al ámbito profesional, si no quieres problemas con Amelia.
Vicente soltó una carcajada que continuó mientras caminaba hacia la silla del escritorio.
—Elba, por favor — dijo al sentarse, juntando sus manos frente a su pecho, al apoyar sus codos en los descansabrazos—. Tendrá fácilmente diez años menos que yo.
—¿Y eso te ha detenido alguna vez? —preguntó Ernesto— Dayana era también cerca de diez años menor que…
Él se calló en cuanto volteó a verlo. Ernesto sabía que Dayana era un tema delicado para él a pesar de haberse divorciado hacía ya dos años.
—Es mi secretaria, por principio de cuentas —dijo entre risas, relajando a Ernesto—. Sería poco profesional, en el mejor de los casos.
—¿Y con Amelia no lo es? —preguntó Elba al sentarse en las sillas frente a su escritorio. Vicente Inclinó su cabeza hacia abajo sin quitarle la mirada de encima. —¿Qué? ¿Vas a decirme que es muy profesional, que tengas una relación íntima con tu Gerente de Negocios?
—La calidad de su trabajo y liderazgo socavan cualquier duda de capacidad y su merecimiento de su posición —dijo, luego sonrió—. Con Amelia tengo un… entendimiento.
—¡Ah! Ahora al sexo se le llama “entendimiento”, claro —dijo su cuñada Elba sarcásticamente, manoteando el aire y moviendo su cabeza horizontalmente.
—¡Sí enana! —dijo Vicente sacándole la lengua.
—¡Mira gigante! Me encanta mi estatura —luego miró al Ernesto — Cariño, ¿Verdad que a ti te gusta?
—¡Sí, eres mi preciosa muñequita? —dijo Ernesto lanzándole un beso.
—¡Sí claro que le gusta! Porque se ahorra dinero cuando te compras la ropa en la sección infantil.
Ernesto y Vicente se desternillaron de la risa
—¡Desgraciado! —dijo riéndose Elba mientras se quitaba el zapato lanzándoselo a Vicente, pero este lo esquivó.
Ernesto recogió el zapato y se lo puso en el pie diciéndole.
—Cariño no le hagas caso.
—Si, pero bien que te reíste, ¿Verdad?
—¡Fue gracioso amorcito!
—Bueno, si es verdad — luego miró a Vicente y le dijo —Y tú grandulón no cambies el tema. Ernesto tiene razón. Si tienen un entendimiento o no, Amelia te reclamará haber contratado a esa chica.
—Ya aclararé eso en su momento —dijo, inclinándose hacia enfrente—. Si está celosa, le haré saber que no tiene por qué.
—¿Seguro? —dijo Ernesto con una sonrisa.
—Es solamente una secretaria —dijo.
—Pues no me lo parece, noté la forma en que la miraste cuando salió de la oficina, se te fueron los ojos detrás de ella —dijo Elba sonriendo.
—Creo que exageras, querida cuñada.
Elba volteó a ver a su marido.
—Cariño, ¿Hiciste las reservaciones para ese restaurante que vimos anunciado?
Ernesto sacó su teléfono.
—Cariño —dijo, como si le reclamara a su mujer por dudar de él mientras revisaba algo en su móvil—. Tengo la reservación para la comida. ¿Has pensado qué hacer el resto de la tarde? Podemos ir a…
—¡A ese local de artículos artesanales que tanto nos gustó! —exclamó Elba— ¿Verdad que sí, cariño? Incluso podríamos alcanzar a ir al cine.
—Cariño, tenemos que ver la nueva película de…
—¡Oh, por el amor de Dios! —exclamó Vicente, girando los ojos — Ustedes dos me provocarán un coma diabético, ¡Son tan empalagosos! ¡Dan asco!
—¡Y tu eres un grandulón envidioso! —exclamó Elba.
Vicente admiraba la relación de su hermano menor con su mujer, tenían dos hijos, a los que él adoraba. Y aunque los dos eran unos padres sobre protectores y amorosos, se tomaban un día libre a la semana, para distraerse, dejando a los niños, con su nana Clara, una señora de cincuenta años.
—¿Quieres acompañarnos? —preguntó Elba.
—No me apetece ser mal tercio en su velada de romance —les dije a ambos con una sonrisa —. Vayan, lárguense, disfruten. Además, tenemos trabajo.
—Puedes delegar, querido Vicente —dijo Elba—. Deberías intentarlo alguna vez.
—¿Y tú qué plan tienes para esta tarde? —preguntó Ernesto, poniéndose de pie—. Además de… —inclinó la cabeza hacia la puerta y arqueó las cejas.
Vicente resopló ante su alusión de sus intenciones con Amelia.
—Espero los reportes de nuestros investigadores sobre unos inversionistas para esta tarde, así que…
—¿Es en serio, Vicente? —exclamó Elba— ¿Vas a pasar tu primera noche después de llegar de viaje haciendo reportes?
—Al menos irás al hotel, ¿Verdad? —preguntó Ernesto— El sofá de tu oficina es cómodo, pero…
—Aquí estoy perfectamente cómodo.
—¡Es increíble que te hayas quedado a dormir alguna vez en ese sofá! ¡Eres un adicto al trabajo! — se quejó Elba—Vicente, querido, necesitas relajarte y disfrutar tu vida. ¿Cuánto más dinero quieres? ¡Ya eres más ricos de lo que imaginaste podrías ser cuando empezaste esta compañía!
—¡Míranos a nosotros! —dijo Ernesto, poniendo su mano en el pecho—. ¡Viajamos en familia a donde siempre quisimos viajar!
—¡Argentina está precioso! —dijo Elba con un brillo en sus ojos— ¿Y Escocia? ¡Fenomenal!
—¿Por qué piensan que no estoy feliz? —preguntó Vicente— Yo…
—¡Cállate que todavía no termino! — lo reprendió Elba— Agradecemos todo el esfuerzo que le metes a la compañía, ¡Pero mereces tomarte un tiempo para ti!
—¡Llévate a Amelia a Europa! —exclamó Ernesto — ¡O quizás una zona remota!
Vicente soltó una carcajada ante la idea de Ernesto.
—Les agradezco su preocupación, pero de verdad estoy… Miren, de verdad disfruto hacer crecer esta compañía y llevarla a alturas que ni siquiera me imaginé cuando la empecé hace tantos años ¡Me da gusto que tengan una vida tan plena y llena de felicidad, pero entiendan que me da tanto gusto trabajar en mi empresa, como a ustedes les da ir de viaje en familia!
—Vicente, hermano —dijo Ernesto, acercándose a él y poniendo una mano en su hombro mientras lo miraba a los ojos—. Eres un masoquista extremo, si de verdad disfrutas leer reporte tras reporte de producción, calidad, e investigación.
—Elba, Ernesto. Vayan, disfruten su velada. Prometo tratar de no quedarme hasta tan tarde.
—De acuerdo… —dijo, Ernesto.
—¡Váyanse ya, antes de que me vuelvan loco! —dijo Vicente, abriendo la puerta de su oficina. Ernesto le dio un abrazo antes de que ambos se fueran tomados de la mano.
Al siguiente lunes su primer día de trabajo aseguró de llegar algo más temprano que las ocho de la mañana, su hora de entrada. Debía darle una buena impresión, por lo que esta vez optó por un atuendo un poco más formal: un saco blanco elegante, una blusa azul, y una falda blanca de ajustada que le llegaba a las rodillas. Después de todo, iba a ser secretaria del Presidente, debía lucir de acuerdo a su puesto. Quería instalarse en su escritorio y estar lista para lo que el señor Rivas pudiera necesitar cuando llegara… Profesionalmente hablando, era un excelente puesto, con un gran sueldo. Pero le frustraba tener que repetírselo eso una y otra vez, pues su maldito cerebro se aferraba a recordarle la verdadera razón por la que estaba allí, aunque le costara admitirlo, en el fondo se sentía orgullosa por haber obtenido ese empleo. Saludó al guardia del acceso de los empleados cuando le mostró su gafete. Sólo la vio de reojo y asintió, por lo que seguí hacia las puertas giratorias hacia
—Gracias, señor Rivas —dijo después de unos segundos de silencio—. Estoy muy contenta por la oportunidad que me ofrece. —Bien —el rostro de Vicente Rivas se relajó un poco al ponerse de pie y tenderle la mano por segunda vez—. Bienvenida formalmente a las empresas Rivas, señora Espinoza. La señorita Romero se encargará de darle su contrato para que lo firme. — Gracias, señor… Quiero agradecerle porque me defendió de la señora Amelia. Pero no debió… —¿Prefiere cederle su puesto a la señorita Landa? — preguntó con una sonrisa. Sofía sonrió, pero pensó. "¿Ya se le pasó el mal humor? ¡Confirmado es bipolar!" —Preferiría no estar en malos términos con la señorita Sarmiento. —Yo me ocupo de ella —dijo, sentándose en su escritorio—. Usted demuéstreme que merece la posición que se ganó. —Pienso hacerlo, señor —dijo con ánimo renovado— ¿En qué puedo ayudarle, además de traerle un café para iniciar bien su día? Él alzó la mirada con una mueca, y deslizó su taza de café vacía hacia ella
El segundo día de trabajo la señorita Romero le dijo que su jefe estaba en Portugal, así que la llevó a hacer una ronda de inspección por la oficina para presentarla a los demás empleados. La mayoría del personal de la empresa era amable. En el fondo agradeció que no coincidieran con la Gerente de Negocios, Amelia Sarmiento. Cuando la señorita Romero llamó a la última puerta, marcada en letras doradas, Gerente de Finanzas, con el nombre de Ernesto Rivas, Sofía notó que se estremecía y su pulso se aceleraba. Ernesto Rivas se levantó con una sonrisa y con la mano extendida. —Así que Vicente al fin ha encontrado a alguien para reemplazarla, señorita Romero. Empezábamos a pensar que su búsqueda era inútil. —Esta es la señora Espinoza, señor Ernesto —anunció la señorita Romero con indulgencia, devolviendo la contagiosa sonrisa al ejecutivo. — ¿Cómo está? —dijo Sofía en voz baja cogiendo la mano que le ofrecía. Su mano era fría y dura y sus ojos cálidos y brillantes. Sofía pudo confir
“¡Esto me pasa por idiota! Todavía me está amenazando y yo, como una retrasada, la dejo sola con las carpetas, ¡Me lo merezco por subestimarla! Si me despiden como voy a vengarme de ese hombre, ¡Diantres lo eché a perder todo! ¡Todo este gran esfuerzo por transformarme en secretaria no sirvió de nada!, ¡Te fallé una vez más Marina!” Desde el día en que murió, su hermana Sofía llevaba arrastrando una culpa por no haber cuidado a Marina, como se lo prometió a su madre en su lecho de muerte. Necesitaba mantenerse ocupada hasta que acabara la conferencia, así que se puso a organizar el escritorio de su jefe, con manos temblorosas archivó algunos documentos y por estar distraída al introducir un documento en el archivero, se cortó un dedo con la orilla de un papel. —¡Auch! ¡Diantres! Sofía se miró el corte y fue el colmo para sus nervios, sus lágrimas acudieron a sus ojos y se fue rápidamente al baño privado de su jefe, colocó el dedo bajo el grifo del agua, mientras su cuerpo se agitab
Vicente colgó la llamada y respiró profundo. Aquella era su parte menos preferida de ser el dueño de la empresa, lidiar con idiotas incapaces de reconocer sus errores. Quizá Ernesto tenía razón y debía delegar algunas de sus responsabilidades.De pronto escuchó voces alzadas fuera de la puerta de su oficina.—¡Un poco de paz, por Dios! —dijo para sí mismo, yendo hacia la puerta. Al abrirla, vio a Sofía frente a su puerta, impidiéndole el paso a Amelia.—¿Qué demonios está pasando aquí? —dijo, todavía enfadado por lidiar con los encargados de Roma.—Tu estúpida secretaria no quiere dejarme pasar —dijo Amelia apuntándole su dedo a Sofía.—¿Disculpa? —dijo Sofía, al parecer a punto de lanzársele encima como una fiera.—Y
Sofía entré despacio a su oficina. Vicente estaba de espalda. Mirando por la ventana. —¿Señor Rivas? —preguntó, y él no contestó. Solo se dio la vuelta sin mirarla, se dirigió a la puerta, la cerró despacio. Miró el pomo unos momentos, y decidió cerrarla con seguro. Él se reclinó de la puerta y la observó intensamente. —¿Está bien? —preguntó Sofía luego de dar un par de pasos hacia él. Vicente no contestó, respiró profundo y se acercó lentamente sin dejar de mirarla como un león a punto de atrapar a su presa. Sofía se quedó embelesada, viéndolo a los ojos por largos, y embriagadores instantes. Cada célula de su cuerpo la traicionó, le rogaba que se lanzara hacia él, que se rindiera al calor que su cuerpo emanaba, que cediera ante el arrastre del irresistible magnetismo que despedía Vicente en ese momento. De pronto él la tomó de la cadera, y la besó, sus labios presionaron contra los de ella con una intensidad que la encendió al instante, despertando de golpe el deseo y la pasión qu
— ¿Es esto todo lo que tienes que decir? —Preguntó Ernesto, sonriéndole a Sofía—. Después de esa carrera de mecanografía impecable, lo menos que puedes hacer es ofrecerle a esta pobre esclava una buena comida. La pobre esclava le lanzó una mirada hostil al intruso. —No será necesario, señor Rivas. Ya he quedado para comer. —No me sorprende —contestó Ernesto Rivas, contemplando su hermoso rostro—. Espero que ese afortunado la haya esperado. Vicente Rivas le lanzó una mirada resentida a Sofía, que se sentía acalorada e irritada. — ¿Está preparada la sala de conferencias para la reunión de esta tarde, señora Espinoza? —preguntó con furia el ejecutivo. El color se acentuó en el rostro de Sofía y Ernesto observó sorprendido a la pareja. —Desde luego, señor Rivas. Solamente falta colocar estos informes, pero los distribuiré ahora, por si acaso tardo un poco en regresar —añadió con toda intención, consultando su reloj. Le alegró descubrir que había dado en el blanco, pues Vicente Rivas
—Está muy ocupada —afirmó una voz familiar cuando terminó de sellar la última de las cartas de Ernesto. Su corazón dio un salto inesperado y le tomó cierto tiempo sonreír para darle la bienvenida a Vicente, que estaba apoyado en la puerta. —Buenas tardes, señor Rivas. No lo esperaba hasta mañana. Sofía se sintió indefensa ante el placer que experimentó al ver a su jefe. —He terminado de arreglar mis asuntos antes de lo que había calculado —la miró fijamente—. Confío en que mi hermano no la haya explotado demasiado, señora Espinoza. Parece cansada. —Es el calor —explicó con brevedad y cerró la carpeta que contenía la correspondencia de Ernesto—. ¿Le gustaría tomar un poco de té? Vicente suspiró, parecía exhausto. —Lo que de verdad me gustaría es un vaso de ginebra con una tonelada de hielo, pero quizá se me suba a la cabeza y podía ser que no llegara a mi casa si accedo a la tentación. —Puede llamar a un taxi o pedirle a su hermano que lo lleve —sugirió Sofía. — ¿Sabe? —Vicente