A todos mis lectores. Espero que hayan disfrutado de esta historia, tanto como disfruté yo en escribirla. Gracias por leerla hasta el final.
"¡Marina, por favor no te vayas! ¡Abre los ojos, por favor! ¡No me dejes sola! —Sofía sacudía a su pequeña hermana, pero ella no respondía, sentía su cuerpo tan frío, tan inerte. Angustiada corrió al pasillo y gritó hasta más no poder— ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Que Alguien me ayude! ¿Por qué nadie me escucha?—vio en todas direcciones y el hospital parecía desierto, corrió hacia la recepción de las enfermeras, pero su cuerpo parecía pesado, al llegar no había nadie— ¿Dónde están todos?— decidió regresar con Marina, pero al llegar su cama estaba vacía— ¿Marina? ¿Quién movió su cuerpo? ¡Marina! ¡MARINAAAAA!" Sofía se despertó llorando y se sentó bruscamente, mirando a todos lados, sudorosa y respirando con dificultad. Al reconocer su habitación, se sintió aliviada. "¡Otra vez esa m*****a pesadilla! Daniela bajó los pies de la cama y vio la hora, eran las cinco de mañana, aún era muy temprano. Se dirigió al baño y se lavó la cara mirándose en el espejo y le habló a su reflejo. —Te lo juro Ma
“¿Así que esta es la señorita Romero? ¡Vaya al fin la conozco!” —Sofía Espinoza—dijo, estrechando su mano. Se escuchó la campana del microondas. —Volviendo al café del señor Rivas. Es muy sencillo: Una cucharada de café, dos de azúcar, y dos de crema en polvo —dijo, bajando de la alacena los recipientes. — Asegúrese de que sea azúcar regular. Si valora su trabajo jamás le lleve café con endulzante de esos de sobresito. Use azúcar común y corriente. —¿Café instantáneo? ¿Azúcar regular? —exclamé— Pensaría que él tendría alguna preferencia exótica o algo así. —Eso lo deja cuando se va a cenar o está a solas en su casa. Para iniciar el día siempre es la taza de café de la misma manera. No la ha variado en los años que llevo trabajando para él. Sofía Tomó una cucharada de café. —Espere, espere, que sea bien colmada —dijo, enterrando de nuevo la cuchara y sacando tanto café como podía—. Igual lo demás. Siguió las instrucciones, y luego volteo a ver a la señorita Romero, la cual ase
Al siguiente lunes su primer día de trabajo aseguró de llegar algo más temprano que las ocho de la mañana, su hora de entrada. Debía darle una buena impresión, por lo que esta vez optó por un atuendo un poco más formal: un saco blanco elegante, una blusa azul, y una falda blanca de ajustada que le llegaba a las rodillas. Después de todo, iba a ser secretaria del Presidente, debía lucir de acuerdo a su puesto. Quería instalarse en su escritorio y estar lista para lo que el señor Rivas pudiera necesitar cuando llegara… Profesionalmente hablando, era un excelente puesto, con un gran sueldo. Pero le frustraba tener que repetírselo eso una y otra vez, pues su maldito cerebro se aferraba a recordarle la verdadera razón por la que estaba allí, aunque le costara admitirlo, en el fondo se sentía orgullosa por haber obtenido ese empleo. Saludó al guardia del acceso de los empleados cuando le mostró su gafete. Sólo la vio de reojo y asintió, por lo que seguí hacia las puertas giratorias hacia
—Gracias, señor Rivas —dijo después de unos segundos de silencio—. Estoy muy contenta por la oportunidad que me ofrece. —Bien —el rostro de Vicente Rivas se relajó un poco al ponerse de pie y tenderle la mano por segunda vez—. Bienvenida formalmente a las empresas Rivas, señora Espinoza. La señorita Romero se encargará de darle su contrato para que lo firme. — Gracias, señor… Quiero agradecerle porque me defendió de la señora Amelia. Pero no debió… —¿Prefiere cederle su puesto a la señorita Landa? — preguntó con una sonrisa. Sofía sonrió, pero pensó. "¿Ya se le pasó el mal humor? ¡Confirmado es bipolar!" —Preferiría no estar en malos términos con la señorita Sarmiento. —Yo me ocupo de ella —dijo, sentándose en su escritorio—. Usted demuéstreme que merece la posición que se ganó. —Pienso hacerlo, señor —dijo con ánimo renovado— ¿En qué puedo ayudarle, además de traerle un café para iniciar bien su día? Él alzó la mirada con una mueca, y deslizó su taza de café vacía hacia ella
El segundo día de trabajo la señorita Romero le dijo que su jefe estaba en Portugal, así que la llevó a hacer una ronda de inspección por la oficina para presentarla a los demás empleados. La mayoría del personal de la empresa era amable. En el fondo agradeció que no coincidieran con la Gerente de Negocios, Amelia Sarmiento. Cuando la señorita Romero llamó a la última puerta, marcada en letras doradas, Gerente de Finanzas, con el nombre de Ernesto Rivas, Sofía notó que se estremecía y su pulso se aceleraba. Ernesto Rivas se levantó con una sonrisa y con la mano extendida. —Así que Vicente al fin ha encontrado a alguien para reemplazarla, señorita Romero. Empezábamos a pensar que su búsqueda era inútil. —Esta es la señora Espinoza, señor Ernesto —anunció la señorita Romero con indulgencia, devolviendo la contagiosa sonrisa al ejecutivo. — ¿Cómo está? —dijo Sofía en voz baja cogiendo la mano que le ofrecía. Su mano era fría y dura y sus ojos cálidos y brillantes. Sofía pudo confir
“¡Esto me pasa por idiota! Todavía me está amenazando y yo, como una retrasada, la dejo sola con las carpetas, ¡Me lo merezco por subestimarla! Si me despiden como voy a vengarme de ese hombre, ¡Diantres lo eché a perder todo! ¡Todo este gran esfuerzo por transformarme en secretaria no sirvió de nada!, ¡Te fallé una vez más Marina!” Desde el día en que murió, su hermana Sofía llevaba arrastrando una culpa por no haber cuidado a Marina, como se lo prometió a su madre en su lecho de muerte. Necesitaba mantenerse ocupada hasta que acabara la conferencia, así que se puso a organizar el escritorio de su jefe, con manos temblorosas archivó algunos documentos y por estar distraída al introducir un documento en el archivero, se cortó un dedo con la orilla de un papel. —¡Auch! ¡Diantres! Sofía se miró el corte y fue el colmo para sus nervios, sus lágrimas acudieron a sus ojos y se fue rápidamente al baño privado de su jefe, colocó el dedo bajo el grifo del agua, mientras su cuerpo se agitab
Vicente colgó la llamada y respiró profundo. Aquella era su parte menos preferida de ser el dueño de la empresa, lidiar con idiotas incapaces de reconocer sus errores. Quizá Ernesto tenía razón y debía delegar algunas de sus responsabilidades.De pronto escuchó voces alzadas fuera de la puerta de su oficina.—¡Un poco de paz, por Dios! —dijo para sí mismo, yendo hacia la puerta. Al abrirla, vio a Sofía frente a su puerta, impidiéndole el paso a Amelia.—¿Qué demonios está pasando aquí? —dijo, todavía enfadado por lidiar con los encargados de Roma.—Tu estúpida secretaria no quiere dejarme pasar —dijo Amelia apuntándole su dedo a Sofía.—¿Disculpa? —dijo Sofía, al parecer a punto de lanzársele encima como una fiera.—Y
Sofía entré despacio a su oficina. Vicente estaba de espalda. Mirando por la ventana. —¿Señor Rivas? —preguntó, y él no contestó. Solo se dio la vuelta sin mirarla, se dirigió a la puerta, la cerró despacio. Miró el pomo unos momentos, y decidió cerrarla con seguro. Él se reclinó de la puerta y la observó intensamente. —¿Está bien? —preguntó Sofía luego de dar un par de pasos hacia él. Vicente no contestó, respiró profundo y se acercó lentamente sin dejar de mirarla como un león a punto de atrapar a su presa. Sofía se quedó embelesada, viéndolo a los ojos por largos, y embriagadores instantes. Cada célula de su cuerpo la traicionó, le rogaba que se lanzara hacia él, que se rindiera al calor que su cuerpo emanaba, que cediera ante el arrastre del irresistible magnetismo que despedía Vicente en ese momento. De pronto él la tomó de la cadera, y la besó, sus labios presionaron contra los de ella con una intensidad que la encendió al instante, despertando de golpe el deseo y la pasión qu