— ¿Inesperado? —preguntó frunciendo el ceño. —Porque resultó... tan intenso, tan apasionado... hasta antes del final Como todos nuestros encuentros—agregó, sonrojándose. — ¿Y cómo fue el final? —indagó él con interés. —¿Acaso no me escuchaste gritar tontito? Fue la experiencia más maravillosa de mi vida. —Te amo y por favor preparemos rápido los preparativos para la boda, ya deseo que seas mi esposa. —Le pediré a Elba que me ayude a organizarla. Vicente expresó su gratitud besándola y acariciándola con tanta pasión que transcurrió cierto tiempo antes de que volvieran a la realidad. Vicente, al fin, aceptó de mala gana que debía llevar a Sofía a su casa. —Amor, déjame enviar, una información importante por correo y en un momento nos vamos. Cuando él se sentó detrás de su escritorio, Sofía le dijo con picardía. —Jefe, quiere que le prepare un café como a usted le gusta. Él la miró divertido y le respondió. —Por favor, señora Espinoza, me encantaría. —Enseguida se lo traigo,
—¿Cómo podrías saber eso? —dijo Amelia entre risas. —Porque si la quisieras muerta la habrías matado en cuanto entraste —dijo Miguel—. Sin importarte los demás. Amelia lo miró, y su mano temblaba un poco menos. —¿Crees que matándola vas a ganarte el amor de Vicente? —preguntó Miguel, dando un paso más hacia Amelia— Deja que cometa el error, deja que se dé cuenta por sí mismo de que debería estar contigo, no con Sofía. —No, no —dijo Amelia—, no puedo… —Sí, puedes —dijo Miguel, extendiendo su mano hacia el revolver de Amelia—. Porque eres mejor persona que esto, porque matar no está en ti. Eres una mujer de negocios, Amelia Sarmiento. No una asesina. Naciste para el éxito —¿Tú crees? —Amelia sollozó. —Lo sé —dijo Miguel, luego empujó despacio el revolver hacia abajo, para luego tomarlo de su mano. Amelia estalló en llanto, y Miguel la abrazó fuerte con una mano mientras le ofrecía el arma con la otra a un escolta. Le sujetaron las manos a las espaldas con unas esposas y se la ll
—¡Te ves hermosa! —gritó Marta, y las dos la abrazaron al mismo tiempo.Miró a Vicente y él solo se encogió de hombros mientras se alejaba, para saludar a Ernesto y a Francisco. Los traviesos hijos de Ernesto salieron corriendo hacia el Jardín.—¿Vinieron juntos? —preguntó Sofía frunciendo el entrecejo.—Vicente nos dio el número de su casa. Ernesto y yo los llamamos para pasar a recogerlos, ya que veníamos en la misma dirección. ¡Francisco es tan gracioso! Ernesto y yo veníamos llorando de la risa.—Ya ves lo que me tuve que aguantar por años—dijo divertida Sofía.—¿Me lo dices a mí? Yo estoy casado con él—dijo Marta.Elba les dijo.—Vicente y él se la van a llevar muy bien, porque mi cuñado aparenta que es serio, pero es muy gracioso. —hizo una pausa —¿Y dónde está? —preguntó— ¿Está despierta?Subieron las escaleras de la mansión,—Sí —dijo Sofía, caminando hacia la habitación principal, seguida de cerca de ellas—. Por aquí.Marta le tomó del brazo mientras rodeaban la cama hacia la
—Gracias, señora Petra. Cuando lleguen hágalos pasar a la sala, por favor. —Los invocaste Marta, y tú preguntando por ellos. Cuando llegaron, María estaba radiante con su embarazo de cinco meses. Ella e Ignacio, tomados de la mano, traían una hermosa muñeca de trapo. —¡Hola a todos! Perdón por llegar tarde, pero el tráfico está pésimo a esta hora. —después de los saludos, María preguntó. —¿Dónde está la bebé? Ya quiero verla. Le trajimos este presente a tu bebé. —Ya la vi, gracias ¡Me encantan las muñecas de trapo!... Elba, por favor, acompáñalos al cuarto de la bebé. Disculpen que no me levante, pero estoy hinchada y cansada. —Tranquila amiga te entiendo. —dijo María—a mí también se me hinchan los pies. Dentro de poco tomaré mi reposo. —¿Cómo te has sentido? —le preguntó Sofía. —Aparte de las náuseas, todo va según lo previsto. —¿Cómo está todo en la empresa? —le preguntó Sofía. —Todo sobre ruedas, que puede salir mal sin el gran jefe está al frente. Se te extraña señora V
"¡Marina, por favor no te vayas! ¡Abre los ojos, por favor! ¡No me dejes sola! —Sofía sacudía a su pequeña hermana, pero ella no respondía, sentía su cuerpo tan frío, tan inerte. Angustiada corrió al pasillo y gritó hasta más no poder— ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Que Alguien me ayude! ¿Por qué nadie me escucha?—vio en todas direcciones y el hospital parecía desierto, corrió hacia la recepción de las enfermeras, pero su cuerpo parecía pesado, al llegar no había nadie— ¿Dónde están todos?— decidió regresar con Marina, pero al llegar su cama estaba vacía— ¿Marina? ¿Quién movió su cuerpo? ¡Marina! ¡MARINAAAAA!" Sofía se despertó llorando y se sentó bruscamente, mirando a todos lados, sudorosa y respirando con dificultad. Al reconocer su habitación, se sintió aliviada. "¡Otra vez esa m*****a pesadilla! Daniela bajó los pies de la cama y vio la hora, eran las cinco de mañana, aún era muy temprano. Se dirigió al baño y se lavó la cara mirándose en el espejo y le habló a su reflejo. —Te lo juro Ma
“¿Así que esta es la señorita Romero? ¡Vaya al fin la conozco!” —Sofía Espinoza—dijo, estrechando su mano. Se escuchó la campana del microondas. —Volviendo al café del señor Rivas. Es muy sencillo: Una cucharada de café, dos de azúcar, y dos de crema en polvo —dijo, bajando de la alacena los recipientes. — Asegúrese de que sea azúcar regular. Si valora su trabajo jamás le lleve café con endulzante de esos de sobresito. Use azúcar común y corriente. —¿Café instantáneo? ¿Azúcar regular? —exclamé— Pensaría que él tendría alguna preferencia exótica o algo así. —Eso lo deja cuando se va a cenar o está a solas en su casa. Para iniciar el día siempre es la taza de café de la misma manera. No la ha variado en los años que llevo trabajando para él. Sofía Tomó una cucharada de café. —Espere, espere, que sea bien colmada —dijo, enterrando de nuevo la cuchara y sacando tanto café como podía—. Igual lo demás. Siguió las instrucciones, y luego volteo a ver a la señorita Romero, la cual ase
Al siguiente lunes su primer día de trabajo aseguró de llegar algo más temprano que las ocho de la mañana, su hora de entrada. Debía darle una buena impresión, por lo que esta vez optó por un atuendo un poco más formal: un saco blanco elegante, una blusa azul, y una falda blanca de ajustada que le llegaba a las rodillas. Después de todo, iba a ser secretaria del Presidente, debía lucir de acuerdo a su puesto. Quería instalarse en su escritorio y estar lista para lo que el señor Rivas pudiera necesitar cuando llegara… Profesionalmente hablando, era un excelente puesto, con un gran sueldo. Pero le frustraba tener que repetírselo eso una y otra vez, pues su maldito cerebro se aferraba a recordarle la verdadera razón por la que estaba allí, aunque le costara admitirlo, en el fondo se sentía orgullosa por haber obtenido ese empleo. Saludó al guardia del acceso de los empleados cuando le mostró su gafete. Sólo la vio de reojo y asintió, por lo que seguí hacia las puertas giratorias hacia
—Gracias, señor Rivas —dijo después de unos segundos de silencio—. Estoy muy contenta por la oportunidad que me ofrece. —Bien —el rostro de Vicente Rivas se relajó un poco al ponerse de pie y tenderle la mano por segunda vez—. Bienvenida formalmente a las empresas Rivas, señora Espinoza. La señorita Romero se encargará de darle su contrato para que lo firme. — Gracias, señor… Quiero agradecerle porque me defendió de la señora Amelia. Pero no debió… —¿Prefiere cederle su puesto a la señorita Landa? — preguntó con una sonrisa. Sofía sonrió, pero pensó. "¿Ya se le pasó el mal humor? ¡Confirmado es bipolar!" —Preferiría no estar en malos términos con la señorita Sarmiento. —Yo me ocupo de ella —dijo, sentándose en su escritorio—. Usted demuéstreme que merece la posición que se ganó. —Pienso hacerlo, señor —dijo con ánimo renovado— ¿En qué puedo ayudarle, además de traerle un café para iniciar bien su día? Él alzó la mirada con una mueca, y deslizó su taza de café vacía hacia ella