—Sí —sentenció Elba—. Aquí están las llaves de mi coche y estas son las llaves de la empresa. Vicente va para allá. No empieces a poner objeciones y ve a esperarlo. Yo llamaré a seguridad para que te dejen entrar. Ernesto me ha dicho que no interfiriera, pero no puedo hacerme a un lado mientras veo que dos amigos, por ser tan obstinados, destrozan sus vidas. Para asombro de Elba, Sofía obedeció, y quince minutos después, llegaba frente a la empresa, no hubo problemas con los de seguridad, ya la esperaban y la dejaron pasar. Era extraño caminar por los pasillos desiertos y las oficinas a oscuras, no se había dado cuenta, pero extrañaba ese lugar. Sintiéndose como un ladrón, entró en la oficina de presidencia y miró a su alrededor con interés, tenías tantos recuerdos en ese lugar. Sofía se sentó en un sofá, al lado de una estantería. Estaba muy nerviosa y temía que Vicente se disgustara por encontrarla en su oficina. Elba le había dado tiempo para cambiarse de ropa, pero sabía que su te
Vicente lanzó un gemido sofocado y la besó apasionadamente. Sofía empezó a llorar mientras correspondía a sus besos y lo abrazaba con igual violencia. —Perdóname por hacerte sufrir —le rogó Sofía cuando logró hablar y frotó su mejilla contra la de él, una y otra vez, como queriendo convencerse de que estaba vivo y le pertenecía—. Y por echarte en cara que no me hayas llamado. Es que estaba tan preocupada por ti, que cuando te he visto, he perdido el control... Vicente se sentó en el sofá, con ella en su regazo. —Hemos sido un par de tontos —concluyó y después río un poco—. Menos mal que no nos puede ver ahora ninguno de mis empleados... la clásica situación... la secretaria en las rodillas del jefe. Sofía lo besó con pasión y él respondió de inmediato. El beso se prolongó hasta que ambos temblaron de deseo. —Te deseo tanto, mi vida —musitó Vicente contra los labios femeninos entreabiertos—. Y no solo físicamente. Te amo tanto, como nunca había amado antes, quiero que pasemos todas
— ¿Inesperado? —preguntó frunciendo el ceño. —Porque resultó... tan intenso, tan apasionado... hasta antes del final Como todos nuestros encuentros—agregó, sonrojándose. — ¿Y cómo fue el final? —indagó él con interés. —¿Acaso no me escuchaste gritar tontito? Fue la experiencia más maravillosa de mi vida. —Te amo y por favor preparemos rápido los preparativos para la boda, ya deseo que seas mi esposa. —Le pediré a Elba que me ayude a organizarla. Vicente expresó su gratitud besándola y acariciándola con tanta pasión que transcurrió cierto tiempo antes de que volvieran a la realidad. Vicente, al fin, aceptó de mala gana que debía llevar a Sofía a su casa. —Amor, déjame enviar, una información importante por correo y en un momento nos vamos. Cuando él se sentó detrás de su escritorio, Sofía le dijo con picardía. —Jefe, quiere que le prepare un café como a usted le gusta. Él la miró divertido y le respondió. —Por favor, señora Espinoza, me encantaría. —Enseguida se lo traigo,
—¿Cómo podrías saber eso? —dijo Amelia entre risas. —Porque si la quisieras muerta la habrías matado en cuanto entraste —dijo Miguel—. Sin importarte los demás. Amelia lo miró, y su mano temblaba un poco menos. —¿Crees que matándola vas a ganarte el amor de Vicente? —preguntó Miguel, dando un paso más hacia Amelia— Deja que cometa el error, deja que se dé cuenta por sí mismo de que debería estar contigo, no con Sofía. —No, no —dijo Amelia—, no puedo… —Sí, puedes —dijo Miguel, extendiendo su mano hacia el revolver de Amelia—. Porque eres mejor persona que esto, porque matar no está en ti. Eres una mujer de negocios, Amelia Sarmiento. No una asesina. Naciste para el éxito —¿Tú crees? —Amelia sollozó. —Lo sé —dijo Miguel, luego empujó despacio el revolver hacia abajo, para luego tomarlo de su mano. Amelia estalló en llanto, y Miguel la abrazó fuerte con una mano mientras le ofrecía el arma con la otra a un escolta. Le sujetaron las manos a las espaldas con unas esposas y se la ll
—¡Te ves hermosa! —gritó Marta, y las dos la abrazaron al mismo tiempo.Miró a Vicente y él solo se encogió de hombros mientras se alejaba, para saludar a Ernesto y a Francisco. Los traviesos hijos de Ernesto salieron corriendo hacia el Jardín.—¿Vinieron juntos? —preguntó Sofía frunciendo el entrecejo.—Vicente nos dio el número de su casa. Ernesto y yo los llamamos para pasar a recogerlos, ya que veníamos en la misma dirección. ¡Francisco es tan gracioso! Ernesto y yo veníamos llorando de la risa.—Ya ves lo que me tuve que aguantar por años—dijo divertida Sofía.—¿Me lo dices a mí? Yo estoy casado con él—dijo Marta.Elba les dijo.—Vicente y él se la van a llevar muy bien, porque mi cuñado aparenta que es serio, pero es muy gracioso. —hizo una pausa —¿Y dónde está? —preguntó— ¿Está despierta?Subieron las escaleras de la mansión,—Sí —dijo Sofía, caminando hacia la habitación principal, seguida de cerca de ellas—. Por aquí.Marta le tomó del brazo mientras rodeaban la cama hacia la
—Gracias, señora Petra. Cuando lleguen hágalos pasar a la sala, por favor. —Los invocaste Marta, y tú preguntando por ellos. Cuando llegaron, María estaba radiante con su embarazo de cinco meses. Ella e Ignacio, tomados de la mano, traían una hermosa muñeca de trapo. —¡Hola a todos! Perdón por llegar tarde, pero el tráfico está pésimo a esta hora. —después de los saludos, María preguntó. —¿Dónde está la bebé? Ya quiero verla. Le trajimos este presente a tu bebé. —Ya la vi, gracias ¡Me encantan las muñecas de trapo!... Elba, por favor, acompáñalos al cuarto de la bebé. Disculpen que no me levante, pero estoy hinchada y cansada. —Tranquila amiga te entiendo. —dijo María—a mí también se me hinchan los pies. Dentro de poco tomaré mi reposo. —¿Cómo te has sentido? —le preguntó Sofía. —Aparte de las náuseas, todo va según lo previsto. —¿Cómo está todo en la empresa? —le preguntó Sofía. —Todo sobre ruedas, que puede salir mal sin el gran jefe está al frente. Se te extraña señora V
"¡Marina, por favor no te vayas! ¡Abre los ojos, por favor! ¡No me dejes sola! —Sofía sacudía a su pequeña hermana, pero ella no respondía, sentía su cuerpo tan frío, tan inerte. Angustiada corrió al pasillo y gritó hasta más no poder— ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Que Alguien me ayude! ¿Por qué nadie me escucha?—vio en todas direcciones y el hospital parecía desierto, corrió hacia la recepción de las enfermeras, pero su cuerpo parecía pesado, al llegar no había nadie— ¿Dónde están todos?— decidió regresar con Marina, pero al llegar su cama estaba vacía— ¿Marina? ¿Quién movió su cuerpo? ¡Marina! ¡MARINAAAAA!" Sofía se despertó llorando y se sentó bruscamente, mirando a todos lados, sudorosa y respirando con dificultad. Al reconocer su habitación, se sintió aliviada. "¡Otra vez esa m*****a pesadilla! Daniela bajó los pies de la cama y vio la hora, eran las cinco de mañana, aún era muy temprano. Se dirigió al baño y se lavó la cara mirándose en el espejo y le habló a su reflejo. —Te lo juro Ma
“¿Así que esta es la señorita Romero? ¡Vaya al fin la conozco!” —Sofía Espinoza—dijo, estrechando su mano. Se escuchó la campana del microondas. —Volviendo al café del señor Rivas. Es muy sencillo: Una cucharada de café, dos de azúcar, y dos de crema en polvo —dijo, bajando de la alacena los recipientes. — Asegúrese de que sea azúcar regular. Si valora su trabajo jamás le lleve café con endulzante de esos de sobresito. Use azúcar común y corriente. —¿Café instantáneo? ¿Azúcar regular? —exclamé— Pensaría que él tendría alguna preferencia exótica o algo así. —Eso lo deja cuando se va a cenar o está a solas en su casa. Para iniciar el día siempre es la taza de café de la misma manera. No la ha variado en los años que llevo trabajando para él. Sofía Tomó una cucharada de café. —Espere, espere, que sea bien colmada —dijo, enterrando de nuevo la cuchara y sacando tanto café como podía—. Igual lo demás. Siguió las instrucciones, y luego volteo a ver a la señorita Romero, la cual ase