—Está muy ocupada —afirmó una voz familiar cuando terminó de sellar la última de las cartas de Ernesto. Su corazón dio un salto inesperado y le tomó cierto tiempo sonreír para darle la bienvenida a Vicente, que estaba apoyado en la puerta. —Buenas tardes, señor Rivas. No lo esperaba hasta mañana. Sofía se sintió indefensa ante el placer que experimentó al ver a su jefe. —He terminado de arreglar mis asuntos antes de lo que había calculado —la miró fijamente—. Confío en que mi hermano no la haya explotado demasiado, señora Espinoza. Parece cansada. —Es el calor —explicó con brevedad y cerró la carpeta que contenía la correspondencia de Ernesto—. ¿Le gustaría tomar un poco de té? Vicente suspiró, parecía exhausto. —Lo que de verdad me gustaría es un vaso de ginebra con una tonelada de hielo, pero quizá se me suba a la cabeza y podía ser que no llegara a mi casa si accedo a la tentación. —Puede llamar a un taxi o pedirle a su hermano que lo lleve —sugirió Sofía. — ¿Sabe? —Vicente
El Imperia era el único hotel de cinco estrellas de Puerto Cabello y Sofía se bajó del coche bastante tensa. Para su tranquilidad, Vicente Rivas salió a recibirla; estaba muy atractivo, vestido con un traje de etiqueta. Le cogió la mano y la contempló con una admiración sin rastros de la indiferencia que con frecuencia aparecía en sus ojos. —¡Guau! Buenas noches, Sofía. Estás preciosa, ese vestido te luce espectacular. —Gracias —su confianza subió varios grados—. ¿Han llegado ya los otros? —No. Pensé que deberíamos tomar una copa antes que los invitados lleguen —la llevó al bar. Se sentaron en sillones de terciopelo y Vicente pidió cóctel de champán. “La última vez que bebí champán fue el día de mi boda” —pensó Sofía con nostalgia. Después cerró la mente a los recuerdos y saboreó el líquido burbujeante con verdadero deleite. —Delicioso —dijo y le sonrió a Vicente. — ¿No podrías llamarme Vicente por esta noche, Sofía? Nuestros invitados se sentirán incómodos ante tanta formali
Sofía le acarició el torso, se tumbó sobre ella besándola con pasión sin dejar de acariciarla y le anunció entre dientes que estaba listo. Buscó su entrepierna y Sofía lo ayudó a entrar, lo guio hasta lo más profundo de su cuerpo, donde Vicente remontó de nuevo aquella noche.Fue un acoplamiento rápido y salvaje. Con otro hombre, Sofía habría protestado, pero no con él porque estaba deseando dárselo todo. Y se lo dio. Sus bocas no dejaron de besarse, sus lenguas de tocarse. Vicente tomó su labio inferior entre los dientes y lo mordió al mismo ritmo que se movía dentro de su cuerpo.Sofía sintió que el deseo era tan intenso que no sabía si iba a poder aguantarlo. Intentó ser fuerte, pero cuando Vicente tomó sus nalgas, la embistió con todo su poderío, no pudo evit
—Tranquilo, ricachón —dijo la voz detrás de él. Vicente miró a Sofía que hizo un intento de abrir la puerta, y él movió cabeza de lado a lado, rogándole con la mirada que no saliera del auto. Dos hombres pasaron a su lado. Vicente no los conocía, pero por su apariencia eran unos delincuentes. Así que trató de aparentar serenidad y les dijo. —Con calma, caballeros… —dijo, alzando sus manos abiertas. Uno de los delincuentes se río y les dijo a los demás. —¡Escucharon el ricachón, nos llamó caballeros, que educado! Los otros dos delincuentes se rieron. Vicente insistió. —¡Escuchen… mi cartera está en el bolsillo de mi chaqueta! Adentro encontrarán novecientos dólares y una tarjeta de débito con un balance de catorce mil. Les doy mi palabra que no la reportaré perdida hasta el lunes, pero llévenselo y dejen a la señorita dentro del auto en paz. —¿Y si también queremos el auto? —dijo uno de los criminales frente a él, sacando su arma y apuntándola a su sien. Dentro del auto, Sofía
Se levantó de la cama, hizo treinta minutos de ejercicios, se duchó rápidamente, desayunó algo ligero y se sentó en la sala a mirar su celular como bicho raro, hasta que decidió enviarle un mensaje texto. Después de varios intentos de escribir y borrar, se lo envió. “Buenos días, mi bella Sofí, hoy no iré a trabajar, cancela mi agenda de hoy, surgió un imprevisto, nos vemos mañana” Inmediatamente Sofía le respondió. “¡Estás enfermo! Tenías solo una pequeña herida, ¿Quieres que vaya a tu casa?” “No es necesario, estoy bien. Es solo un compromiso con mi hermano, nos vemos mañana. Solamente contáctame si hay una emergencia. :*” Sofía se tardó en responder, pero le escribió. “Ok.” Vicente arrugó el entrecejo. —Solamente me envió un “Ok”. ¿Se molestó? ¿Será que cree que estoy mintiendo? ¡Bueno, si estoy mintiendo! ¡Pero si voy a hablar con mi hermano! ¡Que sufra! Ella me pudre la vida con sus misterios. Luego le marcó a Ernesto. — ¡Aló!, hola hermanito, voy para tu casa, necesito
Llegaron al frente al enorme teatro histórico, que era un castillo antiguo. Sofía había pasado varias veces en taxis mientras iba rumbo al centro de la ciudad, incluso cuando iban a dar algún evento de lujo como galas de la ciudad o ceremonias cívicas de algún tipo. Pero era muy distinto llegar en una limosina y salir al enceguecedor destello de las cámaras de la prensa tomándole fotos a todos los invitados. Era intimidante, pero Vicente en ningún momento se inmutó ante la experiencia, y siempre la sostuvo de la cintura cerca de él, asegurándose que estuviera bien en el corto trayecto de la salida de la limosina hacia los escalones que daban hacia el gigantesco portón de hierro abierto, a través del cual la cantidad de fotógrafos estaba disminuida drásticamente. —¡Vaya! —dijo para sí misma al entrar. El teatro era un viejo castillo restaurado de los tiempos de la colonia. Sofía había visto los anuncios en la televisión y en el internet sobre las obras de teatro de la historia de la
—Hola Amelia—dijo Elba con gesto serio, aunque Amelia saludó efusivamente con beso en la mejilla a Ernesto y a ella. —¿Cómo están? Se ven increíbles ¿Y los niños? —dijo Amelia con una alegría que Sofía pensó era fingida. —Están bien, creciendo y saludables—dijo Ernesto sonriendo. Vicente se dirigió a Antonio. —Primo también quiero presentarte a la señorita Amelia Sarmiento… Antonio lo interrumpió y le dijo. —No te molestes Vicente, Amelia y yo nos conocemos—dijo sonriéndole a Amelia—Ella es la razón por la que me vine de Ecuador hace un mes, primos, Amelia y yo estamos comprometidos, ven acércate querida. Ante el asombro de todos, Amelia se acercó con una coqueta sonrisa a Antonio, se abrazaron y se dieron un pequeño beso en la boca. Ernesto fue el primero en recuperarse. —¡Felicidades! ¡Qué sorpresa! —exclamó Ernesto. —¡Mis parabienes Antonio! Quién iba a decirlo—dijo Elba. —Te lo tenías bien callado, primo, hablamos hace dos días y no me dijiste nada. Te felicito, les dese
Sofía se encontraba en la cocina moviendo con una cuchara grande su estofado de res, y se sonrío, por el exquisito aroma, no lo podía negar, se consideraba una buena cocinera. De repente escuchó las llaves de la puerta y pensó que era su amiga Marta, pero escuchó a su espalda la voz entusiasta y gruesa de Francisco que le exclamó. —¡Te juro, que iba subiendo las escaleras hacia mi hogar, cuando mi olfato fue invadido, por el olor de tu sabroso estofado! — dijo acercándose a ver el estofado, cuando Sofía soltó la cuchara y volviéndose lo atajó sujetándolo por la barba y le exclamó. —¡Hey! ¿A dónde vas? ¡Recuerda que Marta te tiene a dieta! Francisco puso cara de inocente y le dijo. —¡Y la estoy cumpliendo! ¡Me estoy comiendo todo sin grasa! ¡O sea, sin todo lo sabroso de la comida! —¿Te estás quejando? ¿Acaso te has visto en un espejo? —dijo mirando la enorme figura de Francisco, que era muy alto y grueso, sin rayar en la obesidad, de piel muy blanca y pelirrojo, ya que tenía ascen