Llegaron al frente al enorme teatro histórico, que era un castillo antiguo. Sofía había pasado varias veces en taxis mientras iba rumbo al centro de la ciudad, incluso cuando iban a dar algún evento de lujo como galas de la ciudad o ceremonias cívicas de algún tipo. Pero era muy distinto llegar en una limosina y salir al enceguecedor destello de las cámaras de la prensa tomándole fotos a todos los invitados. Era intimidante, pero Vicente en ningún momento se inmutó ante la experiencia, y siempre la sostuvo de la cintura cerca de él, asegurándose que estuviera bien en el corto trayecto de la salida de la limosina hacia los escalones que daban hacia el gigantesco portón de hierro abierto, a través del cual la cantidad de fotógrafos estaba disminuida drásticamente. —¡Vaya! —dijo para sí misma al entrar. El teatro era un viejo castillo restaurado de los tiempos de la colonia. Sofía había visto los anuncios en la televisión y en el internet sobre las obras de teatro de la historia de la
—Hola Amelia—dijo Elba con gesto serio, aunque Amelia saludó efusivamente con beso en la mejilla a Ernesto y a ella. —¿Cómo están? Se ven increíbles ¿Y los niños? —dijo Amelia con una alegría que Sofía pensó era fingida. —Están bien, creciendo y saludables—dijo Ernesto sonriendo. Vicente se dirigió a Antonio. —Primo también quiero presentarte a la señorita Amelia Sarmiento… Antonio lo interrumpió y le dijo. —No te molestes Vicente, Amelia y yo nos conocemos—dijo sonriéndole a Amelia—Ella es la razón por la que me vine de Ecuador hace un mes, primos, Amelia y yo estamos comprometidos, ven acércate querida. Ante el asombro de todos, Amelia se acercó con una coqueta sonrisa a Antonio, se abrazaron y se dieron un pequeño beso en la boca. Ernesto fue el primero en recuperarse. —¡Felicidades! ¡Qué sorpresa! —exclamó Ernesto. —¡Mis parabienes Antonio! Quién iba a decirlo—dijo Elba. —Te lo tenías bien callado, primo, hablamos hace dos días y no me dijiste nada. Te felicito, les dese
Sofía se encontraba en la cocina moviendo con una cuchara grande su estofado de res, y se sonrío, por el exquisito aroma, no lo podía negar, se consideraba una buena cocinera. De repente escuchó las llaves de la puerta y pensó que era su amiga Marta, pero escuchó a su espalda la voz entusiasta y gruesa de Francisco que le exclamó. —¡Te juro, que iba subiendo las escaleras hacia mi hogar, cuando mi olfato fue invadido, por el olor de tu sabroso estofado! — dijo acercándose a ver el estofado, cuando Sofía soltó la cuchara y volviéndose lo atajó sujetándolo por la barba y le exclamó. —¡Hey! ¿A dónde vas? ¡Recuerda que Marta te tiene a dieta! Francisco puso cara de inocente y le dijo. —¡Y la estoy cumpliendo! ¡Me estoy comiendo todo sin grasa! ¡O sea, sin todo lo sabroso de la comida! —¿Te estás quejando? ¿Acaso te has visto en un espejo? —dijo mirando la enorme figura de Francisco, que era muy alto y grueso, sin rayar en la obesidad, de piel muy blanca y pelirrojo, ya que tenía ascen
La mente del hombre de negocios, trabajó a toda la velocidad de la que era capaz, analizando pro y contras. Y luego le envió un mensaje de texto a Ernesto, que se encontraba al otro lado de la mesa. “¡Llama a mi teléfono celular! ¡Después te explico!” Cuando Ernesto lo leyó, levantó una ceja mirando con el entrecejo fruncido y escribió en su teléfono. Vicente recibió un mensaje de vuelta. “¿Tienes ganas de ir al baño? No tienes que disimular una llamada. Solo di que tienes un llamado de la naturaleza o que vas al baño a darle la mano a tu mejor amigo. XD” Vicente se pasó la mano por la cara molesto y le respondió con otro mensaje. “¡¡LLAMA!! ¡O te juro que te saco de mi testamento!” -_- Ernesto, sonrío, divertido y simulando, descansó con el codo sobre la mesa, apoyando su cara en la mano y dejando expuesto solamente el dedo medio, haciéndole la señal de costumbre. Su hermano mayor, impaciente, lo miró feo y Ernesto, sonriendo, marcó a su celular llamándolo, por debajo de la me
Ola tras ola de vibraciones emergieron de su sexo y sacudieron todo su cuerpo. El estómago de Sofía se inflaba y desinflaba de lo mucho que respiraba por la boca —¡No pares! —gritó, agarrando un puño de su cabello y presionándolo más contra ella. Vicente, pero no se detuvo. La saboreó como si fuera la última vez que haría sexo oral. Ella se extendió hacia atrás y todos los músculos de su cuerpo se tensaron al mismo tiempo. Vibrando por dentro, como si su vientre fuera el epicentro de un terremoto devastador, pero por fuera estaba tensa. Poco a poco tembló más y más fuerte, y al fin escapó el grito que quedó atrapado en el fondo de su garganta. Vicente apresurado se colocó entre sus piernas abiertas y la penetró. La agarró con tanta fuerza de la cintura que ella pensó que la partirían en dos, Sofía arqueó su espalda, y llegó al éxtasis, mientras él continuó embistiéndola con la misma intensidad, prolongando su placer. Su corazón estaba golpeando tan fuerte que podía haberse salido de
Por un momento Sofía se rio impulsivamente pensando que Vicente estaba bromeando. Pero llevaba tiempo conociéndolo y sabía que no era así, por un momento creyó que estaba soñando, pero al ver la cara de desconcierto de Amelia y la rabia en el rostro de Antonio, se dio cuenta de que era muy real, su corazón latió aceleradamente y pensó. “¡Vicente se volvió loco! ¿Cómo se le ocurre decir eso? ¡Y delante de los socios y ejecutivos de la empresa!” Ernesto lo miró incrédulo desde el otro lado de la mesa, pero luego supuso que existía una razón para todo aquello. —Ustedes se preguntarán porque he tomado esa decisión. Por el simple hecho de que la señora Sofía Espinoza ha superado todas mis expectativas como mi secretaria y asistente personal. Durante las ocasiones en que la dejé sola, asumió el mando de la empresa con una mínima supervisión de parte de mi hermano. Y todo eso sin descuidar las obligaciones propias de su cargo. Es por eso que considero que está más que preparada para asumir
Amelia se encontraba acostada en su diván, envuelta una bata de seda, colocándose una compresa fría con el ojo hinchado. Imaginándose la mil y una forma de asesinar a Sofía. Cuando escuchó las llaves en la puerta, y el sonido al azotarla. Antonio Rivas entró hecho una furia y comenzó a caminar dando vueltas por la sala de estar. —¡Cómo es posible que me haya humillado de esa manera! ¡Te lo juro que me las va a pagar!... ¡A ti por lo menos te devolvió tu anterior puesto! ¡Cómo es posible que me ofreciera ese cargo de bajo nivel! ¡Gerente de Servicios Administrativos! Lo que es lo mismo ser el conserje de la empresa, ¡Mi trabajo será, la organización de reuniones y el mantenimiento de las oficinas! ¡Diantres! ¡¿Me escuchaste?!... —¡Por Dios deja de gritar! ¡Por supuesto que te escucho! ¿Yo estaba ahí contigo, lo recuerdas?, ¿Se lo preguntas a quién humillaron dejándola inconsciente de un golpe?... Antonio estoy de malas y no tengo paciencia para aguantarte, te sugiero que te des un ba
—Déjame terminar y verás a donde quiero llegar—hizo una pausa y continuó. — Tu tío se casó muy joven cuando él y tu padre y el mío, trabajaban de obreros en la empresa del padre de Soraya, allí se conocieron y Soraya salió embarazada de Vicente. Horacio Salvatierra, el padre de Soraya, se molestó tanto que amenazó a su hija con desheredarla si no abandonaba a tu tío Gerardo, ella intentó suicidarse y el viejo Horacio se doblegó, pero con la condición de que se casaran. Todo esto ocurrió sin que los Salvatierra se enteraran de que tu tío tenía, en un miserable barrio, a una mujer humilde embarazada y dos hijos varones, a los que les dio su apellido sin casarse con su madre. Demás está decirte que el “honorable” Gerardo Rivas abandonó a su familia pobre para casarse con la muy distinguida Soraya Salvatierra. Horacio Salvatierra convencido por tu tío de que invirtiera en su empresa, le dio el dinero para que formara su compañía. Sus hijos pobres se criaron en la ignorancia de la gran fort