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Ola tras ola de vibraciones emergieron de su sexo y sacudieron todo su cuerpo. El estómago de Sofía se inflaba y desinflaba de lo mucho que respiraba por la boca —¡No pares! —gritó, agarrando un puño de su cabello y presionándolo más contra ella. Vicente, pero no se detuvo. La saboreó como si fuera la última vez que haría sexo oral. Ella se extendió hacia atrás y todos los músculos de su cuerpo se tensaron al mismo tiempo. Vibrando por dentro, como si su vientre fuera el epicentro de un terremoto devastador, pero por fuera estaba tensa. Poco a poco tembló más y más fuerte, y al fin escapó el grito que quedó atrapado en el fondo de su garganta. Vicente apresurado se colocó entre sus piernas abiertas y la penetró. La agarró con tanta fuerza de la cintura que ella pensó que la partirían en dos, Sofía arqueó su espalda, y llegó al éxtasis, mientras él continuó embistiéndola con la misma intensidad, prolongando su placer. Su corazón estaba golpeando tan fuerte que podía haberse salido de
Por un momento Sofía se rio impulsivamente pensando que Vicente estaba bromeando. Pero llevaba tiempo conociéndolo y sabía que no era así, por un momento creyó que estaba soñando, pero al ver la cara de desconcierto de Amelia y la rabia en el rostro de Antonio, se dio cuenta de que era muy real, su corazón latió aceleradamente y pensó. “¡Vicente se volvió loco! ¿Cómo se le ocurre decir eso? ¡Y delante de los socios y ejecutivos de la empresa!” Ernesto lo miró incrédulo desde el otro lado de la mesa, pero luego supuso que existía una razón para todo aquello. —Ustedes se preguntarán porque he tomado esa decisión. Por el simple hecho de que la señora Sofía Espinoza ha superado todas mis expectativas como mi secretaria y asistente personal. Durante las ocasiones en que la dejé sola, asumió el mando de la empresa con una mínima supervisión de parte de mi hermano. Y todo eso sin descuidar las obligaciones propias de su cargo. Es por eso que considero que está más que preparada para asumir
Amelia se encontraba acostada en su diván, envuelta una bata de seda, colocándose una compresa fría con el ojo hinchado. Imaginándose la mil y una forma de asesinar a Sofía. Cuando escuchó las llaves en la puerta, y el sonido al azotarla. Antonio Rivas entró hecho una furia y comenzó a caminar dando vueltas por la sala de estar. —¡Cómo es posible que me haya humillado de esa manera! ¡Te lo juro que me las va a pagar!... ¡A ti por lo menos te devolvió tu anterior puesto! ¡Cómo es posible que me ofreciera ese cargo de bajo nivel! ¡Gerente de Servicios Administrativos! Lo que es lo mismo ser el conserje de la empresa, ¡Mi trabajo será, la organización de reuniones y el mantenimiento de las oficinas! ¡Diantres! ¡¿Me escuchaste?!... —¡Por Dios deja de gritar! ¡Por supuesto que te escucho! ¿Yo estaba ahí contigo, lo recuerdas?, ¿Se lo preguntas a quién humillaron dejándola inconsciente de un golpe?... Antonio estoy de malas y no tengo paciencia para aguantarte, te sugiero que te des un ba
—Déjame terminar y verás a donde quiero llegar—hizo una pausa y continuó. — Tu tío se casó muy joven cuando él y tu padre y el mío, trabajaban de obreros en la empresa del padre de Soraya, allí se conocieron y Soraya salió embarazada de Vicente. Horacio Salvatierra, el padre de Soraya, se molestó tanto que amenazó a su hija con desheredarla si no abandonaba a tu tío Gerardo, ella intentó suicidarse y el viejo Horacio se doblegó, pero con la condición de que se casaran. Todo esto ocurrió sin que los Salvatierra se enteraran de que tu tío tenía, en un miserable barrio, a una mujer humilde embarazada y dos hijos varones, a los que les dio su apellido sin casarse con su madre. Demás está decirte que el “honorable” Gerardo Rivas abandonó a su familia pobre para casarse con la muy distinguida Soraya Salvatierra. Horacio Salvatierra convencido por tu tío de que invirtiera en su empresa, le dio el dinero para que formara su compañía. Sus hijos pobres se criaron en la ignorancia de la gran fort
Ella tomó sus manos y las quitó de su cuerpo para luego alejarse con el rostro ruborizado y mordiéndose el labio.—Aquí no —dijo nerviosa—. Cuando me lleves a casa en la tarde hablaremos.—Bien —dije, asintiendo—. Volvamos al trabajo, entonces. Necesito que vayas con Ernesto para que organicen una junta con los nuevos clientes. Él te dará los detalles. Y por favor toma la habitación que está al lado como tu oficina, no es tan grande como esta, pero es bastante espaciosa. Decórala a tu gusto y encárgate de que coloquen tu nombre como Vicepresidente en letras doradas en la puerta.Ella lo miró confundida y le preguntó.—Pero dijiste que sería temporal.—Así es, que coloquen temporalmente las letras doradas.—Eso es un desperdicio de dinero y de tiempo.—Bueno, eso no me va a empobrecer y todavía no vamos a buscar Vicepresidente, es un cargo estratégico y no se lo pienso dar a cualquiera.—¿Eso significa que confía mucho en mí?—Has estado desnuda en mi cama, si quisieras asesinarme, ya
María se asomó al mediodía en su oficina. —¡Hola jefa! Vamos a almorzar. —Si un momento, déjame terminar esto—dijo tecleando. Luego María le dijo en voz baja. —¡Que tal! El jefe Ernesto, tan amable, dulce y educado. ¡Tan cuchi! ¡Que me provoca llevármelo para mi casa como mi osito de peluche! Sofía se río y le dijo. —Es casado. —Ya lo sé, yo respeto eso. Solo estoy bromeando. Vicente pasó casi una semana afuera y los días transcurrieron si novedades. Ni Amelia, ni Antonio se dejaron ver por presidencia. Sofía los había visto a la hora de la entrada, tomados de la mano. Amelia la miraba con desprecio, Antonio le hacía una inclinación de cabeza, con una sonrisa hipócrita. Aunque siempre elegantes e impecables. Sofía, evitando tropezar con ellos, se iba por la escalera o el ascensor. Casi al terminar la semana, Vicente le anunció un día antes que llegaría. Ese día se levantó emocionada y se esmeró en su arreglo, aunque se convenció a si misma, ya que era Vicepresidente, debía e
Capítulo 25—Tu sentido del humor sigue igual —dijo—. Cuando estuve moviendo droga conocí a gente poderosa…—¿Gente muy poderosa? Sí, me imagino que clase de gente—lo interrumpió.—Bueno, movieron sus influencias y solo cumplí cinco años de mi condena.Vicente entrecerró sus ojos y le atravesó con la mirada. —¿Por qué estás aquí Arturo?Él negó con la cabeza.—Sabes, no sé por qué pensé que mi hermanito menor estaría feliz de que estuviera fuera de la cárcel.— No me has respondido. Porque viniste a buscarme.—Únicamente vine a visitar a mi familia. —le dijo con malicia.—Tú no eres mi familia, Arturo —le dijo a su cara, señalando su dedo índice a su rostro—. Tú eres la misma clase de escoria que mató a Rubén. ¿Te acuerdas de él? ¿Nuestro hermano? ¿Al que murió en un fuego cruzado entre pandillas? Él y tú siguieron tomando malas decisiones hasta que Rubén murió y a ti te metieron preso. Ustedes dos le rompieron el corazón a papá cuando se acercó por primera vez para ayudarlos, pero lo
Vicente cerró su puño tan fuerte como pudo mientras le miraba irse a paso veloz con el guardia detrás de él. Sofía sintió un escalofrío cuando pasó por su lado, aunque Arturo no volteó a verla. Vicente se volvió para entrar en la oficina.Amelia entró con unos papeles en esos momentos.—¡Vicente! —lo llamó Amelia.—¡¿Qué?! —gritó Vicente.Él se volteó a verla, y Amelia pensó que la miraba como si estuviera a punto de fusilarla.—Lo siento —dijo Vicente con la quijada temblorosa de la furia—. ¿Qué necesitas, Amelia?—Puede esperar —dijo Amelia antes de irse.Vicente entró y lanzó la puerta de golpe, Sofía y María pegaron un brinco. Sofía estaba al borde de un colapso y María al ver a su amiga pálida a punto de desmayarse. Se levantó apresurada y la sostuvo de la cintura.—¡Sofía! ¿Qué te ocurre?—Ayúdame… a llegar a… mi oficinaSofía se sentó a llegar a su oficina y maría le buscó un vaso de agua y ella temblorosa se lo bebió.—¿Qué quieres que haga? ¿Vamos al hospital?Sofía trató de