María se asomó al mediodía en su oficina. —¡Hola jefa! Vamos a almorzar. —Si un momento, déjame terminar esto—dijo tecleando. Luego María le dijo en voz baja. —¡Que tal! El jefe Ernesto, tan amable, dulce y educado. ¡Tan cuchi! ¡Que me provoca llevármelo para mi casa como mi osito de peluche! Sofía se río y le dijo. —Es casado. —Ya lo sé, yo respeto eso. Solo estoy bromeando. Vicente pasó casi una semana afuera y los días transcurrieron si novedades. Ni Amelia, ni Antonio se dejaron ver por presidencia. Sofía los había visto a la hora de la entrada, tomados de la mano. Amelia la miraba con desprecio, Antonio le hacía una inclinación de cabeza, con una sonrisa hipócrita. Aunque siempre elegantes e impecables. Sofía, evitando tropezar con ellos, se iba por la escalera o el ascensor. Casi al terminar la semana, Vicente le anunció un día antes que llegaría. Ese día se levantó emocionada y se esmeró en su arreglo, aunque se convenció a si misma, ya que era Vicepresidente, debía e
Capítulo 25—Tu sentido del humor sigue igual —dijo—. Cuando estuve moviendo droga conocí a gente poderosa…—¿Gente muy poderosa? Sí, me imagino que clase de gente—lo interrumpió.—Bueno, movieron sus influencias y solo cumplí cinco años de mi condena.Vicente entrecerró sus ojos y le atravesó con la mirada. —¿Por qué estás aquí Arturo?Él negó con la cabeza.—Sabes, no sé por qué pensé que mi hermanito menor estaría feliz de que estuviera fuera de la cárcel.— No me has respondido. Porque viniste a buscarme.—Únicamente vine a visitar a mi familia. —le dijo con malicia.—Tú no eres mi familia, Arturo —le dijo a su cara, señalando su dedo índice a su rostro—. Tú eres la misma clase de escoria que mató a Rubén. ¿Te acuerdas de él? ¿Nuestro hermano? ¿Al que murió en un fuego cruzado entre pandillas? Él y tú siguieron tomando malas decisiones hasta que Rubén murió y a ti te metieron preso. Ustedes dos le rompieron el corazón a papá cuando se acercó por primera vez para ayudarlos, pero lo
Vicente cerró su puño tan fuerte como pudo mientras le miraba irse a paso veloz con el guardia detrás de él. Sofía sintió un escalofrío cuando pasó por su lado, aunque Arturo no volteó a verla. Vicente se volvió para entrar en la oficina.Amelia entró con unos papeles en esos momentos.—¡Vicente! —lo llamó Amelia.—¡¿Qué?! —gritó Vicente.Él se volteó a verla, y Amelia pensó que la miraba como si estuviera a punto de fusilarla.—Lo siento —dijo Vicente con la quijada temblorosa de la furia—. ¿Qué necesitas, Amelia?—Puede esperar —dijo Amelia antes de irse.Vicente entró y lanzó la puerta de golpe, Sofía y María pegaron un brinco. Sofía estaba al borde de un colapso y María al ver a su amiga pálida a punto de desmayarse. Se levantó apresurada y la sostuvo de la cintura.—¡Sofía! ¿Qué te ocurre?—Ayúdame… a llegar a… mi oficinaSofía se sentó a llegar a su oficina y maría le buscó un vaso de agua y ella temblorosa se lo bebió.—¿Qué quieres que haga? ¿Vamos al hospital?Sofía trató de
—Siento que te culpas a ti mi misma de lo que te ocurrió, a cualquiera le pudo haber pasado.— Quizás… Como se te seguía diciendo. Le expliqué a Arturo los problemas que tenía y se ofreció a ayudarme ofreciéndome trabajo de mesera en una discoteca de la que era dueño, “Rumba Disco”, la cual era muy popular y le generaba mucho dinero. Al principio todos mis problemas parecieron resolverse, me pagaba un excelente sueldo, pude comprar las cosas que necesitábamos, alimentarnos mejor. Durante todo el año que estuve trabajando como mesera en su negocio. Le tomé cariño a Arturo, me sentía protegida porque se portaba muy respetuoso conmigo, nunca mostró otra intención, bueno, al menos eso yo creía. Hasta el día que cumplí dieciocho años me celebró con una fiesta en mi casa, compró todo lo necesario, invité a mis amigos y la pasamos bien. Al día siguiente, cuando fui a trabajar al terminar de cerrar el negocio, me pidió que me quedara, que necesitaba hablar conmigo. Y me confesó que había esta
—No le debe haber gustado para nada que lo traicionara.—¡Por supuesto que no! Por eso tuvimos que ponerle una trampa. Néstor sabía dónde, Arturo escondía las armas y las drogas. Yo hice una llamada anónima a la policía. Meses después, cuando estábamos huyendo, nos enteramos por la prensa que lo habían sentenciado a treinta años de prisión. Fue un alivio.—¡Wow! Siempre me describiste a Néstor como un hombre tranquilo, amoroso y protector. Que me cuesta imaginármelo trabajando para un tipo como Arturo Rivas.—Y es verdad todo lo que te dije de él. En el momento que nos casamos él se convirtió en otro hombre, no le fue fácil conseguir trabajo, él tenía un título de administración de empresa. Pero siempre tuvo el temor de exponerse demasiado. Así que deicidio camuflarse de mecánico, y al fin le dieron la oportunidad en un taller reparando autos, tenía talento para eso. Nos apoyó cuando entré a la universidad y Marina a la secundaria.—Económicamente hablando, no debe haber sido fácil pa
—¡Bueno, estaba ilusionada ¡Me has dicho que el hombre es encantador!Sofía pensó que su hermano mayor también. Y luego exclamó.—¡Eso es lo que me está matando! ¡Diantres! ¡Qué Ernesto parece incapaz de matar una cucaracha!—Reflexiónalo por un instante. Solo conoces a dos Rivas, y los dos son buenas personas.—Bueno, existen tres Rivas más, está el perro de Arturo, pero queda descartado porque estaba preso. Gerardo Jr., pero lleva mucho tiempo viviendo en el extranjero. Aunque ha visitado la empresa en varias ocasiones y también está Antonio, pero él nunca trabajó para la empresa, aunque sí estuvo en las celebraciones y fiestas conmemorativas. —dijo Sofía.—¿Gerardo Jr. y Antonio? ¿Son primos de Vicente?—Gerardo Jr. es su hermano y Antonio es su primo.—Pero tenía entendido que eran solo dos hermanos, Vicente y Ernesto. ¿Por qué nunca me contaste?—Porque eso significaba tener que hablarte de Arturo, y te dije, quería enterrar ese pasado. Además, lo poco que sé, me lo contó Arturo
Se despidieron y cuando Marta se fue. Se quedó viendo inquieta el celular. “Han pasado tres horas desde que me fui de la empresa y Vicente no me ha llamado. A estas alturas María le debe haber dado mi recado. ¡Diantres! Como quisiera saber que le dijo Arturo… ¡Voy a llamar a María!” Marcó el número personal de María. —¡Aló Sofí! ¿Cómo estás? ¿Ya te sientes mejor? —Sí, María, ya estoy mejor. Te llamo para preguntarte si ya le disté mi recado a Vicente… —Sí, Sofía, apenas te fuiste lo hice. Le dije que te sentiste mal y por eso te retiraste temprano. —¿Pero no dijo nada? —No, nunca levantó la cabeza de los documentos que estaba revisando, y sin mirarme me dijo que si eso era todo que me retirara. Hasta ahora solo se comunicó conmigo para decirme que iba a recibir una llamada de Italia y que no quería interrupciones. Que cuando se hiciera la hora de la salida me retirara, y avisara a Miguel, su jefe de seguridad, que él se iba a quedar en la oficina trabajando hasta tarde. —Está b
—Ha sido un impulso. Dayana lo miró con recelo, mirando nerviosa la salida de su habitación de hotel. —Creo que tenemos algunas cosas que resolver entre nosotros —dijo bruscamente Vicente. A Dayana se le subió el corazón a la garganta. —¿Qué quieres decir? —preguntó ansiosa. Vicente permaneció en silencio. Cuando por fin habló, lo hizo como si estuviera escogiendo con cuidado cada una de las palabras que empleaba. —Después que te vi en aquel café, con esos dos hombres bailando a su alrededor… —empezó a decir Vicente con expresión grave. —¡Simón iba con mi amiga Ana, no conmigo! —exclamó apresurada Dayana. —¿Ana? ¿Ese es su nombre? Qué curioso—dijo Vicente con cinismo. —¿Qué quieres decir con eso? Vicente le dirigió una mirada fulminante. —No estarás intentando convencerme de que tú musculoso amigo estaba verdaderamente interesado en tu amiga obesa, ¿Verdad? ¿Qué era aquello, una cita a ciegas que habías preparado para no tener que enfrentarte a ninguna competidora? Dayana l