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Capítulo 4: Una mujer sin miedo     

En el instante en que aquella mujer llega a la mansión, Riccardo siente la necesidad de explicar cómo son las cosas, pero no tiene tiempo de hacerlo, porque en cuanto el auto para, ella se baja enseguida. Sin embargo, los guardias se apresuran a apuntarla como parte del protocolo de los recién llegados.

—¡Alto ahí! —grita uno de ellos, pero la mujer no se intimida y da dos pasos más.

Uno de los hombres camina hacia ella, le apunta a la cabeza y Riccardo corre rápidamente hacia la mujer para protegerla, pero la voz de Renatto nuevamente atrae las miradas.

—¿Acaso no es capaz de seguir órdenes? —ella baja la mirada enseguida y responde con cautela.

—Claro que sí, señor, pero cuando me hablan como gente civilizada y sin armas de por medio —se lleva las manos a los oídos y le dice sin una pizca de miedo, aunque manteniendo su actitud sumisa—. Esas cosas como que causan interferencia y bloquean las palabras a mis oídos.

—¡Mierda, Riccardo! ¡¿No pudiste elegir una tutora que al menos tenga algo de miedo?! —pero antes de que su gemelo responda, lo hace ella.

—Si le tuviera miedo a ustedes, no podría ser una buena tutora para su hijo, señor

—¿No tienes una pizca de respeto o miedo al jefe de la mafia?

—Por supuesto, señor —dice ella con una reverencia—. Pero solo a usted, y usted no me ha dado ninguna orden… y no me ha apuntado como los demás.

Un gesto de Renatto hace que todos bajen sus armas, él se acerca más a ella, pero la mujer no se intimida. Renatto la toma por el mentón para obligarla a que lo vea, algo extraño le pasa, pero se olvida cuando ve que la mujer mantiene sus ojos fijos sobre él, sin retroceder ni mostrar miedo, y Renatto no puede evitar recordar a aquella chiquilla menuda, rubia y de ojos verdes que tenía el mismo carácter del demonio a la mujer frente a él.

—Me agrada, señorita… —se queda en silencio para que le diga el nombre y ella se aparta antes de responder.

—Isabella Fugatti, señor Corleone —le extiende la mano y Renatto se la da por educación, pero al momento de tocarse, puede sentir una conexión inexplicable.

—Señorita, bienvenida —sin embargo, toda la cordialidad queda atrás. Tira de ella, la toma por el cabello y le deja su amenaza con los dientes apretados—. No vuelva a desafiarme frente a mi gente, digamos que tiene la suerte de la novata… pero es mejor que no me tiente más de la cuenta o terminará con una bala en la frente y como alimento a los carroñeros.

—Y yo le sugiero que no vuelva a tomarme así del cabello… porque tampoco tendré compasión en cortarle la mano. Usted es mi jefe ahora y lo respeto… pero no me pida lo mismo hacia un hombre que no respeta a las mujeres indefensas

Renatto la mira con un odio velado unos segundos, pero luego la suelta con violencia y una carcajada divertida.

—Indefensa… ¡Denle un cuarto en las barracas! Si aprende a comportarse, a lo mejor se gana el dormir con los perros de caza.

La mira con odio y se mete dentro de la casa, Riccardo la mira con tristeza, pero ella solo se ríe y se acerca a uno de los hombres para que la lleven donde dormirá. Riccardo ordena que lleven las cosas de la mujer a una sala que se ha preparado para las clases de Alonzo y luego sigue a su hermano para intentar abogar por la ella.

—Hermano…

—¡Ni se te ocurra, Riccardo! —le grita girándose y levantando su dedo como advertencia—. Tiene una semana para aprender a controlar su lengua y a respetarme de verdad, de otra manera va a terminar como muchos que llegaron de la misma manera.

—Pero en verdad es la mejor… a lo mejor reaccionó así por miedo…

—¿Miedo? ¡Es que esa mujer ni siquiera sabe lo significa esa palabra! Lo vi en sus ojos y no quiero que le meta ideas a mi hijo.

—A lo mejor resulta bueno, si le enseña a Alonzo a que no tenga miedo, mi sobrino crecerá mejor que nosotros.

—Te gusta —Riccardo baja la mirada y Renatto solo gruñe—. Te puede gustar, te la puedes follar, pero a ni se te ocurra enamorarte ni mucho menos darle atribuciones que no tendrá.

—No la quiero para eso… pero ella me recuerda a alguien que me importó y pienso protegerla.

—Si la quieres viva, enséñale instinto de supervivencia, porque es claro que no lo tiene.

Renatto se marcha su despacho dejando a su hermano pensativo, después de todo tiene razón, pero no deja de sentir que tiene que cuidarla de todos, incluso de su hermano. Tras supervisar que todo el material de la mujer ha quedado instalado, va por ella a las barracas, que es donde guardan las cosas que no sirven y los barriles de licor para las celebraciones especiales.

Antes de abrir la puerta oye una maldición y al entrar la ve peleando con una rata, se apresura a llegar a ella, pero lo que lo deja perplejo es que la mujer le quita el arma del cinturón y mata al animal.

—Odio las ratas —le devuelve el arma y busca algo con qué barrer—. Sé que no fui muy amigable con su hermano, pero al menos podría darme una escoba para limpiar y tener con qué espantar a estos animales.

—Voy a pasar por alto el hecho de que me quitaste el arma y tienes buena puntería… —ella se ríe y se sienta en un barril lleno de polvo—. Te admiro, no eres como otras mujeres, la mayoría solo llora y suplica, tú te adaptas y sigues.

—Créame, he estado en lugares peores que esto. Me siento casi en un hotel de lujo.

—Pero le falta una escoba —ella mira a un rincón tras Riccardo y se baja para caminar directo hacia el lugar, encuentra un palo, se quita la goma del cabello y toma un poco de paja seca que hay amontonada en otro lugar—. Bueno, ya no le falta nada.

—Supongo que no puedo pedir mi propio baño, ya me dijeron que debo bañarme en el jardín.

—Si le demuestra a mi hermano que lo respetas…

—Y lo hago, ¿Por qué cree que estoy aquí? Pude negarme y hacer que me matarán antes de salir de mi casa. Pero si él cree que el miedo y el respeto son lo mismo, está equivocado. Miedo le tengo a Dios, que es quien cobra lo que hacemos.

—Mi hermano también cobra…

—Sí, pero incluso él tiene que rendir cuentas a alguien más —Riccardo la mira con intensidad, pero ella solo comienza a moverse por el lugar y en pocos minutos organiza lo que será su cama, escondida entre varios barriles vacíos, como para darse un poco de privacidad.

—Si ya está lista, vamos para que conozca el lugar donde enseñará a mi sobrino y también a su alumno.

Ella solo asiente, se trenza el cabello y camina junto a Riccardo en silencio hasta la casa. Ninguno se dio cuenta de que alguien oyó esa conversación y que está dispuesto a lograr que esa mujer le tenga miedo.

Lo que no sabe Renatto Corleone es que Isabella Fugatti ya no le tiene miedo a nadie.

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