En el instante en que aquella mujer llega a la mansión, Riccardo siente la necesidad de explicar cómo son las cosas, pero no tiene tiempo de hacerlo, porque en cuanto el auto para, ella se baja enseguida. Sin embargo, los guardias se apresuran a apuntarla como parte del protocolo de los recién llegados.
—¡Alto ahí! —grita uno de ellos, pero la mujer no se intimida y da dos pasos más.
Uno de los hombres camina hacia ella, le apunta a la cabeza y Riccardo corre rápidamente hacia la mujer para protegerla, pero la voz de Renatto nuevamente atrae las miradas.
—¿Acaso no es capaz de seguir órdenes? —ella baja la mirada enseguida y responde con cautela.
—Claro que sí, señor, pero cuando me hablan como gente civilizada y sin armas de por medio —se lleva las manos a los oídos y le dice sin una pizca de miedo, aunque manteniendo su actitud sumisa—. Esas cosas como que causan interferencia y bloquean las palabras a mis oídos.
—¡Mierda, Riccardo! ¡¿No pudiste elegir una tutora que al menos tenga algo de miedo?! —pero antes de que su gemelo responda, lo hace ella.
—Si le tuviera miedo a ustedes, no podría ser una buena tutora para su hijo, señor
—¿No tienes una pizca de respeto o miedo al jefe de la mafia?
—Por supuesto, señor —dice ella con una reverencia—. Pero solo a usted, y usted no me ha dado ninguna orden… y no me ha apuntado como los demás.
Un gesto de Renatto hace que todos bajen sus armas, él se acerca más a ella, pero la mujer no se intimida. Renatto la toma por el mentón para obligarla a que lo vea, algo extraño le pasa, pero se olvida cuando ve que la mujer mantiene sus ojos fijos sobre él, sin retroceder ni mostrar miedo, y Renatto no puede evitar recordar a aquella chiquilla menuda, rubia y de ojos verdes que tenía el mismo carácter del demonio a la mujer frente a él.
—Me agrada, señorita… —se queda en silencio para que le diga el nombre y ella se aparta antes de responder.
—Isabella Fugatti, señor Corleone —le extiende la mano y Renatto se la da por educación, pero al momento de tocarse, puede sentir una conexión inexplicable.
—Señorita, bienvenida —sin embargo, toda la cordialidad queda atrás. Tira de ella, la toma por el cabello y le deja su amenaza con los dientes apretados—. No vuelva a desafiarme frente a mi gente, digamos que tiene la suerte de la novata… pero es mejor que no me tiente más de la cuenta o terminará con una bala en la frente y como alimento a los carroñeros.
—Y yo le sugiero que no vuelva a tomarme así del cabello… porque tampoco tendré compasión en cortarle la mano. Usted es mi jefe ahora y lo respeto… pero no me pida lo mismo hacia un hombre que no respeta a las mujeres indefensas
Renatto la mira con un odio velado unos segundos, pero luego la suelta con violencia y una carcajada divertida.
—Indefensa… ¡Denle un cuarto en las barracas! Si aprende a comportarse, a lo mejor se gana el dormir con los perros de caza.
La mira con odio y se mete dentro de la casa, Riccardo la mira con tristeza, pero ella solo se ríe y se acerca a uno de los hombres para que la lleven donde dormirá. Riccardo ordena que lleven las cosas de la mujer a una sala que se ha preparado para las clases de Alonzo y luego sigue a su hermano para intentar abogar por la ella.
—Hermano…
—¡Ni se te ocurra, Riccardo! —le grita girándose y levantando su dedo como advertencia—. Tiene una semana para aprender a controlar su lengua y a respetarme de verdad, de otra manera va a terminar como muchos que llegaron de la misma manera.
—Pero en verdad es la mejor… a lo mejor reaccionó así por miedo…
—¿Miedo? ¡Es que esa mujer ni siquiera sabe lo significa esa palabra! Lo vi en sus ojos y no quiero que le meta ideas a mi hijo.
—A lo mejor resulta bueno, si le enseña a Alonzo a que no tenga miedo, mi sobrino crecerá mejor que nosotros.
—Te gusta —Riccardo baja la mirada y Renatto solo gruñe—. Te puede gustar, te la puedes follar, pero a ni se te ocurra enamorarte ni mucho menos darle atribuciones que no tendrá.
—No la quiero para eso… pero ella me recuerda a alguien que me importó y pienso protegerla.
—Si la quieres viva, enséñale instinto de supervivencia, porque es claro que no lo tiene.
Renatto se marcha su despacho dejando a su hermano pensativo, después de todo tiene razón, pero no deja de sentir que tiene que cuidarla de todos, incluso de su hermano. Tras supervisar que todo el material de la mujer ha quedado instalado, va por ella a las barracas, que es donde guardan las cosas que no sirven y los barriles de licor para las celebraciones especiales.
Antes de abrir la puerta oye una maldición y al entrar la ve peleando con una rata, se apresura a llegar a ella, pero lo que lo deja perplejo es que la mujer le quita el arma del cinturón y mata al animal.
—Odio las ratas —le devuelve el arma y busca algo con qué barrer—. Sé que no fui muy amigable con su hermano, pero al menos podría darme una escoba para limpiar y tener con qué espantar a estos animales.
—Voy a pasar por alto el hecho de que me quitaste el arma y tienes buena puntería… —ella se ríe y se sienta en un barril lleno de polvo—. Te admiro, no eres como otras mujeres, la mayoría solo llora y suplica, tú te adaptas y sigues.
—Créame, he estado en lugares peores que esto. Me siento casi en un hotel de lujo.
—Pero le falta una escoba —ella mira a un rincón tras Riccardo y se baja para caminar directo hacia el lugar, encuentra un palo, se quita la goma del cabello y toma un poco de paja seca que hay amontonada en otro lugar—. Bueno, ya no le falta nada.
—Supongo que no puedo pedir mi propio baño, ya me dijeron que debo bañarme en el jardín.
—Si le demuestra a mi hermano que lo respetas…
—Y lo hago, ¿Por qué cree que estoy aquí? Pude negarme y hacer que me matarán antes de salir de mi casa. Pero si él cree que el miedo y el respeto son lo mismo, está equivocado. Miedo le tengo a Dios, que es quien cobra lo que hacemos.
—Mi hermano también cobra…
—Sí, pero incluso él tiene que rendir cuentas a alguien más —Riccardo la mira con intensidad, pero ella solo comienza a moverse por el lugar y en pocos minutos organiza lo que será su cama, escondida entre varios barriles vacíos, como para darse un poco de privacidad.
—Si ya está lista, vamos para que conozca el lugar donde enseñará a mi sobrino y también a su alumno.
Ella solo asiente, se trenza el cabello y camina junto a Riccardo en silencio hasta la casa. Ninguno se dio cuenta de que alguien oyó esa conversación y que está dispuesto a lograr que esa mujer le tenga miedo.
Lo que no sabe Renatto Corleone es que Isabella Fugatti ya no le tiene miedo a nadie.
En el instante en que Isabella entra en la mansión, siente el poder y el peligro emanando de cada rincón, a diferencia de otros lugares que transmiten calidez y seguridad, este solo ofrece un espacio frío y lúgubre. Sus pasos son firmes, aunque su mente registra cada detalle, los guardias que la observan como si ya hubieran dictado su sentencia, las paredes adornadas con cuadros que narran historias de generaciones pasadas y el eco de sus propios movimientos en el suelo de mármol.—Mi sobrino bajará en unos minutos. Vamos al que será su salón —anuncia Riccardo con tono calmado, aunque Isabella percibe el sutil nerviosismo en su voz.Abre una puerta y le permite la entrada. Isabella ve que sus cosas están amontonadas en un rincón, cajas y materiales desordenados, como si no se hubieran tomado el tiempo de tratar sus pertenencias con cuidado. Sin perder tiempo, comienza a organizar el espacio, ignorando las miradas de los guardias que la vigilan desde el umbral.La figura de Renatto apa
El eco de los pasos de Renatto retumba por el salón con una expresión de ira apenas contenida. Al llegar junto a ellos, la escena de su cercanía solo consigue avivar el fuego en su interior, Riccardo sostiene aún a Isabella, sus miradas cruzadas como si compartieran un código secreto que él no puede descifrar, además de ella faltando a una de las reglas que le dejó claras solo momentos antes. El gruñido que se escapa de su garganta llama la atención de ambos, y la atmósfera se carga de tensión inmediata.—¡Isabella, ven aquí! —ordena, su voz tan afilada como un cuchillo.Ella lo mira sin prisa, su postura firme y desafiante. Aún así, no tarda en caminar hacia él, pero no para detenerse en una posición sumisa, sino para enfrentarlo con una calma que solo lo enfurece más. Renatto no pierde el tiempo; la toma del brazo con un gesto brusco y la arrastra fuera del salón.Una vez en el pasillo, la suelta, aunque se queda lo suficientemente cerca para que la tensión entre ellos sea palpable.
El aire de la mañana es fresco, aunque la tensión en la mansión Corleone hace que hasta la brisa parezca cargada de electricidad. Han pasado días desde la llegada de Isabella, y aunque ha logrado establecer una rutina con Alonzo, su interacción con Renatto se limita a un intercambio de miradas distantes y una atmósfera de hostilidad latente. Isabella se ha acostumbrado a esquivarlo, a trazar un camino invisible por los rincones de la casa donde no coincidan.Por otro lado, Riccardo ha intentado acercarse a ella, ofreciéndole su ayuda en múltiples ocasiones, pero Isabella mantiene la distancia. No por desagrado, sino porque comprende que cualquier interacción con él solo sirve para alimentar el fuego de la rabia de Renatto.Esa mañana, Isabella decide que el momento de su baño, que usualmente pasa desapercibido, puede realizarse sin mayores contratiempos. Como de costumbre, llena un balde con agua y lo lleva al patio trasero, un lugar apartado pero no completamente oculto. Se despoja d
La noche cae sobre la mansión Corleone, y con ella una lluvia torrencial que golpea el tejado con un sonido ensordecedor. Isabella se despierta al sentir una gota fría que le cae en la frente. Su mirada recorre el espacio diminuto y oscuro de la bodega que usa como cuarto. La lluvia se filtra por varios puntos, y el agua comienza a formar charcos en el suelo.Suspira, resignada, mientras intenta buscar un rincón seco donde acomodar su catre, pero no hay ninguno. Todo está empapado. Las mantas que tanto esfuerzo le costó conseguir están ahora inútiles. Con movimientos rápidos, guarda sus pocas pertenencias en una caja que coloca en un rincón menos expuesto a la lluvia. Se coloca un abrigo y, con el sonido constante del agua golpeando el suelo, sale de la bodega.El frío la envuelve de inmediato, y su primera opción es buscar refugio en el estacionamiento techado donde suelen dejar los vehículos de la familia. Corre a través del patio, sus pasos salpicando agua en todas direcciones, has
La lluvia ha cesado tras dos días continuos, y con ella parece llegar algo de calma a la mansión Corleone. Sin embargo, en el interior, las tensiones continúan creciendo. Riccardo, harto de las condiciones en las que Isabella vive en aquella bodega de la que su hermano parece no querer sacarla, toma la iniciativa de mandar a reparar el techo de la bodega. Los trabajadores llegan temprano y, en cuestión de unas horas, han arreglado las filtraciones, además de mejorar la zona en donde Isabella duerme para que no tenga problemas de inundaciones en el futuro. Renatto, aunque consciente de lo que ocurre, no se opone a esa orden, en parte porque su hermano tiene esa facultad dentro de la mansión y por otra, porque le ha quitado un peso de encima. Su orgullo le impide reconocer que debería haberlo hecho él mismo, pero no puede negar que la acción de su hermano es lo correcto.Isabella agradece la reparación con un simple gesto de asentimiento y para Riccardo es más que suficiente, porque sab
La bodega permanece en silencio tras la abrupta salida de Renatto. Isabella se queda sentada en el borde de su catre, se permite unos minutos para recuperar la compostura y acomodarse como mejor pueda para pasar esos días que le esperan. No hay tiempo para lamentaciones; tiene claro que en ese lugar ni en la vida, el lujo de la debilidad no le está permitido.Minutos después, los pasos suaves de Clara se escuchan acercándose. La mujer aparece en la puerta con una expresión de mezcla entre compasión y prisa. Lleva en las manos un paquete de toallas femeninas, un juego de ropa limpia y unas cobijas que parecen recién lavadas, dejando a la mujer sorprendida, porque aquello es obvio que es obra de Renatto y piensa que después de todo si tiene algo de consciencia o empatía... o solo será otra arma para someterla. Sin embargo, Clara no tiene la culpa y la situación no está para que ella se ponga de orgullosa, la vida le enseñó a aceptar la ayuda que sea de quien venga, por lo que Isabella l
Los días pasan lentamente tras el inconveniente de Isabella y la ayuda que Clara le dio mandada por Renatto, sin embargo, la relación entre ambos sigue marcada por la misma tensión latente que han tenido desde el inicio.Renatto observa desde la distancia los movimientos y actitudes de la chica, curioso por entenderla, mientras Isabella se mantiene serena, entregada a sus labores sin dejar que la incomodidad ni la hostilidad que su jefe emana la afecten. La frialdad de sus interacciones despierta algo en él, una mezcla de frustración y una atracción que lo inquieta, es como un nombre flechado por aquella mujer que lo ignora y que, a pesar de que más ella se muestra indiferente, él más desea estar cerca, obedeciendo a un sentimiento primitivo y autodestructivo que no le sirve de nada.En una tarde nublada, Renatto decide que es momento de un cambio. Sentado en su despacho, hace una seña para que Isabella entre. Ella obedece con tranquilidad, su expresión imperturbable, y se queda de pi
El aire en el establo está cargado de tensión, de pronto aquello que están haciendo no les llena de satisfacción u orgullo. La escena permanece como una instantánea: el traidor amarrado, los ojos hinchados, colgando de cabeza y el cuerpo marcado por golpes; los hombres de Renatto observando con expresiones frías tanto al hombre como a Isabella, acostumbrados a la brutalidad de su mundo. Y luego está Isabella, de pie en la entrada, con una calma tan absoluta que resulta perturbadora.Por alguna razón extraña, a Renatto se le hace un ángel, pero no de esos que son buenos del todo.Ella no corre. No grita ni da un paso atrás. En cambio, comienza a caminar hacia ellos, cada movimiento firme y deliberado. La luz que entra por las rendijas del establo ilumina su figura, y su sombra se proyecta larga sobre el suelo. Uno de los hombres, alertado por la extraña tranquilidad de su actitud, levanta su arma y la apunta.—Alto ahí —gruñe, con la voz tensa, advirtiendo a la mujer que no se acerque