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Capítulo 3: Con una condición     

Si hay algo que Renatto valora de su hermano es que, cuando le pide que haga algo realmente importante para él, Riccardo no se mide en cumplir la orden, por eso no le extraña verlo sentado en su propio despacho (igual de grande que el suyo, porque él jamás lo ha visto ni como lacayo ni como su sustituto) y con un alto de expedientes qué está revisando arduamente. 

—No te estreses, solo te pedí a la mejor.

—Sí, pero no especificaste a la mejor para quién —murmura entre dientes y luego se ríe cuando lanza otra carpeta a la basura—. Tu hijo ha sido muy específico con lo que espera de una tutora, así que se ha vuelto algo complicado.

—¿Me estás diciendo que sigues órdenes de un niño? ¡Pero qué bajo has caído, hermano!

—No es cualquier niño, es mi sobrino —responde con orgullo—. Además, tú mismo se lo dijiste a nuestro padre, primero tu palabra y segundo la de Alonzo.

—Era para joderlo un poco, sabes que tú y yo estamos en el mismo lugar —se sienta frente a él y es casi como si estuviera frente al espejo.

—Y tú sabes que yo no quería esta vida para mí, que pude irme hace años… pero no soportaría que papá me usara en tu contra, ya te hizo demasiado daño en el pasado, no permitiré que lo vuelva a hacer nunca más.

—Creo que no suelo decírtelo a menudo… pero, gracias. Supongo que tú eres el único motivo de tener algo de humanidad. 

—Ahora también está tu hijo —Riccardo baja la mirada con una sonrisa y frunce el ceño al recordar algo que ha querido preguntarle desde hace días—. Oye, ¿qué supiste del hermano de Eva? ¿Antoine se llamaba?

—Sí… apareció muerto hace dos días, alguien se cobró algo porque no tenía rostro ni manos para reconocerlo, solo los tatuajes. En su teléfono no tenía nada de Eva —Renatto se pone de pie y camina a la ventana con expresión sombría—. Él era mi última esperanza para encontrarla.

—¿Todavía la amas? —Renatto se ríe y pone sus manos tras su espalda.

—Soy el maldito capo de la mafia, el líder de la ‘Ndrangheta, no tengo derecho a enamorarme. Si la quiero frente a mí es para cobrarme lo que me hizo, es más cuestión de orgullo y poder que algo sentimental, porque de eso no me queda nada.

—Pero lo estuviste…

—Era joven, algo ingenuo y todavía tenía esperanza de que una mujer se quedaría a mi lado para suavizarme un poco. Ahora solo la quiero tener en frente para preguntarle por qué y cuando me diga llorando sus razones estúpidas, la mandaré al peor de los burdeles de los Piromalli. 

Riccardo no dice nada, sus ojos vuelven a bajar y tras unos segundos, golpea la mesa.

—¡La encontré! Al fin tengo a la tutora para Alonzo.

—Fabuloso. Vas por ella o mandas a alguien que la traiga —Renatto se pone de pie y le advierte—. Le pagas el triple de salario que te pida y ya sabes, si es a la fuerza… que así sea.

—Así será, hermano.

Riccardo se pone de pie con la hoja de vida en la mano y sale de la mansión entusiasmado, porque la mujer que ha encontrado vive en San Luca, algo bastante curioso, porque son pocos que no pertenecen a la mafia que deciden quedarse en la pequeña ciudad.

Dos vehículos acompañan a Riccardo por órdenes de Renatto, su hermano es independiente y conduce su propio auto, sabe cuidarse solo, pero él no está para ponerse blando, un ataque a la familia puede suceder cuando sea y si algo le pasara a su hermano por su parecido, no se lo perdonaría.

Cuando llega a la pequeña casa en un barrio alejado de la mansión, Riccardo se baja y camina hasta la puerta. Coloca su mejor rostro de seriedad y llama con delicadeza, mientras que dos hombres se quedan parados al lado de la pequeña verja de madera pintada de blanco. Una mujer joven, de largo cabello castaño oscuro que enmarca su rostro, ojos marrones y grandes gafas de marco negro se asoman con cuidado por una puerta apenas abierta.

—¿Sí? —la voz es casi una melodía cargada de sorpresa y miedo. Riccardo siente algo extraño con ella, como si la conociera desde hace mucho. Se aclara la garganta y le dice con formalidad.

—Buenos días, señorita… —revisa la hoja para no equivocarse—, Fugatti. Mi nombre es Riccardo Corleone…

La puerta se cierra y él se queda perplejo, mira a los hombres que lo acompañan y luego intenta golpear la puerta, pero esta se abre de par en par. La chica mira al suelo como resignada, mientras extiende sus manos a Riccardo rindiéndose a su destino.

—Lamento si hice algo que no agradara al señor Corleone, aceptaré mi destino con dignidad y valentía.

—¿Eh? ¡No! ¡No, no, no! —se apresura él y le levanta la mirada—. Vengo porque me llegó su hoja de vida, ¿es usted maestra?

—S-sí…

—Bueno, vengo para ofrecerle un empleo de tiempo completo, puertas adentro y con otros beneficios.

—¿El capo de tutti capi requiere lecciones de algo en específico? —pregunta ella extrañada y Riccardo se ríe.

—No, es para… —se detiene e insiste—, primero necesito que me diga que acepta y luego le diré los detalles.

—Y yo aceptaré si me dice para quién son las lecciones y de qué, porque debo llevar mi material —ella se cruza de brazos y se lo queda viendo con un claro desafío, Riccardo sonríe porque sabe perfectamente que eso le gustará un poco a su hermano, son pocos los que son así de desafiantes.

—Bien… pero si no acepta el trabajo, tendré que matarla, lo que le diré es altamente confidencial.

—Haga lo que tenga que hacer, pero no iré sin saber.

—Resulta que hace unos días mi hermano ha encontrado a su hijo perdido —la chica abre los ojos y Riccardo se cruza de brazos—. Sí, fue una sorpresa para todos. La cosa es que, mi sobrino quiere una tutora, es muy inteligente y demasiado exigente, recibí expedientes de tutores de todo el mundo, pero el suyo es el único que se ajusta a lo que él quiere. ¿Qué me dice?

—Sí, yo seré la tutora de su sobrino, señor Corleone… —responde con seguridad y firmeza—, pero con una condición.

Riccardo sonríe y asiente, mientras le hace una seña a los hombres para que la ayuden con sus cosas. Al menos la parte más difícil ya está lista, o es lo que él cree.

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