Si hay algo que Renatto valora de su hermano es que, cuando le pide que haga algo realmente importante para él, Riccardo no se mide en cumplir la orden, por eso no le extraña verlo sentado en su propio despacho (igual de grande que el suyo, porque él jamás lo ha visto ni como lacayo ni como su sustituto) y con un alto de expedientes qué está revisando arduamente.
—No te estreses, solo te pedí a la mejor.
—Sí, pero no especificaste a la mejor para quién —murmura entre dientes y luego se ríe cuando lanza otra carpeta a la basura—. Tu hijo ha sido muy específico con lo que espera de una tutora, así que se ha vuelto algo complicado.
—¿Me estás diciendo que sigues órdenes de un niño? ¡Pero qué bajo has caído, hermano!
—No es cualquier niño, es mi sobrino —responde con orgullo—. Además, tú mismo se lo dijiste a nuestro padre, primero tu palabra y segundo la de Alonzo.
—Era para joderlo un poco, sabes que tú y yo estamos en el mismo lugar —se sienta frente a él y es casi como si estuviera frente al espejo.
—Y tú sabes que yo no quería esta vida para mí, que pude irme hace años… pero no soportaría que papá me usara en tu contra, ya te hizo demasiado daño en el pasado, no permitiré que lo vuelva a hacer nunca más.
—Creo que no suelo decírtelo a menudo… pero, gracias. Supongo que tú eres el único motivo de tener algo de humanidad.
—Ahora también está tu hijo —Riccardo baja la mirada con una sonrisa y frunce el ceño al recordar algo que ha querido preguntarle desde hace días—. Oye, ¿qué supiste del hermano de Eva? ¿Antoine se llamaba?
—Sí… apareció muerto hace dos días, alguien se cobró algo porque no tenía rostro ni manos para reconocerlo, solo los tatuajes. En su teléfono no tenía nada de Eva —Renatto se pone de pie y camina a la ventana con expresión sombría—. Él era mi última esperanza para encontrarla.
—¿Todavía la amas? —Renatto se ríe y pone sus manos tras su espalda.
—Soy el maldito capo de la mafia, el líder de la ‘Ndrangheta, no tengo derecho a enamorarme. Si la quiero frente a mí es para cobrarme lo que me hizo, es más cuestión de orgullo y poder que algo sentimental, porque de eso no me queda nada.
—Pero lo estuviste…
—Era joven, algo ingenuo y todavía tenía esperanza de que una mujer se quedaría a mi lado para suavizarme un poco. Ahora solo la quiero tener en frente para preguntarle por qué y cuando me diga llorando sus razones estúpidas, la mandaré al peor de los burdeles de los Piromalli.
Riccardo no dice nada, sus ojos vuelven a bajar y tras unos segundos, golpea la mesa.
—¡La encontré! Al fin tengo a la tutora para Alonzo.
—Fabuloso. Vas por ella o mandas a alguien que la traiga —Renatto se pone de pie y le advierte—. Le pagas el triple de salario que te pida y ya sabes, si es a la fuerza… que así sea.
—Así será, hermano.
Riccardo se pone de pie con la hoja de vida en la mano y sale de la mansión entusiasmado, porque la mujer que ha encontrado vive en San Luca, algo bastante curioso, porque son pocos que no pertenecen a la mafia que deciden quedarse en la pequeña ciudad.
Dos vehículos acompañan a Riccardo por órdenes de Renatto, su hermano es independiente y conduce su propio auto, sabe cuidarse solo, pero él no está para ponerse blando, un ataque a la familia puede suceder cuando sea y si algo le pasara a su hermano por su parecido, no se lo perdonaría.
Cuando llega a la pequeña casa en un barrio alejado de la mansión, Riccardo se baja y camina hasta la puerta. Coloca su mejor rostro de seriedad y llama con delicadeza, mientras que dos hombres se quedan parados al lado de la pequeña verja de madera pintada de blanco. Una mujer joven, de largo cabello castaño oscuro que enmarca su rostro, ojos marrones y grandes gafas de marco negro se asoman con cuidado por una puerta apenas abierta.
—¿Sí? —la voz es casi una melodía cargada de sorpresa y miedo. Riccardo siente algo extraño con ella, como si la conociera desde hace mucho. Se aclara la garganta y le dice con formalidad.
—Buenos días, señorita… —revisa la hoja para no equivocarse—, Fugatti. Mi nombre es Riccardo Corleone…
La puerta se cierra y él se queda perplejo, mira a los hombres que lo acompañan y luego intenta golpear la puerta, pero esta se abre de par en par. La chica mira al suelo como resignada, mientras extiende sus manos a Riccardo rindiéndose a su destino.
—Lamento si hice algo que no agradara al señor Corleone, aceptaré mi destino con dignidad y valentía.
—¿Eh? ¡No! ¡No, no, no! —se apresura él y le levanta la mirada—. Vengo porque me llegó su hoja de vida, ¿es usted maestra?
—S-sí…
—Bueno, vengo para ofrecerle un empleo de tiempo completo, puertas adentro y con otros beneficios.
—¿El capo de tutti capi requiere lecciones de algo en específico? —pregunta ella extrañada y Riccardo se ríe.
—No, es para… —se detiene e insiste—, primero necesito que me diga que acepta y luego le diré los detalles.
—Y yo aceptaré si me dice para quién son las lecciones y de qué, porque debo llevar mi material —ella se cruza de brazos y se lo queda viendo con un claro desafío, Riccardo sonríe porque sabe perfectamente que eso le gustará un poco a su hermano, son pocos los que son así de desafiantes.
—Bien… pero si no acepta el trabajo, tendré que matarla, lo que le diré es altamente confidencial.
—Haga lo que tenga que hacer, pero no iré sin saber.
—Resulta que hace unos días mi hermano ha encontrado a su hijo perdido —la chica abre los ojos y Riccardo se cruza de brazos—. Sí, fue una sorpresa para todos. La cosa es que, mi sobrino quiere una tutora, es muy inteligente y demasiado exigente, recibí expedientes de tutores de todo el mundo, pero el suyo es el único que se ajusta a lo que él quiere. ¿Qué me dice?
—Sí, yo seré la tutora de su sobrino, señor Corleone… —responde con seguridad y firmeza—, pero con una condición.
Riccardo sonríe y asiente, mientras le hace una seña a los hombres para que la ayuden con sus cosas. Al menos la parte más difícil ya está lista, o es lo que él cree.
En el instante en que aquella mujer llega a la mansión, Riccardo siente la necesidad de explicar cómo son las cosas, pero no tiene tiempo de hacerlo, porque en cuanto el auto para, ella se baja enseguida. Sin embargo, los guardias se apresuran a apuntarla como parte del protocolo de los recién llegados. —¡Alto ahí! —grita uno de ellos, pero la mujer no se intimida y da dos pasos más. Uno de los hombres camina hacia ella, le apunta a la cabeza y Riccardo corre rápidamente hacia la mujer para protegerla, pero la voz de Renatto nuevamente atrae las miradas. —¿Acaso no es capaz de seguir órdenes? —ella baja la mirada enseguida y responde con cautela. —Claro que sí, señor, pero cuando me hablan como gente civilizada y sin armas de por medio —se lleva las manos a los oídos y le dice sin una pizca de miedo, aunque manteniendo su actitud sumisa—. Esas cosas como que causan interferencia y bloquean las palabras a mis oídos. —¡Mierda, Riccardo! ¡¿No pudiste elegir una tutora que al menos t
En el instante en que Isabella entra en la mansión, siente el poder y el peligro emanando de cada rincón, a diferencia de otros lugares que transmiten calidez y seguridad, este solo ofrece un espacio frío y lúgubre. Sus pasos son firmes, aunque su mente registra cada detalle, los guardias que la observan como si ya hubieran dictado su sentencia, las paredes adornadas con cuadros que narran historias de generaciones pasadas y el eco de sus propios movimientos en el suelo de mármol.—Mi sobrino bajará en unos minutos. Vamos al que será su salón —anuncia Riccardo con tono calmado, aunque Isabella percibe el sutil nerviosismo en su voz.Abre una puerta y le permite la entrada. Isabella ve que sus cosas están amontonadas en un rincón, cajas y materiales desordenados, como si no se hubieran tomado el tiempo de tratar sus pertenencias con cuidado. Sin perder tiempo, comienza a organizar el espacio, ignorando las miradas de los guardias que la vigilan desde el umbral.La figura de Renatto apa
El eco de los pasos de Renatto retumba por el salón con una expresión de ira apenas contenida. Al llegar junto a ellos, la escena de su cercanía solo consigue avivar el fuego en su interior, Riccardo sostiene aún a Isabella, sus miradas cruzadas como si compartieran un código secreto que él no puede descifrar, además de ella faltando a una de las reglas que le dejó claras solo momentos antes. El gruñido que se escapa de su garganta llama la atención de ambos, y la atmósfera se carga de tensión inmediata.—¡Isabella, ven aquí! —ordena, su voz tan afilada como un cuchillo.Ella lo mira sin prisa, su postura firme y desafiante. Aún así, no tarda en caminar hacia él, pero no para detenerse en una posición sumisa, sino para enfrentarlo con una calma que solo lo enfurece más. Renatto no pierde el tiempo; la toma del brazo con un gesto brusco y la arrastra fuera del salón.Una vez en el pasillo, la suelta, aunque se queda lo suficientemente cerca para que la tensión entre ellos sea palpable.
El aire de la mañana es fresco, aunque la tensión en la mansión Corleone hace que hasta la brisa parezca cargada de electricidad. Han pasado días desde la llegada de Isabella, y aunque ha logrado establecer una rutina con Alonzo, su interacción con Renatto se limita a un intercambio de miradas distantes y una atmósfera de hostilidad latente. Isabella se ha acostumbrado a esquivarlo, a trazar un camino invisible por los rincones de la casa donde no coincidan.Por otro lado, Riccardo ha intentado acercarse a ella, ofreciéndole su ayuda en múltiples ocasiones, pero Isabella mantiene la distancia. No por desagrado, sino porque comprende que cualquier interacción con él solo sirve para alimentar el fuego de la rabia de Renatto.Esa mañana, Isabella decide que el momento de su baño, que usualmente pasa desapercibido, puede realizarse sin mayores contratiempos. Como de costumbre, llena un balde con agua y lo lleva al patio trasero, un lugar apartado pero no completamente oculto. Se despoja d
La noche cae sobre la mansión Corleone, y con ella una lluvia torrencial que golpea el tejado con un sonido ensordecedor. Isabella se despierta al sentir una gota fría que le cae en la frente. Su mirada recorre el espacio diminuto y oscuro de la bodega que usa como cuarto. La lluvia se filtra por varios puntos, y el agua comienza a formar charcos en el suelo.Suspira, resignada, mientras intenta buscar un rincón seco donde acomodar su catre, pero no hay ninguno. Todo está empapado. Las mantas que tanto esfuerzo le costó conseguir están ahora inútiles. Con movimientos rápidos, guarda sus pocas pertenencias en una caja que coloca en un rincón menos expuesto a la lluvia. Se coloca un abrigo y, con el sonido constante del agua golpeando el suelo, sale de la bodega.El frío la envuelve de inmediato, y su primera opción es buscar refugio en el estacionamiento techado donde suelen dejar los vehículos de la familia. Corre a través del patio, sus pasos salpicando agua en todas direcciones, has
La lluvia ha cesado tras dos días continuos, y con ella parece llegar algo de calma a la mansión Corleone. Sin embargo, en el interior, las tensiones continúan creciendo. Riccardo, harto de las condiciones en las que Isabella vive en aquella bodega de la que su hermano parece no querer sacarla, toma la iniciativa de mandar a reparar el techo de la bodega. Los trabajadores llegan temprano y, en cuestión de unas horas, han arreglado las filtraciones, además de mejorar la zona en donde Isabella duerme para que no tenga problemas de inundaciones en el futuro. Renatto, aunque consciente de lo que ocurre, no se opone a esa orden, en parte porque su hermano tiene esa facultad dentro de la mansión y por otra, porque le ha quitado un peso de encima. Su orgullo le impide reconocer que debería haberlo hecho él mismo, pero no puede negar que la acción de su hermano es lo correcto.Isabella agradece la reparación con un simple gesto de asentimiento y para Riccardo es más que suficiente, porque sab
La bodega permanece en silencio tras la abrupta salida de Renatto. Isabella se queda sentada en el borde de su catre, se permite unos minutos para recuperar la compostura y acomodarse como mejor pueda para pasar esos días que le esperan. No hay tiempo para lamentaciones; tiene claro que en ese lugar ni en la vida, el lujo de la debilidad no le está permitido.Minutos después, los pasos suaves de Clara se escuchan acercándose. La mujer aparece en la puerta con una expresión de mezcla entre compasión y prisa. Lleva en las manos un paquete de toallas femeninas, un juego de ropa limpia y unas cobijas que parecen recién lavadas, dejando a la mujer sorprendida, porque aquello es obvio que es obra de Renatto y piensa que después de todo si tiene algo de consciencia o empatía... o solo será otra arma para someterla. Sin embargo, Clara no tiene la culpa y la situación no está para que ella se ponga de orgullosa, la vida le enseñó a aceptar la ayuda que sea de quien venga, por lo que Isabella l
Los días pasan lentamente tras el inconveniente de Isabella y la ayuda que Clara le dio mandada por Renatto, sin embargo, la relación entre ambos sigue marcada por la misma tensión latente que han tenido desde el inicio.Renatto observa desde la distancia los movimientos y actitudes de la chica, curioso por entenderla, mientras Isabella se mantiene serena, entregada a sus labores sin dejar que la incomodidad ni la hostilidad que su jefe emana la afecten. La frialdad de sus interacciones despierta algo en él, una mezcla de frustración y una atracción que lo inquieta, es como un nombre flechado por aquella mujer que lo ignora y que, a pesar de que más ella se muestra indiferente, él más desea estar cerca, obedeciendo a un sentimiento primitivo y autodestructivo que no le sirve de nada.En una tarde nublada, Renatto decide que es momento de un cambio. Sentado en su despacho, hace una seña para que Isabella entre. Ella obedece con tranquilidad, su expresión imperturbable, y se queda de pi