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Capítulo 6: Sentirse vivo

El eco de los pasos de Renatto retumba por el salón con una expresión de ira apenas contenida. Al llegar junto a ellos, la escena de su cercanía solo consigue avivar el fuego en su interior, Riccardo sostiene aún a Isabella, sus miradas cruzadas como si compartieran un código secreto que él no puede descifrar, además de ella faltando a una de las reglas que le dejó claras solo momentos antes. El gruñido que se escapa de su garganta llama la atención de ambos, y la atmósfera se carga de tensión inmediata.

—¡Isabella, ven aquí! —ordena, su voz tan afilada como un cuchillo.

Ella lo mira sin prisa, su postura firme y desafiante. Aún así, no tarda en caminar hacia él, pero no para detenerse en una posición sumisa, sino para enfrentarlo con una calma que solo lo enfurece más. Renatto no pierde el tiempo; la toma del brazo con un gesto brusco y la arrastra fuera del salón.

Una vez en el pasillo, la suelta, aunque se queda lo suficientemente cerca para que la tensión entre ellos sea palpable.

—¿Qué demonios crees que haces con mi hermano? —le espeta, su voz cargada de una mezcla de celos y algo que no puede admitir.

Isabella alza una ceja, incrédula.

—¿Con su hermano? ¡Intentaba no caerme de una silla! ¿Acaso eso también está en su lista de cosas que no puedo hacer?

Renatto entrecierra los ojos, pero antes de que pueda replicar, Isabella se gira hacia la puerta abierta del salón, donde Riccardo sigue de pie, observando la escena.

—La próxima vez que me vea cayendo, déjeme partirme la cabeza o una pierna —le dice con sarcasmo—. Tal vez así su hermano sea realmente feliz.

La expresión de Riccardo muestra una mezcla de preocupación y sorpresa, pero Isabella no espera una respuesta. Se libera del agarre de Renatto con un movimiento decidido y regresa al salón para atender al niño, dejando al capo con los puños apretados y una rabia que le cuesta contener.

Renatto se queda un momento inmóvil antes de girarse hacia Riccardo, que ahora cruza los brazos, su expresión indescifrable.

—Mantente alejado de ella —gruñe Renatto, su tono una clara advertencia.

Sin esperar respuesta, da media vuelta y se marcha con pasos firmes, el eco de su ira resonando por el pasillo.

Dentro del salón, Isabella intenta recuperar la compostura. Se sienta junto a Alonzo, quien parece ajeno al drama que acaba de ocurrir.

—¿Terminaste? —le pregunta con suavidad.

El niño asiente y le entrega el cuaderno. Isabella revisa las respuestas con cuidado, cada palabra, cada cifra, y una leve sonrisa aparece en su rostro.

—¡Lo hiciste muy bien, Alonzo! Conoces a la perfección lo básico. Mañana seguiremos con algo más avanzado, ¿de acuerdo?

El niño sonríe, satisfecho por el reconocimiento y se despide de ella. Una vez sola, Isabella guarda los papeles y se pone de pie, lista para salir del salón. En el pasillo, Riccardo la intercepta, su mirada cargada de preguntas.

—¿Por qué no terminaste de ordenar? —le pregunta, señalando la sala a medio organizar.

Isabella lo mira con tranquilidad, aunque sus palabras tienen un filo evidente.

—Porque no puedo estar en esta casa mientras no le esté haciendo clases a su sobrino. Si eso molesta a su hermano, mejor no lo tentamos.

Antes de que Riccardo pueda decir algo más, Isabella cambia el tema.

—¿Quién está a cargo de llevar la casa? Necesito saber con quién coordinar mis tareas.

Riccardo parpadea, sorprendido por el giro, pero asiente.

—Te presentaré a la persona indicada.

La lleva a la cocina, donde una mujer de mediana edad, con cabello recogido en un moño apretado y delantal impecable, organiza los suministros. Al verla, Riccardo hace una breve introducción.

—Isabella, esta es Clara. Ella se encarga de todo lo relacionado con la casa.

Isabella le sonríe y extiende la mano.

—Un placer, Clara. Si necesita algo, lo que sea, estoy aquí para ayudar, pero eso sí, debo trabajar fuera de la casa.

Clara la observa con curiosidad y mira a Riccardo antes de asentir.

—Podrías empezar quitando la maleza del huerto. Es una tarea que hace tiempo necesita hacerse y está dañando algunas de las especias que se usan para la comida.

—Perfecto. Muéstrame dónde está y me pondré manos a la obra.

Clara la guía hasta el huerto, un espacio descuidado con plantas crecidas y hierbas invasoras justo a un lado de la salida. Isabella arremanga sus mangas y comienza a trabajar de inmediato, perdiéndose en la tarea como si fuera una forma de liberar tensiones.

Mientras tanto, Riccardo busca a Renatto, decidido a enfrentar su actitud con la mujer, porque antes de contratarla se supone que solo sería la tutora y nada más. Lo encuentra en el despacho, sentado tras el escritorio, revisando documentos con expresión sombría.

—¿Qué demonios te pasa, hermano? —le increpa Riccardo, cerrando la puerta tras él.

Renatto levanta la vista, su expresión imperturbable.

—¿A qué te refieres?

—¡A Isabella! Te comportas como si ella fuera una amenaza cuando claramente no lo es. ¿Por qué no puedes simplemente dejarla en paz?

Renatto se recuesta en su silla, sus dedos tamborileando sobre el escritorio. Finalmente, deja escapar un suspiro y se inclina hacia adelante.

—Por ser mi hermano, te diré la verdad. Esa mujer me recuerda demasiado a Eva.

Riccardo frunce el ceño, desconcertado.

—¿Eva? ¡Pero si no se parecen en nada! Ni en el físico ni mucho menos en carácter. Eva era dulce, tranquila. Isabella es todo lo contrario.

Renatto niega con la cabeza, su mirada fija en un punto distante.

—No es por su apariencia ni por su personalidad. Es por lo que me hace sentir. Isabella me desafía, me enfrenta. Me hace sentir vivo, aunque sea con sus constantes provocaciones... tal como ella solía hacerlo.

Riccardo lo observa en silencio por un momento antes de hablar.

—Entonces tal vez deberías dejar de verla como una amenaza y empezar a considerar por qué realmente te molesta —y la mirada pícara de su hermano le molesta porque sabe lo que quiere decir.

Renatto lo fulmina con la mirada, pero no responde. Riccardo, satisfecho por haber plantado la semilla de la duda, abandona el despacho, dejando a su hermano inmerso en sus pensamientos.

Fuera, Isabella sigue trabajando en el huerto, ignorando el sudor que corre por su frente mientras arranca las últimas hierbas. A pesar de todo, una leve sonrisa aparece en su rostro. Sabe que ha causado un impacto en los hermanos Corleone, y aunque las aguas estén turbulentas, tiene la certeza de que está encontrando su lugar en medio de la tormenta que ha durado tanto tiempo.

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