El eco de los pasos de Renatto retumba por el salón con una expresión de ira apenas contenida. Al llegar junto a ellos, la escena de su cercanía solo consigue avivar el fuego en su interior, Riccardo sostiene aún a Isabella, sus miradas cruzadas como si compartieran un código secreto que él no puede descifrar, además de ella faltando a una de las reglas que le dejó claras solo momentos antes. El gruñido que se escapa de su garganta llama la atención de ambos, y la atmósfera se carga de tensión inmediata.
—¡Isabella, ven aquí! —ordena, su voz tan afilada como un cuchillo.
Ella lo mira sin prisa, su postura firme y desafiante. Aún así, no tarda en caminar hacia él, pero no para detenerse en una posición sumisa, sino para enfrentarlo con una calma que solo lo enfurece más. Renatto no pierde el tiempo; la toma del brazo con un gesto brusco y la arrastra fuera del salón.
Una vez en el pasillo, la suelta, aunque se queda lo suficientemente cerca para que la tensión entre ellos sea palpable.
—¿Qué demonios crees que haces con mi hermano? —le espeta, su voz cargada de una mezcla de celos y algo que no puede admitir.
Isabella alza una ceja, incrédula.
—¿Con su hermano? ¡Intentaba no caerme de una silla! ¿Acaso eso también está en su lista de cosas que no puedo hacer?
Renatto entrecierra los ojos, pero antes de que pueda replicar, Isabella se gira hacia la puerta abierta del salón, donde Riccardo sigue de pie, observando la escena.
—La próxima vez que me vea cayendo, déjeme partirme la cabeza o una pierna —le dice con sarcasmo—. Tal vez así su hermano sea realmente feliz.
La expresión de Riccardo muestra una mezcla de preocupación y sorpresa, pero Isabella no espera una respuesta. Se libera del agarre de Renatto con un movimiento decidido y regresa al salón para atender al niño, dejando al capo con los puños apretados y una rabia que le cuesta contener.
Renatto se queda un momento inmóvil antes de girarse hacia Riccardo, que ahora cruza los brazos, su expresión indescifrable.
—Mantente alejado de ella —gruñe Renatto, su tono una clara advertencia.
Sin esperar respuesta, da media vuelta y se marcha con pasos firmes, el eco de su ira resonando por el pasillo.
Dentro del salón, Isabella intenta recuperar la compostura. Se sienta junto a Alonzo, quien parece ajeno al drama que acaba de ocurrir.
—¿Terminaste? —le pregunta con suavidad.
El niño asiente y le entrega el cuaderno. Isabella revisa las respuestas con cuidado, cada palabra, cada cifra, y una leve sonrisa aparece en su rostro.
—¡Lo hiciste muy bien, Alonzo! Conoces a la perfección lo básico. Mañana seguiremos con algo más avanzado, ¿de acuerdo?
El niño sonríe, satisfecho por el reconocimiento y se despide de ella. Una vez sola, Isabella guarda los papeles y se pone de pie, lista para salir del salón. En el pasillo, Riccardo la intercepta, su mirada cargada de preguntas.
—¿Por qué no terminaste de ordenar? —le pregunta, señalando la sala a medio organizar.
Isabella lo mira con tranquilidad, aunque sus palabras tienen un filo evidente.
—Porque no puedo estar en esta casa mientras no le esté haciendo clases a su sobrino. Si eso molesta a su hermano, mejor no lo tentamos.
Antes de que Riccardo pueda decir algo más, Isabella cambia el tema.
—¿Quién está a cargo de llevar la casa? Necesito saber con quién coordinar mis tareas.
Riccardo parpadea, sorprendido por el giro, pero asiente.
—Te presentaré a la persona indicada.
La lleva a la cocina, donde una mujer de mediana edad, con cabello recogido en un moño apretado y delantal impecable, organiza los suministros. Al verla, Riccardo hace una breve introducción.
—Isabella, esta es Clara. Ella se encarga de todo lo relacionado con la casa.
Isabella le sonríe y extiende la mano.
—Un placer, Clara. Si necesita algo, lo que sea, estoy aquí para ayudar, pero eso sí, debo trabajar fuera de la casa.
Clara la observa con curiosidad y mira a Riccardo antes de asentir.
—Podrías empezar quitando la maleza del huerto. Es una tarea que hace tiempo necesita hacerse y está dañando algunas de las especias que se usan para la comida.
—Perfecto. Muéstrame dónde está y me pondré manos a la obra.
Clara la guía hasta el huerto, un espacio descuidado con plantas crecidas y hierbas invasoras justo a un lado de la salida. Isabella arremanga sus mangas y comienza a trabajar de inmediato, perdiéndose en la tarea como si fuera una forma de liberar tensiones.
Mientras tanto, Riccardo busca a Renatto, decidido a enfrentar su actitud con la mujer, porque antes de contratarla se supone que solo sería la tutora y nada más. Lo encuentra en el despacho, sentado tras el escritorio, revisando documentos con expresión sombría.
—¿Qué demonios te pasa, hermano? —le increpa Riccardo, cerrando la puerta tras él.
Renatto levanta la vista, su expresión imperturbable.
—¿A qué te refieres?
—¡A Isabella! Te comportas como si ella fuera una amenaza cuando claramente no lo es. ¿Por qué no puedes simplemente dejarla en paz?
Renatto se recuesta en su silla, sus dedos tamborileando sobre el escritorio. Finalmente, deja escapar un suspiro y se inclina hacia adelante.
—Por ser mi hermano, te diré la verdad. Esa mujer me recuerda demasiado a Eva.
Riccardo frunce el ceño, desconcertado.
—¿Eva? ¡Pero si no se parecen en nada! Ni en el físico ni mucho menos en carácter. Eva era dulce, tranquila. Isabella es todo lo contrario.
Renatto niega con la cabeza, su mirada fija en un punto distante.
—No es por su apariencia ni por su personalidad. Es por lo que me hace sentir. Isabella me desafía, me enfrenta. Me hace sentir vivo, aunque sea con sus constantes provocaciones... tal como ella solía hacerlo.
Riccardo lo observa en silencio por un momento antes de hablar.
—Entonces tal vez deberías dejar de verla como una amenaza y empezar a considerar por qué realmente te molesta —y la mirada pícara de su hermano le molesta porque sabe lo que quiere decir.
Renatto lo fulmina con la mirada, pero no responde. Riccardo, satisfecho por haber plantado la semilla de la duda, abandona el despacho, dejando a su hermano inmerso en sus pensamientos.
Fuera, Isabella sigue trabajando en el huerto, ignorando el sudor que corre por su frente mientras arranca las últimas hierbas. A pesar de todo, una leve sonrisa aparece en su rostro. Sabe que ha causado un impacto en los hermanos Corleone, y aunque las aguas estén turbulentas, tiene la certeza de que está encontrando su lugar en medio de la tormenta que ha durado tanto tiempo.
El aire de la mañana es fresco, aunque la tensión en la mansión Corleone hace que hasta la brisa parezca cargada de electricidad. Han pasado días desde la llegada de Isabella, y aunque ha logrado establecer una rutina con Alonzo, su interacción con Renatto se limita a un intercambio de miradas distantes y una atmósfera de hostilidad latente. Isabella se ha acostumbrado a esquivarlo, a trazar un camino invisible por los rincones de la casa donde no coincidan.Por otro lado, Riccardo ha intentado acercarse a ella, ofreciéndole su ayuda en múltiples ocasiones, pero Isabella mantiene la distancia. No por desagrado, sino porque comprende que cualquier interacción con él solo sirve para alimentar el fuego de la rabia de Renatto.Esa mañana, Isabella decide que el momento de su baño, que usualmente pasa desapercibido, puede realizarse sin mayores contratiempos. Como de costumbre, llena un balde con agua y lo lleva al patio trasero, un lugar apartado pero no completamente oculto. Se despoja d
La noche cae sobre la mansión Corleone, y con ella una lluvia torrencial que golpea el tejado con un sonido ensordecedor. Isabella se despierta al sentir una gota fría que le cae en la frente. Su mirada recorre el espacio diminuto y oscuro de la bodega que usa como cuarto. La lluvia se filtra por varios puntos, y el agua comienza a formar charcos en el suelo.Suspira, resignada, mientras intenta buscar un rincón seco donde acomodar su catre, pero no hay ninguno. Todo está empapado. Las mantas que tanto esfuerzo le costó conseguir están ahora inútiles. Con movimientos rápidos, guarda sus pocas pertenencias en una caja que coloca en un rincón menos expuesto a la lluvia. Se coloca un abrigo y, con el sonido constante del agua golpeando el suelo, sale de la bodega.El frío la envuelve de inmediato, y su primera opción es buscar refugio en el estacionamiento techado donde suelen dejar los vehículos de la familia. Corre a través del patio, sus pasos salpicando agua en todas direcciones, has
La lluvia ha cesado tras dos días continuos, y con ella parece llegar algo de calma a la mansión Corleone. Sin embargo, en el interior, las tensiones continúan creciendo. Riccardo, harto de las condiciones en las que Isabella vive en aquella bodega de la que su hermano parece no querer sacarla, toma la iniciativa de mandar a reparar el techo de la bodega. Los trabajadores llegan temprano y, en cuestión de unas horas, han arreglado las filtraciones, además de mejorar la zona en donde Isabella duerme para que no tenga problemas de inundaciones en el futuro. Renatto, aunque consciente de lo que ocurre, no se opone a esa orden, en parte porque su hermano tiene esa facultad dentro de la mansión y por otra, porque le ha quitado un peso de encima. Su orgullo le impide reconocer que debería haberlo hecho él mismo, pero no puede negar que la acción de su hermano es lo correcto.Isabella agradece la reparación con un simple gesto de asentimiento y para Riccardo es más que suficiente, porque sab
La bodega permanece en silencio tras la abrupta salida de Renatto. Isabella se queda sentada en el borde de su catre, se permite unos minutos para recuperar la compostura y acomodarse como mejor pueda para pasar esos días que le esperan. No hay tiempo para lamentaciones; tiene claro que en ese lugar ni en la vida, el lujo de la debilidad no le está permitido.Minutos después, los pasos suaves de Clara se escuchan acercándose. La mujer aparece en la puerta con una expresión de mezcla entre compasión y prisa. Lleva en las manos un paquete de toallas femeninas, un juego de ropa limpia y unas cobijas que parecen recién lavadas, dejando a la mujer sorprendida, porque aquello es obvio que es obra de Renatto y piensa que después de todo si tiene algo de consciencia o empatía... o solo será otra arma para someterla. Sin embargo, Clara no tiene la culpa y la situación no está para que ella se ponga de orgullosa, la vida le enseñó a aceptar la ayuda que sea de quien venga, por lo que Isabella l
Los días pasan lentamente tras el inconveniente de Isabella y la ayuda que Clara le dio mandada por Renatto, sin embargo, la relación entre ambos sigue marcada por la misma tensión latente que han tenido desde el inicio.Renatto observa desde la distancia los movimientos y actitudes de la chica, curioso por entenderla, mientras Isabella se mantiene serena, entregada a sus labores sin dejar que la incomodidad ni la hostilidad que su jefe emana la afecten. La frialdad de sus interacciones despierta algo en él, una mezcla de frustración y una atracción que lo inquieta, es como un nombre flechado por aquella mujer que lo ignora y que, a pesar de que más ella se muestra indiferente, él más desea estar cerca, obedeciendo a un sentimiento primitivo y autodestructivo que no le sirve de nada.En una tarde nublada, Renatto decide que es momento de un cambio. Sentado en su despacho, hace una seña para que Isabella entre. Ella obedece con tranquilidad, su expresión imperturbable, y se queda de pi
El aire en el establo está cargado de tensión, de pronto aquello que están haciendo no les llena de satisfacción u orgullo. La escena permanece como una instantánea: el traidor amarrado, los ojos hinchados, colgando de cabeza y el cuerpo marcado por golpes; los hombres de Renatto observando con expresiones frías tanto al hombre como a Isabella, acostumbrados a la brutalidad de su mundo. Y luego está Isabella, de pie en la entrada, con una calma tan absoluta que resulta perturbadora.Por alguna razón extraña, a Renatto se le hace un ángel, pero no de esos que son buenos del todo.Ella no corre. No grita ni da un paso atrás. En cambio, comienza a caminar hacia ellos, cada movimiento firme y deliberado. La luz que entra por las rendijas del establo ilumina su figura, y su sombra se proyecta larga sobre el suelo. Uno de los hombres, alertado por la extraña tranquilidad de su actitud, levanta su arma y la apunta.—Alto ahí —gruñe, con la voz tensa, advirtiendo a la mujer que no se acerque
Renatto no puede apartar las palabras de Isabella de su mente. El peso de su revelación, tan sencilla y devastadora a la vez, lo persigue como una sombra. Las preguntas arden en su interior, cada una más insistente que la anterior, mientras la imagen de su mirada tranquila se repite una y otra vez.La ve apartarse hacia el huerto, sin dejar de observar sus movimientos gráciles, pero determinados. Se va a la parte trasera del establo donde el lugar ofrece algo de privacidad y silencio a quien lo necesita, intentando no desconfiar de ella, porque en su mundo las personas que han pasado por esas situaciones suelen ser escoria para las organizaciones.En su familia, porque eso es la ‘Ndrangueta para ellos, solo los traidores pasan por esas situaciones antes de liquidarlos por completo. Se pierde en esas ideas, tratando de pensar en si debe apartarla de su hijo o dejarla con ellos para mantenerla vigilada lo más posible hasta saber qué le sucedió en el pasado.Un rato después decide salir
El auto negro de vidrios tintados entra en la propiedad con una lentitud cautelosa. No es normal que una mansión de esa envergadura tenga las puertas abiertas sin seguridad en ninguna parte, pero Barzini sabe que no es así, por eso va tranquilo frente al volante, es su compañero que va adelante quien tiene miedo. Renatto Corleone no es de los que deje nada al azar. Cuando llegan al frente de la casa, dos grupos de ocho hombres cada uno rodean los autos, ve cómo sacan a su compañero y lo lanzan al suelo, en cambio él baja sin temor y ve al hombre que lo apunta a la cabeza. —Traigo una joya preciosa para tu jefe. —¡Es mejor que te vayas, esta casa es propiedad privada! —Barzini solo sonríe y mira a su alrededor, ubicando a su primo en la entrada, quien observa con curiosidad. —¡Riccardo! —lo llama y el hombre abre los ojos—. Traje lo que te prometí. —¿Es en serio? —le dice acercándose al auto. Armin abre la puerta y Riccardo mira a los ojos del niño frente a él. —No tengas miedo