Renatto no puede apartar las palabras de Isabella de su mente. El peso de su revelación, tan sencilla y devastadora a la vez, lo persigue como una sombra. Las preguntas arden en su interior, cada una más insistente que la anterior, mientras la imagen de su mirada tranquila se repite una y otra vez.La ve apartarse hacia el huerto, sin dejar de observar sus movimientos gráciles, pero determinados. Se va a la parte trasera del establo donde el lugar ofrece algo de privacidad y silencio a quien lo necesita, intentando no desconfiar de ella, porque en su mundo las personas que han pasado por esas situaciones suelen ser escoria para las organizaciones.En su familia, porque eso es la ‘Ndrangueta para ellos, solo los traidores pasan por esas situaciones antes de liquidarlos por completo. Se pierde en esas ideas, tratando de pensar en si debe apartarla de su hijo o dejarla con ellos para mantenerla vigilada lo más posible hasta saber qué le sucedió en el pasado.Un rato después decide salir
El cielo se tiñe de tonos naranjas y púrpuras cuando el sol comienza a desaparecer tras las colinas. Las sombras se alargan en los terrenos de la mansión Corleone, envolviendo la bodega en una penumbra tranquila. Isabella recoge las herramientas de trabajo después de una larga jornada, lista para buscar el refugio de su modesto catre. Su paso es firme, pero sin prisa mientras se dirige hacia su refugio.Antes de llegar, una voz profunda rompe el silencio.—Isabella.Ella se detiene y se vuelve lentamente reconociendo la voz de Renatto, quien está de pie a unos metros de distancia, sus manos en los bolsillos y su mirada fija en ella con una intensidad que parece atravesarla. La expresión de su rostro es una mezcla de dureza y curiosidad que hace que el aire se sienta más denso entre ellos.Isabella da un par de pasos hacia él, manteniendo la distancia que desde el principio ha existido entre ellos.—He estado pensando —comienza Renatto, sus manos jugueteando con las llaves—. Puedes tom
El beso pronto se convierte en una tormenta que consume a Renatto. Sus manos sujetan a Isabella con firmeza pero sin brutalidad, como si temiera que pudiera desaparecer si afloja su agarre. La cercanía de su cuerpo, el calor que emana de su piel, todo lo que ella representa lo envuelve en una vorágine de sensaciones. Intensifica el beso solo para saborearla mejor, intenta profundizar la conexión como un hombre sediento que finalmente ha encontrado agua.Sin embargo, algo se siente fuera de lugar. Isabella no le responde como él esperó. Sus labios permanecen firmes, sin ceder a la pasión que él intenta compartir. La frialdad que emana de su falta de respuesta comienza a irritarlo, por lo que se separa de ella abruptamente, su ceño fruncido y la mandíbula apretada.—¿Por qué no me respondes? —gruñe, sus ojos oscuros fijos en los de ella.Isabella lo mira con calma, como si fuera algo normal lo que ocurre, sus labios todavía ligeramente hinchados por el beso.—Porque no puedo —dice con u
Durante los días que Isabella está fuera, la mansión parece más silenciosa de lo habitual. Renatto siente ese silencio como un eco que resuena dentro de su propia mente, un recordatorio constante del beso que compartieron. En cada rincón de su despacho y cada paso por los pasillos de mármol, su memoria lo traiciona, recreando el momento una y otra vez. Los labios de Isabella, la resistencia que lo enfureció, y las palabras que lo dejaron desequilibrado no le permiten hallar paz.Intenta distraerse con trabajo. Sale temprano para cerrar algunos tratos, sumergiéndose en la logística de su imperio, pero ni siquiera los detalles meticulosos de las transacciones logran apagar el calor persistente que late bajo su piel. La idea de que Isabella está en el pueblo, libre del confinamiento de la mansión, lo persigue como una sombra. Podría ir a verla, razona consigo mismo. Podría aparecer en su puerta, aclarar lo ocurrido, decirle que para él el beso significó algo, que q
El aire parece detenerse mientras Isabella observa a Renatto enfrentarse a su padre. Sus ojos, normalmente llenos de desafío o calma controlada, ahora reflejan una mezcla de sorpresa y algo que no quiere reconocer. Verlo allí, de pie entre ella y el hombre que intentó someterla, despierta en su pecho un torbellino de emociones que lucha por contener.Aquella versión de Renatto Corleone, su postura fría e imponente para protegerla, se contradice a lo que suele ser con ella cada día.Daniel, quien fuera una vez el dominante patriarca de los Corleone, no es un hombre acostumbrado a retroceder. Su mirada de desprecio y sus labios fruncidos como un lobo acorralado lo muestran dispuesto a atacar con palabras venenosas.—¿Desde cuándo te preocupas por una simple empleada? —escupe, su voz cargada de sarcasmo venenoso y su mirada despectiva hacia la muchacha—. ¿Es que la sangre se te ha vuelto blanda, hijo? Tú defendiendo a una mujer, ¡nunca lo imaginé!
El cielo está mostrando las primeras estrellas cuando Isabella sigue a Clara por un sendero iluminado por faroles hacia la casa de las empleadas. La brisa nocturna acaricia su piel mientras su mente repasa los eventos del día. Todavía siente la tensión del encuentro con el padre de Renatto, el calor de la confrontación y el peso de la mirada de Renatto cuando le entregó el regalo.Su pecho está lleno de emociones contradictorias, un nudo de pensamientos que no logra deshacer y nadie puede culparla, porque ese hombre no tiene manera de llegar a él, unas veces tan accesible y otras un enorme muro, impenetrable y alto.Al entrar a la enorme casa, se deja guiar por la mujer que no puede ocultar su sonrisa. Isabella le ha aliviado muchas tareas, además de ser servicial y diferente a las demás mujeres de la casa, que suelen ser ariscas y groseras. Aunque Isabella ni siquiera suele hablar, por lo que tampoco es de extrañarse que le caiga en gracia a la mujer may
La mañana siguiente amanece tranquila, con un aire fresco que entra por las ventanas de la casa de las empleadas. Isabella se despierta temprano, lista para enfrentar un nuevo día mucho más descansada que los días anteriores, comparado solo con el sueño cómodo que consiguió en su cama los días anteriores a su retorno a la mansión Corleone.Cuando llega al comedor para desayunar, las demás empleadas la ven con cierto desdén, fiel a su postura con todo el mundo, las ignora y come tranquila, sin mirar a nadie porque no son ellas quienes le dan de comer, en todo caso.Al terminar, levanta sus utensilios, lava todo a la perfección y se pone a disposición de Clara de inmediato, contrario a las otras que se quedan conversando un poco más, hasta que uno de los susurros le llama la atención y la hacen voltear hacia las mujeres que hablan.—Se cree muy digna, cuando todas saben que las que llegan a ese cuarto es para la visita del jefe —ríe una, la otra mujer hace un gesto de desagrado.—No sol
Tras casi una hora de trayecto, el auto se detiene unos cuantos metros adentro, alejado del borde del bosque, y una brisa fresca llena de los aromas de la naturaleza invade el interior en cuanto se abre la primera puerta. Riccardo apaga el motor y baja del vehículo con una expresión de resignación. En cambio, Alonzo, por el contrario, salta fuera con una energía desbordante, mirando a su alrededor con ojos llenos de curiosidad y esa sonrisa enorme que señala lo mucho que está disfrutando de la excursión.Isabella observa el lugar con una sonrisa tranquila y su mirada se fija en la alegría de Alonzo, quien observa todo como si fuera la primera vez que ve aquello. El sitio que Riccardo ha elegido para acampar es realmente perfecto, un claro amplio rodeado de árboles altos que ofrecen sombra y protección del viento. La tierra es firme, y un pequeño arroyo serpentea a unos metros de distancia, proporcionando agua fresca.—Bien, ¡manos a la obra! —exclama Isab