El aire parece detenerse mientras Isabella observa a Renatto enfrentarse a su padre. Sus ojos, normalmente llenos de desafío o calma controlada, ahora reflejan una mezcla de sorpresa y algo que no quiere reconocer. Verlo allí, de pie entre ella y el hombre que intentó someterla, despierta en su pecho un torbellino de emociones que lucha por contener.
Aquella versión de Renatto Corleone, su postura fría e imponente para protegerla, se contradice a lo que suele ser con ella cada día.
Daniel, quien fuera una vez el dominante patriarca de los Corleone, no es un hombre acostumbrado a retroceder. Su mirada de desprecio y sus labios fruncidos como un lobo acorralado lo muestran dispuesto a atacar con palabras venenosas.
—¿Desde cuándo te preocupas por una simple empleada? —escupe, su voz cargada de sarcasmo venenoso y su mirada despectiva hacia la muchacha—. ¿Es que la sangre se te ha vuelto blanda, hijo? Tú defendiendo a una mujer, ¡nunca lo imaginé!
El cielo está mostrando las primeras estrellas cuando Isabella sigue a Clara por un sendero iluminado por faroles hacia la casa de las empleadas. La brisa nocturna acaricia su piel mientras su mente repasa los eventos del día. Todavía siente la tensión del encuentro con el padre de Renatto, el calor de la confrontación y el peso de la mirada de Renatto cuando le entregó el regalo.Su pecho está lleno de emociones contradictorias, un nudo de pensamientos que no logra deshacer y nadie puede culparla, porque ese hombre no tiene manera de llegar a él, unas veces tan accesible y otras un enorme muro, impenetrable y alto.Al entrar a la enorme casa, se deja guiar por la mujer que no puede ocultar su sonrisa. Isabella le ha aliviado muchas tareas, además de ser servicial y diferente a las demás mujeres de la casa, que suelen ser ariscas y groseras. Aunque Isabella ni siquiera suele hablar, por lo que tampoco es de extrañarse que le caiga en gracia a la mujer may
La mañana siguiente amanece tranquila, con un aire fresco que entra por las ventanas de la casa de las empleadas. Isabella se despierta temprano, lista para enfrentar un nuevo día mucho más descansada que los días anteriores, comparado solo con el sueño cómodo que consiguió en su cama los días anteriores a su retorno a la mansión Corleone.Cuando llega al comedor para desayunar, las demás empleadas la ven con cierto desdén, fiel a su postura con todo el mundo, las ignora y come tranquila, sin mirar a nadie porque no son ellas quienes le dan de comer, en todo caso.Al terminar, levanta sus utensilios, lava todo a la perfección y se pone a disposición de Clara de inmediato, contrario a las otras que se quedan conversando un poco más, hasta que uno de los susurros le llama la atención y la hacen voltear hacia las mujeres que hablan.—Se cree muy digna, cuando todas saben que las que llegan a ese cuarto es para la visita del jefe —ríe una, la otra mujer hace un gesto de desagrado.—No sol
Tras casi una hora de trayecto, el auto se detiene unos cuantos metros adentro, alejado del borde del bosque, y una brisa fresca llena de los aromas de la naturaleza invade el interior en cuanto se abre la primera puerta. Riccardo apaga el motor y baja del vehículo con una expresión de resignación. En cambio, Alonzo, por el contrario, salta fuera con una energía desbordante, mirando a su alrededor con ojos llenos de curiosidad y esa sonrisa enorme que señala lo mucho que está disfrutando de la excursión.Isabella observa el lugar con una sonrisa tranquila y su mirada se fija en la alegría de Alonzo, quien observa todo como si fuera la primera vez que ve aquello. El sitio que Riccardo ha elegido para acampar es realmente perfecto, un claro amplio rodeado de árboles altos que ofrecen sombra y protección del viento. La tierra es firme, y un pequeño arroyo serpentea a unos metros de distancia, proporcionando agua fresca.—Bien, ¡manos a la obra! —exclama Isab
Renatto se pone de pie, saliendo de las sombras y acercándose a la fogata, mientras la voz de Isabella parece desatar una tormenta silenciosa en su pecho. Que lo hubiera reconocido tan fácilmente lo desconcierta más de lo que está dispuesto a admitir.Él ha perfeccionado el arte de hacerse pasar por Riccardo cuando la situación lo requiere, operaciones delicadas para la organización, reuniones con aliados sospechosos, o incluso para descubrir traidores entre sus filas. Y siempre lo ha hecho con éxito, nunca nadie logró reconocer que se hacía pasar por su hermano. Pero Isabella lo identificó con solo mirarlo.La curiosidad lo consume.—¿Cómo sabías que era yo? —pregunta mientras se acerca más a ella, su tono bajo, casi un murmullo que se pierde en la noche.Isabella sonríe sin apartar la vista del cielo estrellado.—No es tan complicado —responde con naturalidad—. El azul de sus ojos es más oscuro que el de su hermano.Renatto p
El amanecer comienza a filtrarse por las paredes de la tienda de campaña, proyectando sombras suaves que se mueven con el susurro de las hojas en el bosque. Alonzo es el primero en despertarse. Sus ojos parpadean mientras la luz pálida ilumina el espacio cerrado. Gira la cabeza hacia su padre, que lo observa con una sonrisa tranquila y un gesto de dedo en los labios.—Shh —murmura Renatto y el niño sonríe—. No hagas ruido. Deja que Isabella siga durmiendo.El niño asiente, un brillo de travesura en sus ojos.—Voy a buscar leña para el fuego y preparar algunas cosas para el desayuno —susurra, comenzando a moverse con cuidado.Renatto lo deja salir, escuchando el leve crujido de la cremallera y los pasos ligeros sobre la hierba húmeda. La tienda queda en silencio, salvo por la respiración acompasada de Isabella. Sus ojos viajan hacia ella, y por primera vez,
Renatto suelta a Alonzo con un ademán suave, permitiendo que el niño regrese a explorar unos metros más allá, , donde el peligro ha desaparecido buscando algo que solo él sabe qué es. Sus ojos permanecen fijos en la serpiente partida en dos, el cuerpo aun retorciéndose en espasmos finales. Se agacha, recoge el cuchillo de hoja limpia, y lo observa detenidamente antes de frotarlo contra su chaqueta. La hoja brilla bajo la luz filtrada del bosque mientras se la extiende a Isabella.—Esto es tuyo —dice, su voz baja, pero firme.Ella toma el cuchillo sin un atisbo de duda, sus dedos rozando por un instante los de Renatto y sus ojos impactando con los del hombre. El contacto es breve, pero lo suficiente para que una chispa silenciosa pase entre ellos, esa que Renatto odia porque lo obliga a pensar más en ella cuando no están cerca. Sí, esa mujer es una obsesión.Isa
El viaje de regreso es un contraste de emociones y pensamientos, sobre todo para Renatto. Alonzo habla sin parar, contando cada detalle del campamento con entusiasmo desbordante. Isabella lo escucha con una sonrisa cálida, respondiendo a sus preguntas y riendo con él cuando imita a los animales que cree haber escuchado durante la noche. Su risa llena el auto, ligera como la brisa, mientras el sol comienza a descender en el horizonte.Renatto, sin embargo, permanece en silencio. Sus manos sujetan el volante con firmeza, sus ojos fijos en el camino, pero su mente está muy lejos. Las palabras de Isabella sobre los hombres que la hicieron sufrir siguen resonando en su cabeza, como un eco persistente que se niega a desaparecer. Los fragmentos de su pasado, esas piezas incompletas que no puede ensamblar, lo obsesionan.Cuando finalmente llegan a la mansión, el cielo ha tomado un tono anaranjado profundo. Renatto se detiene frente a l
El silencio que sigue a las palabras de Isabella se siente como una tormenta a punto de estallar. Renatto aprieta los puños con tanta fuerza que los nudillos se vuelven blancos. Su mandíbula se tensa mientras la mirada oscura fija en ella arde con una mezcla de rabia y algo más profundo, más primitivo.—No te des tanta importancia —gruñe, cada palabra un golpe seco, sin apartarse de ella—. Solo eres una mujer más dentro de esta casa. Puedo llevarme a la cama a quien yo quiera, tú incluida.Isabella lo observa con una calma implacable, sus ojos tan serenos como un lago en una noche sin viento.—No me queda la menor duda de que puede hacerlo, señor —responde, su voz suave, pero firme—. Pero si lo hace conmigo, solo dañará su reputación. No soy una buena opción para usted, Señor Corleone.El tono de sus palabras, lleno de una seguridad amarga, lo enfurece aún más. La idea de que se vea a sí misma de esa manera, tan pequeña y desechable, despier