Tras casi una hora de trayecto, el auto se detiene unos cuantos metros adentro, alejado del borde del bosque, y una brisa fresca llena de los aromas de la naturaleza invade el interior en cuanto se abre la primera puerta. Riccardo apaga el motor y baja del vehículo con una expresión de resignación. En cambio, Alonzo, por el contrario, salta fuera con una energía desbordante, mirando a su alrededor con ojos llenos de curiosidad y esa sonrisa enorme que señala lo mucho que está disfrutando de la excursión.
Isabella observa el lugar con una sonrisa tranquila y su mirada se fija en la alegría de Alonzo, quien observa todo como si fuera la primera vez que ve aquello. El sitio que Riccardo ha elegido para acampar es realmente perfecto, un claro amplio rodeado de árboles altos que ofrecen sombra y protección del viento. La tierra es firme, y un pequeño arroyo serpentea a unos metros de distancia, proporcionando agua fresca.
—Bien, ¡manos a la obra! —exclama Isab
Renatto se pone de pie, saliendo de las sombras y acercándose a la fogata, mientras la voz de Isabella parece desatar una tormenta silenciosa en su pecho. Que lo hubiera reconocido tan fácilmente lo desconcierta más de lo que está dispuesto a admitir.Él ha perfeccionado el arte de hacerse pasar por Riccardo cuando la situación lo requiere, operaciones delicadas para la organización, reuniones con aliados sospechosos, o incluso para descubrir traidores entre sus filas. Y siempre lo ha hecho con éxito, nunca nadie logró reconocer que se hacía pasar por su hermano. Pero Isabella lo identificó con solo mirarlo.La curiosidad lo consume.—¿Cómo sabías que era yo? —pregunta mientras se acerca más a ella, su tono bajo, casi un murmullo que se pierde en la noche.Isabella sonríe sin apartar la vista del cielo estrellado.—No es tan complicado —responde con naturalidad—. El azul de sus ojos es más oscuro que el de su hermano.Renatto p
El amanecer comienza a filtrarse por las paredes de la tienda de campaña, proyectando sombras suaves que se mueven con el susurro de las hojas en el bosque. Alonzo es el primero en despertarse. Sus ojos parpadean mientras la luz pálida ilumina el espacio cerrado. Gira la cabeza hacia su padre, que lo observa con una sonrisa tranquila y un gesto de dedo en los labios.—Shh —murmura Renatto y el niño sonríe—. No hagas ruido. Deja que Isabella siga durmiendo.El niño asiente, un brillo de travesura en sus ojos.—Voy a buscar leña para el fuego y preparar algunas cosas para el desayuno —susurra, comenzando a moverse con cuidado.Renatto lo deja salir, escuchando el leve crujido de la cremallera y los pasos ligeros sobre la hierba húmeda. La tienda queda en silencio, salvo por la respiración acompasada de Isabella. Sus ojos viajan hacia ella, y por primera vez,
Renatto suelta a Alonzo con un ademán suave, permitiendo que el niño regrese a explorar unos metros más allá, , donde el peligro ha desaparecido buscando algo que solo él sabe qué es. Sus ojos permanecen fijos en la serpiente partida en dos, el cuerpo aun retorciéndose en espasmos finales. Se agacha, recoge el cuchillo de hoja limpia, y lo observa detenidamente antes de frotarlo contra su chaqueta. La hoja brilla bajo la luz filtrada del bosque mientras se la extiende a Isabella.—Esto es tuyo —dice, su voz baja, pero firme.Ella toma el cuchillo sin un atisbo de duda, sus dedos rozando por un instante los de Renatto y sus ojos impactando con los del hombre. El contacto es breve, pero lo suficiente para que una chispa silenciosa pase entre ellos, esa que Renatto odia porque lo obliga a pensar más en ella cuando no están cerca. Sí, esa mujer es una obsesión.Isa
El viaje de regreso es un contraste de emociones y pensamientos, sobre todo para Renatto. Alonzo habla sin parar, contando cada detalle del campamento con entusiasmo desbordante. Isabella lo escucha con una sonrisa cálida, respondiendo a sus preguntas y riendo con él cuando imita a los animales que cree haber escuchado durante la noche. Su risa llena el auto, ligera como la brisa, mientras el sol comienza a descender en el horizonte.Renatto, sin embargo, permanece en silencio. Sus manos sujetan el volante con firmeza, sus ojos fijos en el camino, pero su mente está muy lejos. Las palabras de Isabella sobre los hombres que la hicieron sufrir siguen resonando en su cabeza, como un eco persistente que se niega a desaparecer. Los fragmentos de su pasado, esas piezas incompletas que no puede ensamblar, lo obsesionan.Cuando finalmente llegan a la mansión, el cielo ha tomado un tono anaranjado profundo. Renatto se detiene frente a l
El silencio que sigue a las palabras de Isabella se siente como una tormenta a punto de estallar. Renatto aprieta los puños con tanta fuerza que los nudillos se vuelven blancos. Su mandíbula se tensa mientras la mirada oscura fija en ella arde con una mezcla de rabia y algo más profundo, más primitivo.—No te des tanta importancia —gruñe, cada palabra un golpe seco, sin apartarse de ella—. Solo eres una mujer más dentro de esta casa. Puedo llevarme a la cama a quien yo quiera, tú incluida.Isabella lo observa con una calma implacable, sus ojos tan serenos como un lago en una noche sin viento.—No me queda la menor duda de que puede hacerlo, señor —responde, su voz suave, pero firme—. Pero si lo hace conmigo, solo dañará su reputación. No soy una buena opción para usted, Señor Corleone.El tono de sus palabras, lleno de una seguridad amarga, lo enfurece aún más. La idea de que se vea a sí misma de esa manera, tan pequeña y desechable, despier
El peso de las palabras de la llamada aún resuena en la cabeza de Renatto mientras el aire a su alrededor parece espesarse. La sala, llena de hombres de trajes oscuros y gestos calculadores, se queda en silencio absoluto cuando él se levanta de golpe. Las sillas crujen, pero nadie se atreve a hablar. Su mirada, dura como el acero, se fija en los presentes.—La familia que ha desafiado nuestras reglas dejará de existir como tal —anuncia con voz grave y cortante mirando a su hermano para que ejecute su orden—. Sus cuentas serán vaciadas de inmediato. Las mujeres serán llevadas bajo custodia a otras familias leales fuera de Italia. Los hombres serán degradados a soldados comunes y enviados a América. No habrá excepciones.Un murmullo de sorpresa se esparce entre los miembros de la reunión, pero ninguno se atreve a cuestionarlo. Riccardo, sentado a su derecha, levanta las cejas,
Mientras tanto, en la casa segura, en el sótano, una tormenta se desata sin que el mundo lo sepa.Riccardo, cuya sonrisa siempre oculta más de lo que revela, se convierte en una sombra de crueldad mientras dirige los interrogatorios a los hombres encargados de proteger a Alonzo e Isabella. Sus ojos, usualmente llenos de un brillo relajado, ahora reflejan la oscuridad de un hombre que no conoce misericordia. La habitación, impregnada del olor a sudor y sangre, es testigo de la faceta despiadada del hermano menor de Renatto.Uno a uno, los hombres son confrontados con preguntas implacables. Riccardo no se detiene ante gritos ni ruegos, solo nombres podrían aplacar la ira que siente por el ataque desmedido en contra de su sobrino e Isabella. Su voz, baja pero firme, corta como un cuchillo afilado.—Sabemos que alguien vendió información. ¡Dime su nombre!El sudor gotea por la frente de un ho
El aire fresco de la mañana en Roma envuelve a Isabella mientras sale del hospital, su paso firme pero contenido, a pesar de que la herida en proceso de curación le recuerda con cada movimiento lo cerca que estuvo de la muerte. Renatto camina a su lado, su mirada fija en el camino mientras dos de sus hombres mantienen la vigilancia. Al llegar al auto, abre la puerta sin mirarla, pero Isabella siente la tensión en sus hombros, como un volcán a punto de estallar.Los días siguientes pasan en la elegante, pero vigilada, casa de los Corleone en Roma. Isabella descansa en uno de los cuartos, pero su carácter indomable no permite que se quede inmóvil por mucho tiempo. Se encuentra a menudo en los jardines, acompañada por Alonzo, quien insiste en mostrarle cada rincón, llenándola de historias infantiles llenas de asombro. Riccardo, siempre el maestro de las sonrisas y los comentarios ingeniosos, se c