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Capítulo 5: Reglas de convivencia

En el instante en que Isabella entra en la mansión, siente el poder y el peligro emanando de cada rincón, a diferencia de otros lugares que transmiten calidez y seguridad, este solo ofrece un espacio frío y lúgubre. Sus pasos son firmes, aunque su mente registra cada detalle, los guardias que la observan como si ya hubieran dictado su sentencia, las paredes adornadas con cuadros que narran historias de generaciones pasadas y el eco de sus propios movimientos en el suelo de mármol.

—Mi sobrino bajará en unos minutos. Vamos al que será su salón —anuncia Riccardo con tono calmado, aunque Isabella percibe el sutil nerviosismo en su voz.

Abre una puerta y le permite la entrada. Isabella ve que sus cosas están amontonadas en un rincón, cajas y materiales desordenados, como si no se hubieran tomado el tiempo de tratar sus pertenencias con cuidado. Sin perder tiempo, comienza a organizar el espacio, ignorando las miradas de los guardias que la vigilan desde el umbral.

La figura de Renatto aparece en silencio como una sombra, apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados. Su mirada intensa recorre cada uno de los movimientos de Isabella, estudiándola como si fuera un enigma que quisiera descifrar.

—Al menos no es una incompetente —dice cargando sus palabras de desprecio y sarcasmo.

Isabella no se inmuta. Continúa ordenando hasta que finalmente se gira para enfrentarlo.

—Dios me libre de cometer semejante pecado, señor Corleone —responde con tono tranquilo, aunque su mirada tiene un brillo desafiante. —Mi madre siempre me enseñó a ser organizada y a hacer las cosas por mí misma.

Renatto da un paso hacia ella, acortando la distancia de manera intimidante.

—Pero hay algo que tu madre no te enseñó —su voz es grave y cortante—. A temerle a la muerte.

Isabella mantiene su postura, sin retroceder ni un centímetro.

—¿Para qué desperdiciar su sabiduría en algo tan innecesario? La muerte es lo único seguro que tenemos en esta vida. No importa cómo llegue, lo hará tarde o temprano.

Antes de que Renatto pueda replicar, el sonido de pasos ligeros interrumpe el tenso momento. El pequeño Alonzo entra en la sala con una expresión que refleja tanto la seriedad de su edad como la precocidad de su crianza.

—Quiero suponer que eres Isabella Fugatti, la tutora que han contratado para mí —dice el niño con voz firme, extendiendo una mano hacia ella.

Isabella, sorprendida por la madurez del niño, le dedica una sonrisa sincera antes de agacharse a su altura.

—Así es, joven Renatto. Soy Isabella y espero estar a la altura de tus expectativas.

Alonzo la observa con una ceja levantada, como si ya estuviera evaluándola y asiente.

—Eso lo veremos —responde con un tono que emula al de su padre. Luego se gira hacia Renatto—. ¿Podemos empezar ahora mismo, padre?

Renatto asiente, pero su mirada sigue fija en Isabella.

—Por supuesto, pero antes necesito hablar con ella en privado.

Isabella se incorpora y lo sigue fuera del salón, sin emitir comentario alguno. Caminan hasta el despacho de Renatto, un espacio amplio y decorado con opulencia. Isabella se detiene a pocos pasos de él, consciente de que cualquier movimiento en falso podría interpretarse como una provocación.

—Espero que entiendas lo que significa que estés aquí —comienza Renatto, con un tono que mezcla amenaza y advertencia—. La educación de mi hijo no es solo un trabajo más, es una responsabilidad que viene con riesgos.

—Lo comprendo perfectamente, señor Corleone. Si acepté este puesto, es porque estoy preparada para ello.

Renatto gruñe, acercándose lo suficiente para invadir su espacio personal.

—Pareces creer que tienes control sobre esta situación. Pero aquí, tus acciones y palabras pueden costarte la vida. Así que ten cuidado con cómo te diriges a mí.

Isabella no retrocede. En cambio, lo enfrenta con una calma imperturbable.

—Usted es el jefe aquí y respeto su autoridad. Pero no confunda miedo con prudencia. No vine aquí para desafiarlo, sino para cumplir con mi trabajo. Y si no está satisfecho con mi desempeño, siempre puede despedirme, aunque eso implique un final algo más... permanente.

Renatto la mira con intensidad, como si intentara descifrar si su valentía es genuina o una fachada. Finalmente, da un paso atrás y se sienta en el borde del escritorio.

—Por ahora, pasas la prueba. Pero que quede claro, si mi hijo sufre algún daño bajo tu supervisión, no habrá lugar en el mundo donde puedas esconderte.

Isabella asiente, con la cabeza en alto.

—Entendido.

—Bien. Hablemos de las reglas. Primero, nunca estarás sola con mi hijo. No confío en ti y dudo que eso cambie. Segundo, solo estarás dentro de esta casa para dar clases. Tercero, cuando no estés enseñando, deberás ocupar tu tiempo en alguna otra tarea. Y cuarto, tienes estrictamente prohibido involucrarte con cualquiera de los hombres de esta casa.

Isabella escucha cada palabra sin interrumpir, pero cuando él termina, levanta la mano ligeramente, como pidiendo permiso para hablar.

—Si puedo, también me gustaría establecer algunas condiciones.

Renatto la observa con escepticismo, pero asiente.

—Adelante.

—Primero, quiero que quede claro que mi trabajo aquí es como tutora, no como cualquier otra cosa. Espero que sus hombres lo entiendan y no intenten nada en mi contra. Segundo, necesito un espacio tranquilo para trabajar con su hijo, sin interrupciones ni distracciones. Y tercero, quisiera un din de semana libre al mes para atender asuntos personales.

Renatto la mira fijamente, evaluando cada petición. Finalmente, se pone de pie y camina hacia ella, inclinándose lo suficiente como para que su presencia se sienta aún más intimidante.

—Estarás bajo vigilancia en todo momento. Si decides usar ese día para algo que no sea «atender asuntos personales», lo sabré. ¿Entendido?

Isabella sostiene su mirada sin vacilar.

—Entendido.

Renatto se aparta con un gruñido y le indica que regrese al salón. Isabella obedece, pero no sin antes notar el leve destello de respeto que parece haber despertado en él. Una vez en el salón, encuentra a Alonzo esperando con una evaluación en la mano.

—Esto me ayudará a saber por dónde empezar contigo —le explica ella, entregándole un cuaderno.

Mientras el niño comienza a trabajar, Isabella se dedica a organizar materiales. Al intentar colocar una cartelera en la pared, pierde el equilibrio en la silla donde está subida. Riccardo, que observa desde un rincón, reacciona rápido y la sostiene antes de que caiga.

El contacto dura solo un momento, pero sus miradas se cruzan, cargadas de algo que ninguno se atreve a definir. En el umbral de la puerta, Renatto observa la escena con una expresión oscura, sus puños apretados y un gruñido bajo que no pasa desapercibido para nadie.

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