En el instante en que Isabella entra en la mansión, siente el poder y el peligro emanando de cada rincón, a diferencia de otros lugares que transmiten calidez y seguridad, este solo ofrece un espacio frío y lúgubre. Sus pasos son firmes, aunque su mente registra cada detalle, los guardias que la observan como si ya hubieran dictado su sentencia, las paredes adornadas con cuadros que narran historias de generaciones pasadas y el eco de sus propios movimientos en el suelo de mármol.
—Mi sobrino bajará en unos minutos. Vamos al que será su salón —anuncia Riccardo con tono calmado, aunque Isabella percibe el sutil nerviosismo en su voz.
Abre una puerta y le permite la entrada. Isabella ve que sus cosas están amontonadas en un rincón, cajas y materiales desordenados, como si no se hubieran tomado el tiempo de tratar sus pertenencias con cuidado. Sin perder tiempo, comienza a organizar el espacio, ignorando las miradas de los guardias que la vigilan desde el umbral.
La figura de Renatto aparece en silencio como una sombra, apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados. Su mirada intensa recorre cada uno de los movimientos de Isabella, estudiándola como si fuera un enigma que quisiera descifrar.
—Al menos no es una incompetente —dice cargando sus palabras de desprecio y sarcasmo.
Isabella no se inmuta. Continúa ordenando hasta que finalmente se gira para enfrentarlo.
—Dios me libre de cometer semejante pecado, señor Corleone —responde con tono tranquilo, aunque su mirada tiene un brillo desafiante. —Mi madre siempre me enseñó a ser organizada y a hacer las cosas por mí misma.
Renatto da un paso hacia ella, acortando la distancia de manera intimidante.
—Pero hay algo que tu madre no te enseñó —su voz es grave y cortante—. A temerle a la muerte.
Isabella mantiene su postura, sin retroceder ni un centímetro.
—¿Para qué desperdiciar su sabiduría en algo tan innecesario? La muerte es lo único seguro que tenemos en esta vida. No importa cómo llegue, lo hará tarde o temprano.
Antes de que Renatto pueda replicar, el sonido de pasos ligeros interrumpe el tenso momento. El pequeño Alonzo entra en la sala con una expresión que refleja tanto la seriedad de su edad como la precocidad de su crianza.
—Quiero suponer que eres Isabella Fugatti, la tutora que han contratado para mí —dice el niño con voz firme, extendiendo una mano hacia ella.
Isabella, sorprendida por la madurez del niño, le dedica una sonrisa sincera antes de agacharse a su altura.
—Así es, joven Renatto. Soy Isabella y espero estar a la altura de tus expectativas.
Alonzo la observa con una ceja levantada, como si ya estuviera evaluándola y asiente.
—Eso lo veremos —responde con un tono que emula al de su padre. Luego se gira hacia Renatto—. ¿Podemos empezar ahora mismo, padre?
Renatto asiente, pero su mirada sigue fija en Isabella.
—Por supuesto, pero antes necesito hablar con ella en privado.
Isabella se incorpora y lo sigue fuera del salón, sin emitir comentario alguno. Caminan hasta el despacho de Renatto, un espacio amplio y decorado con opulencia. Isabella se detiene a pocos pasos de él, consciente de que cualquier movimiento en falso podría interpretarse como una provocación.
—Espero que entiendas lo que significa que estés aquí —comienza Renatto, con un tono que mezcla amenaza y advertencia—. La educación de mi hijo no es solo un trabajo más, es una responsabilidad que viene con riesgos.
—Lo comprendo perfectamente, señor Corleone. Si acepté este puesto, es porque estoy preparada para ello.
Renatto gruñe, acercándose lo suficiente para invadir su espacio personal.
—Pareces creer que tienes control sobre esta situación. Pero aquí, tus acciones y palabras pueden costarte la vida. Así que ten cuidado con cómo te diriges a mí.
Isabella no retrocede. En cambio, lo enfrenta con una calma imperturbable.
—Usted es el jefe aquí y respeto su autoridad. Pero no confunda miedo con prudencia. No vine aquí para desafiarlo, sino para cumplir con mi trabajo. Y si no está satisfecho con mi desempeño, siempre puede despedirme, aunque eso implique un final algo más... permanente.
Renatto la mira con intensidad, como si intentara descifrar si su valentía es genuina o una fachada. Finalmente, da un paso atrás y se sienta en el borde del escritorio.
—Por ahora, pasas la prueba. Pero que quede claro, si mi hijo sufre algún daño bajo tu supervisión, no habrá lugar en el mundo donde puedas esconderte.
Isabella asiente, con la cabeza en alto.
—Entendido.
—Bien. Hablemos de las reglas. Primero, nunca estarás sola con mi hijo. No confío en ti y dudo que eso cambie. Segundo, solo estarás dentro de esta casa para dar clases. Tercero, cuando no estés enseñando, deberás ocupar tu tiempo en alguna otra tarea. Y cuarto, tienes estrictamente prohibido involucrarte con cualquiera de los hombres de esta casa.
Isabella escucha cada palabra sin interrumpir, pero cuando él termina, levanta la mano ligeramente, como pidiendo permiso para hablar.
—Si puedo, también me gustaría establecer algunas condiciones.
Renatto la observa con escepticismo, pero asiente.
—Adelante.
—Primero, quiero que quede claro que mi trabajo aquí es como tutora, no como cualquier otra cosa. Espero que sus hombres lo entiendan y no intenten nada en mi contra. Segundo, necesito un espacio tranquilo para trabajar con su hijo, sin interrupciones ni distracciones. Y tercero, quisiera un din de semana libre al mes para atender asuntos personales.
Renatto la mira fijamente, evaluando cada petición. Finalmente, se pone de pie y camina hacia ella, inclinándose lo suficiente como para que su presencia se sienta aún más intimidante.
—Estarás bajo vigilancia en todo momento. Si decides usar ese día para algo que no sea «atender asuntos personales», lo sabré. ¿Entendido?
Isabella sostiene su mirada sin vacilar.
—Entendido.
Renatto se aparta con un gruñido y le indica que regrese al salón. Isabella obedece, pero no sin antes notar el leve destello de respeto que parece haber despertado en él. Una vez en el salón, encuentra a Alonzo esperando con una evaluación en la mano.
—Esto me ayudará a saber por dónde empezar contigo —le explica ella, entregándole un cuaderno.
Mientras el niño comienza a trabajar, Isabella se dedica a organizar materiales. Al intentar colocar una cartelera en la pared, pierde el equilibrio en la silla donde está subida. Riccardo, que observa desde un rincón, reacciona rápido y la sostiene antes de que caiga.
El contacto dura solo un momento, pero sus miradas se cruzan, cargadas de algo que ninguno se atreve a definir. En el umbral de la puerta, Renatto observa la escena con una expresión oscura, sus puños apretados y un gruñido bajo que no pasa desapercibido para nadie.
El eco de los pasos de Renatto retumba por el salón con una expresión de ira apenas contenida. Al llegar junto a ellos, la escena de su cercanía solo consigue avivar el fuego en su interior, Riccardo sostiene aún a Isabella, sus miradas cruzadas como si compartieran un código secreto que él no puede descifrar, además de ella faltando a una de las reglas que le dejó claras solo momentos antes. El gruñido que se escapa de su garganta llama la atención de ambos, y la atmósfera se carga de tensión inmediata.—¡Isabella, ven aquí! —ordena, su voz tan afilada como un cuchillo.Ella lo mira sin prisa, su postura firme y desafiante. Aún así, no tarda en caminar hacia él, pero no para detenerse en una posición sumisa, sino para enfrentarlo con una calma que solo lo enfurece más. Renatto no pierde el tiempo; la toma del brazo con un gesto brusco y la arrastra fuera del salón.Una vez en el pasillo, la suelta, aunque se queda lo suficientemente cerca para que la tensión entre ellos sea palpable.
El aire de la mañana es fresco, aunque la tensión en la mansión Corleone hace que hasta la brisa parezca cargada de electricidad. Han pasado días desde la llegada de Isabella, y aunque ha logrado establecer una rutina con Alonzo, su interacción con Renatto se limita a un intercambio de miradas distantes y una atmósfera de hostilidad latente. Isabella se ha acostumbrado a esquivarlo, a trazar un camino invisible por los rincones de la casa donde no coincidan.Por otro lado, Riccardo ha intentado acercarse a ella, ofreciéndole su ayuda en múltiples ocasiones, pero Isabella mantiene la distancia. No por desagrado, sino porque comprende que cualquier interacción con él solo sirve para alimentar el fuego de la rabia de Renatto.Esa mañana, Isabella decide que el momento de su baño, que usualmente pasa desapercibido, puede realizarse sin mayores contratiempos. Como de costumbre, llena un balde con agua y lo lleva al patio trasero, un lugar apartado pero no completamente oculto. Se despoja d
La noche cae sobre la mansión Corleone, y con ella una lluvia torrencial que golpea el tejado con un sonido ensordecedor. Isabella se despierta al sentir una gota fría que le cae en la frente. Su mirada recorre el espacio diminuto y oscuro de la bodega que usa como cuarto. La lluvia se filtra por varios puntos, y el agua comienza a formar charcos en el suelo.Suspira, resignada, mientras intenta buscar un rincón seco donde acomodar su catre, pero no hay ninguno. Todo está empapado. Las mantas que tanto esfuerzo le costó conseguir están ahora inútiles. Con movimientos rápidos, guarda sus pocas pertenencias en una caja que coloca en un rincón menos expuesto a la lluvia. Se coloca un abrigo y, con el sonido constante del agua golpeando el suelo, sale de la bodega.El frío la envuelve de inmediato, y su primera opción es buscar refugio en el estacionamiento techado donde suelen dejar los vehículos de la familia. Corre a través del patio, sus pasos salpicando agua en todas direcciones, has
La lluvia ha cesado tras dos días continuos, y con ella parece llegar algo de calma a la mansión Corleone. Sin embargo, en el interior, las tensiones continúan creciendo. Riccardo, harto de las condiciones en las que Isabella vive en aquella bodega de la que su hermano parece no querer sacarla, toma la iniciativa de mandar a reparar el techo de la bodega. Los trabajadores llegan temprano y, en cuestión de unas horas, han arreglado las filtraciones, además de mejorar la zona en donde Isabella duerme para que no tenga problemas de inundaciones en el futuro. Renatto, aunque consciente de lo que ocurre, no se opone a esa orden, en parte porque su hermano tiene esa facultad dentro de la mansión y por otra, porque le ha quitado un peso de encima. Su orgullo le impide reconocer que debería haberlo hecho él mismo, pero no puede negar que la acción de su hermano es lo correcto.Isabella agradece la reparación con un simple gesto de asentimiento y para Riccardo es más que suficiente, porque sab
La bodega permanece en silencio tras la abrupta salida de Renatto. Isabella se queda sentada en el borde de su catre, se permite unos minutos para recuperar la compostura y acomodarse como mejor pueda para pasar esos días que le esperan. No hay tiempo para lamentaciones; tiene claro que en ese lugar ni en la vida, el lujo de la debilidad no le está permitido.Minutos después, los pasos suaves de Clara se escuchan acercándose. La mujer aparece en la puerta con una expresión de mezcla entre compasión y prisa. Lleva en las manos un paquete de toallas femeninas, un juego de ropa limpia y unas cobijas que parecen recién lavadas, dejando a la mujer sorprendida, porque aquello es obvio que es obra de Renatto y piensa que después de todo si tiene algo de consciencia o empatía... o solo será otra arma para someterla. Sin embargo, Clara no tiene la culpa y la situación no está para que ella se ponga de orgullosa, la vida le enseñó a aceptar la ayuda que sea de quien venga, por lo que Isabella l
Los días pasan lentamente tras el inconveniente de Isabella y la ayuda que Clara le dio mandada por Renatto, sin embargo, la relación entre ambos sigue marcada por la misma tensión latente que han tenido desde el inicio.Renatto observa desde la distancia los movimientos y actitudes de la chica, curioso por entenderla, mientras Isabella se mantiene serena, entregada a sus labores sin dejar que la incomodidad ni la hostilidad que su jefe emana la afecten. La frialdad de sus interacciones despierta algo en él, una mezcla de frustración y una atracción que lo inquieta, es como un nombre flechado por aquella mujer que lo ignora y que, a pesar de que más ella se muestra indiferente, él más desea estar cerca, obedeciendo a un sentimiento primitivo y autodestructivo que no le sirve de nada.En una tarde nublada, Renatto decide que es momento de un cambio. Sentado en su despacho, hace una seña para que Isabella entre. Ella obedece con tranquilidad, su expresión imperturbable, y se queda de pi
El aire en el establo está cargado de tensión, de pronto aquello que están haciendo no les llena de satisfacción u orgullo. La escena permanece como una instantánea: el traidor amarrado, los ojos hinchados, colgando de cabeza y el cuerpo marcado por golpes; los hombres de Renatto observando con expresiones frías tanto al hombre como a Isabella, acostumbrados a la brutalidad de su mundo. Y luego está Isabella, de pie en la entrada, con una calma tan absoluta que resulta perturbadora.Por alguna razón extraña, a Renatto se le hace un ángel, pero no de esos que son buenos del todo.Ella no corre. No grita ni da un paso atrás. En cambio, comienza a caminar hacia ellos, cada movimiento firme y deliberado. La luz que entra por las rendijas del establo ilumina su figura, y su sombra se proyecta larga sobre el suelo. Uno de los hombres, alertado por la extraña tranquilidad de su actitud, levanta su arma y la apunta.—Alto ahí —gruñe, con la voz tensa, advirtiendo a la mujer que no se acerque
Renatto no puede apartar las palabras de Isabella de su mente. El peso de su revelación, tan sencilla y devastadora a la vez, lo persigue como una sombra. Las preguntas arden en su interior, cada una más insistente que la anterior, mientras la imagen de su mirada tranquila se repite una y otra vez.La ve apartarse hacia el huerto, sin dejar de observar sus movimientos gráciles, pero determinados. Se va a la parte trasera del establo donde el lugar ofrece algo de privacidad y silencio a quien lo necesita, intentando no desconfiar de ella, porque en su mundo las personas que han pasado por esas situaciones suelen ser escoria para las organizaciones.En su familia, porque eso es la ‘Ndrangueta para ellos, solo los traidores pasan por esas situaciones antes de liquidarlos por completo. Se pierde en esas ideas, tratando de pensar en si debe apartarla de su hijo o dejarla con ellos para mantenerla vigilada lo más posible hasta saber qué le sucedió en el pasado.Un rato después decide salir