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Capítulo 2: Sospechas fundadas     

Adaptarse a la idea de que tiene un hijo a Renatto no le lleva nada, es algo que siempre quiso y si no debe estar con una mujer de por medio es mucho mejor. Porque la descendencia lo es todo en su negocio, eso lo sabe desde pequeño, cuando su propio padre le dijo muchas veces que solo lo había engendrado para tener a los Corleone en el poder. Nunca fue un padre amoroso y, aunque nunca le puso la mano encima a riesgo de que su abuelo se la cortara, tampoco fue el progenitor más amoroso.

Y de su madre ni hablar.

A la biológica la tuvo hasta los seis años, cuando se enfermó gravemente un día y se la llevaron al hospital, para luego volver tres días después en un ataúd. Por ella supo lo que era el amor de madre, porque de las otras cinco que pasaron por su vida no aprendió nada, además de que las mujeres son un estorbo que grita y llora mucho, ayudan poco y a la primera falta, abandonan. 

El viaje a San Luca lo hicieron con hermetismo, el más animado fue Riccardo porque para él tener un sobrino es de otro mundo. Renatto se mostró más serio, pero no dejó de oír a su hijo contarle a su tío todos los viajes y las humillaciones a las que Loretto lo sometió.

Aquellas historias le tocaron una vena sensible a Renatto, por lo que aquella promesa que se hizo a sí mismo hace muchos años sale a flote.

Han pasado tres días desde que llegaron a San Luca, Renatto pasa por el cuarto de su hijo y llama a la puerta, la que se abre dejando ver a un niño un poco más alegre de como llegó.

—Buenos días, padre.

—Buenos días, hijo —Renatto le revuelve el cabello y juntos caminan a la escalera—. ¿Has pensado acerca de que te llamemos Alonzo?

—Sí, y tienes razón. Pero solo cuando tú estés presente, quiero que sepan quién es mi padre, que no olviden de quién soy hijo.

—¡Eso sería imposible! —se ríe Renatto—. Somos idénticos. Pero me parece bien… —las palabras del hombre son interrumpidas por la exclamación de otro.

—¡¿Dónde está mi nieto?! —Daniel Corleone hace su entrada triunfal como si siguiera al mando de todo y se para frente a su hijo y nieto—. ¿Por qué no me dijiste que habías encontrado a mi nieto?

—¿Para qué? No es que mis cosas te importen mucho —el hombre lo mira con hostilidad, pero luego se suaviza cuando ve a su nieto y se agacha para quedar a su altura.

—Un heredero siempre será importante para mí… ¿Cómo te llamas, hijo?

—No soy su hijo, soy su nieto —responde con recelo el pequeño y se aparta del hombre para esconderse tras su padre, sacándose una sonrisa de satisfacción a Renatto y un gruñido a Daniel.

—¡Mocoso maleducado!

—No sabía que decir la verdad se considerara mala educación —responde el niño levantando su barbilla—. Mi padre me dijo que eso no se castigaba, a menos que fueran circunstancias especiales. 

—¡No puedo creerlo! ¡¿A qué zorra estúpida le hiciste este crío para que sea tan insolente?! —Renatto se ríe y ante un gesto, una de las señoras del servicio se lleva al niño.

—De la que pagaste para que se casara conmigo, ¿la recuerdas? —Daniel frunce el ceño y Renatto sisea—. Loretto Fusco. 

—¿Apareció Loretto? —Renatto entrecierra los ojos cuando ve a su padre ponerse nervioso y la idea de que él tuvo que ver con todo lo que pasó hace casi ocho años le queda más que clara.

—No. La hicieron aparecer, que es diferente —Renatto se acerca a él y deja mostrar toda su altura para ver amenazante a su padre—. Espero no tener que enterarme de que tú tienes que ver con su huida.

—¡Estás loco!

—¡Claro que no! Nadie me quita de la cabeza que montaste todo ese espectáculo de la boda para alejarme de Emma y luego te deshiciste de mi futura esposa para joderme más.

—No sé por qué traes a esa zorra a la conversación, no era nadie, solo la hermana de uno de mis soldados más bajos. Siempre la has venerado como si fuera una santa, pero solo es otra puta más que te dejó al ver lo oscuro que eres… ¿Acaso se te olvida que también se fue para huir de ti?

—Claro que no… —Renatto se acerca tanto a su padre y con una expresión tan oscura, que el hombre hace todo para no retroceder—. Pero no creo en las casualidades y que dos mujeres se fueran al mismo tiempo de mi vida, me huele muy raro.

—Deja de insinuar…

—¡Cállate! Yo no insinúo, te lo digo en la cara, tú hiciste que ellas se fueran. A ti no te convenía que yo tomara el poder en ese momento y buscaste la manera de que lo perdiera. No contabas con que una de las familias me daría a su hija.

—¿Y de qué te sirvió? La botaste luego de un mes de matrimonio, fue un milagro que su familia no tomara represalias.

—Porque ellos mismos fueron testigos de cómo su mentira llegó lo suficientemente lejos. ¡Creyó que no me daría cuenta de que el hijo que esperaba no era mío sino de su amante! De todas maneras, no me dolió en lo más mínimo, porque solo me sirvió para tomar lo que es mío.

—Nada de esto es tuyo…

—¡Claro que sí! Todo esto es mío completamente y déjame decirte algo más, si sigues vivo por tu traición es solo porque no tengo las pruebas suficientes para que te ejecuten, pero muy pronto las tendré y todo el tiempo que pasé lejos de mi hijo me lo pagarás con tu vida, padre.

—No tienes ni una semana y hablas de él como si fuera toda tu vida.

—Y la es… ese niño lo es todo para mí y desde ya te advierto, si él no te quiere cerca, más te vale que te alejes de él, porque en esta casa está mi palabra y luego de la de mi hijo.

—¿Y tu hermano dónde queda?

—Yo solo era el heredero de repuesto, padre —dice Riccardo con su sonrisa de siempre y se para frente a su padre encogiéndose de hombros—. Los lacayos no tenemos derecho a opinar, eso es lo que siempre quisiste que fuera para mi hermano y creo que he cumplido. Yo no tengo nada que opinar al respecto, los soldados no tienen derecho a opinión.

Daniel solo gruñe su frustración, mira a sus hijos y sale de la casa de la que Renatto lo sacó hace más de ocho años cuando asumió como capo de la mafia. Sin embargo, en lugar de quedarse de manos cruzadas, sale directo a preguntar por Loretto y saber dónde la mandó su hijo, porque sabe que no la mató por los comentarios de algunos de los hombres.

Renatto se va a la cocina para desayunar con su hijo y cuando se sienta con él, el pequeño le dice.

—Quiero estudiar, no me gusta estar en la casa sin hacer nada.

—Me parece bien, pero no puedes salir de la casa, así que tendrás que buscar algo qué hacer…

—Entonces, contrata una maestra, pero yo no me quedaré sin aprender. Al menos mi abuela me ayudó a leer y escribir, pero me falta mucho por aprender —padre e hijo se enfrentan en una mirada intensa, hasta que el hombre termina cediendo.

—Está bien… Riccardo, encárgate tú de encontrar una tutora. Y ya sabes, si no quiere venir por las buenas… que sea por las malas. Pero asegúrate que sea la mejor.

—Por supuesto.

Comen hablando de cosas menos oscuras, hasta que uno de los hombres llega para hablar con Renatto y tiene que salir. Alonzo se queda en silencio unos segundos, hasta que le pregunta a su tío si pueden dar una vuelta por el jardín, a lo que Riccardo accede feliz, sin saber que está a punto de comenzar la parte más dura de sus vidas.

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