Adaptarse a la idea de que tiene un hijo a Renatto no le lleva nada, es algo que siempre quiso y si no debe estar con una mujer de por medio es mucho mejor. Porque la descendencia lo es todo en su negocio, eso lo sabe desde pequeño, cuando su propio padre le dijo muchas veces que solo lo había engendrado para tener a los Corleone en el poder. Nunca fue un padre amoroso y, aunque nunca le puso la mano encima a riesgo de que su abuelo se la cortara, tampoco fue el progenitor más amoroso.
Y de su madre ni hablar.
A la biológica la tuvo hasta los seis años, cuando se enfermó gravemente un día y se la llevaron al hospital, para luego volver tres días después en un ataúd. Por ella supo lo que era el amor de madre, porque de las otras cinco que pasaron por su vida no aprendió nada, además de que las mujeres son un estorbo que grita y llora mucho, ayudan poco y a la primera falta, abandonan.
El viaje a San Luca lo hicieron con hermetismo, el más animado fue Riccardo porque para él tener un sobrino es de otro mundo. Renatto se mostró más serio, pero no dejó de oír a su hijo contarle a su tío todos los viajes y las humillaciones a las que Loretto lo sometió.
Aquellas historias le tocaron una vena sensible a Renatto, por lo que aquella promesa que se hizo a sí mismo hace muchos años sale a flote.
Han pasado tres días desde que llegaron a San Luca, Renatto pasa por el cuarto de su hijo y llama a la puerta, la que se abre dejando ver a un niño un poco más alegre de como llegó.
—Buenos días, padre.
—Buenos días, hijo —Renatto le revuelve el cabello y juntos caminan a la escalera—. ¿Has pensado acerca de que te llamemos Alonzo?
—Sí, y tienes razón. Pero solo cuando tú estés presente, quiero que sepan quién es mi padre, que no olviden de quién soy hijo.
—¡Eso sería imposible! —se ríe Renatto—. Somos idénticos. Pero me parece bien… —las palabras del hombre son interrumpidas por la exclamación de otro.
—¡¿Dónde está mi nieto?! —Daniel Corleone hace su entrada triunfal como si siguiera al mando de todo y se para frente a su hijo y nieto—. ¿Por qué no me dijiste que habías encontrado a mi nieto?
—¿Para qué? No es que mis cosas te importen mucho —el hombre lo mira con hostilidad, pero luego se suaviza cuando ve a su nieto y se agacha para quedar a su altura.
—Un heredero siempre será importante para mí… ¿Cómo te llamas, hijo?
—No soy su hijo, soy su nieto —responde con recelo el pequeño y se aparta del hombre para esconderse tras su padre, sacándose una sonrisa de satisfacción a Renatto y un gruñido a Daniel.
—¡Mocoso maleducado!
—No sabía que decir la verdad se considerara mala educación —responde el niño levantando su barbilla—. Mi padre me dijo que eso no se castigaba, a menos que fueran circunstancias especiales.
—¡No puedo creerlo! ¡¿A qué zorra estúpida le hiciste este crío para que sea tan insolente?! —Renatto se ríe y ante un gesto, una de las señoras del servicio se lleva al niño.
—De la que pagaste para que se casara conmigo, ¿la recuerdas? —Daniel frunce el ceño y Renatto sisea—. Loretto Fusco.
—¿Apareció Loretto? —Renatto entrecierra los ojos cuando ve a su padre ponerse nervioso y la idea de que él tuvo que ver con todo lo que pasó hace casi ocho años le queda más que clara.
—No. La hicieron aparecer, que es diferente —Renatto se acerca a él y deja mostrar toda su altura para ver amenazante a su padre—. Espero no tener que enterarme de que tú tienes que ver con su huida.
—¡Estás loco!
—¡Claro que no! Nadie me quita de la cabeza que montaste todo ese espectáculo de la boda para alejarme de Emma y luego te deshiciste de mi futura esposa para joderme más.
—No sé por qué traes a esa zorra a la conversación, no era nadie, solo la hermana de uno de mis soldados más bajos. Siempre la has venerado como si fuera una santa, pero solo es otra puta más que te dejó al ver lo oscuro que eres… ¿Acaso se te olvida que también se fue para huir de ti?
—Claro que no… —Renatto se acerca tanto a su padre y con una expresión tan oscura, que el hombre hace todo para no retroceder—. Pero no creo en las casualidades y que dos mujeres se fueran al mismo tiempo de mi vida, me huele muy raro.
—Deja de insinuar…
—¡Cállate! Yo no insinúo, te lo digo en la cara, tú hiciste que ellas se fueran. A ti no te convenía que yo tomara el poder en ese momento y buscaste la manera de que lo perdiera. No contabas con que una de las familias me daría a su hija.
—¿Y de qué te sirvió? La botaste luego de un mes de matrimonio, fue un milagro que su familia no tomara represalias.
—Porque ellos mismos fueron testigos de cómo su mentira llegó lo suficientemente lejos. ¡Creyó que no me daría cuenta de que el hijo que esperaba no era mío sino de su amante! De todas maneras, no me dolió en lo más mínimo, porque solo me sirvió para tomar lo que es mío.
—Nada de esto es tuyo…
—¡Claro que sí! Todo esto es mío completamente y déjame decirte algo más, si sigues vivo por tu traición es solo porque no tengo las pruebas suficientes para que te ejecuten, pero muy pronto las tendré y todo el tiempo que pasé lejos de mi hijo me lo pagarás con tu vida, padre.
—No tienes ni una semana y hablas de él como si fuera toda tu vida.
—Y la es… ese niño lo es todo para mí y desde ya te advierto, si él no te quiere cerca, más te vale que te alejes de él, porque en esta casa está mi palabra y luego de la de mi hijo.
—¿Y tu hermano dónde queda?
—Yo solo era el heredero de repuesto, padre —dice Riccardo con su sonrisa de siempre y se para frente a su padre encogiéndose de hombros—. Los lacayos no tenemos derecho a opinar, eso es lo que siempre quisiste que fuera para mi hermano y creo que he cumplido. Yo no tengo nada que opinar al respecto, los soldados no tienen derecho a opinión.
Daniel solo gruñe su frustración, mira a sus hijos y sale de la casa de la que Renatto lo sacó hace más de ocho años cuando asumió como capo de la mafia. Sin embargo, en lugar de quedarse de manos cruzadas, sale directo a preguntar por Loretto y saber dónde la mandó su hijo, porque sabe que no la mató por los comentarios de algunos de los hombres.
Renatto se va a la cocina para desayunar con su hijo y cuando se sienta con él, el pequeño le dice.
—Quiero estudiar, no me gusta estar en la casa sin hacer nada.
—Me parece bien, pero no puedes salir de la casa, así que tendrás que buscar algo qué hacer…
—Entonces, contrata una maestra, pero yo no me quedaré sin aprender. Al menos mi abuela me ayudó a leer y escribir, pero me falta mucho por aprender —padre e hijo se enfrentan en una mirada intensa, hasta que el hombre termina cediendo.
—Está bien… Riccardo, encárgate tú de encontrar una tutora. Y ya sabes, si no quiere venir por las buenas… que sea por las malas. Pero asegúrate que sea la mejor.
—Por supuesto.
Comen hablando de cosas menos oscuras, hasta que uno de los hombres llega para hablar con Renatto y tiene que salir. Alonzo se queda en silencio unos segundos, hasta que le pregunta a su tío si pueden dar una vuelta por el jardín, a lo que Riccardo accede feliz, sin saber que está a punto de comenzar la parte más dura de sus vidas.
Si hay algo que Renatto valora de su hermano es que, cuando le pide que haga algo realmente importante para él, Riccardo no se mide en cumplir la orden, por eso no le extraña verlo sentado en su propio despacho (igual de grande que el suyo, porque él jamás lo ha visto ni como lacayo ni como su sustituto) y con un alto de expedientes qué está revisando arduamente. —No te estreses, solo te pedí a la mejor. —Sí, pero no especificaste a la mejor para quién —murmura entre dientes y luego se ríe cuando lanza otra carpeta a la basura—. Tu hijo ha sido muy específico con lo que espera de una tutora, así que se ha vuelto algo complicado. —¿Me estás diciendo que sigues órdenes de un niño? ¡Pero qué bajo has caído, hermano! —No es cualquier niño, es mi sobrino —responde con orgullo—. Además, tú mismo se lo dijiste a nuestro padre, primero tu palabra y segundo la de Alonzo. —Era para joderlo un poco, sabes que tú y yo estamos en el mismo lugar —se sienta frente a él y es casi como si estuvi
En el instante en que aquella mujer llega a la mansión, Riccardo siente la necesidad de explicar cómo son las cosas, pero no tiene tiempo de hacerlo, porque en cuanto el auto para, ella se baja enseguida. Sin embargo, los guardias se apresuran a apuntarla como parte del protocolo de los recién llegados. —¡Alto ahí! —grita uno de ellos, pero la mujer no se intimida y da dos pasos más. Uno de los hombres camina hacia ella, le apunta a la cabeza y Riccardo corre rápidamente hacia la mujer para protegerla, pero la voz de Renatto nuevamente atrae las miradas. —¿Acaso no es capaz de seguir órdenes? —ella baja la mirada enseguida y responde con cautela. —Claro que sí, señor, pero cuando me hablan como gente civilizada y sin armas de por medio —se lleva las manos a los oídos y le dice sin una pizca de miedo, aunque manteniendo su actitud sumisa—. Esas cosas como que causan interferencia y bloquean las palabras a mis oídos. —¡Mierda, Riccardo! ¡¿No pudiste elegir una tutora que al menos t
En el instante en que Isabella entra en la mansión, siente el poder y el peligro emanando de cada rincón, a diferencia de otros lugares que transmiten calidez y seguridad, este solo ofrece un espacio frío y lúgubre. Sus pasos son firmes, aunque su mente registra cada detalle, los guardias que la observan como si ya hubieran dictado su sentencia, las paredes adornadas con cuadros que narran historias de generaciones pasadas y el eco de sus propios movimientos en el suelo de mármol.—Mi sobrino bajará en unos minutos. Vamos al que será su salón —anuncia Riccardo con tono calmado, aunque Isabella percibe el sutil nerviosismo en su voz.Abre una puerta y le permite la entrada. Isabella ve que sus cosas están amontonadas en un rincón, cajas y materiales desordenados, como si no se hubieran tomado el tiempo de tratar sus pertenencias con cuidado. Sin perder tiempo, comienza a organizar el espacio, ignorando las miradas de los guardias que la vigilan desde el umbral.La figura de Renatto apa
El eco de los pasos de Renatto retumba por el salón con una expresión de ira apenas contenida. Al llegar junto a ellos, la escena de su cercanía solo consigue avivar el fuego en su interior, Riccardo sostiene aún a Isabella, sus miradas cruzadas como si compartieran un código secreto que él no puede descifrar, además de ella faltando a una de las reglas que le dejó claras solo momentos antes. El gruñido que se escapa de su garganta llama la atención de ambos, y la atmósfera se carga de tensión inmediata.—¡Isabella, ven aquí! —ordena, su voz tan afilada como un cuchillo.Ella lo mira sin prisa, su postura firme y desafiante. Aún así, no tarda en caminar hacia él, pero no para detenerse en una posición sumisa, sino para enfrentarlo con una calma que solo lo enfurece más. Renatto no pierde el tiempo; la toma del brazo con un gesto brusco y la arrastra fuera del salón.Una vez en el pasillo, la suelta, aunque se queda lo suficientemente cerca para que la tensión entre ellos sea palpable.
El aire de la mañana es fresco, aunque la tensión en la mansión Corleone hace que hasta la brisa parezca cargada de electricidad. Han pasado días desde la llegada de Isabella, y aunque ha logrado establecer una rutina con Alonzo, su interacción con Renatto se limita a un intercambio de miradas distantes y una atmósfera de hostilidad latente. Isabella se ha acostumbrado a esquivarlo, a trazar un camino invisible por los rincones de la casa donde no coincidan.Por otro lado, Riccardo ha intentado acercarse a ella, ofreciéndole su ayuda en múltiples ocasiones, pero Isabella mantiene la distancia. No por desagrado, sino porque comprende que cualquier interacción con él solo sirve para alimentar el fuego de la rabia de Renatto.Esa mañana, Isabella decide que el momento de su baño, que usualmente pasa desapercibido, puede realizarse sin mayores contratiempos. Como de costumbre, llena un balde con agua y lo lleva al patio trasero, un lugar apartado pero no completamente oculto. Se despoja d
La noche cae sobre la mansión Corleone, y con ella una lluvia torrencial que golpea el tejado con un sonido ensordecedor. Isabella se despierta al sentir una gota fría que le cae en la frente. Su mirada recorre el espacio diminuto y oscuro de la bodega que usa como cuarto. La lluvia se filtra por varios puntos, y el agua comienza a formar charcos en el suelo.Suspira, resignada, mientras intenta buscar un rincón seco donde acomodar su catre, pero no hay ninguno. Todo está empapado. Las mantas que tanto esfuerzo le costó conseguir están ahora inútiles. Con movimientos rápidos, guarda sus pocas pertenencias en una caja que coloca en un rincón menos expuesto a la lluvia. Se coloca un abrigo y, con el sonido constante del agua golpeando el suelo, sale de la bodega.El frío la envuelve de inmediato, y su primera opción es buscar refugio en el estacionamiento techado donde suelen dejar los vehículos de la familia. Corre a través del patio, sus pasos salpicando agua en todas direcciones, has
La lluvia ha cesado tras dos días continuos, y con ella parece llegar algo de calma a la mansión Corleone. Sin embargo, en el interior, las tensiones continúan creciendo. Riccardo, harto de las condiciones en las que Isabella vive en aquella bodega de la que su hermano parece no querer sacarla, toma la iniciativa de mandar a reparar el techo de la bodega. Los trabajadores llegan temprano y, en cuestión de unas horas, han arreglado las filtraciones, además de mejorar la zona en donde Isabella duerme para que no tenga problemas de inundaciones en el futuro. Renatto, aunque consciente de lo que ocurre, no se opone a esa orden, en parte porque su hermano tiene esa facultad dentro de la mansión y por otra, porque le ha quitado un peso de encima. Su orgullo le impide reconocer que debería haberlo hecho él mismo, pero no puede negar que la acción de su hermano es lo correcto.Isabella agradece la reparación con un simple gesto de asentimiento y para Riccardo es más que suficiente, porque sab
La bodega permanece en silencio tras la abrupta salida de Renatto. Isabella se queda sentada en el borde de su catre, se permite unos minutos para recuperar la compostura y acomodarse como mejor pueda para pasar esos días que le esperan. No hay tiempo para lamentaciones; tiene claro que en ese lugar ni en la vida, el lujo de la debilidad no le está permitido.Minutos después, los pasos suaves de Clara se escuchan acercándose. La mujer aparece en la puerta con una expresión de mezcla entre compasión y prisa. Lleva en las manos un paquete de toallas femeninas, un juego de ropa limpia y unas cobijas que parecen recién lavadas, dejando a la mujer sorprendida, porque aquello es obvio que es obra de Renatto y piensa que después de todo si tiene algo de consciencia o empatía... o solo será otra arma para someterla. Sin embargo, Clara no tiene la culpa y la situación no está para que ella se ponga de orgullosa, la vida le enseñó a aceptar la ayuda que sea de quien venga, por lo que Isabella l