El auto negro de vidrios tintados entra en la propiedad con una lentitud cautelosa. No es normal que una mansión de esa envergadura tenga las puertas abiertas sin seguridad en ninguna parte, pero Barzini sabe que no es así, por eso va tranquilo frente al volante, es su compañero que va adelante quien tiene miedo.
Renatto Corleone no es de los que deje nada al azar.
Cuando llegan al frente de la casa, dos grupos de ocho hombres cada uno rodean los autos, ve cómo sacan a su compañero y lo lanzan al suelo, en cambio él baja sin temor y ve al hombre que lo apunta a la cabeza.
—Traigo una joya preciosa para tu jefe.
—¡Es mejor que te vayas, esta casa es propiedad privada! —Barzini solo sonríe y mira a su alrededor, ubicando a su primo en la entrada, quien observa con curiosidad.
—¡Riccardo! —lo llama y el hombre abre los ojos—. Traje lo que te prometí.
—¿Es en serio? —le dice acercándose al auto. Armin abre la puerta y Riccardo mira a los ojos del niño frente a él.
—No tengas miedo, aquí estás seguro y nunca más tendrás que huir —anima al pequeño, sin embargo, no hay rastro de temor en su mirada.
—Yo no tengo miedo.
Se baja sin ayuda y camina al lado de Barzini sin darle la mano, Riccardo se queda con la boca abierta y camina hacia ellos alternando la mirada entre el niño y su primo. Cuando llega hasta ellos, el niño lo mira con el ceño fruncido, dejando claro a los hombres que él sabe quién es su padre.
—Hola, pequeño, ¿cómo te llamas? —intenta decirle Riccardo, pero el niño solo se cruza de brazos.
—No pienso decirte nada —responde el pequeño y uno de los hombres lo apunta con un arma.
—¡Ten más respeto, mocoso! —antes de que Riccardo reaccione, una voz oscura se oye como un trueno.
—¡¿Qué está pasando aquí?! —el hombre levanta el arma hacia arriba, un tiro al cielo se escapa y su puño impacta en la nariz—. ¡¿Qué les he dicho acerca de apuntar niños?! ¡Maldita sea, son el futuro!
—Tampoco es que le tuviera miedo —dice el niño, el hombre se gira para mirarlo por primera vez y se queda helado—. Hola, mi nombre es Renatto Alonzo Carnaggio. Tú debes ser mi padre.
—¿De dónde…? —pregunta consternado el hombre y mira a Barzini. En respuesta hace un gesto y sacan del auto a Loretto, la madre del niño. En ese momento el hombre recupera su postura severa y peligrosa, aquella m*****a mujer lo dejó como un imbécil frente a toda la ‘Ndrangheta. Dejó de buscarla cuando se dio cuenta de que perder el tiempo por una mujer no era digno de un capo de la mafia, pero ahora que la tiene en frente, todo lo que ocurrió hace más de ocho años sale como la lava de un volcán.
Se acuclilla frente al niño, quien no muestra nada de temor frente a lo que está ocurriendo. Es su rostro en un cuerpo pequeño, aquella expresión dura es la misma que tuvo él cuando era un niño y reconoce que debió pasar por mucho para ser así. Una sonrisa de medio lado se asoma en el rostro del hombre y nadie de los presentes puede evitar la expresión de sorpresa, porque todos saben que él jamás ha sonreído en circunstancias que no sean sanguinarias. Jamás.
—Así que eres mi hijo… yo soy…
—Renatto Corleone, el actual líder de la mafia calabresa —Renatto se ríe, se pone de pie y le toma la mano.
—Al menos mi hijo sí sabía de su padre —dice mirando a Loretto, quien está con una terrible expresión de terror—. Gracias, Armin. Es bueno saber que mi primo sigue siendo leal a la familia aunque esté en asuntos más legales.
—La sangre antes que todo —Barzini le hace una reverencia y camina al auto porque ahí ya no tiene nada que hacer.
Renatto da una señal y todos los hombres salen del camino para dejar que Barzini se vaya. Renatto camina hacia Loretto, sin soltar al pequeño, y le dice.
—¿Creíste que ibas a escapar para siempre de mí? ¿Qué no me iba a enterar de mi hijo? Creí que eras una mujer inteligente, pero veo que me equivoqué.
—Renatto, por favor… entiende que tuve miedo, yo no quise nada de eso, ¡mis padres me vendieron!
—Puede ser que tus padres te vendieran, pero tú llegaste sola a mi cuarto a abrirte de piernas —vuelve a ponerse delante del niño y le pregunta—. ¿Quieres quedarte aquí en Roma con tu madre o prefieres irte conmigo a San Luca?
—¿Te veré seguido?
—No lo creo, porque mi hogar está en San Luca, solo vendría una vez al mes.
—Entonces, me voy contigo.
—¿Estás seguro? ¿No quieres quedarte con tu madre? —el niño mira a Loretto, quien muestra una clara súplica a su hijo para que se quede con ella, porque es la única manera de salir ilesa de todo eso. Pero el niño solo mira a Renatto y le dice.
—Mientras más lejos de esta señora, mucho mejor.
—Tu palabra sea ley, hijo —Renatto se pone de pie, le entrega la mano de su hijo a su gemelo y Riccardo se mete con el pequeño a la casa mientras le promete que podrá elegir su cuarto. Renatto se para frente a Loretto, la mira con un profundo odio y la toma por el cabello de la nuca—. Eres una infeliz, me alejaste de mi hijo todos estos años, m*****a.
—Sólo lo protegí, no quería que tuviera esta vida.
—Mentira, solo querías la garantía de que no te aplastaría cuando te encontrara, pero has sido tan mala madre que mi hijo no dudó en abandonarte para irse conmigo. Ahora me vas a pagar el haberme engañado con dos hombres a la vez.
—Te haces el engañado, pero no eres más que un desgraciado, un monstruo… ¿Crees que no sé de tu amante? Mientras estabas conmigo, te revolcaste con otra —Renatto entrecierra los ojos y ve la satisfacción de Loretto en sus ojos—. Pero no te duró nada, ella también se fue de tu lado, porque no la veo contigo por ninguna parte.
—Ese no es asunto tuyo —gruñe con los dientes apretados.
—¡El gran Renatto Corleone, heredero de la ‘Ndrangheta, abandonado por dos mujeres al mismo tiempo!
Renatto pierde la paciencia y le da un golpe en el rostro que la manda al suelo. Ella lo ve con horror y él acerca su rostro cargado de una expresión siniestra.
—Podría matarte, pero por ser la madre de mi hijo, te voy a perdonar la vida… aunque no creo que de ahora en adelante le puedas llamar así —se incorpora y de un grito llama a uno de sus hombres—. ¡¡Giovanni!! Llama a los Piromalli, diles que les tengo un hermoso regalo para su burdel más lujoso.
—Sí, señor.
—Espera… —Bella se aferra a su pierna, pero Renatto se aparta de ella como si le quemara—. ¡No puedes hacerme esto!
—Yo puedo hacer lo que quiera con la mujer que me quitó a mi hijo. Deberías estar feliz, después de todo ahora te pagarán por puta, ya no tendrás que hacerlo gratis nunca más.
Renatto se gira sin una pizca de compasión y se mete a la casa, dejando los gritos desesperados de Loretto atrás. Cuando las puertas se cierran, los gritos cesan y él se va directo a la sala, en donde el pequeño permanece de pie, serio y oyendo a su tío bastante animado. Al darse cuenta de su presencia, el pequeño Renatto se gira hacia él y camina con decisión.
—Quisiera saber si puedo comer algo antes de dormir o también me vas a castigar por decirle la verdad a esa bruja.
—Yo no castigo por decir la verdad… aunque depende de las circunstancias —el niño asiente.
—Aprendo rápido.
—Ya veo… vamos a la cocina, aquí nunca pasarás hambre.
Le extiende la mano al niño y este no duda en dársela. Riccardo se queda viendo la escena con una sonrisa, porque espera que la llegada de su hijo ablande el corazón de su hermano… pero eso no pasará, no aún.
Adaptarse a la idea de que tiene un hijo a Renatto no le lleva nada, es algo que siempre quiso y si no debe estar con una mujer de por medio es mucho mejor. Porque la descendencia lo es todo en su negocio, eso lo sabe desde pequeño, cuando su propio padre le dijo muchas veces que solo lo había engendrado para tener a los Corleone en el poder. Nunca fue un padre amoroso y, aunque nunca le puso la mano encima a riesgo de que su abuelo se la cortara, tampoco fue el progenitor más amoroso. Y de su madre ni hablar. A la biológica la tuvo hasta los seis años, cuando se enfermó gravemente un día y se la llevaron al hospital, para luego volver tres días después en un ataúd. Por ella supo lo que era el amor de madre, porque de las otras cinco que pasaron por su vida no aprendió nada, además de que las mujeres son un estorbo que grita y llora mucho, ayudan poco y a la primera falta, abandonan. El viaje a San Luca lo hicieron con hermetismo, el más animado fue Riccardo porque para él tener
Si hay algo que Renatto valora de su hermano es que, cuando le pide que haga algo realmente importante para él, Riccardo no se mide en cumplir la orden, por eso no le extraña verlo sentado en su propio despacho (igual de grande que el suyo, porque él jamás lo ha visto ni como lacayo ni como su sustituto) y con un alto de expedientes qué está revisando arduamente. —No te estreses, solo te pedí a la mejor. —Sí, pero no especificaste a la mejor para quién —murmura entre dientes y luego se ríe cuando lanza otra carpeta a la basura—. Tu hijo ha sido muy específico con lo que espera de una tutora, así que se ha vuelto algo complicado. —¿Me estás diciendo que sigues órdenes de un niño? ¡Pero qué bajo has caído, hermano! —No es cualquier niño, es mi sobrino —responde con orgullo—. Además, tú mismo se lo dijiste a nuestro padre, primero tu palabra y segundo la de Alonzo. —Era para joderlo un poco, sabes que tú y yo estamos en el mismo lugar —se sienta frente a él y es casi como si estuvi
En el instante en que aquella mujer llega a la mansión, Riccardo siente la necesidad de explicar cómo son las cosas, pero no tiene tiempo de hacerlo, porque en cuanto el auto para, ella se baja enseguida. Sin embargo, los guardias se apresuran a apuntarla como parte del protocolo de los recién llegados. —¡Alto ahí! —grita uno de ellos, pero la mujer no se intimida y da dos pasos más. Uno de los hombres camina hacia ella, le apunta a la cabeza y Riccardo corre rápidamente hacia la mujer para protegerla, pero la voz de Renatto nuevamente atrae las miradas. —¿Acaso no es capaz de seguir órdenes? —ella baja la mirada enseguida y responde con cautela. —Claro que sí, señor, pero cuando me hablan como gente civilizada y sin armas de por medio —se lleva las manos a los oídos y le dice sin una pizca de miedo, aunque manteniendo su actitud sumisa—. Esas cosas como que causan interferencia y bloquean las palabras a mis oídos. —¡Mierda, Riccardo! ¡¿No pudiste elegir una tutora que al menos t
En el instante en que Isabella entra en la mansión, siente el poder y el peligro emanando de cada rincón, a diferencia de otros lugares que transmiten calidez y seguridad, este solo ofrece un espacio frío y lúgubre. Sus pasos son firmes, aunque su mente registra cada detalle, los guardias que la observan como si ya hubieran dictado su sentencia, las paredes adornadas con cuadros que narran historias de generaciones pasadas y el eco de sus propios movimientos en el suelo de mármol.—Mi sobrino bajará en unos minutos. Vamos al que será su salón —anuncia Riccardo con tono calmado, aunque Isabella percibe el sutil nerviosismo en su voz.Abre una puerta y le permite la entrada. Isabella ve que sus cosas están amontonadas en un rincón, cajas y materiales desordenados, como si no se hubieran tomado el tiempo de tratar sus pertenencias con cuidado. Sin perder tiempo, comienza a organizar el espacio, ignorando las miradas de los guardias que la vigilan desde el umbral.La figura de Renatto apa
El eco de los pasos de Renatto retumba por el salón con una expresión de ira apenas contenida. Al llegar junto a ellos, la escena de su cercanía solo consigue avivar el fuego en su interior, Riccardo sostiene aún a Isabella, sus miradas cruzadas como si compartieran un código secreto que él no puede descifrar, además de ella faltando a una de las reglas que le dejó claras solo momentos antes. El gruñido que se escapa de su garganta llama la atención de ambos, y la atmósfera se carga de tensión inmediata.—¡Isabella, ven aquí! —ordena, su voz tan afilada como un cuchillo.Ella lo mira sin prisa, su postura firme y desafiante. Aún así, no tarda en caminar hacia él, pero no para detenerse en una posición sumisa, sino para enfrentarlo con una calma que solo lo enfurece más. Renatto no pierde el tiempo; la toma del brazo con un gesto brusco y la arrastra fuera del salón.Una vez en el pasillo, la suelta, aunque se queda lo suficientemente cerca para que la tensión entre ellos sea palpable.
El aire de la mañana es fresco, aunque la tensión en la mansión Corleone hace que hasta la brisa parezca cargada de electricidad. Han pasado días desde la llegada de Isabella, y aunque ha logrado establecer una rutina con Alonzo, su interacción con Renatto se limita a un intercambio de miradas distantes y una atmósfera de hostilidad latente. Isabella se ha acostumbrado a esquivarlo, a trazar un camino invisible por los rincones de la casa donde no coincidan.Por otro lado, Riccardo ha intentado acercarse a ella, ofreciéndole su ayuda en múltiples ocasiones, pero Isabella mantiene la distancia. No por desagrado, sino porque comprende que cualquier interacción con él solo sirve para alimentar el fuego de la rabia de Renatto.Esa mañana, Isabella decide que el momento de su baño, que usualmente pasa desapercibido, puede realizarse sin mayores contratiempos. Como de costumbre, llena un balde con agua y lo lleva al patio trasero, un lugar apartado pero no completamente oculto. Se despoja d
La noche cae sobre la mansión Corleone, y con ella una lluvia torrencial que golpea el tejado con un sonido ensordecedor. Isabella se despierta al sentir una gota fría que le cae en la frente. Su mirada recorre el espacio diminuto y oscuro de la bodega que usa como cuarto. La lluvia se filtra por varios puntos, y el agua comienza a formar charcos en el suelo.Suspira, resignada, mientras intenta buscar un rincón seco donde acomodar su catre, pero no hay ninguno. Todo está empapado. Las mantas que tanto esfuerzo le costó conseguir están ahora inútiles. Con movimientos rápidos, guarda sus pocas pertenencias en una caja que coloca en un rincón menos expuesto a la lluvia. Se coloca un abrigo y, con el sonido constante del agua golpeando el suelo, sale de la bodega.El frío la envuelve de inmediato, y su primera opción es buscar refugio en el estacionamiento techado donde suelen dejar los vehículos de la familia. Corre a través del patio, sus pasos salpicando agua en todas direcciones, has
La lluvia ha cesado tras dos días continuos, y con ella parece llegar algo de calma a la mansión Corleone. Sin embargo, en el interior, las tensiones continúan creciendo. Riccardo, harto de las condiciones en las que Isabella vive en aquella bodega de la que su hermano parece no querer sacarla, toma la iniciativa de mandar a reparar el techo de la bodega. Los trabajadores llegan temprano y, en cuestión de unas horas, han arreglado las filtraciones, además de mejorar la zona en donde Isabella duerme para que no tenga problemas de inundaciones en el futuro. Renatto, aunque consciente de lo que ocurre, no se opone a esa orden, en parte porque su hermano tiene esa facultad dentro de la mansión y por otra, porque le ha quitado un peso de encima. Su orgullo le impide reconocer que debería haberlo hecho él mismo, pero no puede negar que la acción de su hermano es lo correcto.Isabella agradece la reparación con un simple gesto de asentimiento y para Riccardo es más que suficiente, porque sab