35 Rosas rojas
El auto se detuvo frente a la puerta de la casa. James le dio las llaves al mayordomo para que lo parqueara en la cochera y se apresuró a seguirle el paso a Isabella, que había corrido adentro con los zapatos en la mano y la necesidad urgente de huir de la presencia de su falso hermano y poner distancia entre ambos.

—¿Isa… ¡Isabella! — él llamó con insistencia — Por favor, dime qué te pasa.

La mujer se detuvo y respiró hondo antes de darse la vuelta, traía los ojos húmedos y hacía grandes esfuerzos por no dejar que él lo notara.

— No me pasa nada, James, simplemente estoy cansada, ya te lo dije — contestó cortante.

— Lo sé, esperaba poder invitarte algo… sé que este día ha sido de locos, pero si quieres, podemos tomar un trago más tarde cuando hayas descansado — trató de ser amable, queriendo romper la gruesa pared de hielo que se había levantado entre ellos en el auto.

— Gracias, pero mejor no, en serio, necesito dormir y… tengo que planear mi próximo golpe.

James asintió con la mirad
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