La noticia de que Theobald y Desislava iban a partir hacia el frente sur llenó a doña Rosario de sentimientos encontrados. Se sentía emocionada por la loable gesta que iban a emprender, pero también preocupada.Sabía que el campo de batalla era impredecible: si ganaban, su hijo se cubriría de gloria; si perdían, podría perder la vida.Sin embargo, tras pasar por todos esos pensamientos, decidió confiar en su hijo y en Desislava. Después de todo, en la batalla de Villa Desamparada, Desislava había sido quien obtuvo el mayor mérito.Ella tenía las capacidades necesarias.Además, como generales, solo debían comandar las tropas. Las labores más peligrosas, como cargar contra el enemigo, eran trabajo de los soldados.Pensando así, su alegría superó su preocupación, y se puso a organizar los preparativos para su partida.Pocos días después de que Theobald y Desislava partieran de la capital con sus tropas, llegó por fin la información de los espías infiltrados en los Pastizales de Arena, dir
Su Majestad el Rey Leonidas le respondió:—¿Qué culpa tiene ella? Al ir a los Llanos Fronterizos a entregar el informe, mi hermano pudo prepararse con antelación y evitar ser sorprendido. En asuntos militares, adelantarse un día, incluso una hora, puede marcar la diferencia. Ella merece ser recompensada. Soy yo quien tercamente no le creyó.Mientras hablaba, giró ligeramente su cuerpo.—¿Logró escapar bajo la vigilancia de la guardia del reino? Parece que su habilidad para el sigilo no es nada mala.Tomasito sonrió.—Su Majestad, al fin y al cabo, ella se entrenó en el Templo del Conocimiento durante ocho años. Es la mayor escuela de guerra y letras de nuestro reino, y dicen que ella era una de las discípulas más prometedoras.—¿Lo dices en serio? —El Rey Leonidas solo conocía al maestro Jung por su reputación y no sabía que Isabelita fuera tan talentosa—Me pregunto por qué doña Diaz de Vivar la comprometió con Theobald. Con la posición de la familia Vivar, podrían haber elegido a cua
No saber nada era lo que más miedo infundía.Tomasito levantó su vara de plumas y le respondió.—No lo sé tampoco, solo cumplo órdenes de mi majestad.Esa simple frase, "solo cumplo órdenes", hizo que el príncipe Enrique no se atreviera a seguir preguntando. Las órdenes del Rey, ya fueran castigo o recompensa, eran incuestionables.Después de que Tomasito se marchara, el príncipe y su esposa se miraron desconcertados. Se habían quedado en la capital para cuidar de la madre del príncipe, y el Rey, en su generosidad, había permitido que la anciana viviera con ellos en la residencia. Normalmente, su relación con la familia del Rey era cercana, ya que tenían títulos de príncipes. ¿Por qué ahora y sin razón aparente eran castigados?No habían hecho nada malo. Ni siquiera se atrevían a hacerlo.Esto realmente era incomprensible.Era pleno invierno, con el mes de diciembre en su apogeo, y una fuerte tormenta bloqueó el avance del ejército de Theobald.Habían acelerado el paso al salir de la c
—Cuando llevaba treinta pasados por el frio de la espada, dejé de contar —dijo Isabelita, levantando con esfuerzo el brazo. Sentía que su lanza pesaba una tonelada. La guerra era agotadora de verdad.—Yo conté cincuenta —dijo Pan, intentando levantarse con un salto elegante. Pero apenas se levantó, cayó de nuevo al suelo. Su arma era una espada, pero la perdió en medio de la batalla. Acabó peleando a puñetazos y patadas, y solo al final logró recuperar su espada.Estrella, con voz apagada, comentó:—Yo maté a sesenta.El teniente Cicero, el adjunto del Rey Benito, se acercó. Él también estaba cubierto de sangre seca.Isabelita se levantó primero y usó su lanza para apoyarse mientras se ponía en pie.—¡Cicero!—¡Isabella! —Cicero la miraba con admiración y entusiasmo—. ¿Sabes cuántos enemigos derrotaste?—No, dejé de contar.Cicero aplaudió, con los ojos brillantes de emoción.—El mariscal personalmente contó tus bajas. Usaste la lanza para atravesar la garganta de muchos. Solo esos gol
En Pueblo Tejón, el mariscal Ordos del reino Montemayor se encontraba en lo alto de la muralla, observando a los soldados del Reino de Montemayor en la distancia.El odio y la ira ardían en sus ojos.—Los Llanos Fronterizos... no podrán mantenerlos —dijo el mariscal Ordos fríamente, mientras la furia en su mirada parecía querer consumir a los soldados de Montemayor.—Tus soldados están heridos y enfermos. Descansen unos días antes de volver a atacar —sugirió el mariscal Mitral de los Pastizales.Ordos negó con la cabeza. Llevaba un gorro grueso que cubría su pelo encanecido. Su aliento se transformaba en nubes blancas en el aire frío, mientras sus manos se aferraban a las piedras de la muralla.—No. No podemos permitir que se sientan victoriosos por mucho tiempo. Atacaremos de nuevo pasado mañana. En tres días, debemos tomar Torres con nosotros.Mitral se encogió de hombros. Al fin y al cabo, la mayoría de las tropas que luchaban en el frente eran de Montemayor, y ellos se habían traíd
De vuelta en el campamento, Isabelita ya había logrado contener todas sus emociones.Aunque había sido ascendida a capitana, aún compartía la pequeña tienda con Luna y los demás. Solo habían recibido un par de mantas nuevas enviadas desde Torres.Como Pan y Palo eran hombres, levantaron una cortina en medio para mantener algo de privacidad. Todos tenían algún que otro rasguño, pero nada grave. Sin embargo, el frío intenso hacía que el dolor se sintiera más fuerte que de costumbre.Isabella repartía ungüentos para las heridas, pero nadie aceptó sus medicinas. Todos traían sus propios remedios; en las escuelas de las que provenían, tenían sus propias fórmulas para curar heridas.—Mejor me lo guardo —dijo Isabella.—Isabelita, escuché que tu exmarido viene con su nueva esposa a reforzar el frente. ¿Te sentirás incómoda cuando los veas? —preguntó Luna mientras se vestía y recogía la arcilla medicinal que habia derramado en el suelo.—¿Incómoda? —Estrella resopló, con el rostro serio—. Solo
—Una mano recogió la bolsa de cuero con vino del suelo, el tipo la abrió y olió un poco. Sus ojos brillantes mostraban un deleite inesperado al oler su calidad, pero las palabras que salieron de su boca fueron de pura furia: —¡Completamente errado! ¡Todo alcohol que sea deliberadamente escondido en el campamento debe ser confiscado!Dicho esto, se dio la vuelta y se marchó con este.Isabella se quedó agachada en el suelo, y con lágrimas en los ojos, solo alcanzó a ver una alta figura corriendo rápidamente hacia su tienda de campaña.—Se lo confiscó el Rey Benito—dijo Pancito aturdido, seguido de un largo suspiro. —¡Carajos si al menos me hubiera dejado probar un trago! ¿Para qué hacer tanto alboroto? Ahora lo han confiscado.Estrella tampoco esperaba que el Rey apareciera, y se rio entre dientes:—¿Crees que en un bolsón de cuero tan grande solo había una botella?Pan y Palo rápidamente entraron corriendo tras ella, llamando a gritos Isabella, mientras los cinco compartían otra bolsa
Su cabello estaba enmarañado, con la sangre del enemigo que había salpicado y se había secado en él, formando dreadlocks que parecían moverse con vida propia: unos se enrollaban entre sí y otros caían desordenadamente. La armadura liviana que llevaba estaba abollada en varias partes y manchada de sangre, no había un solo centímetro de su rostro que estuviera no estuviese cubierto de sangre o lodo.Llevaba varios días sin bañarse ni peinarse, incluso un mendigo se vería más presentable que ella, pero eso no le importaba.—¿Te sientes incómoda? —el Rey Benito recordó cómo cada año, al ir al Templo del Conocimiento, veía a esa jovencita vibrante y llena de vida, de espíritu libre y despreocupado, y ahora era como si se hubiese convertido en otra persona.—¡Tengo hambre! —Isabelita abrió sus labios agrietados y pronunció una sola palabra.El bigote del Rey Benito se estrechó ligeramente: —Sí, en efecto todos tenemos hambre, aguanta.—¡También cansancio! —dijo Isabelita con voz débil. —Me