El Rey Benito no dijo nada. ¿Cuál era la diferencia entre ser mariscal, príncipe o Rey?—¿Por qué el príncipe esperaba aquí? —preguntó Isabella.Benito volvió en sí.—Solo quería saber si mi madre te había puesto en aprietos. No es fácil de tratar, ¿verdad? Pero no te preocupes. Una vez que estés en la villa, ya no podrá actuar a su antojo como en el palacio. Allí, la gente me obedece a mí… y también a ti. No necesariamente a ella.Isabella sonrió:—No ha sido difícil lidiar con ella. Intentó molestarme, sí, pero… sus métodos fueron algo toscos. Muy fáciles pues de manejar.Benito ladeó la cabeza.—¿Métodos toscos? Sí, es una buena descripción. Mi madre nunca ha sabido de intrigas. Fue criada con caprichos. Cada vez que se enoja o hace un berrinche, siempre hay alguien dispuesto a poner el pecho por ella.—Recuerdo que, cuando aún vivíamos en el palacio, el gesto más extremo que usó fue en contra de la dama imperial, señora Mencía, quien en esos momentos estaba a punto de parir a mi sé
—¿Sí? —Benito se malhumoro. Él conocía demasiado bien el carácter de esta tía suya.En la superficie, siempre decía cosas agradables, pero en su interior era pérfida y malintencionada. Le encantaba organizar reuniones y banquetes de té, y frecuentaba a las esposas e hijas de los nobles de la capital, ganándose la amistad de muchas damas influyentes.Muchas alianzas matrimoniales entre familias poderosas se habían gestado en sus reuniones. Si había una persona en la que su madre había sufrido algún revés, era en manos de esta tía. Era una experta en intrigas y había hecho numerosas maldades.Dicha mujer parecía tener algún tipo de desequilibrio mental. Después de dar a luz a su única hija, nunca volvió a tener más hijos. En su lugar, obligó a su esposo, el duque consorte, a tomar múltiples concubinas. Cada vez que alguna concubina daba a luz, ella les arrebataba a los niños y luego las ejecutaba sin piedad.Una de las concubinas osó discutir con ella en cierta ocasión. Furiosa, decidió
La invitación de la Gran Princesa llegó efectivamente a la Villa Duque Defensor del Reino, y el cumpleaños sería al día siguiente. Sin embargo, la invitación llegó hoy, claramente sin dejarle tiempo a Isabella para preparar un regalo adecuado. Solo podría escoger algo de las pertenencias almacenadas en los depósitos.La criada Filomena estaba preocupada:—La Gran Princesa siempre ha despreciado a nuestra casa. Cuando su madre estaba viva, nunca la invitó a ninguna de sus reuniones. ¿Cómo es que ahora le envía una invitación? ¿No será que ha reunido a un grupo de chismosas para burlarse de usted?Isabella dejó la invitación a un lado y respondió con calma:—Eso es seguro.Ella había oído hablar de los conflictos entre sus padres y la Gran Princesa. El año que regresó del Cerro de los Cerezos, después de la muerte de su padre y hermanos en batalla, la Gran Princesa envió un "regalo" muy peculiar: una pequeña placa conmemorativa de castidad especialmente encargada. Encima, la inscripción
La criada Filomena torció el gesto, sintiendo un poco de lástima.—Esta pintura es tan vívida que parece que las flores de ciruelo florecen ante nuestros ojos. Las ramas son hermosas, con pequeños brotes verdes que empiezan a salir. Decir que es una obra desechada me parece un desperdicio. Regalársela a la Gran Princesa es malgastar una joya.—No importa, tengo muchas pinturas de ciruelos que ya ni caben en la biblioteca. Mi maestro siempre ha tenido predilección por pintar ciruelos. Por cierto, luego le enviaré una al Rey también.Su Alteza, el Rey tiene gran admiración por mi maestro y ha coleccionado algunas de sus obras, pero todavía no posee ninguna de sus pinturas de ciruelos. Estas obras son muy codiciadas y difíciles de conseguir, pero para mí son tan abundantes que ya no tienen tanto valor alguno.Ofrecerle una de las pinturas de mi maestro es también una manera de tantear el terreno y mostrar nuestras buenas intenciones. En la conversación que tuvimos, me dejó inquieta. Usar
Isabella apretó los dientes y le dijo a la criada Filomena:—A partir de esta noche, usted me enseñará a hacer bordados, quiero bordar uno perfecto.Las cosas que dejó sin resolver en su juventud debían ser arregladas ahora. Ella podía aceptar no ser perfecta, pero no podía tolerar haber regalado por toda la ciudad productos defectuosos.Lo que aún le generaba dudas era por qué su madre guardó esos pañuelos. Eso lo entendía. ¿Pero por qué el Benito también lo había conservado? ¿Y por qué lo llevaba consigo?Había algo en su mente que pasó fugazmente, pero no logró captarlo. ¿Será que al Benito le gustaban las cosas feas?—Vaya gusto peculiar —murmuró para sí misma.Mientras las doñas Filomena y Matilde organizaban el depósito, Eduardo aprovechó para informarle a Isabella:—Señorita, el señor Rafael ha preparado los libros de cuentas. Me pidió que se los pasara para que los revise.—Perfecto, déjelos en la biblioteca, esta noche los revisaré —respondió Isabella.Eduardo asintió.—Tambié
Juana miró detenidamente.—El color blanco perlado también está bien. Es un tono suave, y además resalta la piel. ¿Y los accesorios? ¿Qué tal un collar de coral rojo?—Nada rojo, mantendré todo sencillo, no hace falta que sea demasiado ostentoso —respondió Isabella mientras elegía una horquilla de jade blanco y la combinaba con una cinta de seda del mismo tono blanco perlado.—Esto es demasiado simple —comentó Juanita.—Si es simple o no, lo veremos cuando me lo ponga —dijo Isabella mientras tomaba la ropa y se dirigía al biombo para cambiarse. Cuando salió, llevaba la túnica blanca perlada, con un peinado sencillo y una moña de seda. Una horquilla de jade blanco la coronaba con elegancia.—¿Qué tal me veo? —preguntó mientras daba una vuelta, mirando a las doncellas que la acompañaban.Las muchachas se quedaron boquiabiertas. Sin maquillaje ni adornos, Isabella ya parecía una diosa que acababa de descender del cielo. En especial las cintas de seda en su cabello, que realzaban la túnica
Al día siguiente, se celebraba el banquete de cumpleaños de la Gran Princesa.Desde temprano por la mañana, las puertas estaban llenas de carruajes, y una larga alfombra roja se extendía hasta el final de la calle. A treinta kilómetros de la residencia, se había dispuesto un espacio abierto donde instalaron un pabellón y colocaron treinta mesas en un festín continuo. Los aldeanos que llegaban solo necesitaban llenar una mesa para empezar a comer.Cada año, la Gran Princesa organizaba su banquete de festejo de esta manera. Decía que era para celebrar con el pueblo, aunque en realidad era una estrategia para mantener su fama de benevolente y gentil. Además del festín, también preparaba comida de solo vegetales para agasajar a los monjes. Era bien sabido que la Gran Princesa era devota del budismo y donaba grandes sumas de plata a templos y monasterios cada año.Entre mas mala fuese la persona, mas ayuda divina buscase en el reino.El banquete de hoy contaba con muchos invitados, incluida
Doña Rosario escuchó mencionar a Isabella, y por un momento su mente quedó en blanco. No conocía los conflictos de otrora entre la Gran Princesa y la señora Díaz de Vivar, y pensó que ahora que Isabella había ganado méritos, la familia real la tenía en alta estima.—¿Será que mencionar su nombre y hablar de su “filialidad” es una forma de interceder por ella? —se preguntó.Sin embargo, la mirada serena de la Gran Princesa no parecía mostrar ese propósito.En ese momento, la Reina Beatriz de Montemayor intervino desde un lado:—Gran Princesa, esa “filialidad” es solo para mostrarla ante los demás. Después de la separación, ni siquiera se preocupó por el bienestar de su antigua suegra. ¿De qué filialidad pues estamos hablando? Todo el mundo finge, ¿quién no lo hace? Rosario incluso llegó a causar un escándalo frente a la Villa Duque Defensor del Reino. Si no hubiera sido necesario, ¿quién estaría dispuesto a pasar por semejante humillación?La Reina Beatriz, cuñada de la reina, tenía una