Desislava se esforzaba por resistir, pero a su alrededor cada vez más soldados de enemigos se abalanzaban sobre ella. Al echar un vistazo rápido, vio cómo los soldados enemigos no paraban de llegar por todos los lados que viera. No estaban en el campo de batalla principal, estaban allí, esperando en hordas precisamente a que ella cayera en su trampa. Lo que antes había sido una táctica exitosa que le trajo una gran victoria, esta vez la había llevado directo a una emboscada.Desislava y su primo, cuyas habilidades eran un poco mejores, lograban resistir por un momento, pero los soldados a su alrededor caían uno tras otro en charcos de sangre y viseras. Los soldados del reino del oeste no mostraban piedad ni tampoco el filo de sus espadas misericordia. Ellos debían provenir de tropas de élite.Desislava sintió un escalofrío de terror en su corazón y trató de escapar. Sin embargo, los soldados enemigos estaban por todas partes, bloqueando su retirada con largas espadas. No la atacaban de
Desislava se puso pálida. Sabía perfectamente lo que le había hecho a él.En aquel entonces, ese joven oficial lideraba a más de cien soldados y se mostró bastante valiente. En el enfrentamiento, lograron matar a algunos de sus soldados antes de huir. Desislava, decidida a encontrarlos, ordenó la masacre de varios pueblos en Ciudad Real, creyendo que él y sus hombres podrían estar ocultos entre los civiles.Tenía que capturarlo, tanto para vengar la muerte de sus compañeros caídos como para aumentar su prestigio. Después de todo, matar a un solo oficial tenía mucho más mérito que hacerse con la vida de muchos soldados.Esa era su lógica en aquel momento. Nunca se imaginó que, tras capturar a uno de esosl jovenjóvenes oficiales, él se mostraría tan altanero, acusándola de haber violado los acuerdos entre los dos reinos al masacrar a civiles inocentes.Sus palabras fueron venenosas, maldiciendo a Desislava y a su ejército, afirmando que aquellos que masacraban a civiles merecían ser mald
Mientras tanto en el Reino de Montemayor, un grupo de espías ya llevaba años infiltrados y operando tras las sombras. Dichos espías fueron directamente controlados por el príncipe heredero del Reino Oeste. Sin embargo, tras la humillación y denigración de uno de sus adorados príncipes, los espías cometieron la atrocidad al masacrar a una familia entera, pasando por el filo de la espada a todo ser viviente. Con esto, no solo mancharon la reputación de su reino, sino que también causaron que salieran huyendo por temor a represarías.Esteban Diaz de Vivar, un respetado comandante tanto por sus subalternos como por sus enemigos, perdió a todos los hombres de su familia en la guerra de los Llanos del Sur. Su familia y la familia de sus hijos, las viudas y huérfanos de los jóvenes generales, así como los sirvientes de la familia, no fueron perdonados. Semejante atrocidad fue cometida por los hombres del Reino Oeste. Debido a ese oscuro episodio, incluso la masacre de gente inocente orquestad
Desislava estaba completamente alterada. Al escuchar la acusación de su primo, su corazón se llenó de culpa, aunque trató de justificar sus acciones:—Pensé que quien que estaba a mi lado era un soldado enemigo, ¡De ninguna manera vi que era el pobre Sancho! —dijo, tratando de defenderse.Graciano su primo furioso le respondió:—¡Cínicas mentiras! ¿Cómo podría haber un enemigo a tu lado? Si son excusas las que vas a inventar, haced al menos un esfuerzo para que sean creíbles.Desislava, humillada y enfurecida, perdió su compostura:—¡Basta ya carajos! Ahora todos somos prisioneros. ¡Nosotros todos aquí presentes también fuimos responsables de la masacre en Ciudad Real, no nos perdonarán fácilmente! En vez de perder el tiempo culpándome, sería mejor pensar en cómo escapar de aquí.Graciano no dejó pasar la oportunidad de señalarle la verdad:—La masacre fue realizada única y exclusivamente bajo tus órdenes, Desislava. Fuiste tú quien afirmó que ese oficial se escondía entre los civiles,
Muy pronto, las esperanzas de Desislava se fueron desmoronando como migas de pan.Afuera se encendieron hogueras, y la puerta de la cabaña fue abierta de manera violenta. Una imponente figura, cargada de una inmensa presión, entró lentamente.A pesar de que estaba de espaldas a las llamas del exterior, Desislava pudo distinguir su silueta. Sabía perfectamente quién era: Ordos, el mariscal y generalísimo del Reino del Oeste con quien había firmado el tratado en Ciudad Real.Desislava temblaba incontrolablemente, apoyada contra la pared, mirando aterrorizada a Ordos. Cuando firmaron el tratado en Villa Desamparada, ese hombre le había dado una impresión de valentía y nobleza. Aunque imponía respeto, también había algo refinado en él, y todas las negociaciones se llevaron cabo con rapidez y eficiencia. Había cláusulas que ella misma propuso y que él aceptó sin dudar, con una sola condición: que ella liberara a su prisionero una vez firmado el tratado. En ese momento, Ordos parecía demasi
Desde fuera del fuerte, se escuchaban gritos desgarradores, tan terribles que casi hicieron que Desislava se desesperara aún más de no saber que a ella le aguardaba.Sabía perfectamente qué tipo de castigo estaban sufriendo, porque era el mismo que ella había infligido al joven oficial capturado… no, al príncipe del reino enemigo.Ella misma le habia cercenado los testículos, observando cómo se retorcía en el suelo tal sanguijuela sangrienta. Si él hubiera gritado, quizás ella habría detenido la tortura, pero él se mantuvo en un silencio sepulcral. Entonces, sus soldados le habían orinado en las heridas y le habían cortado el cuerpo una y otra vez, viendo cómo la sangre se mezclaba con la orina.En el pasado, recordar esa escena le traía un inmenso placer. Pero ahora, al evocarla, solo sentía terror.Ordos sacó una daga y Desislava comenzó a gritar:—¡No! ¡No te acerques!Ordos se agachó y cortó las cuerdas que la mantenían atada. Al verla temblar y acurrucarse como una niña asustada,
Justo cuando pensaba que continuarían torturándola, Desislava fue arrastrada de vuelta al interior, al igual que los demás prisioneros. Dentro, encendieron un fuego de carbón, pero debido a las grietas en las paredes, apenas obtenían un poco de calor de ese fuego. Todos se arrastraban hacia las brasas, buscando un alivio para el frío y el insoportable dolor.A Desislava le habían arrancado los pantalones, y el dolor en la herida de la ingle le impedía juntar las piernas. Aunque la cabaña ahora estaba más cálida, su herida seguía sangrando lentamente, formando un charco debajo de su cuerpo. Sin embargo, todos estaban sumidos en su propio sufrimiento, y nadie la miraba. Solo los continuos gemidos de dolor rompían el silencio sepulcral.Un soldado entró y le forzó a beber un cuenco de medicina. El sabor del brebaje mezclado con el hedor a orina casi la hizo vomitar de nuevo. No vomitó, por temor a que volvieran a orinarla. Pensaba que, al caer en manos de Ordos, no había salida posible. S
Isabella y Estrella estaban sentadas junto a una pequeña hoguera, calentándose las manos al fuego. Isabella se humedeció los labios agrietados y preguntó:—¿Tienes alguna prueba de que ella esté entre las tropas que se retiran hacia los Pastizales?—No, ninguna —respondió Theobald, —Pero cuando comenzó la batalla, la vi persiguiendo a un grupo de soldados enemigos, y desde entonces no he tenido noticia alguna de su paradero.Estrella, con tono irónico intervino:—Entonces, ¿por qué no echas un buen vistazo a todos los cadáveres esparcidos por la ciudad? Tal vez la encuentres entre ellos.—Ella no está muerta —replicó Theobald, con una chispa de ira en sus ojos. —No la maldigas. Somos del mismo ejército, ¿cómo puedes desear la muerte de tu propia compañera?Estrella levantó la mano y bufó:—La batalla ya terminó, y yo no tengo intención de seguir siendo soldado. No me cuentes entre sus compañeras. Ella no lo merece.Theobald, enfurecido, prefirió no seguir discutiendo con ella. Se giró