Capítulo 2

Bianca.

¿Alguna vez os habéis preguntado si el infierno existe? Pues sí. Existía, y estaba delante de mis ojos.

La cárcel absorbía mi alma cada día. Y no podía hacer nada para remediarlo. Porque estaba encerrada en un lugar horrible.

Durante los primeros días, me llevaron a una prisión más pequeña donde me torturaron, casi me mataron de hambre y me dejaron desnuda en el suelo frío mientras me tiraban agua helada. Quise matarme, era una mejor opción que sufrir toda mi vida, porque en el juicio me cayeron más de cincuenta años. Mi abogado pudo hacer algo para sacarme, pero estaba comprado por Annika así que cometió fallos para que la condena subiera.

Estuve aislada mucho tiempo, en una habitación en la que solo comía una vomitiva comida y hacía mis necesidades en el suelo. No me bañé en días, tenía costras de roña en todo mi cuerpo. Mi cabello grasoso olía mal y tiritaba del tremendo frío que calaba en los huesos. Pero prefería eso que estar aquí.

Prefería eso porque tratar con las mujeres peligrosas y malas de la prisión era mucho más malo que nada.

Sabía que todo el sufrimiento no había parado.

Y no estaba dispuesta a luchar.

—¡Quieres salir del cubículo! —una voz chillona se escuchó después de que aporreara la puerta.

Era la hora de bañarse, si tenías suerte te tocaba el agua caliente. No iba a bañarme. No me desnudaría ante todas esas criminales para que vieran mi esquelético cuerpo. Había perdido toda mi belleza, mis curvas ya no existían. Pero es que eso no era lo importante, lo más aterrador es que había una presa que estaba haciéndome la vida imposible porque le parecí bonita.

Quería que le comiera el coño.

Delante de todo el baño de la prisión.

Así que me encerré en el cubículo donde se situaba el retrete para dar más privacidad. No iba a hacer nada, de solo pensarlo la bilis me trepó por la garganta incitando mis ganas de vomitar.

—¡Vamos! ¡Nos vamos a divertir, ya lo verás! —dijo ella con burla y todas las demás se rieron.

Me quería morir.

—¡Pero si está hecha bolita en una esquina! —gritó otra subiéndose al cubículo y mirándome.

Mis ojos no podían subir para que la mirara, me mantuve en mi lugar. Abrazándome a mí misma y conteniendo todas las lágrimas.

A veces pensaba que Giovanni Lobo vendría a por mí. Qué me explicaría que todo había sido un error y que me amaba. Aún soñaba con sus calientes besos, con sus caricias que me erizaban la piel y con esos ojos llenos de peligros. Pero le corté la pierna y seguramente lo maté.

Me había hecho tanto daño, pero lo extrañaba tanto.

Se me escapó un sollozo.

—¡Deja tus lágrimas para cuando me comas el coño!

La puerta se abrió de un golpe, la mujer rubia con el cabello rapado y con bastantes kilos me observo con una sonrisa burlona en sus labios. Las demás estaban detrás de ellas haciendo sonidos o riéndose de la situación. La mujer se acercó curvando sus dedos en mi brazo, me jaló hacía el exterior del cubículo. Chille intentándome zafar, pero su dorso voló a mi nariz y me dio un putazo tan fuerte que la sangre empezó a emerger de mis orificios.

Las lágrimas bajaron por mis mejillas.

La rubia rapada me soltó y se sentó en una de los bancos cerca de las duchas. Se abrió de piernas sonriendo diabólicamente, dándome la vista de su vagina peluda. Se ordenó a una de sus compinches que me llevara hasta ella, luché, lo juro que luché, pero se unieron más y me arrastraron.

—Comételo, asesina —ordenó ansiosa.

Me arrodillaron a sus pies, olía el apestoso hedor de sus piernas.

—No.

El silencio me golpeó cuando todas oyeron mi inminente respuesta. No lo haría. No era su putita.

—Hazlo porque si no lo haces, voy a sacarte las tripas y te las voy a hacer comer —aseguró entre dientes.

Oh, no. Mi amor. Así no. ¡Despierta! ¡Bianca, despierta y saca tus garras!

Me había mantenido callada, pretendiendo pasar desapercibida, no dañar a nadie más. Pero es que el destino no me lo estaba poniendo fácil. Estaba triste y destruida, no tenía ganas de más peleas o de más agresiones. Solo quería descansar, no meterme en líos y dormir.

Pero estaba claro que me comerían aquí si seguía siendo dócil y callada.

—No lo repetiré —dijo ella, con muestra de enojo.

—No lameré tu hediondo coño, al menos aséalo porque el olor es tan insoportable que voy a vomitar —solté con asco.

Todas fijaron su vista en mí sin decir nada. Se alejaron un poco porque la mujer estaba poniéndose roja de la ira, se levantó rápido y me agarró del cabello hacía atrás.

No sé cuándo pasó, ni de donde lo sacó.

En menos de un minuto una navaja filosa estaba acariciando mi mejilla. La presión de la hoja fría me estaba haciendo tiritar.

—Voy a cortarte la boca, p**a. Así le podrás hacer mejor las mamadas a los de seguridad. Te desfigurare el rostro.

Quería llorar. Quería derrumbarme.

Pero algo en mi interior no me dejó hacerlo y me enderecé. Subí mi mano agarrando la muñeca de esa criminal, le hice una llave para que quitara su navaja de mi mejilla. No sé de donde saque la fuerza para tirarla al suelo y posicionarme de pie a su lado.

Unas mujeres intentaron moverse para detener mis acciones, pero otra mujer más mayor me detuvo:

—¿Todas entre una? Dejen que la muchacha luché.

Aproximadamente tenía cuarenta años. Era rubia como casi todas ahí, me observo desde la ducha mientras apoyaba su hombro en una de las columnas. Era hermosa pero los años le habían hecho perder el brillo en sus ojos.

Mire de nuevo a la mujer que me había atacado, sus facciones eran puro terror.

—Te voy a abrir como a un jodido cerdo —le devolví una sonrisa —. Fui buena, pero está claro que necesitáis una muestra de lo que puedo llegar a hacer si me volvéis a atacar.

La navaja atravesó el pecho de la mujer, chilló llena de dolor moviendo las manos para quitarme de encima. Eso no pasaría. El filo fue cortando su carne, me costó un poco abrir su pecho de par en par, ya se había muerto cuando la línea de sangre dio con su ombligo. Me levante con los brazos manchados de sangre, el charco de su sangre se expandía hasta mis pies.

Estaba abierta en canal.

La había matado y todas estaban con los rostros desencajados.

Levante mi vista observando a todas, tiré la navaja al suelo porque ya no la necesitaba. Seguramente los de seguridad ya vendrían para meterme en una prisión solitaria de nuevo.

—Cuando salga del ala de aislamiento quiero que todas me tratéis como una p**a reina.

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