Sí que podía. Claro que podía.
Las comisuras de mis labios se elevaron e inflé el pecho cuando su mirada arrasó con casi todas mis defensas. Seguí bajando, lo ignoré mientras me movía como Annika lo hubiera hecho. Cómo bajó la primera vez que la vi y me hizo cortarle la pierna a Giovanni.
Estaba tratando de huir y meterme en todo ese grupo de personas, pero al pasar por su lado y oler la colonia que utilizaba todo se me removió. Así que me paré otra vez, ahora a escasos centímetros. Aún sentía su mirada abrasadora, exigía que lo mirara. Pero no lo iba a hacer.
No merecía nada.
Lo oí suspirar. Apagó el cigarrillo y se acercó tan lento a mi oído, que casi temblé del miedo.
—Espero que el jueguito te sirva, ya sabes lo
Bianca.Moscú era un lugar frío, solitario e inhóspito para mí.Traté de acostumbrarme lo más rápido posible, pero me fue imposible. No podía ver ese palacio como mi casa, ni a los empleados como los míos. Nada allí me pertenecía. Era de Annika, pero yo se lo había robado a ella. Era mío. Todo era mío. Aunque no quisiera tenerlo.Ahora era la reina.Detrás de mis espaldas cargaba con un pesado dolor y carga que no me correspondía.Era la líder de la mafia rusa.Y además, la organización q
Bianca.Mis piernas temblaban a medida que iba subiendo por las escaleras del palacio.Tenía que ser dura, no dejarme vender con las palabras que me iba a decir. Seguro estaba tramando algo en esa cabeza malvada. Pero yo no iba a caer, no en sus juegos perversos.Me detuve en la puerta de su habitación, había escogido una que tenía despacho y baño privado. En realidad, aquí las habitaciones eran enormes, hasta poseían pequeñas salas de descanso en la entrada. Está no era así.Respiré cogiendo el aire y llenando mis pulmones, iba a ser complicado.Porteé con
Bianca.¿Una mujer embarazada? ¿De Giovanni? ¿Otra? La furia subió por mi pecho sin tiempo a que pudiera detenerla. El empleado se fue como si viera mis intenciones desde lejos, tal vez no fueran buenas del todo. Giré la cabeza y me encontré al mafioso con el ceño fruncido.Oh, mierda. Ese iba a oírme.¿En serio? ¿Durante mi encierro había dejado embaraza a una mujer? ¡Quería explotar!Sabía que no iba a estar llorando por mi ni lamentándose, pero no me estaba esto. Lo sentí como una traición que me rebanó el corazón. Había preñado a tres mujeres ya, no si el dónde lo mete hace una goleada magistral. ¡Maldito y mil veces maldito! Bianca.En el último piso del palacio había un jacuzzi excelente, estaba pegado justo a una ventana. Observé por un momento el vaho que se formaba en el cristal y la nieve pegada en el. Desde mi posición había unas vistas demasiado tranquilas, los picos de los árboles estaban manchados de nieve recién caída, el césped del patio lleno de escarcha.Me sentía bien. Demasiado.Dejé a un lado mis pensamientos, las desdichas que desolaban mi maldita existencia. Y por poco consigo sonreír.Lo hubiera hecho, de no ser porque la presencia de Giovanni Lobo apareció en el jardín trasero. Hice una mueca, pero no volví la vista hacia otro lugar. Venía con unoCapítulo 13
Bianca.Mi cuerpo vibraba mientras toqueteaba todas y cada una de mis partes íntimas. Mi subconsciente me jugó una mala pasada en imaginar las manos frías de mi enemigo pasándolas por mi cuerpo. Por un momento lo disfruté.Gemí de gusto que aquel acto me proporcionó. Pero los nudillos de un empleado resonaron en la estancia, alejé los dedos de mi piel como si quemara. Di una última mirada a Giovanni que estaba en el mismo lugar, con su gesto ansioso y excitado. No quería parar, quería tocarme demasiadas veces hasta quedar exhausta y extasiada.Me moví para buscar una bata, cuando la encontré me la coloqué en el cuerpo rápidamente y abrí el pestillo. Bianca. Una cosa más en mi lista de desgracias. Estar al borde de la muerte se había convertido en mi hobby favorito. Tan solo un paso más y me aproximaría a una tétrica soledad en lo más profundo de un ataúd. Tal vez eso fuera la solución a todos mis problemas, pero no dejaría de luchar hasta que la muerte me atrapara. Me habían envenenado. Pero no solo a mi, sino también a Irikna. —Está estable, por suerte su prometido se dio cuenta del veneno que era y pudo darle un antídoto —dijo el doctor después de revisarme, aún no me podía creer que esto estuviera pasando —. Su hermana y usted están vivas de milagro. No creía en milagros. Los milagros no existían, tan solo eran engaños. El doctor escribió algo en su bloc, lo dejó en la parte delantera de mi cama y caminó hasta la puerta para salir de mi habitación enseguida. No estaba en casa, pero si en un hospital reconocido y privado de Moscú. Me costó al principio ubicarme, porque realmente pensaba que estaba muerta. Pero hierba mCapítulo 15
Los errores serán corregidos cuando el libro culmine. Bianca.—Las reinas no son azotadas, son ellas quienes azotan a sus súbditos.El vestido que estaba atorado en mis caderas cayó al suelo, quedé en ropa interior negra. Había sido una buena opción elegir esa lencería. Los ojos verdes de Giovanni me acariciaban la piel expuesta, comenzaba a sentirme caliente. No podía ver a los clientes, las luces hacían que todos quedaran en la oscuridad mientras nosotros éramos iluminados por grandes focos. La música comenzó a bajar de volumen, el silencio se intensificó. —¿Y como azotan a sus súbditos? —preguntó pícaro.Convertí mi rostro en uno inocente y timido.—Usan la lengua para azotarles el pene. Y si se portan bien, se llevan una lamida de regalo. Se oyeron jadeos. Me mordí los labios para no sonreír. Me acomodé en el sillón, tumbándome de lado con dirección al mafioso. Lamí mis labios mientras observaba sus movimientos. Empezaba a quitarse el saco. Esto se iba a poner bueno. Utilice
Bianca.Las cosas se salieron de descontrol.No puedo creer que cogiera con Giovanni delante de todos, y que estuviéramos tan absortos en nuestros actos, que no pudiéramos darnos cuenta de que hacíamos una locura. Me dolía terriblemente la cabeza, y no podía dejar de pensar en todos los sucesos.—¡Ay, cuidado! ¡Me haces daño, estupida! —le chillé a una empleada.Vi como su rostro se contraía del miedo en el reflejo del espejo del tocador dorado.—Lo siento, señora. Tiene el cabello muy enredado —se disculpó ella, volvió a cepillar las hebras rubias de mi cabello.Esta vez lo hizo con mucha más delicadeza, cuidando de no hacer mucha fuerza para no hacerme daño de nuevo. La llamé básicamente porque estaba demasiado cansada para levantarme de la cama y hacer todo esa rutina para parecerme a Annika.Ella lo haría por mí.No recordaba su nombre, pero estaba haciendo un gran trabajo con el peinado.Aún llevaba la bata de la ducha cubriendo mi cuerpo desnudo, solo estaba esperando que termin