Dos meses atrás…
Tyron Moore entra a la oficina de su hijo, acompañado de su padre, quien toma asiento frente al hombre con cierta dificultad.
—Abuelo, no debiste venir… podría haber ido yo a visitarte.
—Me temo que no podía esperar, hijo… —Nathan puede ver el rostro de su abuelo y sabe que hay algo grave detrás de aquella visita.
—¿Qué pasa? —Nathan se pone de pie y se acerca al hombre, para arrodillarse frente a él.
Norman Moore es para Nathan su verdadero progenitor, haría por él cualquier cosa con tal de hacerlo feliz, pero últimamente insistía que debía casarse y en eso no se estaban poniendo de acuerdo.
Porque para Nathan la libertad de ir y venir por la empresa sin tener que preocuparse por nadie era impagable.
—Venimos del médico —le dice su padre—. Las noticias no son alentadoras.
—Tengo cáncer, Nathan —le dice el hombre con la voz baja sin más preámbulos, porque no es necesario—. Me queda al menos un año de vida… quizás uno y medio. Por eso, vengo a rogarte que te cases, no quiero irme de este mundo sin conocer un hijo tuyo.
—Abuelo… —dice con voz baja, aguantando ese nudo en la garganta que se aparece enseguida.
Nathan se pasa las manos por el cabello, se pone de pie y resopla por aquella revelación, que se hace peor con la misma petición de siempre. El hombre se gira hacia su abuelo y puede ver que no hay ni una pizca de mentira en sus palabras.
—Abuelo, te juro que haré lo posible para darte en el gusto, pero no es sencillo para mí… sabes que no lo es… —trata de que las palabras no se le atoren, pero solo puede echarse a los pies de su abuelo, poner su cabeza en su regazo y llorar como un niño pequeño.
—Tranquilo… de algo me tenía que morir, ¿no? Solo se me adelantó la hora, pero sé que harás que me sienta orgulloso de ti.
—No puedo, abuelo… por favor, te lo suplico.
—Hijo, un hombre no es nada sin una mujer que lo ame, no lo sabré yo que perdí a mi esposa hace tantos años atrás y la he extrañado cada día desde entonces.
—Yo puedo solo, lo sabes —y esas palabras salen muy parecidas a una súplica.
—Porque lo sé, es que insisto en que no abandones tu futuro por esta empresa… dime, ¿quién heredará lo que me costó tanto forjar con estas manos?
—Incluso si aceptara, ¿sabes cuánto me tardaré en encontrar una esposa para darte en el gusto?
—No es necesario que la busques… tu padre ya tiene una candidata y creo que es perfecta para ti.
—Mía Lewis —responde Tyron cuando su hijo lo mira y este solo frunce el ceño.
Nathan se pone de pie furioso cuando en su cabeza resuena aquel nombre una y otra vez, se acerca a su padre con aquella expresión intimidante y lo toma por las solapas del traje.
—¿Quieres que me case con tu ahijada?
—Sí, es una chica dulce y si hablo con sus padres, ellos no se opondrán a…
—¡Quieres que me case con la niña de tus ojos! —le grita al tiempo que lo empuja y camina a la ventana—. Es que debí verlo venir, nunca has dejado de ver por aquella mocosa.
—Te pido que no hables así de ella —le dice Tyron, arreglando su traje.
—Es que ni siquiera se le puede hacer un desaire cuando no está presente, es cierto —sisea y se voltea para ver a su abuelo—. No me casaré con ella.
—Pero Nathan, ella es dulce, ideal para un hombre de tu carácter, seguro traerá luz a tu vida.
—¡Yo no quiero luz! Quiero que me dejen en paz… sino he buscado no tener pareja e hijos es porque los considero un estorbo. No podría hacerme cargo de la empresa como ahora, porque ellos me detendrían —se pasa las manos por el cabello y deja salir un grito desde lo profundo de su pecho cargado de frustración y mucha ira—. ¿Estás seguro que eso quieres? —le pregunta a su padre.
—Sí, además no será difícil para ti que acepten, esa niña ha visto por tus ojos desde siempre.
—Puede ver los ojos de un perro, que a mí no me interesa —cierra los ojos y luego solo deja ver aquella expresión que le dedica a todo el mundo—. Está bien, aceptaré que sea ella, pero estas son las condiciones.
«Me la llevaré a mi propia mansión. Ninguno de ustedes se inmiscuirá en mi matrimonio, si ella no resulta embarazada pronto, no me van a presionar. Y lo más importante, lo que haga con ella, es asunto mío.
—Nathan… —se adelanta su padre, pero él solo se envara y le hace frente.
—Tú la quieres como mi esposa, pero yo no. Así que, lo que pase entre nosotros no será de la incumbencia de ninguno de ustedes —rodea el escritorio y toma asiento sin mirar a ninguno—. Llámalos, arregla todo y si aceptan, nos casaremos en dos meses.
—¿No irás a pedir su mano?
—Esto es asunto de ustedes. Mi abuelo quiere un bisnieto, lo tendrá. Tú me quieres con ella, pues también te daré gusto, pero no me pidas más de lo que quiero dar, porque hoy ya cedí demasiado, Tyron Moore.
Y sin nada más que agregar, se vuelca en el trabajo, sin dejar de sentir miles de cosas a la vez, el miedo de perder a su abuelo, de fallarle, pero a la vez de darle gusto a su padre, que no se lo merece.
Tal vez, si hubiese sido otra la elegida, habría protestado menos… tal vez debió él mismo buscar a la que sería su esposa… tal vez, la vida estaba llena de «tal vez».
—Ya veremos, Mía Lewis, qué tanta luz me puedes dar —dice con voz fría una vez en aquella soledad.
Mientras, del otro lado de la ciudad, aquella muchacha estaba avocada en estudiar para su examen de admisión para ingresar a la facultad de arquitectura, lo mejor que podía pasarle era poder entrar a la primera oportunidad.
Su madre entra con una bandeja que contiene la merienda, para ella ver a su hija tan motivada con aquel nuevo desafío la hacía sentir realmente orgullosa, porque su pequeña estaba teniendo las oportunidades que ella no tuvo en su juventud.
—Mía, te traigo algo de comer, tesoro.
—Gracias, mami —hace un espacio en su escritorio y recibe la bandeja para posarla allí.
—¿Cómo vas?
—Bien, aunque no quiero estresarme, sé que esta prueba no es decisiva y tendré más oportunidades de aprender.
—Al menos sabes que puedes aprender esas cosas en la empresa, con tu padre.
—Y con mi padrino —ella sonríe con timidez y baja la mirada, Verónica sabe que en lugar de su padrino, preferiría aprender del hijo de su padrino.
—Mía… ese muchacho no se va a fijar en ti, lo sabes.
—La esperanza es lo último que se pierde, madre —toma un sándwich y comienza a comerlo con pequeñas mordidas.
Su madre la mira con esos ojos de amor, pensando en que su hija lleva enamorada de Nathan Moore tantos años, pero él no se ha fijado más que para cosas puntuales, algo que se acentuó cuando entró a la universidad para estudiar ingeniería y luego hacerse cargo de la empresa con su padre, Tyron.
Se pone de pie y sale de allí, para dejar a su hija estudiar sola, pero su esposo entra de manera intempestiva y con una expresión extraña.
—Todd… ¿pasa algo?
—Acaba de llamarme Tyron… para pedirme la mano de Mía, quieren casarla con Nathan.
La muchacha se pone de pie enseguida y se queda mirando a su padre sin poder creer lo que él le está diciendo. El hombre se acerca a ella y le dice con los ojos emocionados por la noticia.
—Tu sueño, mi niña, se está haciendo realidad… ¿recuerdas cuando me decías que te querías casar con él?
—¿No es una broma, padre? —pregunta sin aire.
—No, hija, no es una broma… —le responde él con alegría, viendo la luz en el rostro de su hija—, en dos meses será la boda.
—Mamá, tienes que ayudarme a elegir el vestido y… ay dios, tantas cosas… —mueve las manos desesperada y comienza a dar saltitos, en lo que abraza a su padre y a su madre—. ¡Oh por Dios! ¡Me voy a casar con Nathan!
Y así, aquella familia recibía la misma noticia de una manera muy diferente, creyendo que su hija sería la esposa del amor de su vida, que sería feliz. Nada le faltaría, podría cumplir sus sueños y además aprender del mejor.
Todd creía que los dos harían una dupla estupenda, que los dos unirían a dos de las familias más importantes de Chicago y que la empresa que compartían se haría más fuerte. Pero lo cierto era que en un momento determinado, ellos se arrepentirían de haber alentado todo eso.
Hoy…
Mía camina sin pensar en nada, tal como tuvo que hacerlo decenas de veces en su adolescencia. Al menos aquellas personas eran más amables que su esposo o eso creía.
Hace dos meses creyó que sería la mujer más feliz del planeta cuando uniera su vida al amor de su vida, pero se equivocó terriblemente.
El ama de llaves la mira unos segundos y siente una impotencia tremenda, eso no es lo que esperaba. Cuando Nathan le dijo que llevaría una nueva criada, nunca se imaginó que sería la misma chica con la que se casaría, y mucho menos que era tan joven.
Pero nadie podía decir ni hacer nada, porque todos sabían que ir contra los deseos de Nathan era como poner fin a su vida de trabajo.
La cocinera se sentía con las palabras atravesadas en la garganta, quería decir algo, sin embargo, ella no tenía poder para solucionar nada… como ninguno de los que estaban allí presenciando su desgracia de aquella muchacha frágil e inocente.
Cuando se le asigna su primera tarea, limpiar la cocina, solo asiente en silencio y se dedica a su tarea, al menos este castigo es más digno de lo que tuvo que pasar alguna vez y sobrevivió… ahora no sería la excepción.
O eso era lo que ella creía.
Limpiar los baños, trapear los pisos, limpiar los cuartos, ayudar con la cocina, podar las flores… sus tareas todos los días eran diferentes, pero siempre las terminaba. Y lo que más le encantaba a aquellas mujeres, era que lo hacía bien y en el tiempo que se le daba o antes. Y no les gustaba porque les aliviara la carga, sino poque sabían que eso dejaría a Nathan atragantado con sus palabras. Llevaba en aquella prisión una semana, no había visto a Nathan ni por casualidad y no se atrevía a preguntar por él, no fuera que lo invocara y apareciera para humillarla aún más, aunque pensaba que eso ya no era posible. Ese día, en que hay un sol radiante y una brisa deliciosa, sale a caminar en su hora de descanso y se da cuenta que en el patio trasero hay una perrera. Camina hacia el lugar, pero el jefe de seguridad, quien descubrió se llama Jason, la detiene. —No le recomiendo que vaya hasta allí, esos perros solo obedecen al señor, por eso permanecen encerrados cuando él no está. —Per
Los días siguieron pasando, las manos de Mía se acostumbraron al trabajo duro y ella se veía realmente feliz en aquella casa. Nadie diría que venía de una de las familias más adineradas de la ciudad, socia de la familia de su esposo, porque no le importaba sudar al sol, mientras arrancaba hierbas y plantaba nuevas flores. Se detiene para descansar un momento, bebe agua de una botella y mira de nuevo el refugio de los canes. Mira a todos lados, se da cuenta que nadie la observa y camina hasta el lugar con especial sigilo. Se encuentra con cuatro pitbull, reconocidos por su agresividad cuando se les entrenaba de esa manera. En cuanto la ven acercarse, le ladran furiosos, como si supieran que su dueño la detesta, pero ella comienza a hablarles tranquila, sin temor, y acerca su mano poco a poco para que la huelan. Uno de ellos se calma un poco, solo le gruñe y saca apenas el hocico por una rendija de su prisión, ella aprovecha para acariciar su nariz y le habla con ternura. —¿Qué le p
Mía abre los ojos, se prepara para ir a trabajar y al salir, se encuentra un desayuno listo en su puesto. Al acercarse se da cuenta que es un pocillo con cereales y leche, además de una fruta. —Buenos días… yo podía prepararme mi desayuno, pero gracias —le dice a Giovanna con una sonrisa. —Mientras el señor no esté, déjeme consentirla. Mía asiente, se come su desayuno en silencio y luego se pone de pie para lavarse los dientes, algo en lo que Giovanna pone especial atención, por encargo del doctor. Pero no oye nada extraño, así que corre a su puesto antes de que la muchacha salga del baño. —Bien… creo que hoy no me verán mucho por aquí, más que para el almuerzo y la cena —dice buscando guantes de limpieza y otros artículos que va a necesitar—, por encargo de mi esposo, debo limpiar el ático. —Señora… eso es mucho trabajo, deje que alguien le ayude… —No, señora Giovanna, él no dijo que podía hacerlo con ayuda y no quiero que falten a sus órdenes. Sale de allí con todas las cosas
Un par de horas después, Mía abre los ojos y sonríe al ver que Steven está allí. Él se acerca para ver cómo está, con el temor de lo que pasará de allí en adelante. —¿Cómo te sientes? —Bien… aunque algo cansada, es como si mi cuerpo estuviera sin energías —Steven no quiere decirle que Nathan llegó, pero no le queda más remedio, porque seguro en cualquier momento el hombre volverá. —Mía, tengo que decirte… que el señor Moore llegó. —Supongo que no podía estar sola para siempre, ¿verdad? —su sonrisa es triste y eso le retuerce los sentimientos a Steven. —Me ordenó que te llevara a la casa en cuanto despertaras. Mía solo asiente, no es que pueda oponerse tampoco, pero haber estado un par de horas en un lugar en donde se sentía cómoda y protegida le deja la sensación de que allí es donde quiere estar. Steven llama a Dalia y le pide que lo ayude a llevar a Mía hasta a la casa. Al llegar, la mujer le indica en dónde se quedará y Mía no puede ocultar su sorpresa al saber que será en e
Los primeros rayos del sol le llegan en el rostro, coloca la mano en frente para poder abrir los ojos y se da cuenta que se quedó dormido en el sofá. Le duele la espalda y el cuello, pero no es eso lo que le molesta, sino que está cubierto por el edredón de la cama. —Esta chiquilla, no entiende que debe cuidarse… Se levanta con dificultad, realmente molesto, pero luego se le espanta todo cuando ve la escena más adorable que ha visto en mucho tiempo. Mía está hecha un ovillo en la cama, abrazada a una almohada y todo su largo y bello cabello está desparramado. Coloca el edredón de regreso, porque es evidente que tiene frío, se va al baño y se mete a la ducha, sin dejar de pensar que esta es la primera vez que comparte la habitación con una mujer de esa manera tan íntima. Al salir, se cubre con una toalla por la cintura y sale para buscar la ropa que usará ese día, pero no cuenta con que Mía ya está despierta, sentada en la cama. Ella se queda con los ojos muy abiertos, observando
Por la mañana, Mía se siente muchísimo mejor. Cuando abre los ojos, está confundida, porque no es donde ella se quedó a dormir. Nathan no está allí, lo que agradece, porque no quiere enfrentar su mirada de odio.Suspira como siempre y se levanta, llaman a la puerta y tanto Dalia como Steven entran a la habitación.—¡Pero qué maravilla! —dice la mujer feliz de verla más repuesta—. Le traigo el desayuno.—Y yo vengo para quitarle la vía, ya no será necesario que la tenga puesta.—Esa es una buena idea… espero que no se moleste, pero… no comeré aquí, bajaré a la cocina —la mujer deja la bandeja a un lado y se acerca a ella—. Doctor, si puede sacarme esto, para que pueda ir a bañarme y comenzar con mi trabajo.—Hoy debería hacer más reposo, señora —le dice Dalia, pero Mía niega con la cabeza.—No, ya estoy mejor y no me ganaré los gritos de Nathan. Es mejor que salga de aquí lo antes posible.Steven hace lo que le toca, Dalia toma la bandeja y los tres bajan al primer piso. Mía se va dire
Todos están paralizados en la cocina, escuchando los gritos y la reacción de Nathan, pero nadie puede hacer nada. Hasta que Steven se cabrea, se pone de pie y camina con decisión hasta el hombre, para luego apartarlo de allí con violencia. —¡Basta! ¡¿Me puedes explicar qué demonios te pasa con ella?! —¡Pues esto me pasa! —Nathan le muestra la mano ensangrentada y Steven abre mucho los ojos—. ¡La tomé por el brazo y se quejó! Le pregunté qué le pasó y salió corriendo. —Porque seguro le preguntaste así… ¡Como un maldito cavernícola enojado! —aparta a Nathan y llama a la puerta con suavidad—. Mía… soy el doctor Sanders, abre la puerta. —¿Mía? ¿Acaso tuteas a mi esposa? —le dice él molesto y Sanders le dedica una sonrisa de burla. —Cualquiera que te oiga creerá que estás celoso. —¿Celoso yo… por ella? ¡Vamos, Steven! Esa muchacha no despierta ni un mal sentimiento, me molesta que tengas esa cercanía con ella, porque sigue siendo mi esposa y quiero que mantengas tu distancia con ell
Luego de que todos se van a dormir, Mía se levanta a hurtadillas, se va a la cocina y comienza a registrar la alacena, buscando algo de comer. Cierra los ojos, respira profundo y trata de calmarse. «No lo hagas, Mía… comer de esa manera no solucionará tus problemas», le dice esa mínima parte cuerda, pero los acontecimientos del día la abrumaron tanto, que ahora tiene un ansia horrible y sólo puede acallarlo con comida. Encuentra unos pocos snacks, saca pan, pollo y otros ingredientes más, se prepara un par de sándwiches, que comienza a morder sin decoro en ese instante, guarda todo, limpia un poco y luego corre a la habitación con todo lo que sacó. Con cada bocado desesperado que consume siente que esa ansiedad va bajando, siente que es libre y que todo se borrará en cuanto se deshaga de cada miga. Cuando termina, sonríe satisfecha unos segundos, pero luego viene la culpa. —Yo… yo no debí comerme eso —y como cada vez, su consciencia mala le dice que acaba de cometer una estupide