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Capítulo 3: El castigo por amar

Dos meses atrás…

Tyron Moore entra a la oficina de su hijo, acompañado de su padre, quien toma asiento frente al hombre con cierta dificultad.

—Abuelo, no debiste venir… podría haber ido yo a visitarte.

—Me temo que no podía esperar, hijo… —Nathan puede ver el rostro de su abuelo y sabe que hay algo grave detrás de aquella visita.

—¿Qué pasa? —Nathan se pone de pie y se acerca al hombre, para arrodillarse frente a él.

Norman Moore es para Nathan su verdadero progenitor, haría por él cualquier cosa con tal de hacerlo feliz, pero últimamente insistía que debía casarse y en eso no se estaban poniendo de acuerdo.

Porque para Nathan la libertad de ir y venir por la empresa sin tener que preocuparse por nadie era impagable.

—Venimos del médico —le dice su padre—. Las noticias no son alentadoras.

—Tengo cáncer, Nathan —le dice el hombre con la voz baja sin más preámbulos, porque no es necesario—. Me queda al menos un año de vida… quizás uno y medio. Por eso, vengo a rogarte que te cases, no quiero irme de este mundo sin conocer un hijo tuyo.

—Abuelo… —dice con voz baja, aguantando ese nudo en la garganta que se aparece enseguida.

Nathan se pasa las manos por el cabello, se pone de pie y resopla por aquella revelación, que se hace peor con la misma petición de siempre. El hombre se gira hacia su abuelo y puede ver que no hay ni una pizca de mentira en sus palabras.

—Abuelo, te juro que haré lo posible para darte en el gusto, pero no es sencillo para mí… sabes que no lo es… —trata de que las palabras no se le atoren, pero solo puede echarse a los pies de su abuelo, poner su cabeza en su regazo y llorar como un niño pequeño.

—Tranquilo… de algo me tenía que morir, ¿no? Solo se me adelantó la hora, pero sé que harás que me sienta orgulloso de ti.

—No puedo, abuelo… por favor, te lo suplico.

—Hijo, un hombre no es nada sin una mujer que lo ame, no lo sabré yo que perdí a mi esposa hace tantos años atrás y la he extrañado cada día desde entonces.

—Yo puedo solo, lo sabes —y esas palabras salen muy parecidas a una súplica.

—Porque lo sé, es que insisto en que no abandones tu futuro por esta empresa… dime, ¿quién heredará lo que me costó tanto forjar con estas manos?

—Incluso si aceptara, ¿sabes cuánto me tardaré en encontrar una esposa para darte en el gusto?

—No es necesario que la busques… tu padre ya tiene una candidata y creo que es perfecta para ti.

—Mía Lewis —responde Tyron cuando su hijo lo mira y este solo frunce el ceño.

Nathan se pone de pie furioso cuando en su cabeza resuena aquel nombre una y otra vez, se acerca a su padre con aquella expresión intimidante y lo toma por las solapas del traje.

—¿Quieres que me case con tu ahijada?

—Sí, es una chica dulce y si hablo con sus padres, ellos no se opondrán a…

—¡Quieres que me case con la niña de tus ojos! —le grita al tiempo que lo empuja y camina a la ventana—. Es que debí verlo venir, nunca has dejado de ver por aquella mocosa.

—Te pido que no hables así de ella —le dice Tyron, arreglando su traje.

—Es que ni siquiera se le puede hacer un desaire cuando no está presente, es cierto —sisea y se voltea para ver a su abuelo—. No me casaré con ella.

—Pero Nathan, ella es dulce, ideal para un hombre de tu carácter, seguro traerá luz a tu vida.

—¡Yo no quiero luz! Quiero que me dejen en paz… sino he buscado no tener pareja e hijos es porque los considero un estorbo. No podría hacerme cargo de la empresa como ahora, porque ellos me detendrían —se pasa las manos por el cabello y deja salir un grito desde lo profundo de su pecho cargado de frustración y mucha ira—. ¿Estás seguro que eso quieres? —le pregunta a su padre.

—Sí, además no será difícil para ti que acepten, esa niña ha visto por tus ojos desde siempre.

—Puede ver los ojos de un perro, que a mí no me interesa —cierra los ojos y luego solo deja ver aquella expresión que le dedica a todo el mundo—. Está bien, aceptaré que sea ella, pero estas son las condiciones.

«Me la llevaré a mi propia mansión. Ninguno de ustedes se inmiscuirá en mi matrimonio, si ella no resulta embarazada pronto, no me van a presionar. Y lo más importante, lo que haga con ella, es asunto mío.

—Nathan… —se adelanta su padre, pero él solo se envara y le hace frente.

—Tú la quieres como mi esposa, pero yo no. Así que, lo que pase entre nosotros no será de la incumbencia de ninguno de ustedes —rodea el escritorio y toma asiento sin mirar a ninguno—. Llámalos, arregla todo y si aceptan, nos casaremos en dos meses.

—¿No irás a pedir su mano?

—Esto es asunto de ustedes. Mi abuelo quiere un bisnieto, lo tendrá. Tú me quieres con ella, pues también te daré gusto, pero no me pidas más de lo que quiero dar, porque hoy ya cedí demasiado, Tyron Moore.

Y sin nada más que agregar, se vuelca en el trabajo, sin dejar de sentir miles de cosas a la vez, el miedo de perder a su abuelo, de fallarle, pero a la vez de darle gusto a su padre, que no se lo merece.

Tal vez, si hubiese sido otra la elegida, habría protestado menos… tal vez debió él mismo buscar a la que sería su esposa… tal vez, la vida estaba llena de «tal vez».

—Ya veremos, Mía Lewis, qué tanta luz me puedes dar —dice con voz fría una vez en aquella soledad.

Mientras, del otro lado de la ciudad, aquella muchacha estaba avocada en estudiar para su examen de admisión para ingresar a la facultad de arquitectura, lo mejor que podía pasarle era poder entrar a la primera oportunidad.

Su madre entra con una bandeja que contiene la merienda, para ella ver a su hija tan motivada con aquel nuevo desafío la hacía sentir realmente orgullosa, porque su pequeña estaba teniendo las oportunidades que ella no tuvo en su juventud.

—Mía, te traigo algo de comer, tesoro.

—Gracias, mami —hace un espacio en su escritorio y recibe la bandeja para posarla allí.

—¿Cómo vas?

—Bien, aunque no quiero estresarme, sé que esta prueba no es decisiva y tendré más oportunidades de aprender.

—Al menos sabes que puedes aprender esas cosas en la empresa, con tu padre.

—Y con mi padrino —ella sonríe con timidez y baja la mirada, Verónica sabe que en lugar de su padrino, preferiría aprender del hijo de su padrino.

—Mía… ese muchacho no se va a fijar en ti, lo sabes.

—La esperanza es lo último que se pierde, madre —toma un sándwich y comienza a comerlo con pequeñas mordidas.

Su madre la mira con esos ojos de amor, pensando en que su hija lleva enamorada de Nathan Moore tantos años, pero él no se ha fijado más que para cosas puntuales, algo que se acentuó cuando entró a la universidad para estudiar ingeniería y luego hacerse cargo de la empresa con su padre, Tyron.

Se pone de pie y sale de allí, para dejar a su hija estudiar sola, pero su esposo entra de manera intempestiva y con una expresión extraña.

—Todd… ¿pasa algo?

—Acaba de llamarme Tyron… para pedirme la mano de Mía, quieren casarla con Nathan.

La muchacha se pone de pie enseguida y se queda mirando a su padre sin poder creer lo que él le está diciendo. El hombre se acerca a ella y le dice con los ojos emocionados por la noticia.

—Tu sueño, mi niña, se está haciendo realidad… ¿recuerdas cuando me decías que te querías casar con él?

—¿No es una broma, padre? —pregunta sin aire.

—No, hija, no es una broma… —le responde él con alegría, viendo la luz en el rostro de su hija—, en dos meses será la boda.

—Mamá, tienes que ayudarme a elegir el vestido y… ay dios, tantas cosas… —mueve las manos desesperada y comienza a dar saltitos, en lo que abraza a su padre y a su madre—. ¡Oh por Dios! ¡Me voy a casar con Nathan!

Y así, aquella familia recibía la misma noticia de una manera muy diferente, creyendo que su hija sería la esposa del amor de su vida, que sería feliz. Nada le faltaría, podría cumplir sus sueños y además aprender del mejor.

Todd creía que los dos harían una dupla estupenda, que los dos unirían a dos de las familias más importantes de Chicago y que la empresa que compartían se haría más fuerte. Pero lo cierto era que en un momento determinado, ellos se arrepentirían de haber alentado todo eso.

Hoy…

Mía camina sin pensar en nada, tal como tuvo que hacerlo decenas de veces en su adolescencia. Al menos aquellas personas eran más amables que su esposo o eso creía.

Hace dos meses creyó que sería la mujer más feliz del planeta cuando uniera su vida al amor de su vida, pero se equivocó terriblemente.

El ama de llaves la mira unos segundos y siente una impotencia tremenda, eso no es lo que esperaba. Cuando Nathan le dijo que llevaría una nueva criada, nunca se imaginó que sería la misma chica con la que se casaría, y mucho menos que era tan joven.

Pero nadie podía decir ni hacer nada, porque todos sabían que ir contra los deseos de Nathan era como poner fin a su vida de trabajo.

La cocinera se sentía con las palabras atravesadas en la garganta, quería decir algo, sin embargo, ella no tenía poder para solucionar nada… como ninguno de los que estaban allí presenciando su desgracia de aquella muchacha frágil e inocente.

Cuando se le asigna su primera tarea, limpiar la cocina, solo asiente en silencio y se dedica a su tarea, al menos este castigo es más digno de lo que tuvo que pasar alguna vez y sobrevivió… ahora no sería la excepción.

O eso era lo que ella creía.

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