Luego de que todos se van a dormir, Mía se levanta a hurtadillas, se va a la cocina y comienza a registrar la alacena, buscando algo de comer. Cierra los ojos, respira profundo y trata de calmarse. «No lo hagas, Mía… comer de esa manera no solucionará tus problemas», le dice esa mínima parte cuerda, pero los acontecimientos del día la abrumaron tanto, que ahora tiene un ansia horrible y sólo puede acallarlo con comida. Encuentra unos pocos snacks, saca pan, pollo y otros ingredientes más, se prepara un par de sándwiches, que comienza a morder sin decoro en ese instante, guarda todo, limpia un poco y luego corre a la habitación con todo lo que sacó. Con cada bocado desesperado que consume siente que esa ansiedad va bajando, siente que es libre y que todo se borrará en cuanto se deshaga de cada miga. Cuando termina, sonríe satisfecha unos segundos, pero luego viene la culpa. —Yo… yo no debí comerme eso —y como cada vez, su consciencia mala le dice que acaba de cometer una estupide
Los días siguen pasando para Mía, cada vez se siente más segura, porque ha logrado dominar las tareas que le han asignado, sabe que con eso deja a Nathan por completo en silencio, aunque él de todas maneras busca la manera de humillarla. En esa vía de venganza sin sentido, Nathan sale de su habitación y ve a Mía en la habitación de enfrente limpiando un espejo de cuerpo completo, de pronto la ve quedarse para frente a él y la ve mirarse en el espejo. Se queda absorto en esa imagen, porque le parece la niña más adorable, pero no puede dejarse vencer por ese sentimiento, así que decide sacar ese ser hostil. —¿Viéndote al espejo y perdiendo el tiempo? —puede ver su expresión de sorpresa y vergüenza a la vez, aquellas mejillas sonrojadas se le hacen de lo más tiernas, pero eso no lo hace retroceder en su propósito—. Por más que te mires al espejo, sigues siendo una muchachita sin gracia. Sin saber lo que eso es para Mía, camina hacia ella, que recoge las cosas rápidamente para irse a
Mientras piensa en Mía, en su padre, en su infancia y toda esa oscuridad que lo envuelve, que le faltan las fuerzas, un calor comienza a recorrerlo por todo su cuerpo, los huesos le duelen y siente que la cabeza le estallará. Quiere levantarse, pero no lo consigue y cae en una inconsciencia peor a estar despierto. La noche se le pasa entre una fiebre alta y sueños en los que ve a Mía llorando desconsolada. Por más que trata de callarla, no puede, no lo consigue… se frustra, golpea la pared, lanza los platos y ella se agacha para recogerlos, pero en lugar de hacerlo, se corta las manos. —No… no los toques… no lo hagas… —murmura, tratando de despertar, pero no puede. Así es como a las siete de la mañana Mía lo encuentra cuando le lleva el desayuno, le parece extraño que esté en la cama, decide que mejor se va enseguida, pero cuando vuelve a oír su nombre y un rastro de desesperación en el hombre, se acerca con cautela. —¿Nathan? —Mía… no vayas allí, los perros… no toques eso, te h
El primero en despertar es Nathan. Sin abrir los ojos puede sentir el cuerpo pequeño y cálido de Mía pegado al suyo, su trasero está pegado a su abdomen, volviéndolo de pronto un adolescente inexperto que no se puede controlar. Aquella erección comienza a crecer, sin que él la pueda hacer algo para detenerla. Se niega a abrir los ojos, para alargar más ese momento, porque el aroma a jazmín y rosas de Mía es más delicioso de lo que su jardín podrá oler jamás en las primaveras por venir. La cabeza de la chica reposa en su brazo, su respiración es lenta, calmada, tan relajante que podría dejarse ir en un sueño delicioso una vez más sin temor a perderse nada más que su figura y su voz. La mano libre descansa en su vientre, toda ella es tan menuda y frágil. «Si no fueras su consentida, muchas cosas serían diferentes», se dice a sí mismo, porque su plan ahora es muy diferente al inicial. La siente despertar, cierra los ojos y se queda muy quieto, la siente moverse, girar y puede sentir
Mía baja las escaleras corriendo y se encierra en su habitación, dejando a Giovanna y Dalia sumamente preocupadas. —¿Qué le habrá pasado a la señora? —pregunta Giovanna. —No lo sé, supongo que habrán peleado otra vez —dice con un suspiro—. Yo no me voy a meter a ese cuarto, a menos que el señor me llame o baje. Se quedan en silencio, mientras que Mía se deshace en un llanto angustiado, lleno de dolor. Se siente ultrajada, él estuvo a punto de vi0larla sólo porque la creyó una pvta. La habían llamado muchas veces así, pero que viniera de la boca del hombre que ama, es un puñal directo al corazón. Se golpea la cabeza con las palmas de las manos, sintiéndose estúpida por haberse dejado llevar de esa manera. Definitivamente, de todos los abusivos de su vida, Nathan se lleva el premio al más despiadado de todos. Trata de limpiarse un poco las lágrimas, se pone de pie, busca en su closet aquellas golosinas que le pidió a Dalia le comprara la vez anterior y comienza a comer sin parar, l
Mía abre los ojos, ve la hora del reloj en la mesita y salta de la cama, se ha quedado dormida, con todo lo que debe hacer. Se quita el pijama y una mano la atrae a la cama, había olvidado que pasó la noche con Nathan y ahora él no la dejaba vestirse. —¿A dónde vas? —murmura somnoliento—. Es muy temprano. —Tengo que trabajar, Nathan, hay cosas por hacer, ayer dejé que Dalia y Giovanna trabajaran solas porque me sentía mal —se zafa de los brazos cálidos de Nathan y comienza a vestirse a la velocidad del rayo. —No tienes que hacerlo —ella lo observa como si tuviera dos cabezas y él se mueve para sentarse en la cama, aguantando el dolor de cabeza horrible que tiene—. Eres mi esposa, no tienes que trabajar. —Sí, sí tengo, porque me lo dejaste claro, yo no sería una mantenida y tampoco es que quiera serlo —Nathan la observa vestirse, sin que ella lo vea para nada—. Lo siento, pero no te creo —ella termina de subirse la cremallera de su mono de trabajo y Nathan se pone de pie, pero Mía
Mía se siente extraña, está allí ayudando a rellenar frascos de conservas y etiquetando, se ríe de las anécdotas de Giovanna en La Toscana, mientras que Dalia la regaña cuando va a contar cosas demasiado íntimas. Saber que puede confiar en ellas es lo mejor que le puede pasar justo en ese momento, porque después de todo lo que ha pasado con Nathan, es como si estuviera muriendo poco a poco. De pronto, recuerda que no ha visto a Steven y no duda den preguntar. —¿El doctor está bien? No lo he visto por aquí hoy. —El doctor se fue a Londres —le dice Dalia cerrando una tapa—, tenía que ir a ver algunas cosas urgentes y creo que se encontraría con su hermano. —¿Tiene un hermano? —pregunta Mía sorprendida. —Gemelo, sí. Hace un tiempo que no se ven, ahora aprovechará de reunirse con él. —¿Y volverá? —Sí —le dice Giovanna a Mía que parece preocupada—. Él mismo dice que mientras más alejado de Europa, mejor para él. Se quedan en silencio un momento y siguen con lo suyo, ya les queda mu
Esas dos palabras salen de la boca de Nathan con tanta sinceridad y desesperación, que Mía duda un momento… está a punto de dejarse llevar por esa deliciosa sensación de sentirse amada y protegida por alguien que no es su familia. Pero esa mezcla de desilusión con actitud svicida gana y se aparta de él. —No te creo… —Vámonos —la interrumpe Nathan y ella no puede evitar la sorpresa. —¿Qué quieres decir? —Vámonos una semana donde tú quieras, yo tenía pensando Florida, pero creo que te gustaría más ir a Alaska… —¿Por qué crees eso? —le pregunta ella con el ceño fruncido. —Ese era uno de tus sueños de niña ¿no? Recuerdo que una vez, mientras yo estaba haciendo la tarea en mi cuarto, tú me dijiste que querías ir a Alaska, para ver cómo el sol no se oculta —él se lleva un dedo a la barbilla y duda un poco—. Mmm… creo que ahora no será posible, porque estamos en otoño… —Oye, para… —Te prometo que iremos a Alaska en verano, si quieres lo podemos pasar allá. Mía lo observa tan entusi