Cuando Mía sale de la ducha, envuelta en aquella toalla enorme que le cubre hasta más abajo de las rodillas, a Nathan se le antoja una niña que él tiene que cuidar, es su niña y por nada del mundo la hará sufrir otra vez. Hace acopio de todas sus fuerzas para no abrazarla, besarla y hacerle el amor allí mismo, le sonríe levemente, para luego casi correr al baño y darse una ducha fría. Mía se seca el cuerpo, luego va al tocador y ve una crema humectante, se coloca la ropa interior, que es de muy buen gusto, de encaje y se imagina a Nathan comprándola para ella, aunque es obvio que se lo pidió a alguien más. Le queda perfecta, sonríe al ver que es de un color que a ella le gusta, rosa pálido. Se acerca a la silla, en donde apoya una pierna y comienza a ponerse crema. Está en eso, cuando Nathan sale del baño y la ve en aquella posición, se ve preciosa, una diosa de la seducción y ni siquiera lo sabe. —Lo siento, pensé que demorarías más —le dice ella cuando lo ve mirándola fijamente.
Como si estuvieran sincronizados, Nathan entiendo el mensaje que el cuerpo de Mía le entrega a través de la unión de sus labios. Decide que lo mejor es apartarse, primero porque la cama tiene aún los platos y porque quiere asegurarse de que Mía quiere ese momento íntimo. —¿Qué pasa? —le pregunta ella con el ceño fruncido—. ¿No quieres que lo intentemos? —Sí, pero no creo que un tenedor sea lo más romántico para este momento —le responde él sacando todo de la cama y sonriendo. —Creo que es verdad… —le dice ella con una risita nerviosa, porque esta vez los dos están de acuerdo en llegar más allá y unirse a su cuerpo es lo que más desea. Cuando Nathan termina de sacar todo, la cama les parece enorme, con el espacio suficiente para entregarse al amor. Se acerca a Mía con una sonrisa relajada, ella lo abraza y se deja besar otra vez. Las manos del hombre van al cinturón de la bata, deshace el nudo y mete las manos dentro para quitarle la prenda, se aparta para verla y sus ojos se oscu
Cuando Mía abre los ojos, le duele todo, pero aun así sonríe. La mano grande de Nathan reposa en su vientre, pegándola a su cuerpo desnudo, no puede evitar sonrojarse un poco al sentirlo así. Deja salir un suspiro y se mueve un poco para ir al baño, mientras se lava las manos, se mira al espejo y se observa con detalle, se siente diferente, como si una nueva versión de ella hubiese salido, pero lo que más la sorprende, es que, aunque ella se ve fea, gorda y sin gracia, Nathan le hizo el amor como si fuera la mujer más hermosa del planeta. Se observa las marcas en los brazos y piernas, espera que Nathan no las viera, aunque la habitación estaba muy poco iluminada y él estaba más pendiente de otras partes de su cuerpo, pudo haberlas notado en algún momento. Sale del baño directo a buscar algo con qué cubrirse, está en silencio, buscando algo en la maleta y un par de brazos la rodean, siente esa calidez que emana el cuerpo de su esposo, aquella dureza en un poco más arriba de sus nalg
Al acercarse, Nathan oye al hombre decirle a Mía con todo el descaro posible.—Mía, estás preciosa, salir de la escuela te sentó de maravilla —le dice el chico haciéndola girar.—No exageres, sabes que no es verdad —le dice ella riéndose.—¡Yo no exagero! Estás bella y me encanta.—Mía, ¿quién es el señor? —dice Nathan con la voz ronca, Mía se queda quieta, intenta tomarlo de la mano, pero Nathan la aparta, sin dejar de ver al chico.—Peter Kasinsky —le dice el muchacho, extendiendo la mano que Nathan mira con evidente desagrado y por supuesto no acepta—. El mejor amigo de Mía en la escuela.—No tenía idea de su existencia, señor Kasinsky —Mía baja la mirada y siente miedo, porque aquel tono de voz es el mismo que usaba cuando era un demonio con ella. Luego de estar feliz por ver a su amigo, ahora sólo quiere irse de allí.—¿Y usted es? —le pregunta el chico, con ese tono afable.—Nathan Moore, el esposo de Mía —el muchacho no puede evitar la sorpresa y se ríe.—¡No puedo irme de vaca
Luego de que Nathan se separara de su esposa, se sentó un rato en una de las banquetas del jardín para admirar el trabajo que había hecho Mía allí. Se sintió solo por primera vez en mucho tiempo y nada de lo que hiciera para sentirse mejor funcionaría, a menos que fuera con su esposa. Pero ella seguía enojada, a pesar de que le dijo que lo perdonaría por esta vez. «No dijo que de inmediato», le dice su consciencia y sonríe al saber que su pequeña esposa tiene un carácter muy especial. —Supongo que es porque estuvo mucho tiempo asolada por esos brabucones. Entra por la cocina y se va directo a la habitación, observa cómo está, se mete a bañar y se queda sólo con el pantalón de pijama, se sienta a esperar a que ella llegue allí, porque no cree que quiera dormir en cuartos separados, no después de lo que pasó en Nueva York entre ellos. Ve que alguien empuja la puerta y se pone de pie rápidamente, ve la figura de Mía quedarse en el umbral, por completo sorprendida y mirando todo. Un
Cuando llega al cuarto, cierra la puerta y se deja caer en el suelo, no puede creer que sólo sea el medio para un fin, que otra vez alguien busque de ella sólo lo que le interesa, para luego desecharla como si nada. Porque eso era lo que iba a pasar cuando le diera un hijo. Corre al baño, porque tiene ganas de llorar y no quiere que Nathan la vea así. Abajo, Nathan se acerca a su padre y lo toma por las solapas de su traje, para decirle con aquella voz baja y peligrosa. —Nunca vuelvas a decir eso. Ahora mismo, no me interesa que mi abuelo quiera un bisnieto, no le arruinaré los sueños a Mía dejándola embarazada —lanza a Tyron, que por poco cae al suelo. —No trates de hacerte el esposo considerado… —A diferencia de ti, yo soy un buen esposo para mi mujer, la lleno de atenciones y ahora mismo estamos arreglando todo para que entre a estudiar. Es lo que ella quiere y eso es lo que hará… y nadie tiene derecho a meterse en nuestras vidas. —Mi padre quiere un bisnieto… —¡Que se lo dé
Los días fueron pasando para la pareja, que no dejaba de demostrarse amor a cada momento. Mía había comenzado a tomar la píldora y eso tenía a Nathan un poco preocupado, porque podía olvidarse o bien podía sufrir efectos adversos, pero Mía se sentía segura de hacerlo. Luego de levantarse sola, porque Nathan seguro está en el gimnasio, se mete a la ducha, sin dejar de pensar muchas cosas, como el cambio que Nathan tuvo e incluso el de ella, que ahora se siente más segura de sí misma y la comida no le es un problema. Mantiene los ojos cerrados, con una sonrisa que se borra en cuanto siente las manos de Nathan rodearle la cintura y pegarla a su cuerpo, obligándola a sentir la dureza de su miembro. —¿No te cansas de hacerme el amor? —Eres tú, Mía, mi esposa… —le dice con voz ronca en el oído—. ¿Cómo podría cansarme de fundirme en ti? La aprisiona contra la pared, besa su cuello mientras una de sus manos masajea sus senos, ella arquea el cuerpo hacia atrás y Nathan sonríe, porque ella
Nathan sabe que Mía no está bien, esas palabras de Christina la han afectado y se está sintiendo fatal de no haberse dado cuenta antes, o él mismo habría sacado a la mujer de su empresa. Aunque de haberlo hecho, habría desatendido a su mujer y ahora no puede hacerlo. —Ya, mi dulce Mía… no hagas caso de lo que esa mujer dijo, yo te amo y eso es lo que debe importarte. Se sienta en el sillón frente a su escritorio, la sienta a ella en su regazo y comienza a besarla con ternura, mientras sus manos la acarician como si fuera la más delicada flor. Mía comienza a sentirse más segura, apoya su cabeza en el pecho de Nathan y rodea su cuello con sus manos, sintiendo que al fin alguien puede traerla de regreso de ese mundo de autodestrucción que se impuso para soportar su miserable vida. —¿En verdad te parezco hermosa? —le pregunta con la voz quebrada. —Por supuesto que sí… mi esposa es la más hermosa, eres como una linda muñequita, frágil, bella, una a la que debo cuidar y amar, eres lo má