Cuando llega al cuarto, cierra la puerta y se deja caer en el suelo, no puede creer que sólo sea el medio para un fin, que otra vez alguien busque de ella sólo lo que le interesa, para luego desecharla como si nada. Porque eso era lo que iba a pasar cuando le diera un hijo. Corre al baño, porque tiene ganas de llorar y no quiere que Nathan la vea así. Abajo, Nathan se acerca a su padre y lo toma por las solapas de su traje, para decirle con aquella voz baja y peligrosa. —Nunca vuelvas a decir eso. Ahora mismo, no me interesa que mi abuelo quiera un bisnieto, no le arruinaré los sueños a Mía dejándola embarazada —lanza a Tyron, que por poco cae al suelo. —No trates de hacerte el esposo considerado… —A diferencia de ti, yo soy un buen esposo para mi mujer, la lleno de atenciones y ahora mismo estamos arreglando todo para que entre a estudiar. Es lo que ella quiere y eso es lo que hará… y nadie tiene derecho a meterse en nuestras vidas. —Mi padre quiere un bisnieto… —¡Que se lo dé
Los días fueron pasando para la pareja, que no dejaba de demostrarse amor a cada momento. Mía había comenzado a tomar la píldora y eso tenía a Nathan un poco preocupado, porque podía olvidarse o bien podía sufrir efectos adversos, pero Mía se sentía segura de hacerlo. Luego de levantarse sola, porque Nathan seguro está en el gimnasio, se mete a la ducha, sin dejar de pensar muchas cosas, como el cambio que Nathan tuvo e incluso el de ella, que ahora se siente más segura de sí misma y la comida no le es un problema. Mantiene los ojos cerrados, con una sonrisa que se borra en cuanto siente las manos de Nathan rodearle la cintura y pegarla a su cuerpo, obligándola a sentir la dureza de su miembro. —¿No te cansas de hacerme el amor? —Eres tú, Mía, mi esposa… —le dice con voz ronca en el oído—. ¿Cómo podría cansarme de fundirme en ti? La aprisiona contra la pared, besa su cuello mientras una de sus manos masajea sus senos, ella arquea el cuerpo hacia atrás y Nathan sonríe, porque ella
Nathan sabe que Mía no está bien, esas palabras de Christina la han afectado y se está sintiendo fatal de no haberse dado cuenta antes, o él mismo habría sacado a la mujer de su empresa. Aunque de haberlo hecho, habría desatendido a su mujer y ahora no puede hacerlo. —Ya, mi dulce Mía… no hagas caso de lo que esa mujer dijo, yo te amo y eso es lo que debe importarte. Se sienta en el sillón frente a su escritorio, la sienta a ella en su regazo y comienza a besarla con ternura, mientras sus manos la acarician como si fuera la más delicada flor. Mía comienza a sentirse más segura, apoya su cabeza en el pecho de Nathan y rodea su cuello con sus manos, sintiendo que al fin alguien puede traerla de regreso de ese mundo de autodestrucción que se impuso para soportar su miserable vida. —¿En verdad te parezco hermosa? —le pregunta con la voz quebrada. —Por supuesto que sí… mi esposa es la más hermosa, eres como una linda muñequita, frágil, bella, una a la que debo cuidar y amar, eres lo má
Con aquella voz peligrosa, Nathan se acerca a ellos y les dice. —¿Qué están haciendo aquí? —Mía se gira para verlo y salta de su silla, corre hacia él y se cuelga de su cuello. —¡Amor, viniste a comer! Que lindo eres… —le estampa un beso de esos que lo reinician y toda esa furia que sentía hace un segundo se queda lejos—. Preparo la mesa en el comedor enseguida y… —No, está bien aquí, creo que estabas hablando con Steven —por supuesto que fulmina con la mirada al doctor, pero este ni se inmuta. —Nathan, me alegra saber que estás mejor. —Era sólo asunto de darle una oportunidad al amor y Mía es todo lo que necesito en mi vida. —Me gusta saberlo, después de todo, no eres tan tonto. Mía deja a Nathan de su lado derecho, lo invita a sentarse, pero él ve la diferencia entre el plato de ella y los que están servidos. —Mía, ¿no crees que esa porción de comida tuya es muy poca? ¿Te sientes mal? —No, mi amor, es sólo que cuando me compraba la ropa, mi talla de siempre me quedó justa…
—Yo no estoy enferma… —No tiene caso que lo niegues, sé que tienes problemas con la comida, mi amor y no te juzgo por eso, sólo quiero ayudarte. Mía se incorpora rápidamente para escaparse, pero Nathan se aferra a ella, la abraza para protegerla entre sus brazos, mientras ella lucha para que la suelte. —¡Suéltame! ¡No quiero estar aquí! —grita, sin dejar de lanzar patadas y manotazos al aire. —No te soltaré, jamás… —le susurra Nathan al oído. —Déjame ir… por favor, yo… déjame ir —Mía comienza a llorar y luego se gira para enterrar el rostro en el pecho de Nathan—. Soy un error de la naturaleza, una inútil que se cree perfecta, pero no soy más que un fracaso, una chica horrible, sin atractivo, doy asco… —Mía… —le toma el rostro entre sus manos y la obliga a que abra los ojos llenos de lágrimas—. Mírame, ¿confías en mí? —ella asiente como una animalito herido y Nathan le deja un beso en la nariz—. Tú eres la mujer más hermosa que he conocido, eres perfecta para mí, no das asco… to
En cuanto Mía salió de la tienda con aquellas bolsas, el chofer le avisó a Nathan discretamente, pero este no podía salir porque estaba en una reunión con inversionistas y era él quien cerraba los tratos, por lo que llamó a Steven para que la esperara y cuidara de ella, hasta que pudiera salir de allí. —¡Steven, tienes que ir por Mía, al parecer tiene una crisis! —¡No puede ser! —dice Steven dejando sus compras de lado y corriendo a la salida de la tienda pidiendo disculpas por el desorden—. ¡Ahora mismo no estoy en la mansión! —Llamaré a Dalia… —pero nadie responde en la mansión. Nathan regresa a la sala de juntas y le pide a Hank que se haga cargo. —¿Pasa algo? —le pregunta su hermano, temiendo que tenga que ver con Mía, pero Nathan no se traga su cordialidad, después de todo siempre termina haciendo lo que Tyron le dice. —Nada que a ustedes les importe —le dice con voz fría y sale de allí disculpándose por la emergencia. Corre al ascensor, rogando que se apresure, en cuanto l
Tras el conflicto con el profesor, Mía esperaba aquellas consecuencias con nerviosismo, pero no llegaron. En las clases con Connors se mantenía en silencio, para no tener que lidiar con el hombre, aunque este parecía haber olvidado el asunto. Estaba feliz, después de todo la universidad le estaba resultando mejor de lo que había esperado, su enfermedad estaba controlada y su esposo se deshacía en atenciones, nunca se imaginó que fuera tan romántico. Sale de sus clases antes de tiempo, porque la siguiente se canceló por una reunión de los tutores, así que decide irse a la empresa, tiene un trabajo de investigación y le gustaría buscar la información allí, en lugar de un libro. Se sube al auto y le pide al chofer que la lleve hasta allá. Cuando va entrando, se da cuenta que han cambiado a algunas personas de la entrada, se acerca sonriente, saluda al hombre, pero este la detiene. —Lo siento, señorita, no puede pasar a menos que tenga una cita. —Oh, no la tengo, pero… —intenta decir
La noticia del embarazo de Mía sólo se regó por la mansión, tanto él como Mía no querían que nadie más lo supiera, en especial porque seguro dirían que no podía seguir estudiando y ninguno de los dos estaba de acuerdo con eso. Mía podía hacer lo que quisiera y si podía seguir sus estudios, además de llevar a su hijo en el vientre, entonces así sería. Steven había cambiado los antidepresivos por unos naturales que no le harían daño al bebé y se había encargado de preparar a Mía para cuando su cuerpo sufriera cambios. Normalmente, eso siempre afectaba a las pacientes de aquellas enfermedades, pero confiaban que en ella sólo fuera algo leve. Así, dentro de todo ese nuevo cambio para la pareja, Mía sale de la universidad feliz, porque ha tenido cambios en sus clases y ahora sus viernes estarán libres. Se dirige a la empresa, entra como si nada esta vez y al llegar al piso, escucha a Nathan gritar desde su oficina al alguien. —¡Esto es el colmo, no puedo creer que fallaran tanto en las