Al acercarse, Nathan oye al hombre decirle a Mía con todo el descaro posible.—Mía, estás preciosa, salir de la escuela te sentó de maravilla —le dice el chico haciéndola girar.—No exageres, sabes que no es verdad —le dice ella riéndose.—¡Yo no exagero! Estás bella y me encanta.—Mía, ¿quién es el señor? —dice Nathan con la voz ronca, Mía se queda quieta, intenta tomarlo de la mano, pero Nathan la aparta, sin dejar de ver al chico.—Peter Kasinsky —le dice el muchacho, extendiendo la mano que Nathan mira con evidente desagrado y por supuesto no acepta—. El mejor amigo de Mía en la escuela.—No tenía idea de su existencia, señor Kasinsky —Mía baja la mirada y siente miedo, porque aquel tono de voz es el mismo que usaba cuando era un demonio con ella. Luego de estar feliz por ver a su amigo, ahora sólo quiere irse de allí.—¿Y usted es? —le pregunta el chico, con ese tono afable.—Nathan Moore, el esposo de Mía —el muchacho no puede evitar la sorpresa y se ríe.—¡No puedo irme de vaca
Luego de que Nathan se separara de su esposa, se sentó un rato en una de las banquetas del jardín para admirar el trabajo que había hecho Mía allí. Se sintió solo por primera vez en mucho tiempo y nada de lo que hiciera para sentirse mejor funcionaría, a menos que fuera con su esposa. Pero ella seguía enojada, a pesar de que le dijo que lo perdonaría por esta vez. «No dijo que de inmediato», le dice su consciencia y sonríe al saber que su pequeña esposa tiene un carácter muy especial. —Supongo que es porque estuvo mucho tiempo asolada por esos brabucones. Entra por la cocina y se va directo a la habitación, observa cómo está, se mete a bañar y se queda sólo con el pantalón de pijama, se sienta a esperar a que ella llegue allí, porque no cree que quiera dormir en cuartos separados, no después de lo que pasó en Nueva York entre ellos. Ve que alguien empuja la puerta y se pone de pie rápidamente, ve la figura de Mía quedarse en el umbral, por completo sorprendida y mirando todo. Un
Cuando llega al cuarto, cierra la puerta y se deja caer en el suelo, no puede creer que sólo sea el medio para un fin, que otra vez alguien busque de ella sólo lo que le interesa, para luego desecharla como si nada. Porque eso era lo que iba a pasar cuando le diera un hijo. Corre al baño, porque tiene ganas de llorar y no quiere que Nathan la vea así. Abajo, Nathan se acerca a su padre y lo toma por las solapas de su traje, para decirle con aquella voz baja y peligrosa. —Nunca vuelvas a decir eso. Ahora mismo, no me interesa que mi abuelo quiera un bisnieto, no le arruinaré los sueños a Mía dejándola embarazada —lanza a Tyron, que por poco cae al suelo. —No trates de hacerte el esposo considerado… —A diferencia de ti, yo soy un buen esposo para mi mujer, la lleno de atenciones y ahora mismo estamos arreglando todo para que entre a estudiar. Es lo que ella quiere y eso es lo que hará… y nadie tiene derecho a meterse en nuestras vidas. —Mi padre quiere un bisnieto… —¡Que se lo dé
Los días fueron pasando para la pareja, que no dejaba de demostrarse amor a cada momento. Mía había comenzado a tomar la píldora y eso tenía a Nathan un poco preocupado, porque podía olvidarse o bien podía sufrir efectos adversos, pero Mía se sentía segura de hacerlo. Luego de levantarse sola, porque Nathan seguro está en el gimnasio, se mete a la ducha, sin dejar de pensar muchas cosas, como el cambio que Nathan tuvo e incluso el de ella, que ahora se siente más segura de sí misma y la comida no le es un problema. Mantiene los ojos cerrados, con una sonrisa que se borra en cuanto siente las manos de Nathan rodearle la cintura y pegarla a su cuerpo, obligándola a sentir la dureza de su miembro. —¿No te cansas de hacerme el amor? —Eres tú, Mía, mi esposa… —le dice con voz ronca en el oído—. ¿Cómo podría cansarme de fundirme en ti? La aprisiona contra la pared, besa su cuello mientras una de sus manos masajea sus senos, ella arquea el cuerpo hacia atrás y Nathan sonríe, porque ella
Nathan sabe que Mía no está bien, esas palabras de Christina la han afectado y se está sintiendo fatal de no haberse dado cuenta antes, o él mismo habría sacado a la mujer de su empresa. Aunque de haberlo hecho, habría desatendido a su mujer y ahora no puede hacerlo. —Ya, mi dulce Mía… no hagas caso de lo que esa mujer dijo, yo te amo y eso es lo que debe importarte. Se sienta en el sillón frente a su escritorio, la sienta a ella en su regazo y comienza a besarla con ternura, mientras sus manos la acarician como si fuera la más delicada flor. Mía comienza a sentirse más segura, apoya su cabeza en el pecho de Nathan y rodea su cuello con sus manos, sintiendo que al fin alguien puede traerla de regreso de ese mundo de autodestrucción que se impuso para soportar su miserable vida. —¿En verdad te parezco hermosa? —le pregunta con la voz quebrada. —Por supuesto que sí… mi esposa es la más hermosa, eres como una linda muñequita, frágil, bella, una a la que debo cuidar y amar, eres lo má
Con aquella voz peligrosa, Nathan se acerca a ellos y les dice. —¿Qué están haciendo aquí? —Mía se gira para verlo y salta de su silla, corre hacia él y se cuelga de su cuello. —¡Amor, viniste a comer! Que lindo eres… —le estampa un beso de esos que lo reinician y toda esa furia que sentía hace un segundo se queda lejos—. Preparo la mesa en el comedor enseguida y… —No, está bien aquí, creo que estabas hablando con Steven —por supuesto que fulmina con la mirada al doctor, pero este ni se inmuta. —Nathan, me alegra saber que estás mejor. —Era sólo asunto de darle una oportunidad al amor y Mía es todo lo que necesito en mi vida. —Me gusta saberlo, después de todo, no eres tan tonto. Mía deja a Nathan de su lado derecho, lo invita a sentarse, pero él ve la diferencia entre el plato de ella y los que están servidos. —Mía, ¿no crees que esa porción de comida tuya es muy poca? ¿Te sientes mal? —No, mi amor, es sólo que cuando me compraba la ropa, mi talla de siempre me quedó justa…
—Yo no estoy enferma… —No tiene caso que lo niegues, sé que tienes problemas con la comida, mi amor y no te juzgo por eso, sólo quiero ayudarte. Mía se incorpora rápidamente para escaparse, pero Nathan se aferra a ella, la abraza para protegerla entre sus brazos, mientras ella lucha para que la suelte. —¡Suéltame! ¡No quiero estar aquí! —grita, sin dejar de lanzar patadas y manotazos al aire. —No te soltaré, jamás… —le susurra Nathan al oído. —Déjame ir… por favor, yo… déjame ir —Mía comienza a llorar y luego se gira para enterrar el rostro en el pecho de Nathan—. Soy un error de la naturaleza, una inútil que se cree perfecta, pero no soy más que un fracaso, una chica horrible, sin atractivo, doy asco… —Mía… —le toma el rostro entre sus manos y la obliga a que abra los ojos llenos de lágrimas—. Mírame, ¿confías en mí? —ella asiente como una animalito herido y Nathan le deja un beso en la nariz—. Tú eres la mujer más hermosa que he conocido, eres perfecta para mí, no das asco… to
En cuanto Mía salió de la tienda con aquellas bolsas, el chofer le avisó a Nathan discretamente, pero este no podía salir porque estaba en una reunión con inversionistas y era él quien cerraba los tratos, por lo que llamó a Steven para que la esperara y cuidara de ella, hasta que pudiera salir de allí. —¡Steven, tienes que ir por Mía, al parecer tiene una crisis! —¡No puede ser! —dice Steven dejando sus compras de lado y corriendo a la salida de la tienda pidiendo disculpas por el desorden—. ¡Ahora mismo no estoy en la mansión! —Llamaré a Dalia… —pero nadie responde en la mansión. Nathan regresa a la sala de juntas y le pide a Hank que se haga cargo. —¿Pasa algo? —le pregunta su hermano, temiendo que tenga que ver con Mía, pero Nathan no se traga su cordialidad, después de todo siempre termina haciendo lo que Tyron le dice. —Nada que a ustedes les importe —le dice con voz fría y sale de allí disculpándose por la emergencia. Corre al ascensor, rogando que se apresure, en cuanto l