Mía abre los ojos, se prepara para ir a trabajar y al salir, se encuentra un desayuno listo en su puesto. Al acercarse se da cuenta que es un pocillo con cereales y leche, además de una fruta. —Buenos días… yo podía prepararme mi desayuno, pero gracias —le dice a Giovanna con una sonrisa. —Mientras el señor no esté, déjeme consentirla. Mía asiente, se come su desayuno en silencio y luego se pone de pie para lavarse los dientes, algo en lo que Giovanna pone especial atención, por encargo del doctor. Pero no oye nada extraño, así que corre a su puesto antes de que la muchacha salga del baño. —Bien… creo que hoy no me verán mucho por aquí, más que para el almuerzo y la cena —dice buscando guantes de limpieza y otros artículos que va a necesitar—, por encargo de mi esposo, debo limpiar el ático. —Señora… eso es mucho trabajo, deje que alguien le ayude… —No, señora Giovanna, él no dijo que podía hacerlo con ayuda y no quiero que falten a sus órdenes. Sale de allí con todas las cosas
Un par de horas después, Mía abre los ojos y sonríe al ver que Steven está allí. Él se acerca para ver cómo está, con el temor de lo que pasará de allí en adelante. —¿Cómo te sientes? —Bien… aunque algo cansada, es como si mi cuerpo estuviera sin energías —Steven no quiere decirle que Nathan llegó, pero no le queda más remedio, porque seguro en cualquier momento el hombre volverá. —Mía, tengo que decirte… que el señor Moore llegó. —Supongo que no podía estar sola para siempre, ¿verdad? —su sonrisa es triste y eso le retuerce los sentimientos a Steven. —Me ordenó que te llevara a la casa en cuanto despertaras. Mía solo asiente, no es que pueda oponerse tampoco, pero haber estado un par de horas en un lugar en donde se sentía cómoda y protegida le deja la sensación de que allí es donde quiere estar. Steven llama a Dalia y le pide que lo ayude a llevar a Mía hasta a la casa. Al llegar, la mujer le indica en dónde se quedará y Mía no puede ocultar su sorpresa al saber que será en e
Los primeros rayos del sol le llegan en el rostro, coloca la mano en frente para poder abrir los ojos y se da cuenta que se quedó dormido en el sofá. Le duele la espalda y el cuello, pero no es eso lo que le molesta, sino que está cubierto por el edredón de la cama. —Esta chiquilla, no entiende que debe cuidarse… Se levanta con dificultad, realmente molesto, pero luego se le espanta todo cuando ve la escena más adorable que ha visto en mucho tiempo. Mía está hecha un ovillo en la cama, abrazada a una almohada y todo su largo y bello cabello está desparramado. Coloca el edredón de regreso, porque es evidente que tiene frío, se va al baño y se mete a la ducha, sin dejar de pensar que esta es la primera vez que comparte la habitación con una mujer de esa manera tan íntima. Al salir, se cubre con una toalla por la cintura y sale para buscar la ropa que usará ese día, pero no cuenta con que Mía ya está despierta, sentada en la cama. Ella se queda con los ojos muy abiertos, observando
Por la mañana, Mía se siente muchísimo mejor. Cuando abre los ojos, está confundida, porque no es donde ella se quedó a dormir. Nathan no está allí, lo que agradece, porque no quiere enfrentar su mirada de odio.Suspira como siempre y se levanta, llaman a la puerta y tanto Dalia como Steven entran a la habitación.—¡Pero qué maravilla! —dice la mujer feliz de verla más repuesta—. Le traigo el desayuno.—Y yo vengo para quitarle la vía, ya no será necesario que la tenga puesta.—Esa es una buena idea… espero que no se moleste, pero… no comeré aquí, bajaré a la cocina —la mujer deja la bandeja a un lado y se acerca a ella—. Doctor, si puede sacarme esto, para que pueda ir a bañarme y comenzar con mi trabajo.—Hoy debería hacer más reposo, señora —le dice Dalia, pero Mía niega con la cabeza.—No, ya estoy mejor y no me ganaré los gritos de Nathan. Es mejor que salga de aquí lo antes posible.Steven hace lo que le toca, Dalia toma la bandeja y los tres bajan al primer piso. Mía se va dire
Todos están paralizados en la cocina, escuchando los gritos y la reacción de Nathan, pero nadie puede hacer nada. Hasta que Steven se cabrea, se pone de pie y camina con decisión hasta el hombre, para luego apartarlo de allí con violencia. —¡Basta! ¡¿Me puedes explicar qué demonios te pasa con ella?! —¡Pues esto me pasa! —Nathan le muestra la mano ensangrentada y Steven abre mucho los ojos—. ¡La tomé por el brazo y se quejó! Le pregunté qué le pasó y salió corriendo. —Porque seguro le preguntaste así… ¡Como un maldito cavernícola enojado! —aparta a Nathan y llama a la puerta con suavidad—. Mía… soy el doctor Sanders, abre la puerta. —¿Mía? ¿Acaso tuteas a mi esposa? —le dice él molesto y Sanders le dedica una sonrisa de burla. —Cualquiera que te oiga creerá que estás celoso. —¿Celoso yo… por ella? ¡Vamos, Steven! Esa muchacha no despierta ni un mal sentimiento, me molesta que tengas esa cercanía con ella, porque sigue siendo mi esposa y quiero que mantengas tu distancia con ell
Luego de que todos se van a dormir, Mía se levanta a hurtadillas, se va a la cocina y comienza a registrar la alacena, buscando algo de comer. Cierra los ojos, respira profundo y trata de calmarse. «No lo hagas, Mía… comer de esa manera no solucionará tus problemas», le dice esa mínima parte cuerda, pero los acontecimientos del día la abrumaron tanto, que ahora tiene un ansia horrible y sólo puede acallarlo con comida. Encuentra unos pocos snacks, saca pan, pollo y otros ingredientes más, se prepara un par de sándwiches, que comienza a morder sin decoro en ese instante, guarda todo, limpia un poco y luego corre a la habitación con todo lo que sacó. Con cada bocado desesperado que consume siente que esa ansiedad va bajando, siente que es libre y que todo se borrará en cuanto se deshaga de cada miga. Cuando termina, sonríe satisfecha unos segundos, pero luego viene la culpa. —Yo… yo no debí comerme eso —y como cada vez, su consciencia mala le dice que acaba de cometer una estupide
Los días siguen pasando para Mía, cada vez se siente más segura, porque ha logrado dominar las tareas que le han asignado, sabe que con eso deja a Nathan por completo en silencio, aunque él de todas maneras busca la manera de humillarla. En esa vía de venganza sin sentido, Nathan sale de su habitación y ve a Mía en la habitación de enfrente limpiando un espejo de cuerpo completo, de pronto la ve quedarse para frente a él y la ve mirarse en el espejo. Se queda absorto en esa imagen, porque le parece la niña más adorable, pero no puede dejarse vencer por ese sentimiento, así que decide sacar ese ser hostil. —¿Viéndote al espejo y perdiendo el tiempo? —puede ver su expresión de sorpresa y vergüenza a la vez, aquellas mejillas sonrojadas se le hacen de lo más tiernas, pero eso no lo hace retroceder en su propósito—. Por más que te mires al espejo, sigues siendo una muchachita sin gracia. Sin saber lo que eso es para Mía, camina hacia ella, que recoge las cosas rápidamente para irse a
Mientras piensa en Mía, en su padre, en su infancia y toda esa oscuridad que lo envuelve, que le faltan las fuerzas, un calor comienza a recorrerlo por todo su cuerpo, los huesos le duelen y siente que la cabeza le estallará. Quiere levantarse, pero no lo consigue y cae en una inconsciencia peor a estar despierto. La noche se le pasa entre una fiebre alta y sueños en los que ve a Mía llorando desconsolada. Por más que trata de callarla, no puede, no lo consigue… se frustra, golpea la pared, lanza los platos y ella se agacha para recogerlos, pero en lugar de hacerlo, se corta las manos. —No… no los toques… no lo hagas… —murmura, tratando de despertar, pero no puede. Así es como a las siete de la mañana Mía lo encuentra cuando le lleva el desayuno, le parece extraño que esté en la cama, decide que mejor se va enseguida, pero cuando vuelve a oír su nombre y un rastro de desesperación en el hombre, se acerca con cautela. —¿Nathan? —Mía… no vayas allí, los perros… no toques eso, te h