Día de la boda…
La madre de Mía la ayuda a terminar de arreglarse, mientras que el equipo estilista que contrató su padre deja la habitación en silencio, luego de haber maquillado y peinado a la novia. Ambas miran el espejo y sonríen felices, no parece una princesa, se siente así, como si estuviera viviendo su propio cuento de hadas.
Mía se da la vuelta y puede observar a través del delicado velo de encaje que su madre está llorando.
—No llores, mami —le dice ella con su melodiosa y delicada voz—, no me iré para toda la vida. Podré visitarte y tú también podrás hacerlo… estaremos a un auto o un teléfono de distancia.
—Yo debería consolarte a ti… —dice la mujer, limpiándose las lágrimas—. Soy una tonta, pero no puedo dejar de pensar que te perderé.
—No me perderás —le dice ella tomando sus manos y regalándole esa sonrisa hermosa—. Más bien, ganarás un hijo, ese que no pudieron tener… y yo ganaré al amor de mi vida.
—Eso espero… ese hombre es tan extraño, su mirada parece la de un hombre peligroso, oscuro.
—¿Cómo puedes decir eso, madre? —le dice Mía borrando su sonrisa—. Nathan es un hombre dulce, lo sé… cuando éramos niños siempre me regalaba las flores que encontraba en su jardín.
—Mi dulce Mía… —le dice ella a su hija, acariciando su cabeza con ternura.
Para Verónica, Nathan era peligroso, sin importar lo que dijeran.
Pero Tyron, el padre del hombre, insistió en que fuera Mía su esposa, para que pudiera llenarlo de amor. Al final, Todd había aceptado entregar a su única hija a un hombre del que todos decían era un tirano, para asegurar el futuro y cumplir el sueño de su princesa, que era casarse con él.
Llaman a la puerta y Todd entra, quedándose sorprendido con aquel vestido de novia tan bello, que hacía ver a su hija como lo que era, su princesita delicada y cariñosa. Se acerca a ambas mujeres, deja un beso en los labios de su esposa y luego se dirige a su hija.
—Hoy mi corazón se encoge al entregar a mi única hija en matrimonio, eres tan joven, pero sé que podrás aprender a ser una buena esposa, una buena compañera para tu esposo y una excelente madre.
—Claro que lo seré, ustedes me enseñaron a serlo.
Todd toma del brazo a Mía y salen de la habitación de ella para ir a la iglesia.
—No debemos hacer esperar al novio —dice Todd, mientras su esposa no deja de sentir esa opresión en el pecho de que es una pésima idea casarla con ese hombre.
Suben al auto que los llevará hasta el lugar de la boda, en donde los invitados van desde importantes empresarios hasta personajes políticos de relevancia. Aquel matrimonio que había surgido por un acuerdo comercial, ahora tenía todas las características de ser el ideal.
En cambio, del otro lado de la ciudad, la situación era completamente distinta. Nathan miraba con rabia, furia, asco la imagen de aquel hombre que lo observaba con la misma expresión en el espejo.
—Me veo realmente estúpido… —dice entre dientes, estirando su traje con las ganas de romperlo en mil pedazos—. Yo debería estar en mi oficina, trabajando, no perdiendo el tiempo en esta estupidez.
—Deja de quejarte, sabes que son las condiciones del abuelo —le dice su hermano Hank ayudándole con el pañuelo en el traje— y si no lo hacías, me quedaría yo con todo, pero no he hecho nada para ganármelo.
—Lo sé —sisea empuñando las manos—. Pero es un precio demasiado alto por quedar a la cabeza… cargar con una mocosa mimada que no tiene idea de lo que quiere.
—Yo me casaría feliz con ella… pero es obvio que te ama a ti, desde pequeña, cuando corría tras de ti.
—Solo intentaba ser cordial con la favorita de papá, para que no se ofendiera, porque sabes lo que pasaba después si le hacía un desaire.
—Cada quién sobrevive como puede, hermano… solo dale la oportunidad de conocerla.
Nathan se quita la mano que Hank mantiene en su hombro y gruñe.
Él no está para conocerla, ni para tener paciencia ni mucho menos para consentir a una chiquilla que apenas conoce el mundo. Ha de ser una completa inútil, a la que se le debe hacer todo, porque siempre ha tenido gente al servicio, mientras que él tuvo que desde pequeño aprender a valerse por sí mismo.
Su padre se asoma por la puerta y sonríe al ver a su hijo listo para el matrimonio, en especial porque creyó que huiría de ese compromiso, pero el amor por la empresa era mayor a todo, por lo que podía ver.
—¡Hijo! —dice él, extendiendo los brazos, pero Nathan lo detiene enseguida con voz gélida.
—Cállate, Tyron, a mí no me adules, que no vas a cambiar mi opinión sobre esto con una sonrisa y unos golpecitos en el hombro.
—No me llames así, soy tu padre.
—¿Mi padre? —le pregunta con sarcasmo, mientras se acerca peligrosamente a él—. Nunca fuiste eso que siempre alegas ser. Un padre no me habría tratado como tú lo hiciste conmigo.
—Nathan, escúchame…
—¡Déjame en paz! Mejor mueve tus pies, si quieres que me case con esa mocosa.
Nathan sale de allí, dejando a los dos hombres con una expresión mezcla de sorpresa y miedo. Tyron avanza para salir de la habitación, pero Hank lo toma del brazo y le dice con la voz fría.
—Si él le pone un dedo encima a Mía, quien lo pague serás tú… te lo advierto.
Se adelanta para alcanzar a su hermano, mientras deja a Tyron con esa interrogante si cometió un error en pedir en matrimonio a su ahijada para su hijo mayor en lugar del menor, porque ahora es evidente que Hank está enamorado de la muchacha.
Alcanza a sus hijos y salen camino a la iglesia, en absoluto silencio.
La primera en llegar es Mía, que está nerviosa como todas las novias en su día. Su madre se baja para preparar todo y que haga su entrada triunfal, pero unos minutos después llega con ellos, con la expresión preocupada y Mía, sin perder la sonrisa, le pregunta.
—¿Pasa algo, madre?
—Nathan no ha llegado… ninguno de los Moore.
—¡Esto no puede ser! —exclama Todd, que trata de bajarse para ir a comprobar por él mismo, pero Mía lo calma.
—No te enojes, padre, debe ser que tuvieron algún contratiempo. Demos una vuelta nosotros dos, mientras que madre se queda esperando y nos avisa.
Cuando Verónica se baja, ve que los Moore llegan y detiene el auto en donde se encuentra su hija. Se acera a saludar a los hombres, pero Nathan solo entra con esa expresión de desagrado directo a la iglesia.
—Lo siento, el novio se demoró un poco, pero ya estamos listos para la boda —le dice Tyron con una sonrisa que no llega a los ojos.
—Tyron, quiero que conozcas mi desacuerdo con esta boda —le dice la mujer con tono muy serio y él mira a otro lado—, y te responsabilizo a ti de cualquier cosa que le pase a mi hija, porque los comentarios acerca de tu muchacho no me han dejado para nada satisfecha.
—Tranquila, Verónica, solo son rumores, mi hijo es un caballero y mi niña será feliz a su lado.
Pero tanto ella como Tyron no son capaces de creer totalmente esas palabras, porque la expresión de Nathan no es la de un hombre feliz.
Unos minutos después, en donde los invitados, de los círculos más importantes del país, se encuentran expectantes por la entrada de la novia, Nathan solo mira hacia el altar, esperando que ese circo se termine lo antes posible, mientras que su abuelo sonríe feliz de ver a su nieto cumpliendo con su deseo.
El coro comienza una dulce melodía, todas las miradas van a la entrada, excepto la del novio, que tiene una cara de fastidio total. Hank se acerca a él y le susurra.
—Será mejor que la veas entrar o te arrepentirás toda tu vida de no haberlo hecho.
—Yo no me arrepiento de nada… —dice mirando a la entrada, pero se calla en cuanto la ve.
«Es un ángel», le dice su consciencia.
Un ángel que él piensa destruir, una muchacha a la que debiera mirar de otra manera, porque ella no tiene la culpa, pero todos esos años observando cómo su padre le daba más amor que a él lo hacen sentir que también es parte de su pesar en este momento. Sí, ella también debe pagar por aquel matrimonio forzado.
Pero hay cosas que no puede controlar del todo, como la reacción de su cuerpo.
La boca se le seca y siente sus latidos acelerarse, se mueve incómodo, porque tiene miedo que alguien se dé cuenta de lo que está sintiendo. Hace muchos años que no la ve, todo el arreglo fue de palabra, sin fiesta de compromiso ni nada por el estilo, por lo que ver entrar a Mía así lo deja como mínimo, impactado.
Pero su rostro no expresa nada de eso.
La iluminación que proviene desde afuera le da un aura angelical, una princesa en vestido blanco que es bañada por la luz del creador y aun así, nada la salvará del infierno que será ser la esposa de Nathan Moore.
Mía se siente flotar mientras recorre el camino hasta el altar. No puede evitar dejar salir un suspiro al ver a Nathan parado allí, se ve tan imponente, con su porte serio, su altura y su expresión de que sería capaz de ordenar al mundo detenerse.Cuando llegan hasta él, Todd le entrega la mano de Mía, la recibe sin esbozar ni una sonrisa, ninguna expresión. Pero, al tocar los finos dedos de la chica, siente una especie de calor, electricidad, algo muy diferente y retira la mano enseguida.Se voltea para mirar al frente, con sus manos entrelazadas y haciendo un esfuerzo para no volver a mirar a la chica.La ceremonia inicia en silencio, uno al lado del otro. Mía no deja de sentir que su corazón saldrá de su pecho, aquella sonrisa es genuina y contagiosa. A ratos, Nathan la mira y hace lo posible para no sonreír, porque ella le está cambiando sus planes.Cuando el padre les pregunta si aceptan ser marido y mujer, Mía acepta sin dudarlo. Pero cuando le corresponde a Nathan, se queda en
Dos meses atrás…Tyron Moore entra a la oficina de su hijo, acompañado de su padre, quien toma asiento frente al hombre con cierta dificultad.—Abuelo, no debiste venir… podría haber ido yo a visitarte.—Me temo que no podía esperar, hijo… —Nathan puede ver el rostro de su abuelo y sabe que hay algo grave detrás de aquella visita.—¿Qué pasa? —Nathan se pone de pie y se acerca al hombre, para arrodillarse frente a él.Norman Moore es para Nathan su verdadero progenitor, haría por él cualquier cosa con tal de hacerlo feliz, pero últimamente insistía que debía casarse y en eso no se estaban poniendo de acuerdo.Porque para Nathan la libertad de ir y venir por la empresa sin tener que preocuparse por nadie era impagable.—Venimos del médico —le dice su padre—. Las noticias no son alentadoras.—Tengo cáncer, Nathan —le dice el hombre con la voz baja sin más preámbulos, porque no es necesario—. Me queda al menos un año de vida… quizás uno y medio. Por eso, vengo a rogarte que te cases, no
Limpiar los baños, trapear los pisos, limpiar los cuartos, ayudar con la cocina, podar las flores… sus tareas todos los días eran diferentes, pero siempre las terminaba. Y lo que más le encantaba a aquellas mujeres, era que lo hacía bien y en el tiempo que se le daba o antes. Y no les gustaba porque les aliviara la carga, sino poque sabían que eso dejaría a Nathan atragantado con sus palabras. Llevaba en aquella prisión una semana, no había visto a Nathan ni por casualidad y no se atrevía a preguntar por él, no fuera que lo invocara y apareciera para humillarla aún más, aunque pensaba que eso ya no era posible. Ese día, en que hay un sol radiante y una brisa deliciosa, sale a caminar en su hora de descanso y se da cuenta que en el patio trasero hay una perrera. Camina hacia el lugar, pero el jefe de seguridad, quien descubrió se llama Jason, la detiene. —No le recomiendo que vaya hasta allí, esos perros solo obedecen al señor, por eso permanecen encerrados cuando él no está. —Per
Los días siguieron pasando, las manos de Mía se acostumbraron al trabajo duro y ella se veía realmente feliz en aquella casa. Nadie diría que venía de una de las familias más adineradas de la ciudad, socia de la familia de su esposo, porque no le importaba sudar al sol, mientras arrancaba hierbas y plantaba nuevas flores. Se detiene para descansar un momento, bebe agua de una botella y mira de nuevo el refugio de los canes. Mira a todos lados, se da cuenta que nadie la observa y camina hasta el lugar con especial sigilo. Se encuentra con cuatro pitbull, reconocidos por su agresividad cuando se les entrenaba de esa manera. En cuanto la ven acercarse, le ladran furiosos, como si supieran que su dueño la detesta, pero ella comienza a hablarles tranquila, sin temor, y acerca su mano poco a poco para que la huelan. Uno de ellos se calma un poco, solo le gruñe y saca apenas el hocico por una rendija de su prisión, ella aprovecha para acariciar su nariz y le habla con ternura. —¿Qué le p
Mía abre los ojos, se prepara para ir a trabajar y al salir, se encuentra un desayuno listo en su puesto. Al acercarse se da cuenta que es un pocillo con cereales y leche, además de una fruta. —Buenos días… yo podía prepararme mi desayuno, pero gracias —le dice a Giovanna con una sonrisa. —Mientras el señor no esté, déjeme consentirla. Mía asiente, se come su desayuno en silencio y luego se pone de pie para lavarse los dientes, algo en lo que Giovanna pone especial atención, por encargo del doctor. Pero no oye nada extraño, así que corre a su puesto antes de que la muchacha salga del baño. —Bien… creo que hoy no me verán mucho por aquí, más que para el almuerzo y la cena —dice buscando guantes de limpieza y otros artículos que va a necesitar—, por encargo de mi esposo, debo limpiar el ático. —Señora… eso es mucho trabajo, deje que alguien le ayude… —No, señora Giovanna, él no dijo que podía hacerlo con ayuda y no quiero que falten a sus órdenes. Sale de allí con todas las cosas
Un par de horas después, Mía abre los ojos y sonríe al ver que Steven está allí. Él se acerca para ver cómo está, con el temor de lo que pasará de allí en adelante. —¿Cómo te sientes? —Bien… aunque algo cansada, es como si mi cuerpo estuviera sin energías —Steven no quiere decirle que Nathan llegó, pero no le queda más remedio, porque seguro en cualquier momento el hombre volverá. —Mía, tengo que decirte… que el señor Moore llegó. —Supongo que no podía estar sola para siempre, ¿verdad? —su sonrisa es triste y eso le retuerce los sentimientos a Steven. —Me ordenó que te llevara a la casa en cuanto despertaras. Mía solo asiente, no es que pueda oponerse tampoco, pero haber estado un par de horas en un lugar en donde se sentía cómoda y protegida le deja la sensación de que allí es donde quiere estar. Steven llama a Dalia y le pide que lo ayude a llevar a Mía hasta a la casa. Al llegar, la mujer le indica en dónde se quedará y Mía no puede ocultar su sorpresa al saber que será en e
Los primeros rayos del sol le llegan en el rostro, coloca la mano en frente para poder abrir los ojos y se da cuenta que se quedó dormido en el sofá. Le duele la espalda y el cuello, pero no es eso lo que le molesta, sino que está cubierto por el edredón de la cama. —Esta chiquilla, no entiende que debe cuidarse… Se levanta con dificultad, realmente molesto, pero luego se le espanta todo cuando ve la escena más adorable que ha visto en mucho tiempo. Mía está hecha un ovillo en la cama, abrazada a una almohada y todo su largo y bello cabello está desparramado. Coloca el edredón de regreso, porque es evidente que tiene frío, se va al baño y se mete a la ducha, sin dejar de pensar que esta es la primera vez que comparte la habitación con una mujer de esa manera tan íntima. Al salir, se cubre con una toalla por la cintura y sale para buscar la ropa que usará ese día, pero no cuenta con que Mía ya está despierta, sentada en la cama. Ella se queda con los ojos muy abiertos, observando
Por la mañana, Mía se siente muchísimo mejor. Cuando abre los ojos, está confundida, porque no es donde ella se quedó a dormir. Nathan no está allí, lo que agradece, porque no quiere enfrentar su mirada de odio.Suspira como siempre y se levanta, llaman a la puerta y tanto Dalia como Steven entran a la habitación.—¡Pero qué maravilla! —dice la mujer feliz de verla más repuesta—. Le traigo el desayuno.—Y yo vengo para quitarle la vía, ya no será necesario que la tenga puesta.—Esa es una buena idea… espero que no se moleste, pero… no comeré aquí, bajaré a la cocina —la mujer deja la bandeja a un lado y se acerca a ella—. Doctor, si puede sacarme esto, para que pueda ir a bañarme y comenzar con mi trabajo.—Hoy debería hacer más reposo, señora —le dice Dalia, pero Mía niega con la cabeza.—No, ya estoy mejor y no me ganaré los gritos de Nathan. Es mejor que salga de aquí lo antes posible.Steven hace lo que le toca, Dalia toma la bandeja y los tres bajan al primer piso. Mía se va dire