Capítulo 1

Narra Anna

Anna, ese es mi nombre. No se me acerquen, soy la peste. Atraigo la mala suerte, me rodea la muerte y la soledad. Vivir no vale la pena, al menos yo, no he encontrado aún ese qué sé yo, que me haga levantarme cada mañana.

¿Era demasiado joven para ser tan sarcástica y amargada? Pensaba mientras caminaba por la calle, sin importarme realmente que era más de medianoche, ni que mi vida podía estar en peligro. Bueno, a decir verdad, nunca fui una de esas personas preocupadas realmente por su propia seguridad. Odiaba mi vida, nunca había buscado suicidarme, pero si un auto me arrollaba, bienvenida la muerte entonces, pensaba.

¿Y quién me extrañaría? Realmente, era joven para estar tan sola, pero si nadie me quería pues no podía hacer nada. No crean que no he tratado de ser sociable, pero saben, a veces con mis compañeros de trabajo nos bebemos una copa al acabar el día. Trato de opinar en las conversaciones, pero nada más empezar a hablar y me ignoran, me levanto y me marcho y no lo notan.

También asistí a una iglesia, en mi antigua ciudad, pero la banca donde me siento estaba vacía, la gente se quedaba de pie en los pasillos, podrían sentarse conmigo y no lo hacen.

Soy la peste, ¿recuerdan?

El sacerdote me pidió que no fuese más. Y aquello me dolió, porque pensé que en aquel sitio encontraría consuelo para mi soledad. ¿Si se suponía que era la Casa de Dios, significaba que también él me rechazaba?

—Hija, la congregación se encuentra incómoda en tu presencia.

—No he hecho nada malo, padre. No soy mala.

Había una ronquera en mi garganta que no era normal, el padre me miraba con algo que parecía miedo y no lograba entender nada de aquello.

—Hay algo en ti que no se siente bien, ¿te han hecho un exorcismo?

—Padre, no creo en eso y, además, ni los demonios me querrían poseer.

—Si hablas tú y no un demonio entonces no te molestará que hagamos una pequeña prueba.

El sacerdote me miró y me arrojó agua, solo eso —o eso me pareció— y de pronto me miró con pánico en sus ojos. No entendía nada, me sentía confundida y para empeorar todo, de pronto cayó al suelo y empezó a retorcerse. Ahí estaba yo, mojada y confusa mientras el hombrecillo se sacudía como si estuviera electrocutándose.

¿Y si realmente, todo en mi vida iba mal porque estaba poseída? ¿Por eso habría muerto ella… por eso me habían arrojado a la calle?

Hay algo mal en mí, porque en vez de pedir ayuda simplemente me fui. Y algo dentro de mí, sonreía con deleite, era realmente extraño. Por un lado, creía que estaba mal matar, no es que me lo inculcaran en casa, o no lo recuerdo, era simplemente esa moralidad innata en los seres humanos, pero otra parte de mí, esa oscura y tenebrosa, disfrutó de ver al hombre morir.

¿Sería acaso bipolar?

Me asustaba la llegada de la policía, ¿me incriminarían? Aunque no había hecho nada malo, había muerto debido a mí, causé aquello sin estar segura de cómo, pero lo había hecho. Mientras me alejaba del lugar que pensé, sería mi refugio, traté de darme ánimos a mí misma. Porque quizás —probablemente…— había gente peor que yo. Aunque no muchos pueden decir que debido a que les arrojaron agua, alguien murió.

Las noticias de la muerte del sacerdote no ocuparon tanto las planas de las noticias, como la foto del hombre en el suelo, con la cara deforme y con aspecto demoníaco, que alguien filtró en la prensa. Y la única persona que estuvo ahí fui yo, o al menos eso creí.

Solo podía significar que alguien más estuvo en aquel sitio, ¿Por qué no encararme? Debido a eso empecé a actuar de forma paranoica —bueno, más paranoica que de costumbre— y acabé yéndome de ahí.

Siempre fui de esas personas sombrías y solitarias, constantemente me llenaba de autocompasión, falta de amor en casa, dirían algunos, y aunque era así, no culpaba a mi entorno por esa nube de depresión que parecía seguirme mientras caminaba en la calle.

No creo que existiera una sola razón, no me había dejado mi novio, simplemente me consideraba la criatura más desdichada del mundo. Y a veces la autocompasión resultaba un consuelo, era como si solo yo, me preocupara y lamentara por mí misma.

Estaba sola en el mundo —y apestaba— porque comer m****a entre dos es menos difícil que hacerlo sola. ¿no lo creen? Mamá murió cuando cumplí ocho años. Ella llenaba mi vida de magia y color —sé que suena a anuncio de películas rosa de bajo presupuesto, pero era cierto— pero no espero que se compadezcan. Seguramente no soy la única persona que tiene una vida así.

Lo que me jodió, lo que me hizo ser cómo soy fue presenciar la muerte de mamá y luego ser culpada por ello. Hay lagunas sobre lo que pasó ese día, y bueno, era muy chica en aquel entonces y asumo, mi cerebro me protege del recuerdo.

Amnesia poltraumática en pacientes bipolares.

No, no sé siquiera si el término existe, pero de haber algo que me describiera, sería eso. De los recuerdos que tengo, aunque pocos, es que una mañana mientras estábamos en casa empezó a escucharse una gran conmoción, alguien gritaba desde afuera que venía por la princesa. Y bueno, como mi madre me llamaba así, supe que iban por mí.

— ¿Qué pasa mami?

— ¿Recuerdas que la princesa de nuestro cuento es mágica?

—Sí, con sus poderes evita que entren si ella no quiere.

—Soy así y también tú. Un día cuando encuentres a tu mate, podrás hacer eso. Por ahora me toca a mí cuidarte. Métete dentro del hueco bajo la cama.

— ¿Qué es un mate?

—El príncipe que te hará feliz. Sin importar qué, recuerda que te amo y que no importa lo que escuches, no debes abandonar tu escondite.

—De acuerdo mami.

Bajo la cama tenía un escondite, una pequeña habitación que almacenaba suficiente comida para algunos días. Desde dentro cerraba la tapa y nadie más podía abrirlo. Y estaba decorado por mamá, lleno de fotos de ambas, dibujos y mis juguetes.

Mientras entraba miré el rostro de mamá, algo me decía que pasaban cosas malas, pero debía obedecer. Algo más fuerte que yo me forzaba a hacerlo. De pronto los sonidos de una explosión, gruñidos y luego un enorme y horrible silencio y para mí aquel silencio fue la cosa más aterradora del mundo. Mi corazón supo que la vida de mamá había acabado. La sentí irse, sentí mi alma romperse en pedazos.

No recuerdo cuánto tiempo después llegó papá. Sabía que era él y salí. Vi a mamá, de su garganta salía sangre y papá me miraba, ¿con odio?

—Valiente mocosa, esconderte y dejarla sola.

En aquel momento lloré y mucho, ahora pienso que sus palabras fueron crueles. ¿Qué hubiese podido hacer? Pero como ellos buscaban a una princesa y yo era la princesa de mamá, crecí cargando la culpa.

—Te querían a ti —me dijo— por tenerte a salvo murió, nunca te quise, ni siquiera llevas mi sangre. Un maldito animal, eso eres.

Tampoco entendí nada, ¿un animal? Supe con los años que no llevar su sangre significaba que no era su hija. Lo del animal, sigo sin entenderlo. Después de aquello se volvió a casar con su secretaria, mucho le duró el luto. Pero ella era una buena mujer, me quería de verdad y la vi siempre como a una madre.

En mis cumpleaños siempre me llevaba un inmenso pastel, incluso me compraba cosas. Eso a mi padre no le importaba, un eminente abogado no podía tener una hija harapienta.

En fin, hace siete años —cuando tenía 14 años— mi madrastra enfermó gravemente. Papá me culpó, dijo que mi naturaleza la consumía y me arrojó a la calle, literalmente. Y me dolió dejarla, la amaba casi tanto como a mi madre y ella, estaba tan débil que ni cuenta se dio de mi partida. Pasé muchos meses viviendo entre cartones y buscando comida en los basureros. No sientan pena por mí, de verdad que no porque sigo aquí ¿verdad?

Ya cuando cumplí 18 encontré mi primer empleo recogiendo basura, los empleados eran respetuosos pero el dueño, ese quiso ir más allá. Después de eso volví a buscar comida entre los basureros. Así acabé llegando a uno de esos depósitos donde hay ropa para los indigentes, luego encontré monedas y pude pagar por usar un baño de esos con ducha que son para el público donde me puse presentable y acudí a un bar, donde buscaban una camarera.

No tenía experiencia, pero era lo suficientemente bonita para atraer a los clientes. Y de ahí vengo, mi turno acabó a las doce. Durante la última semana empezó a llegar un tipo. Por los gritos de las mujeres y la actitud de los hombres, supe que era una celebridad, un actor o algo así. Las mesas que siempre estaban llenas empezaron a quedarse sin usar. Al sujeto le gustaba estar solo.

Resultó ser un famoso luchador... boxeador para ser exactos y aunque es muy atractivo me inspira un miedo terrible. Y es increíblemente alto, no debo llegarle ni al codo. Hay algo en su mirada que me dice que, si no soy cuidadosa, acabaré mal. Sin embargo, esta noche me ha defendido de un idiota borracho que siempre se mete conmigo.

Hoy el asqueroso, quiso ir más allá y me arrastró al baño, no quise gritar para no hacer una escena, los bares necesitan a esos borrachos, una mesera es reemplazable. Traté de empujarlo y el tipo me tiró contra la pared. Me dolía como la m****a, pero me quedé quieta, no quería causar que se enojara más y nadie me ayudaría, esa era mi triste realidad, un golpe por aquí y por allá cada noche.

Cuando pensé que iba a terminar abusada en el baño, ese boxeador estaba ahí, agarrando al tipo del cuello y como por arte de magia el bar quedó en silencio. Y cuando digo silencio hablo de que nadie parecía siquiera respirar. Como les dije antes, no es que hubiese más clientes, pero ese sujeto iba con al menos seis o siete de sus guardias. Así que sonido había.

El dueño del bar, al acercarse a ver lo que sucedía, no veía a mi salvador, pues estaba un poco corrido del ángulo de la puerta y solo me vio a mí.

—Te he dicho Anna, que si quieres conservar este empleo debes aceptar ciertas cosas.

Y sentí pena, mi salvador estaba escuchando aquello. Era muy apuesto, me sentía atraída hacia él, cosa curiosa porque a mí los hombres me dan pavor. Un par de horribles experiencias que prefiero olvidar.

En fin, mi salvador dio un paso al frente y me dijo que iría con él. El dueño estaba apenado, no le servía que ese hombre se enojara, ya nos había dicho que gastaba mucho dinero cada noche. Mi salvador me ofreció llevarme a casa y le dije que no, que vivía cerca. Me imaginé que vivía en una hermosa casa y sentí pena de que viera el lugar que rento. Me preguntó si estaba bien y me entregó una especie de collar. Luego se alejó. Lo que no supe en aquel momento es que me siguió hasta que llegué a mi destino.

Entré a la pensión donde me estoy quedando. Guillermo, el dueño es un hombre de apariencia hosca, pero con un corazón de oro.

— ¿Mala noche, chiquilla?

— ¿Cómo lo sabe?

—Tu mejilla, a kilómetros se ve el moretón. Quisiera que este sitio me diese más ingresos, te contrataría para que me ayudes con la limpieza para que dejes ese bar.

—Gracias, sé que sí. Usted es muy amable y al menos no me siento en peligro.

—Y ese golpe, ¿cómo sucedió? Me imagino que el dueño del bar ni siquiera trató de cuidarte.

—Ah eso, pero créame que el tipo quedó peor. ¿Recuerda que mencioné a un boxeador? Hoy supe su nombre... bueno su nombre no, su apodo. Y bueno, digamos que le mostró al tipo cómo debe tratarse a una mujer.

—Sabes que te quiero chiquilla, eres como una nieta para mí. Dime cómo se llama quien te ha mantenido a salvo.

—Lo llaman Lobo.

— ¿Lobo…? ¿Alto, piel ligeramente oscura, ojos azules y un gran lobo tatuado en su brazo?

—Sí, ¿cómo lo sabe? Pero alto se le queda corto, es inmenso.

—Eso no es lo importante. ¿Te dio algo… alguna tarjeta o algo?

—Sí, de hecho, una especie de chapa de botella con un colgante.

—Dios mío... niña te ha puesto bajo su protección. En nada de tiempo cada rata de esta ciudad sabrá que con la mujer del lobo nadie se mete.

— ¿La mujer del lobo? ¿No cree que exagera?

—No lo hace chiquilla.... —dijo una voz detrás de mí—

El dueño de la pensión se quedó quieto, pero el sudor corría por su espalda. Al voltear lo vi, había furia en su rostro, pero con sumo cuidado estiró su mano hasta tocar mi rostro. Luego sujetó mi cabeza y me besó en la frente. Y como soy tan bajita, bueno, debe haberse visto realmente gracioso, Lobo no creo que se doblara a besar a nadie, o al menos no besos fraternales, que es lo que asumí, me estaba dando.

Pero su aroma, envió a mi estómago una calidez que solo sentía con mamá, no quería que me soltara, porque me hacía recordarla, por eso empecé a llorar. Guillermo, sabio y prudente se fue dentro y Lobo, me mantuvo al cobijo de su abrazo.

—Llora, mi pequeña. Deja salir todo lo que tienes dentro. Tu dolor ese me mata, lo siento como mío.

Unos minutos después, probablemente me veía fatal. La nariz roja y los ojos inflamados. Me estremecí por el frío y se quitó su chaqueta. Casi me llegaba a los tobillos. Pero su calor, ese sentimiento que me generaba también lo transmitía aquella prenda y supe que no se la devolvería.

—¿Tienes el colgante?

—En mi bolso.

—Dámelo, cariño.

Con manos temblorosas se lo entregué, pero en lugar de guardarlo me lo puso en el cuello.

—Usa ese colgante y nadie te dañará.

— ¿Por qué? ¿Digo por qué haces esto? Nadie me quiere, soy la peste.

—Pequeña…

—La gente muere cuando está cerca de mí, por favor vete.

—No eres la peste, por Dios.

—Mamá murió por mi culpa, el sacerdote murió por mi culpa…

—Algún día lo entenderás, algún día sabrás cuán importante eres para mí.

Cansada ya por todo aquello, más lo sucedido en mi trabajo, me fui a la cama. Dormí envuelta en su abrigo y por primera vez en años, no tuve pesadillas. Al día siguiente las sorpresas continuaron, dos camiones con muebles, gente que estaba empezando a pintar el lugar y un sonriente Guillermo me daba un gran abrazo.

—Esto es obra del Lobo.

— ¿Está loco?

—Su mensaje fue, que todo tu hospedaje estaba cubierto, está arreglando este lugar porque, en sus propias palabras, su protegida no puede vivir en un cuchitril. No me ofendió pues era verdad, pero ahora todo es distinto.

Podría haber hecho una escena, pero don Guillermo era ya mayor. Si su pensión era vista como un buen sitio, sus ingresos mejorarían. El día avanzó lento, no debía ir a trabajar así que decidí comer fuera.

Todo aquello era una locura total. Nada tenía sentido. Si creen que de verdad todo estaba patas arriba en mi vida, no se imaginan, estaba por ponerse peor. Entré y salí de tres sodas diferentes, todo debido a la chapa de botella. Cuando me veían entrar y miraban el colgante me daban la mejor mesa y me decían que lo que consumiera esa noche iría a la cuenta del Lobo.

Aquello era tan raro, que acabé comiendo en un supermercado. Compré de esas cosas precocinadas y una gaseosa. Al salir alguien me sujetó por la espalda y me arrastró a un callejón. Pensé que era una broma hasta que sacaron una navaja y la pusieron en mi cuello. La punta se hundió lo suficiente como para que doliera y sangrara.

—Tenemos un mensaje para Lobo. Debes decirle que los cazadores están cerca.

El tipo me arrojó al suelo y empezó a patearme, de pronto no vi nada más. Abrí los ojos cuando el sol estaba fuera. Caminé a la pensión y para gran sorpresa Lobo estaba ahí. Al inicio no me vio así que pude escucharlo hablar por teléfono.

—No llegó anoche, según Guillermo ella no es así, algo le pasó estoy...

Al verme dejó de hablar, la furia en sus ojos era impresionante. Gracias al creador no era para mí. Antes de colgar pidió a quien estaba al otro lado de la línea que avisara al médico, que le dijeran que debía ir a su casa. Mis costillas dolían, así que cada paso era una tortura.

Se acercó a mí, me tomó en brazos y me metió dentro de su auto. No tenía fuerzas ni ánimos de protestar así que cerré mis ojos… bueno lo intenté.

—No te duermas por favor.

—Estoy demasiado cansada.

—Vamos a que mi médico te revise. ¿Te golpearon la cabeza?

—No, no lo sé... creo que no.

Si hubiese podido verlo no lo hubiese creído… mientras estaba ida en la inconsciencia Lobo me besaba la cabeza. Recuerdo pequeños fragmentos de sus conversaciones y en aquel momento creí que entendía mal debido a los golpes.

—Es mi pareja, la Luna de nuestra manada y casi la matan. No me lo ha dicho, pero huelo cazadores en ella.

— ¿Nuestra Luna... estás seguro?

—Sí, el día que la conocí, cuando llegué a ese bar estaba a punto de iniciar el cambio, pero al verla mi lobo se guardó, pude controlarlo más fácil que otras veces. Nunca ha sido imposible por ser hijos de papá, pero debía esforzarme. Con ella no. Y la siento mía, es mía.

—Ella es la salvación de nuestra gente, Xander.

—Lo es y alguien casi la mata. Pide que nuestros mejores guerreros monten guardia en mi casa.

Abrí los ojos y al tratar de levantarme sentí un inmenso dolor así que me quedé quieta. Lobo entró poco después.

—Hola bonita. Tengo algo para el dolor. El médico cree que es mejor si vamos al hospital.

—No es necesario.

—Anna…

—Me he roto las costillas antes, reconozco el dolor. Solo llévame a mi apartamento.

—¿Quién te lo hizo?

—No quiero hablar de eso, por favor.

—No puedo retenerte, pero al menos llévate las medicinas que ha dejado el médico.

 

Gracias por leer Protegida por el Alfa 🐺🌚🐺

Un abrazo grande y nos vemos en el siguiente capítulo❗

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