Iñaki negó con la cabeza.
—No creo tener tan mala suerte —dijo mientras buscaban huir, corrió hacia la salida de emergencia, entre algunos asistentes.
Giró en varias ocasiones buscando a Jacob, pero no lo encontró. Un par de disparos, se escucharon del interior del antro, por lo que tuvo que seguir corriendo, buscando su camaro deportivo.
Estaba a unos metros del auto, para llegar, cuando de la nada un vehículo salió con rapidez, estando a punto de arrollarlo. Iñaki se lanzó hacia un lado para evitar aquel impacto, entonces el feroz Bugatti divo, se detuvo.
—Lo lamento, no te vi. —La joven asomó el rostro por la ventanilla.
Iñaki, molesto se acercó a ella.
—Si no te han enseñado a conducir, no deberías hacerlo —sentenció con hostilidad.
La joven volvió a tallar sus ojos, intentando enfocar su mirada en él.
—No estoy para sermones —dijo tocando su sien con sus dos manos—. Estamos en peligro.
Iñaki se acercó a ella y se dio cuenta que no estaba bien.
—Cambiate de lugar —ordenó abriendo su puerta.
Al sentir como la empujaba, se movió de asiento con algo de torpeza.
—¡Auch! —se quejó luego de golpearse con el toldo del vehículo.
La mirada del joven, recorrió sus firmes muslos, sacudió su rostro, enseguida acomodó el asiento del conductor y tomó el control del Bugatti. Desde el espejo retrovisor distinguió que varios hombres sosteniendo armas, se acercaban.
Luego de salir con rapidez, giró brevemente su mirada hacia la joven, se percató que tenía los ojos cerrados.
—¿Estás bien? —preguntó, mientras tomaba una intersección y salió a la carretera.
—No, no me siento bien —respondió.
El joven se estacionó sobre el acotamiento y la observó.
—¿Qué hago contigo? —preguntó. —¿A dónde te llevo? —se cuestionó al darse cuenta del estado en el que se encontraba. — ¡Maldición! —exclamó. En ese momento la escuchó quejarse, y percibió cómo su cuerpo se sacudió..
— ¡Ayúdame! —Antonella suplicó sin poder dejar de sentir aquel temblor, además que una fina capa de sudor perlaba su frente; entonces la chica se arqueó.
El joven se movilizó y la auxilió como pudo para evitar un desastre en el interior de su auto.
Movió su cabeza en señal que no estaba de acuerdo con lo que estaba pensando hacer, siendo que no le gustaba llevar a nadie a su residencia.
— ¡Rayos! —Golpeó con sus manos el volante. —¿Por qué tenía que meterme donde no me llaman? —cuestionó y presionó con fuerza sus párpados.
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Sicilia,Italia.
Lisandro Bianchi, se encontraba sentando en su lujosa silla de cuero, esperando noticias, observó desde el ventanal, como limpiaban el lugar donde se había ofrecido la fallida fiesta.
—Bebe esto, tío —Sabina le entregó una copa de coñac.
El hombre salió de sus pensamientos y observó a su sobrina.
—Gracias, hija.
—Por nada, sabes que siempre vas a contar con mi apoyo. —Acarició la mano de Lisandro y se sentó a su lado.
—Debiste ser mi hija —refirió besando su frente.
La joven esbozó una amplia sonrisa.
—Si lo fuera, jamás te decepcionaría. Siempre te hubiera obedecido. —La chica tomó la mano en donde llevaba un anillo de oro, en señal de que era la máxima cabeza de la organización y lo besó—. Me apena tanto que mi prima no sea capaz de valorar todo lo que haces. Ser el mejor implica muchos sacrificios. —Suspiró profundo.
El hombre dibujó una escueta sonrisa.
—Me alegra saber que tú, sí lo valoras —contestó—. Más adelante, buscaré que también tú quedes bien protegida y que mantengan el mismo nivel de vida que te he dado, desde que tu padre murió—. Primero tengo que velar por Antonella.
Sabina arrugó el ceño, al tener que ser siempre la segunda, en la vida del hombre que tenía gran poder en el país y en muchos otros lugares.
Uno de sus hombres de confianza ingresó.
—¿Qué noticias me tienen? —Lisandro preguntó.
—La encontramos en un antro
—comunicó y acercó su móvil, para que viera el video que circulaba de ella bailando.—¡No puede ser! —gruñó furioso—. Manda a desaparecerlos —Lisandro ordenó—. Dile a tu gente que si no me dan resultados y vuelven con Antonella, se den por muertos —refunfuñó.
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San Vito Lo Capo, Palermo-Italia.
Iñaki condujo por más de tres horas; avisó que iba en otro auto, para que los dejaran acceder con rapidez. Recorrió la lujosa sala con ella en brazos y la llevó hasta su habitación. Dudó en colocarla sobre su cama, ya que jamás había dormido con alguien en su alcoba, pero sabía que no podía dejarla sola en su estado.
Luego de acomodarla, observó las finas facciones de su rostro. Su perfil era perfecto con aquella naríz respingada, su piel blanca, parecía de porcelana. Además de su larga cabellera castaña.
Se dio cuenta que cuando devolvió el estómago en el auto, se manchó un poco la falda del vestido, por lo que se vio obligado a retirárselo. Sin poder evitarlo vio más de lo que deseaba, al quedar desnuda del torso, porque no usaba sostén.
Tomó una frazada para cubrirla; entonces su vista llegó hasta el bikini de encaje negro que usaba. Pasó saliva con dificultad, sintiendo su cuerpo reaccionar, le retiró las botas y se giró, para salir de ahí, entonces sintió los dedos de ella rodeando su muñeca.
—No me dejes sola —solicitó—, no puedo controlar el temblor en mi cuerpo, me siento extraña —explicó.
Iñaki se quedó pensativo unos segundos.
—Por favor —ella suplicó.
El joven tomó asiento a su lado, destapó una botella de agua.
—Bebe esto —ordenó.
Antonella hizo caso, sujetó el brazo del joven y cerró sus ojos, intentando dormir.
Después de unos minutos él se puso de pie.
—Dije que no te fueras —la joven espetó.
Iñaki bufó.
—A pesar que no estás en tu mejor momento, eres mandona —recalcó—. Te advierto que no voy a permanecer sentado toda la noche —manifestó—. Si me quedo aquí, me voy a acostar.
Con rapidez comenzó a desvestirse, retirando el saco y luego el chaleco del costoso traje en color gris oxford, además de la fina camisa en color blanco. Se puso un short y se recostó a su lado, cubriéndose con el edredón.
Abrió los ojos sorprendido al sentir como el rostro de ella se acomodaba sobre su pecho; además que su mano se dirigió a su larga cabellera rizada; entonces, dos de sus dedos comenzaron a enroscar un mechón.
—Tienes problemas con las manos —gruñó—. Te gusta tocar, sin pedir permiso. —De inmediato él la retiró y apagó la luz.
En horas más tarde, ella comenzó a inquietarse, algunas lágrimas escurrieron a través de sus párpados. Al escuchar algunos sollozos, Iñaki encendió la lámpara de la mesa de noche y tomó un pañuelo desechable.
—Tranquila —murmuró y acarició algunas hebras de su sedosa cabellera, logrando que volviera a dormir. Extendió sus brazos y la estrechó entre ellos, sintiendo un estremecimiento ante la tibieza del desnudo cuerpo de aquella joven, que captó toda su atención, desde que la observó bailar. —¿Quién serás? —cuestionó con curiosidad. Acomodando su rostro en el hueco de su cuello.
Por la mañana, Antonella abrió los ojos y extendió sus brazos estirándose, eso provocó que golpeara la cara de su acompañante. Sus labios se abrieron tan grande como pudo y su corazón comenzó a palpitar con fuerza.—¡Auch! —Iñaki se quejó tocando su nariz, y despertó de golpe, volteando a verla.Antonella se alejó de él.—¿Qué rayos pasó? —cuestionó agitada. —¿Qué haces aquí?Iñaki frunció los labios.—Deberías rectificar tu pregunta y cuestionarte. —¿Qué haces tú en mi habitación? —respondió mirándola atentamente.Ella miró a su alrededor y se dio cuenta que no era la suya.—¿Cómo llegué aquí? —preguntó.—¿No te acuerdas? —Iñaki se sentó.La mirada de Antonella, se centró en aquella voz, y se quedó sin aliento al observar su perfecto rostro. Recorrió el esculpido torso de aquel extraño, enmudeciendo unos instantes; y de pronto se movilizó para apartarse de ahí, provocando que cayera de la cama de sentón. Inclinó su cabeza y se dio cuenta que estaba desnuda. —¿Qué me hiciste? —se cub
Sicilia, Italia.—¡No se la pudo tragar la tierra! —Lisandro gruñó molesto, y salió de la reunión en la que se encontraba en la residencia de Rinaldi, dando grandes zancadas hacia el jardín, y tener privacidad. —¿Ha usado sus tarjetas bancarias? —preguntó a su hombre de confianza.—No señor, no lo ha hecho.—Se las cancelaré todas —indicó Lisandro. —¿La han buscado en la casa de alguna amiga? —cuestionó.—Su hija, no tiene muchas amistades —expresó—. Desde que se fue a estudiar a Francia, no tiene comunicación con ninguna de ellas.Lisandro presionó sus puños.—¿Sabes si tiene algún romance? —No, revisé personalmente sus redes sociales —explicó—. A pesar de ser una chica muy popular, parece que el apellido Bianchi, pesa mucho y no se le acerca nadie.Lisandro elevó su rostro con altivez.—Me alegra que sepan que nadie es digno de mi princesa, solo el hombre que yo apruebe podrá hacerlo y no hay más afortunado que Bernardo. —Dirigió su mirada hacia su prominente casa—. Avísame cuando
Sicilia, Italia.—Voy a salir —Sabina indicó a uno de los hombres que se encargaba de la seguridad.—¿Lo sabe su tío? —cuestionó.—No, no le veo el caso preocuparlo más, bastante tiene con Antonella —resoplo.—Mi obligación es decirle a él todo lo que sucede en su casa, por eso me paga —explicó.—Si te llega a preguntar por mí, le avisas que voy a estar en casa de mi amiga Cinnia, porque me estoy volviendo loca de preocupación. —Colocó su mano sobre su pecho—. Ya no puedo con la angustia que me provoca, él sabe que la quiero como a una hermana. —Suspiró.—Espero que se distraiga un poco y se sienta mejor —pronunció—. Solo le pido que tenga su móvil encendido, para que la localice de ser necesario —solicitó y señaló a los hombres que la escoltarían. De pronto otro guarura se acercó.—Parece que encontraron el cuerpo de una mujer, tirado sobre una de las carreteras.Sabina giró en su eje y ladeó los labios.—Ojala sea el tuyo primita —murmuró bajito.—Vayan de inmediato a averiguar, si
El automóvil de Jacob, se detuvo a una distancia pertinente, para no ser visto. Sacó sus binoculares y observó lo ocurrido con Antonella. Esperó a que avanzaran para intentar seguirlos, lo más que podía.Al llegar a la ciudad, logró encontrar el lugar hacia donde se dirigieron con la chica. Prosiguió calles más adelante y se estacionó, quedándose pensativo, al saber a casa de quien había llegado..***Iñaki se encontraba en su despacho, analizando las rutas por las que debía llevar un embarque. En ese momento ingresó una joven con una charola de bocadillos.—Traje lo que ordenó —indicó sonriendo coqueta.—Deja las cosas sobre la mesa. —Señaló hacia la sala, sin mirarla.—¿Necesita algo más? —cuestionó mordiéndose su labio inferior.—No —retírate ordenó con tono seco, y sujetó su móvil para responder una llamada.—¿Cómo va todo Jacob? —cuestionó.—Mal, la emboscaron —respondió el joven.—¿Cómo? —Iñaki abrió los ojos de par en par y se puso de pie.—Se la llevaron en unas camionetas a
Horas más tarde.—Por fin te levantas —Lisandro miró su costoso reloj—. Nadie de la familia Bianchi, puede hacer lo que se le dé la gana. Son las 8:30 am, en el negocio se necesita disciplina —gruñó observando a Sabina.La chica inhaló profundo e inclinó su rostro.—Lamento mucho mi demora, tío, pero desde que tienes encerrada a mi prima, en ese calabozo tan horrible, no he podido conciliar el sueño —se justificó—. Me siento terrible por lo que pasa Antonella. —Tomó la mano de Lisandro y la besó.El hombre resopló.—¿Crees que para mí es fácil? —cuestionó—, tengo que mantener el orden y aplicar las medidas necesarias para que nadie se salga de mi yugo, eso te incluye a ti también.—No volverá a suceder. —Tomó asiento y bebió un poco de jugo de naranja—. Sírveme el desayuno —ordenó a Orlena, la mujer del servicio.—Claro que no volverá a pasar. —Se puso de pie—. Vámonos —exigió.—Pero apenas voy a…—Ibas —dijo Lissandro—. No sirvas nada —indicó a la mujer que llevaba una bandeja—. Se n
Antonella temblaba de frío, además que una capa de sudor, perlaba sobre su frente. Debido a que su ropa se empapó cuando la mojaron, tuvo que quitársela y envolverse en la cobija que le dejó Iñaki.Desde que su padre se había retirado, no pudo evitar llorar al pensar en la persona a la que se refería. Una gran bruma de dudas cayeron sobre su mente, intentando armar un rompecabezas.—No me voy a quedar con la duda —mencionó—. Voy a indagar hasta llegar al fondo de esto —dijo tiritando de frío. En ese momento escuchó que ingresaban a la celda—. Volviste —mencionó bajito.Iñaki se detuvo frente a ella.—¿Cómo estás pequeña? —cuestionó y colocó las palmas de sus manos sobre sus mejillas.—¡Estás ardiendo! —exclamó.—Tengo mucho frío —respondió.Iñaki sacó un par de analgésicos de su mochila.—Te los traje para el dolor del cuerpo —explicó—. Te ayudarán a bajar la fiebre.—Gracias. —Tomó las pastillas y bebió del té.—Pronto te sentirás mejor —mencionó y la abrazó,sintiendo su piel desnuda
Eran las 12:30 de la madrugada cuando Iñaki llegó a la cocina de la casa, miró su reloj y esperó a que apareciera Sabina, recorrió con su mirada el exterior de la mansión, deseando averiguar cuál era la habitación que buscaba.De pronto la puerta se abrió y la muchacha alumbró con una pequeña linterna que sostenía.—Dude que estarías aquí —susurró y lo abrazó, besándolo.—No puedo negarle algo a la sobrina de mi jefe —murmuró correspondiendo a ese beso.—Eso me agrada. —Acercó su mano a su entrepierna una vez más—. Te voy a hacer pasar una noche estupenda —susurró y entrelazó sus manos para guiarlo hacia la planta de arriba, por las escaleras de servicio.Al llegar a la habitación, observó la cama con un edredón en flores rodeada de grandes cojines, con el tocador y las mesas de noche, haciendo juego, todo estilo clásico. Su vista se enfocó en las velas encendidas que había por varios lugares de los muebles, además de una una botella de vino con un par de copas.—Parece que tienes tod
Dos días después.Antonella descendió las escaleras de la mansión Bianchi, sintiendo las miradas de todos los presentes en ella. Presionó con fuerza sus labios para no reírse.—¿Le entregaron el vestido que ordené? —Lisandro cuestionó al ama de llaves.—Yo misma lo coloqué sobre su cama, cuando ella acababa de salir de ducharse —respondió con molestia—. Le dije que eran órdenes suyas —explicó.Lisandro movió su cabeza negando.—Me vas a matar de un disgusto, Antonella —refunfuñó.Al llegar al último peldaño, Bernardo Rinaldi se acercó a ella, mostrando los dientes por la amplia sonrisa que poseía.—Bella ragazza. —La recorrió con su mirada, viendo el traje en tono gris oscuro, de tres piezas con rayas verticales claras; además de la camisa de cuello blanca y una corbata oscura.La gélida mirada de Antonella, se posó en el hombre, estaba por hablar cuando su padre intervino.—Los dejamos solos, para que se conozcan un poco.Antonella separó los labios en una gran O y miró a su padre si