Antonella temblaba de frío, además que una capa de sudor, perlaba sobre su frente. Debido a que su ropa se empapó cuando la mojaron, tuvo que quitársela y envolverse en la cobija que le dejó Iñaki.Desde que su padre se había retirado, no pudo evitar llorar al pensar en la persona a la que se refería. Una gran bruma de dudas cayeron sobre su mente, intentando armar un rompecabezas.—No me voy a quedar con la duda —mencionó—. Voy a indagar hasta llegar al fondo de esto —dijo tiritando de frío. En ese momento escuchó que ingresaban a la celda—. Volviste —mencionó bajito.Iñaki se detuvo frente a ella.—¿Cómo estás pequeña? —cuestionó y colocó las palmas de sus manos sobre sus mejillas.—¡Estás ardiendo! —exclamó.—Tengo mucho frío —respondió.Iñaki sacó un par de analgésicos de su mochila.—Te los traje para el dolor del cuerpo —explicó—. Te ayudarán a bajar la fiebre.—Gracias. —Tomó las pastillas y bebió del té.—Pronto te sentirás mejor —mencionó y la abrazó,sintiendo su piel desnuda
Eran las 12:30 de la madrugada cuando Iñaki llegó a la cocina de la casa, miró su reloj y esperó a que apareciera Sabina, recorrió con su mirada el exterior de la mansión, deseando averiguar cuál era la habitación que buscaba.De pronto la puerta se abrió y la muchacha alumbró con una pequeña linterna que sostenía.—Dude que estarías aquí —susurró y lo abrazó, besándolo.—No puedo negarle algo a la sobrina de mi jefe —murmuró correspondiendo a ese beso.—Eso me agrada. —Acercó su mano a su entrepierna una vez más—. Te voy a hacer pasar una noche estupenda —susurró y entrelazó sus manos para guiarlo hacia la planta de arriba, por las escaleras de servicio.Al llegar a la habitación, observó la cama con un edredón en flores rodeada de grandes cojines, con el tocador y las mesas de noche, haciendo juego, todo estilo clásico. Su vista se enfocó en las velas encendidas que había por varios lugares de los muebles, además de una una botella de vino con un par de copas.—Parece que tienes tod
Dos días después.Antonella descendió las escaleras de la mansión Bianchi, sintiendo las miradas de todos los presentes en ella. Presionó con fuerza sus labios para no reírse.—¿Le entregaron el vestido que ordené? —Lisandro cuestionó al ama de llaves.—Yo misma lo coloqué sobre su cama, cuando ella acababa de salir de ducharse —respondió con molestia—. Le dije que eran órdenes suyas —explicó.Lisandro movió su cabeza negando.—Me vas a matar de un disgusto, Antonella —refunfuñó.Al llegar al último peldaño, Bernardo Rinaldi se acercó a ella, mostrando los dientes por la amplia sonrisa que poseía.—Bella ragazza. —La recorrió con su mirada, viendo el traje en tono gris oscuro, de tres piezas con rayas verticales claras; además de la camisa de cuello blanca y una corbata oscura.La gélida mirada de Antonella, se posó en el hombre, estaba por hablar cuando su padre intervino.—Los dejamos solos, para que se conozcan un poco.Antonella separó los labios en una gran O y miró a su padre si
Sicilia, Italia. Sabina se encontraba sentada en el jardín esperando a que llegara uno de los invitados de su tío, mordió su labio imaginando los ojos de Antonella, al verlo llegar. Sonrió divertida y tomó la invitación de su prima y leyó en voz alta: «Ven a celebrar con nosotros. Fiesta de compromiso de: “Bernardo y Antonella”, 31 de Octubre. Mansión Bianchi. Etiqueta rigurosa». Sujetó su móvil y se fijó en el número de Franco, el cual no había respondido a ninguno de sus mensajes, ni de sus llamadas. — ¿Qué extraño?, ya tendré tiempo de dar contigo, no pienso dejarte escapar tan fácilmente, no luego de la noche que tuvimos. —Se sintió acalorada. Momentos después se puso de pie al ver a su tío y al novio charlando, desde donde estaba les saludó.*** Bernardo sonreía, charlando a lado de Lisandro, ambos lucían impecablemente sus smokings, chocaron sus copas y brindaron por la sociedad que estaban formando, ya que dominarían toda Italia, además de algunos otros lugares. —Me urge
Sicilia, Italia. Bernardo colocó el anillo y volvió a acercarse, para besarla y luego prosiguieron bailando. —¿Estás lista para ser mía? —cuestionó con suavidad el hombre. Ella lo miró a los ojos y sonrió. —Sí —respondió aclarándose la garganta—, pero antes me gustaría entregarte algo que tengo para ti —expresó—. Está en el despacho. Necesito que me acompañes —solicitó. Al ingresar Antonella tomó una caja envuelta además de llevar un gran moño. —Espero que te guste. —Sonrió. El hombre ladeó los labios y lo tomó, mientras él se encargaba de destaparlo, la chica sirvió un par de copas. —Es perfecto —Bernado expresó al observar un auto idéntico al que usaba él. —Brindemos. —Le entregó la copa—. Por nosotros —expresó. Bernardo chocó su copa y lo bebió de golpe, entonces la tomó de la mano y la llevó hasta el sillón, recostándose sobre ella, sus manos comenzaron a subir de su largo vestido, hasta acariciar sus muslos, mientras la besaba de manera apasionada. —Te deseo tanto, Ant
3:30 am Iñaki ingresó a su residencia y comenzó a lanzar todo lo que se cruzaba en su camino, sillas, libros, adornos, plantas. Se dirigió a su gimnasio privado y comenzó a golpear el saco de box, durante mucho tiempo, sintiendo como los nudillos de sus manos ardían, hasta que comenzaron a sangrar. Se llevó las manos a su rostro, al tiempo que presionaba con fuerza sus párpados. Su móvil comenzó a vibrar, observó que era del número de Jacob, su corazón palpitó agitado. —¿En dónde estás hermano? Silencio. —¡Jacob! —exclamó. —¿Estás bien? —Iñaki cuestionó con preocupación. Una sonora carcajada se escuchó. —Lamento decirte que no soy Jacob. —¿Quién habla? ¿En dónde está Jacob? —cuestionó con dureza. —Soy Lisandro Bianchi —dijo aquella voz—, decidí quedarme con el móvil de tu amigo, luego de acabar con su miserable vida —mencionó—, porque deseaba comunicarme personalmente con el heredero de Benjamín Alvarado, para dejarte muy en claro, que no son bienvenidos en Italia —gruñó. —T
Sicilia, Italia.Semanas después.—Luces hermosa —dijo la peinadora que se encontraba retocando algunos rizos, sobre el peinado que lucía Antonella—. Eres la novia más guapa, que he arreglado —mencionó con honestidad—, no necesita de mucho maquillaje, para verse tan bella.—Gracias. —Antonella se puso de pie, sin atreverse a mirarse al espejo.—Su padre me pidió que le ayudara a colocarse el vestido de novia —informó la mujer.—Está bien —respondió con tal que no fuera a tener que pedirle ayuda a Sabina.—Su vestido debe ser muy costoso —mencionó la mujer distinguiendo la fina pedrería que tenía el bordado.Antonella se quejó al sentir como la mujer presionaba con demasiada fuerza el corsé.— ¿Tiene que estar tan ajustado? —indagó presionando el mentón.—A los hombres les enloquece ver lucir a una mujer un diminuta cinturita —expresó—. Don Bernardo estará deseoso de quitarselo —mencionó atando las cuerdas.Antonella rodó los ojos, en ese momento ingresó su padre.—Puedes retirarte —o
El corazón de Antonella se agitó con fuerza, al reconocer la voz de aquel hombre, giró en su eje, y todo se detuvo en instantes para ella, observó que la miraba y luego caminó a pasos firmes por el centro de la lujosa alfombra roja de la catedral. El corazón le latió con fuerza, de forma estruendosa.— ¡Iker! —murmuró sin poder creerlo.Sabina se puso de pie y se separó los labios en una gran O.— ¡Franco! —dijo para sí misma, sin poder creer que estuviera reclamando a su prima.—¿Qué quieres decir con que fue tuya? —Rinaldi cuestionó colérico y dirigió su fría mirada a la joven.—Ella sabe perfectamente lo que quiero decir. —Elevó su gélida mirada hacia él.—¿Te entregaste a este desconocido? —Lisandro se acercó a su hija y la confrontó, visiblemente afectado. —¡Responde! —ordenó.Antonella respiró agitada, intentando contener la perturbante marea de adrenalina que la estaba desestabilizando.—Sí —contestó con voz trémula—, preferí regalarle mi virginidad a un extraño, a que me tocar