CAPÍTULO 4. CONSECUENCIAS

Sicilia, Italia.

—Voy a salir —Sabina indicó a uno de los hombres que se encargaba de la seguridad.

—¿Lo sabe su tío? —cuestionó.

—No, no le veo el caso preocuparlo más, bastante tiene con Antonella —resoplo.

—Mi obligación es decirle a él todo lo que sucede en su casa, por eso me paga —explicó.

—Si te llega a preguntar por mí, le avisas que voy a estar en casa de mi amiga Cinnia, porque me estoy volviendo loca de preocupación. —Colocó su mano sobre su pecho—. Ya no puedo con la angustia que me provoca, él sabe que la quiero como a una hermana. —Suspiró.

—Espero que se distraiga un poco y se sienta mejor —pronunció—. Solo le pido que tenga su móvil encendido, para que la localice de ser necesario —solicitó y señaló a los hombres que la escoltarían. 

De pronto otro guarura se acercó.

—Parece que encontraron el cuerpo de una mujer, tirado sobre una de las carreteras.

Sabina giró en su eje y ladeó los labios.

—Ojala sea el tuyo primita —murmuró bajito.

—Vayan de inmediato a averiguar, si es la señorita Antonella, estamos en graves problemas. —El hombre tragó duro.

***

A la mañana siguiente.

Al despertar Antonella encontró la cama vacía por lo que se puso de pie y se fue a duchar, sabía que era momento de retirarse.

Descendió a la cocina, y sacó una jarra con agua.

—Buenos días —Iñaki la sorprendió..

—¿Descansaste? —ella cuestionó, y luego sonrió.

—Muy bien —respondió sin dejar de mirarla. —¿Qué deseas desayunar? —cuestionó.

—Nada. No tengo apetito —refirió—. Muchas gracias por haberme ayudado —expresó con sinceridad.

—No fue nada —dijo él—. Espero que no te vuelvas a meter en problemas —mencionó sin poder evitar escucharse duro.

La joven negó con su cabeza.

—Si lo dices por lo del pase que me di, no volverá a suceder.

—Eso espero —declaró, mirándola a los ojos.

—Tengo que irme —indicó y lo besó con rapidez.

Iñaki se aclaró la garganta, la tomó por la cintura y la besó con urgencia.

—Te acompaño hasta tu auto —resopló—. Buena suerte —refirió y retrocedió un par de pasos, para que ingresara al vehículo.

—También para ti —expresó y se subió al Bugatti.

—Conduce con cuidado —solicitó sin poder dejar de mirar sus hermosos ojos color avellana.

La joven sonrió.

—Intentaré ser cuidadosa. —Su mirada se cristalizó, por lo  que salió con rapidez de ahí.

De inmediato, Iñaki tomó su móvil y llamó a Jacob.

—Síguela —ordenó—, corrobora que llegue bien a su destino.

****

Sicilia, Italia.

Horas más tarde.

Lisandro Bianchi, estaba esperando en su lujoso comedor, a que le sirvieran su desayuno. Tomó su copa y bebió un sorbo del jugo de naranja.

—Es muy bueno —refirió a la servidumbre. —¡Prepárame más! —ordenó. —¿En dónde está Sabina? —cuestionó. —¿Por qué no ha bajado a comer? —preguntó.

—La señorita dijo que le dolía la cabeza, que deseaba seguir durmiendo —comentó la muchacha que atendía a Lisandro.

—Más tarde le suben de comer —indicó, entonces vio que su mano derecha, ingresó—. Espero que me tengas noticias de Antonella .

—La acabamos de localizar, va manejando por la carretera de Palermo, la estaremos esperando en la intersección, para escoltarla de regreso.

—¿En cuanto tiempo crees que estará por aquí? —preguntó con la mirada ensombrecida.

—En una hora y media a más tardar.

—Bien, preparen su habitación, cinco estrellas —ordenó, acariciando su barbilla—. Le voy a dar una gran bienvenida para que se le quiten las ganas de volver a dejarme en ridículo con nuestros socios y en especial con Bernardo Rinaldi, su prometido.

—Cómo usted ordene, señor —el hombre pasó saliva con dificultad y se retiró.

 Lisandro se quedó degustando la comida con total tranquilidad.

****

Antonella cantaba al ritmo de «Losing My Religion by REM», mientras conducía por las curvas de la carretera, subió la potencia del aire acondicionado. Su mirada se perdió unos segundos, por la inmensidad del azul del océano.

Comenzó a recordar lo sucedido desde que llegó al antro, y se encontró con él. No pudo evitar sonrojarse al recordar lo avergonzada que se sentía, al haber devuelto el estómago.

—No llevaba sostén —refirió, sin poder evitar dejar de reír.

Aquellos momentos que vivió a su lado, fue lo mejor que pudo haber ocurrido para ella, sabía que entregarse a él fue precipitado, pero no se arrepentía de nada, entonces tuvo que frenar de forma inesperada, al estar bloqueado el camino, por un grupo de camionetas.

— ¡Demonios! —exclamó escuchando como derrapaban las llantas y rechinaban ante la forma tan abrupta que pisó el freno, ya que solía conducir a exceso de velocidad.

 Observó a un hombre enfundado en un traje negro y con gafas oscuras, acercarse a ella.

—Baje del auto, señorita —ordenó con firmeza.

—No, yo los seguiré desde mi auto —respondió.

—Eso no está a discusión —respondió y sacó su arma, apuntando.

—Baje del auto —repitió alzando la voz.

Antonella dio un golpe sobre el volante y maldijo en su mente.

—Me están tratando como si fuera uno de los enemigos de mi padre —bufó y  salió del auto como se lo indicaron.

De inmediato uno de los gángsters la sujetó por el brazo y tiró de ella con fuerza, para que se cambiara de camioneta.

—Me haces daño —gruñó.

El sujeto la ignoró por completo.

—Tenemos órdenes precisas de llevarla hasta su casa, por las buenas o por las malas —indicó con dureza.

Antonella presionó con fuerza sus puños.

—Les voy a cobrar muy caro la forma en la que están tratando —sentenció.

El hombre de confianza de Lisandro, se acercó.

—Más vale que te calmes, tu padre está furioso —señaló.

—No voy a cumplir sus caprichos, ya se lo dije —discutió rabiosa—. Tengo todo el derecho de vivir mi propia vida, como yo desee.

El hombre resopló.

—Más vale que te calmes —susurró—. Te está esperando en la… celda de castigo —pronunció despacio..

Antonella guardó silencio y pasó saliva con dificultad, al escucharlo.

—Dijo que ese lugar, ya no existía.

—Te mintió —enfatizó.

Un fuerte escalofrío la recorrió.

«¿Será posible que me vaya a hacer pagar igual que a sus enemigos?», se preguntó.

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