Sicilia, Italia.
—Voy a salir —Sabina indicó a uno de los hombres que se encargaba de la seguridad.
—¿Lo sabe su tío? —cuestionó.
—No, no le veo el caso preocuparlo más, bastante tiene con Antonella —resoplo.
—Mi obligación es decirle a él todo lo que sucede en su casa, por eso me paga —explicó.
—Si te llega a preguntar por mí, le avisas que voy a estar en casa de mi amiga Cinnia, porque me estoy volviendo loca de preocupación. —Colocó su mano sobre su pecho—. Ya no puedo con la angustia que me provoca, él sabe que la quiero como a una hermana. —Suspiró.
—Espero que se distraiga un poco y se sienta mejor —pronunció—. Solo le pido que tenga su móvil encendido, para que la localice de ser necesario —solicitó y señaló a los hombres que la escoltarían.
De pronto otro guarura se acercó.
—Parece que encontraron el cuerpo de una mujer, tirado sobre una de las carreteras.
Sabina giró en su eje y ladeó los labios.
—Ojala sea el tuyo primita —murmuró bajito.
—Vayan de inmediato a averiguar, si es la señorita Antonella, estamos en graves problemas. —El hombre tragó duro.
***
A la mañana siguiente.
Al despertar Antonella encontró la cama vacía por lo que se puso de pie y se fue a duchar, sabía que era momento de retirarse.
Descendió a la cocina, y sacó una jarra con agua.
—Buenos días —Iñaki la sorprendió..
—¿Descansaste? —ella cuestionó, y luego sonrió.
—Muy bien —respondió sin dejar de mirarla. —¿Qué deseas desayunar? —cuestionó.
—Nada. No tengo apetito —refirió—. Muchas gracias por haberme ayudado —expresó con sinceridad.
—No fue nada —dijo él—. Espero que no te vuelvas a meter en problemas —mencionó sin poder evitar escucharse duro.
La joven negó con su cabeza.
—Si lo dices por lo del pase que me di, no volverá a suceder.
—Eso espero —declaró, mirándola a los ojos.
—Tengo que irme —indicó y lo besó con rapidez.
Iñaki se aclaró la garganta, la tomó por la cintura y la besó con urgencia.
—Te acompaño hasta tu auto —resopló—. Buena suerte —refirió y retrocedió un par de pasos, para que ingresara al vehículo.
—También para ti —expresó y se subió al Bugatti.
—Conduce con cuidado —solicitó sin poder dejar de mirar sus hermosos ojos color avellana.
La joven sonrió.
—Intentaré ser cuidadosa. —Su mirada se cristalizó, por lo que salió con rapidez de ahí.
De inmediato, Iñaki tomó su móvil y llamó a Jacob.
—Síguela —ordenó—, corrobora que llegue bien a su destino.
****
Sicilia, Italia.
Horas más tarde.
Lisandro Bianchi, estaba esperando en su lujoso comedor, a que le sirvieran su desayuno. Tomó su copa y bebió un sorbo del jugo de naranja.
—Es muy bueno —refirió a la servidumbre. —¡Prepárame más! —ordenó. —¿En dónde está Sabina? —cuestionó. —¿Por qué no ha bajado a comer? —preguntó.
—La señorita dijo que le dolía la cabeza, que deseaba seguir durmiendo —comentó la muchacha que atendía a Lisandro.
—Más tarde le suben de comer —indicó, entonces vio que su mano derecha, ingresó—. Espero que me tengas noticias de Antonella .
—La acabamos de localizar, va manejando por la carretera de Palermo, la estaremos esperando en la intersección, para escoltarla de regreso.
—¿En cuanto tiempo crees que estará por aquí? —preguntó con la mirada ensombrecida.
—En una hora y media a más tardar.
—Bien, preparen su habitación, cinco estrellas —ordenó, acariciando su barbilla—. Le voy a dar una gran bienvenida para que se le quiten las ganas de volver a dejarme en ridículo con nuestros socios y en especial con Bernardo Rinaldi, su prometido.
—Cómo usted ordene, señor —el hombre pasó saliva con dificultad y se retiró.
Lisandro se quedó degustando la comida con total tranquilidad.
****
Antonella cantaba al ritmo de «Losing My Religion by REM», mientras conducía por las curvas de la carretera, subió la potencia del aire acondicionado. Su mirada se perdió unos segundos, por la inmensidad del azul del océano.
Comenzó a recordar lo sucedido desde que llegó al antro, y se encontró con él. No pudo evitar sonrojarse al recordar lo avergonzada que se sentía, al haber devuelto el estómago.
—No llevaba sostén —refirió, sin poder evitar dejar de reír.
Aquellos momentos que vivió a su lado, fue lo mejor que pudo haber ocurrido para ella, sabía que entregarse a él fue precipitado, pero no se arrepentía de nada, entonces tuvo que frenar de forma inesperada, al estar bloqueado el camino, por un grupo de camionetas.
— ¡Demonios! —exclamó escuchando como derrapaban las llantas y rechinaban ante la forma tan abrupta que pisó el freno, ya que solía conducir a exceso de velocidad.
Observó a un hombre enfundado en un traje negro y con gafas oscuras, acercarse a ella.
—Baje del auto, señorita —ordenó con firmeza.
—No, yo los seguiré desde mi auto —respondió.
—Eso no está a discusión —respondió y sacó su arma, apuntando.
—Baje del auto —repitió alzando la voz.
Antonella dio un golpe sobre el volante y maldijo en su mente.
—Me están tratando como si fuera uno de los enemigos de mi padre —bufó y salió del auto como se lo indicaron.
De inmediato uno de los gángsters la sujetó por el brazo y tiró de ella con fuerza, para que se cambiara de camioneta.
—Me haces daño —gruñó.
El sujeto la ignoró por completo.
—Tenemos órdenes precisas de llevarla hasta su casa, por las buenas o por las malas —indicó con dureza.
Antonella presionó con fuerza sus puños.
—Les voy a cobrar muy caro la forma en la que están tratando —sentenció.
El hombre de confianza de Lisandro, se acercó.
—Más vale que te calmes, tu padre está furioso —señaló.
—No voy a cumplir sus caprichos, ya se lo dije —discutió rabiosa—. Tengo todo el derecho de vivir mi propia vida, como yo desee.
El hombre resopló.
—Más vale que te calmes —susurró—. Te está esperando en la… celda de castigo —pronunció despacio..
Antonella guardó silencio y pasó saliva con dificultad, al escucharlo.
—Dijo que ese lugar, ya no existía.
—Te mintió —enfatizó.
Un fuerte escalofrío la recorrió.
«¿Será posible que me vaya a hacer pagar igual que a sus enemigos?», se preguntó.
El automóvil de Jacob, se detuvo a una distancia pertinente, para no ser visto. Sacó sus binoculares y observó lo ocurrido con Antonella. Esperó a que avanzaran para intentar seguirlos, lo más que podía.Al llegar a la ciudad, logró encontrar el lugar hacia donde se dirigieron con la chica. Prosiguió calles más adelante y se estacionó, quedándose pensativo, al saber a casa de quien había llegado..***Iñaki se encontraba en su despacho, analizando las rutas por las que debía llevar un embarque. En ese momento ingresó una joven con una charola de bocadillos.—Traje lo que ordenó —indicó sonriendo coqueta.—Deja las cosas sobre la mesa. —Señaló hacia la sala, sin mirarla.—¿Necesita algo más? —cuestionó mordiéndose su labio inferior.—No —retírate ordenó con tono seco, y sujetó su móvil para responder una llamada.—¿Cómo va todo Jacob? —cuestionó.—Mal, la emboscaron —respondió el joven.—¿Cómo? —Iñaki abrió los ojos de par en par y se puso de pie.—Se la llevaron en unas camionetas a
Horas más tarde.—Por fin te levantas —Lisandro miró su costoso reloj—. Nadie de la familia Bianchi, puede hacer lo que se le dé la gana. Son las 8:30 am, en el negocio se necesita disciplina —gruñó observando a Sabina.La chica inhaló profundo e inclinó su rostro.—Lamento mucho mi demora, tío, pero desde que tienes encerrada a mi prima, en ese calabozo tan horrible, no he podido conciliar el sueño —se justificó—. Me siento terrible por lo que pasa Antonella. —Tomó la mano de Lisandro y la besó.El hombre resopló.—¿Crees que para mí es fácil? —cuestionó—, tengo que mantener el orden y aplicar las medidas necesarias para que nadie se salga de mi yugo, eso te incluye a ti también.—No volverá a suceder. —Tomó asiento y bebió un poco de jugo de naranja—. Sírveme el desayuno —ordenó a Orlena, la mujer del servicio.—Claro que no volverá a pasar. —Se puso de pie—. Vámonos —exigió.—Pero apenas voy a…—Ibas —dijo Lissandro—. No sirvas nada —indicó a la mujer que llevaba una bandeja—. Se n
Antonella temblaba de frío, además que una capa de sudor, perlaba sobre su frente. Debido a que su ropa se empapó cuando la mojaron, tuvo que quitársela y envolverse en la cobija que le dejó Iñaki.Desde que su padre se había retirado, no pudo evitar llorar al pensar en la persona a la que se refería. Una gran bruma de dudas cayeron sobre su mente, intentando armar un rompecabezas.—No me voy a quedar con la duda —mencionó—. Voy a indagar hasta llegar al fondo de esto —dijo tiritando de frío. En ese momento escuchó que ingresaban a la celda—. Volviste —mencionó bajito.Iñaki se detuvo frente a ella.—¿Cómo estás pequeña? —cuestionó y colocó las palmas de sus manos sobre sus mejillas.—¡Estás ardiendo! —exclamó.—Tengo mucho frío —respondió.Iñaki sacó un par de analgésicos de su mochila.—Te los traje para el dolor del cuerpo —explicó—. Te ayudarán a bajar la fiebre.—Gracias. —Tomó las pastillas y bebió del té.—Pronto te sentirás mejor —mencionó y la abrazó,sintiendo su piel desnuda
Eran las 12:30 de la madrugada cuando Iñaki llegó a la cocina de la casa, miró su reloj y esperó a que apareciera Sabina, recorrió con su mirada el exterior de la mansión, deseando averiguar cuál era la habitación que buscaba.De pronto la puerta se abrió y la muchacha alumbró con una pequeña linterna que sostenía.—Dude que estarías aquí —susurró y lo abrazó, besándolo.—No puedo negarle algo a la sobrina de mi jefe —murmuró correspondiendo a ese beso.—Eso me agrada. —Acercó su mano a su entrepierna una vez más—. Te voy a hacer pasar una noche estupenda —susurró y entrelazó sus manos para guiarlo hacia la planta de arriba, por las escaleras de servicio.Al llegar a la habitación, observó la cama con un edredón en flores rodeada de grandes cojines, con el tocador y las mesas de noche, haciendo juego, todo estilo clásico. Su vista se enfocó en las velas encendidas que había por varios lugares de los muebles, además de una una botella de vino con un par de copas.—Parece que tienes tod
Dos días después.Antonella descendió las escaleras de la mansión Bianchi, sintiendo las miradas de todos los presentes en ella. Presionó con fuerza sus labios para no reírse.—¿Le entregaron el vestido que ordené? —Lisandro cuestionó al ama de llaves.—Yo misma lo coloqué sobre su cama, cuando ella acababa de salir de ducharse —respondió con molestia—. Le dije que eran órdenes suyas —explicó.Lisandro movió su cabeza negando.—Me vas a matar de un disgusto, Antonella —refunfuñó.Al llegar al último peldaño, Bernardo Rinaldi se acercó a ella, mostrando los dientes por la amplia sonrisa que poseía.—Bella ragazza. —La recorrió con su mirada, viendo el traje en tono gris oscuro, de tres piezas con rayas verticales claras; además de la camisa de cuello blanca y una corbata oscura.La gélida mirada de Antonella, se posó en el hombre, estaba por hablar cuando su padre intervino.—Los dejamos solos, para que se conozcan un poco.Antonella separó los labios en una gran O y miró a su padre si
Sicilia, Italia. Sabina se encontraba sentada en el jardín esperando a que llegara uno de los invitados de su tío, mordió su labio imaginando los ojos de Antonella, al verlo llegar. Sonrió divertida y tomó la invitación de su prima y leyó en voz alta: «Ven a celebrar con nosotros. Fiesta de compromiso de: “Bernardo y Antonella”, 31 de Octubre. Mansión Bianchi. Etiqueta rigurosa». Sujetó su móvil y se fijó en el número de Franco, el cual no había respondido a ninguno de sus mensajes, ni de sus llamadas. — ¿Qué extraño?, ya tendré tiempo de dar contigo, no pienso dejarte escapar tan fácilmente, no luego de la noche que tuvimos. —Se sintió acalorada. Momentos después se puso de pie al ver a su tío y al novio charlando, desde donde estaba les saludó.*** Bernardo sonreía, charlando a lado de Lisandro, ambos lucían impecablemente sus smokings, chocaron sus copas y brindaron por la sociedad que estaban formando, ya que dominarían toda Italia, además de algunos otros lugares. —Me urge
Sicilia, Italia. Bernardo colocó el anillo y volvió a acercarse, para besarla y luego prosiguieron bailando. —¿Estás lista para ser mía? —cuestionó con suavidad el hombre. Ella lo miró a los ojos y sonrió. —Sí —respondió aclarándose la garganta—, pero antes me gustaría entregarte algo que tengo para ti —expresó—. Está en el despacho. Necesito que me acompañes —solicitó. Al ingresar Antonella tomó una caja envuelta además de llevar un gran moño. —Espero que te guste. —Sonrió. El hombre ladeó los labios y lo tomó, mientras él se encargaba de destaparlo, la chica sirvió un par de copas. —Es perfecto —Bernado expresó al observar un auto idéntico al que usaba él. —Brindemos. —Le entregó la copa—. Por nosotros —expresó. Bernardo chocó su copa y lo bebió de golpe, entonces la tomó de la mano y la llevó hasta el sillón, recostándose sobre ella, sus manos comenzaron a subir de su largo vestido, hasta acariciar sus muslos, mientras la besaba de manera apasionada. —Te deseo tanto, Ant
3:30 am Iñaki ingresó a su residencia y comenzó a lanzar todo lo que se cruzaba en su camino, sillas, libros, adornos, plantas. Se dirigió a su gimnasio privado y comenzó a golpear el saco de box, durante mucho tiempo, sintiendo como los nudillos de sus manos ardían, hasta que comenzaron a sangrar. Se llevó las manos a su rostro, al tiempo que presionaba con fuerza sus párpados. Su móvil comenzó a vibrar, observó que era del número de Jacob, su corazón palpitó agitado. —¿En dónde estás hermano? Silencio. —¡Jacob! —exclamó. —¿Estás bien? —Iñaki cuestionó con preocupación. Una sonora carcajada se escuchó. —Lamento decirte que no soy Jacob. —¿Quién habla? ¿En dónde está Jacob? —cuestionó con dureza. —Soy Lisandro Bianchi —dijo aquella voz—, decidí quedarme con el móvil de tu amigo, luego de acabar con su miserable vida —mencionó—, porque deseaba comunicarme personalmente con el heredero de Benjamín Alvarado, para dejarte muy en claro, que no son bienvenidos en Italia —gruñó. —T