Recuerdos Rotos

El frío de la noche me envolvía como una mortaja cuando cerré los ojos. No quería abrirlos. No quería enfrentar la realidad de lo que acababa de suceder.

Pero incluso en la oscuridad, mi mente no me dio tregua.

El recuerdo llegó con una claridad cruel.

Era la noche del nombramiento de Rowan como Alfa. La celebración estaba en su punto más alto, con la manada Moonfang mostrando su poder y riqueza ante sus invitados.

La música resonaba en el gran salón, las risas se mezclaban con el tintineo de copas y el aroma a especias flotaba en el aire.

Yo no me sentía bien. Mi cuerpo estaba extraño, pesado, como si algo estuviera nublando mis sentidos.

Busqué a Rowan en la multitud, pero él estaba ocupado con los otros Alfas, disfrutando de su recién adquirido poder. Sus ojos apenas me habían buscado en toda la noche.

—Calista —murmuré, apoyándome en su brazo cuando la encontré—. No me siento bien…

Su rostro se iluminó con una sonrisa preocupada.

—Oh, pobre Lyra. Déjame ayudarte. Ven, te llevaré a descansar.

No pensé en cuestionarla. Era mi hermanastra.

Me guió entre los pasillos del territorio de la manada. La cabeza me daba vueltas, mi piel ardía, y un mareo insoportable me hacía tropezar con cada paso.

—Ya casi llegamos —susurró Calista con dulzura.

Sentí un colchón debajo de mi cuerpo cuando me dejó caer en una cama. Sus manos suaves acomodaron mi cabello detrás de mi oreja.

—Descansa, hermana —susurró.

Después, la oscuridad se llevó todo.

Hasta que el roce de piel caliente contra la mía me arrancó del letargo.

No…

Mi corazón latió con fuerza cuando mis ojos se abrieron de golpe. Un hombre estaba a mi lado, su brazo pesaba sobre mi cintura, su respiración era pausada.

No lo conocía.

No era Rowan.

Mis pensamientos se atropellaron. Me alejé bruscamente, cayendo al suelo.

Mis ropas estaban desordenadas, mi mente nublada. ¿Qué había pasado?

—¿Qué demonios…?

Un murmullo grave me sacó del trance.

—Buenos días, hermosa.

Mi cuerpo se tensó.

Giré la cabeza con rapidez, encontrándome con un hombre que me miraba con una sonrisa perezosa. No lo conocía.

El miedo se instaló en mi pecho. Me aparté bruscamente, cayendo al suelo con un golpe seco.

—¡¿Quién eres tú?! —exclamé, con la respiración entrecortada.

El hombre se incorporó con calma, estirándose con la pereza de alguien que había dormido plácidamente toda la noche.

—Eso duele —dijo, llevándose una mano al pecho en fingida ofensa—. ¿Así es como tratas a un hombre después de compartir una noche apasionada?

Un escalofrío desagradable recorrió mi piel.

—¡No! ¡Eso no pasó!

Mi voz sonó estridente, desesperada. No podía haber pasado.

El desconocido sonrió con diversión, inclinándose hacia mí con una expresión casi burlona.

—¿Seguro? —susurró—. Llegamos aquí juntos, buscando un poco de… distracción.

Negué frenéticamente con la cabeza. No. No podía ser cierto.

—Eso es mentira. Yo… yo no recuerdo nada.

—Eso lo hace aún más interesante.

Mi estómago se revolvió. Un torbellino de emociones me asfixiaba: confusión, miedo, furia. No podía ser verdad.

—¡Dime la verdad! —exigí con desesperación.

El hombre se encogió de hombros con aire despreocupado.

—La verdad es que no pude resistirme cuando me insinuaste que querías escapar de todo… y de todos.

—¡No! —grité otra vez—. ¡Eso es mentira!

El horror me invadió cuando la puerta de la habitación se abrió con violencia.

Rowan estaba allí.

Su mirada recorrió la escena. Su mandíbula se tensó, sus ojos se oscurecieron con un odio que nunca antes había dirigido hacia mí.

—Lyra… —su voz fue un murmullo afilado.

Mis labios se separaron, buscando desesperadamente una explicación, pero yo misma no entendía lo que estaba ocurriendo.

Rowan no esperó. No me dio la oportunidad de hablar.

Giró sobre sus talones y se marchó.

Ahí comenzó mi condena.

—¡No, espera! —intenté correr tras él, pero mis piernas flaquearon.

La puerta volvió a abrirse, y esta vez fue Calista quien entró con expresión de falsa sorpresa.

—Dioses, Lyra… ¿Qué hiciste?

El golpe de su traición fue más fuerte que la caída de mi cuerpo sobre el suelo.

***

Desperté jadeando.

El recuerdo se desvaneció, pero la desesperación aún vibraba en mi piel.

El lugar era oscuro, iluminado solo por el fuego de una chimenea. El aire olía a madera quemada y cuero viejo.

No estaba en la celda de la manada.

Intenté moverme, pero mi cuerpo protestó con dolor.

—Al fin despiertas.

Esa voz profunda y áspera me erizó la piel.

Mikail.

Giré la cabeza lentamente y lo vi sentado frente a mí, con un vaso de licor en la mano. Su presencia era sofocante, abrumadora.

Su mirada me recorrió, analizándome con una intensidad que no supe descifrar. Ya no había un lazo entre nosotros, pero algo en sus ojos me decía que no me veía solo como una prisionera más.

Curiosidad.

Era sutil, casi imperceptible, pero estaba ahí.

Lo observé con cautela, mi cuerpo aún temblando por los restos del recuerdo.

—¿Por qué…? —mi voz salió rasposa, rota.

Su expresión cambió en un parpadeo.

Se inclinó hacia adelante, mientras sus ojos se afilaban con dureza.

—No te emociones, Lyra. No me interesa salvarte.

Su tono era frío, cruel.

Mi corazón se hundió.

—Entonces… ¿por qué estoy aquí?

Mikail sonrió, pero no había calidez en esa sonrisa.

—Ya lo dije antes…

“Aún mereces más sufrimiento”, parecía estar oyendo nuevamente sus palabras crueles.

El aire se volvió pesado entre nosotros. Mi cuerpo se tensó.

El infierno no había terminado. Apenas estaba comenzando.

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