Causando malentendidos

Rachel había sido llamada a desayunar, pero se había negado, alegando que se sentía indispuesta.

Alexander, visiblemente preocupado, caminaba de un lado a otro en el pasillo fuera de la habitación de Rachel. Sus pensamientos estaban llenos de inquietud, y no podía evitar sentir un nudo en el estómago.

Finalmente, el médico salió de la habitación.

—¿Cómo está? —preguntó Alexander, casi atropellando las palabras.

—Rachel tiene un fuerte dolor de cabeza y está muy pálida y descompensada. Lo mejor sería que la dejara descansar —aconsejó el doctor, mirándolo con seriedad.

Alexander asintió, pero en su interior sabía que no podía quedarse sin saber cómo estaba realmente. Ignorando el consejo del médico, abrió la puerta y entró en la habitación de Rachel.

Ella estaba recostada en la cama, vestida con un camisón de dormir que apenas cubría su piel pálida y delicada. Su cabello dorado caía en suaves ondas alrededor de su rostro, y sus ojos azules se entreabrieron cuando lo vio entrar.

El ani
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