Sorpresas inesperadas

Alexander y Rachel se besaban con una pasión desbordante. Sus labios se reconocían y encajaban a la perfección, llenando el aire de magia, deseo y amor.

La mano de él, firme y decidida, se deslizaba por su espalda hasta llegar a su trasero. Rachel no se opuso, más bien lo recibió con un gemido suave, dejando claro cuánto ansiaba ese contacto.

Ambos estaban llenos de una ansiedad primitiva, como animales en celo que solo desean un lugar a solas para abandonarse a sus instintos. Sus respiraciones eran rápidas y entrecortadas, cada beso era un desafío a la razón y un tributo a sus deseos.

—Oh, Alexander —un nuevo gemido escapó de los labios de Rachel y él supo que tenían que parar.

Con un enorme esfuerzo, el duque cortó el beso y la miró a los ojos, sintiendo una chispa de esperanza encenderse en su pecho.

No podía creer que ella se dejara besar y acariciar de esa forma tan entregada. ¿Acaso ahora correspondía a sus sentimientos?

Rachel, con la respiración agitada y una sonrisa jugueton
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